Una vez vestida, le entrego el último paquete. Sus dedos tiemblan levemente mientras desata el nudo de la bolsa, y cuando finalmente lo abre, sus ojos se iluminan al extraer unas hermosas orejas naranjas de zorro, suaves al tacto, y una larga y esponjosa cola que casi parece vibrar en sus manos. El pelaje brilla bajo la luz tenue, cada fibra atrapando el resplandor como si estuviera hecho para acariciar. Los movimientos en las habitaciones adyacentes se detienen por un instante, las parejas curiosas dirigen sus miradas hacia ella, sus respiraciones pesadas continúan, pero ahora impregnadas de una nueva tensión, de deseo contenido.
— ¿Cómo se supone que debo ponerme esta cola? —pregunta, aunque su voz tiene una matiz de nerviosismo. Ella sabe la respuesta, pero se niega a admitirla.
La observa entre sus manos. Sonrío mientras noto cómo sus ojos intentan escapar de la respuesta evidente. A lo lejos, las ayudas visuales que el dúo ha comenzado a ofrecerle se vuelven irresistibles. Ella los mira fijamente, y el sonido de los cuerpos moviéndose, deslizándose con un ritmo cadencioso, le roba la atención. A través del cristal, los detalles de los cuerpos tensos y húmedos se hacen más visibles, sus músculos reflejando el esfuerzo, el sudor resbalando lentamente como una promesa de placer prolongado.
Es entonces cuando ve el pequeño frasco de vaselina sobre la mesa y entiende su importancia. Yo, en el sofá grande, observo desde la distancia, mis ojos se posan en ella registrando cada movimiento. Nathaly está en la cama, su respiración irregular y sus pupilas dilatadas mientras fija la mirada en el trío. Sus gemidos bajos mezclados con suspiros profundos, deberían encenderme, pero algo en mí se resiste. La visión, que en otro momento habría sido un detonante inmediato, ahora me parece grotesca, lejana.
¿Qué rayos me pasan? A estas alturas debería estar más que excitado. Debería ser yo quien le ayudara a insertar lentamente el plug, sentir el calor de su piel contra la mía, pero en vez de eso, estoy aquí, sentado como un mero espectador en un sofá. Me cubro los ojos con una mano y un sudor frío surca mi nuca, mientras trato de encontrar una explicación. Me convenzo: anoche y esta mañana tuve demasiado sexo con Sophía, mi cuerpo está agotado, saturado. Eso debe ser, ¿no? Acepto esa conclusión y trato de apaciguar mis pensamientos.
Pero no me quedaré aquí como un observador pasivo.
—Nathaly, dame una pose sexy —digo, tomando mi celular.
—No puedes tomarme una foto —su voz suena nerviosa, pero sus ojos chispean con un reto contenido.
—Tienes el rostro tapado, ¿quién podría reconocerte? —intento tranquilizarla—. La tomaré, y si no te gusta, la borras.
La veo dudar, pero al final cede, como siempre. Hasta ahora no se ha negado a nada. Su mente está tan abierta que a veces me sorprende. Sophia ya me habría frenado hace rato. ¿Por qué sigo pensando en Sophia?
—Bien —responde al fin, y su transformación es instantánea.
Su pose es impecable. La cola naranja, esponjosa y seductora, cuelga con un aire travieso desde su costado, insinuando de dónde proviene, mientras las orejas puntiagudas sobre su cabeza se inclinan hacia adelante, dando una apariencia salvaje. Su lengua apenas asoma entre sus labios húmedos, y su mirada, intensa y cargada de deseo, completa el cuadro. No puedo evitar sentir un pequeño estremecimiento al ver cómo se mete en el papel de una criatura exótica, atrapada entre lo salvaje y lo erótico. Parece un personaje salido de un anime hentai, así que me sorprende no estar desesperado por aprovechar esta experiencia. Inmediatamente envío la foto a Alexander y asunto concluido.
