Dormir no fue tan sencillo como había imaginado. A pesar del cansancio, di vueltas en la cama mientras el silencio me ensordecía y el frío parecía instalarse en cada rincón. Cuando por fin el sueño comenzó a envolverme, la llamada de Noah me arrancó la poca paz que había logrado reunir.
Por diferentes razones, nunca se me facilitó hacer amistades; aun así, Noah siempre estuvo ahí. Él fue mi constante. Desde que mamá y papá se dieron un tiempo, pasando por mi primer desamor, hasta cuando apareció la enfermedad de papá. Estuvo a mi lado en mis primeras borracheras, en los momentos más oscuros de mi vida. Cuando el trabajo comenzó a destruirme por dentro, Noah fue quien me sostuvo. Ha sido mi refugio en las peores tormentas.
Las cosas que no soy capaz de contarle a mamá, las sabe él. Por eso, siempre he tratado de estar ahí cuando me ha necesitado. Recuerdo que insistió mucho en que lo acompañara, en que este mundo tampoco era para mí. Él, muy soñador, dijo en su momento: “Nos vamos con lo que quepa en una maleta”. Suena tonto, pero esa frase fue la que me impulsó a quedarme y protegerlo. Inteligente y de buen corazón, pero ingenuo, así es Noah. Alguien debía quedarse a protegerlo de un mundo que no funciona a base de sueños.
Yo me quedé, apoyando su sueño a la distancia, mientras trataba de ayudar a Alexander, un chico que en ese momento no encontraba su lugar en la vida.
—¿Qué tal tu noche? —me pregunta Alexander cuando me llama temprano.
—Estoy seguro de que mejor que la tuya —respondo, sin ánimo de ser gracioso—. Si te refieres a la chica, llegó sana y salva con su hermano.
—Tenemos que hablar, es urgente. Nos vemos en la oficina en un rato —su tono deja claro que no quiere dar detalles por teléfono.
—¿Urgente o importante? —pregunto, sospechando que no es solo una charla trivial.
—Las dos cosas.
Su respuesta me hace pensar. ¿Habrá descubierto algún nuevo enemigo? ¿Un posible ataque? Hay tantas cosas que pueden salir mal en este juego, que no quiero correr riesgos.
—Mejor voy a casa y de paso saludo al abuelo —digo, decidiendo que es mejor estar cerca.
Llego rápido a casa del abuelo y lo encuentro con una expresión grave.
—Él solo