De alguna manera, salí de esa situación con la dignidad casi intacta. No me animé a estar íntimamente con ella, pero participé, jugué con algunos de los juguetes, aunque me negué a que me tocara. Sentí cómo se tensaba bajo mis manos, cómo su cuerpo se estremecía, cómo maldecía, cómo pronunciaba mi nombre entre jadeos... y sin embargo, fui un cabrón frío, distante. Mi mente había decidido no disfrutar de las caricias de esa mujer cuya piel sudorosa estaba tan cerca, cuyo aliento cálido me envolvía, pero mi cuerpo no respondió.
—Lindo tatuaje —digo, apretando con intención su cadera, mi pulgar rozando la suave curva de su piel. Me pregunto si su hermano sabe de la existencia de esa marca.
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Ya es tarde cuando veo el mensaje de Alexander, pero no importa. Estoy dejando a Nathaly frente a su casa. Ella se baja del auto, sus pasos ligeros, su sonrisa despreocupada iluminando su rostro, pero todo cambia en un segundo. Se detiene en seco cuando ve a su hermano esperando en la entrada. Su sonrisa se borra de inmediato, como si le hubieran arrancado el aire del pecho.
—Entra a la casa —ordena Yoshua, su voz grave, cortante, mientras clava sus ojos en mí con una intensidad que parece perforar el silencio de la noche. Se acerca con paso firme, el suelo cruje bajo su peso, como si incluso la tierra sintiera la rabia contenida que lleva consigo.
—No le hagas nada —empieza a decir Nathaly, con la voz temblorosa. Pero Yoshua no necesita decir una palabra. Una sola mirada, cargada de furia es suficiente para silenciarla. Ella baja la cabeza, sometida, como si el peso de esa mirada fuera insoportable. Antes de desaparecer dentro de la casa, me lanza una última mirada, una mezcla de disculpa y desesperación.
—Espero que no la hayas lastimado. Y ni se te ocurre pensar en embarazarla, maldito animal —escupe Yoshua con furia contenida que apenas puede controlar.
No puedo evitar soltar una carcajada. Ver lo afectado que está, lo fácil que resulta provocarlo, me divierte.
—No la lastimé —respondo con un tono frío y burlón—. Y nunca dejaría mi semilla en una mujer como ella —agrego, disfrutando cada palabra, viendo cómo mis comentarios le arrancan cualquier vestigio de control que le quedaba—. Tu hermana se unió gustosa al "Club de placer". Así que, no me vengas con tonterías de inocencia o de que la estoy corrompiendo.
Sus puños se aprietan hasta que los nudillos se le ponen blancos. Puedo ver cómo su mandíbula se tensa. Estoy preparado para que me golpee, casi ansioso. Un ataque directo me vendría bien, podría añadirlo a la factura del acuerdo. Quiero ver de qué está hecho, cuán lejos está dispuesto a llegar. Pero para mi sorpresa, se da media vuelta sin decir más.
—Ya firmé el documento. No quiero volver a verte cerca de mi hermana. Si lo haces, estarás rompiendo el acuerdo —gruñe antes de desaparecer dentro de la casa, dejando el aire cargado con una amenaza latente.
Me quedo de pie unos segundos, mirando la puerta cerrarse tras él, disfrutando de la victoria momentánea. Finalmente, vuelvo al coche. Ahora, por fin, puedo regresar a mi apartamento, descansar y recuperar toda la energía perdida en las últimas veinticuatro horas. Al menos, ese era el plan... hasta que mi teléfono vibra en mi bolsillo.
—Mía está en la UCI... se muere —la voz de Noah llega rota, apenas un hilo desesperado que se desmorona en mi oído—. No sé qué hacer.
El peso de sus palabras cae sobre mí como una losa. No hay malentendido posible. Ese es un grito inequívoco de auxilio, y aunque el cansancio me invade, no puedo ignorarlo.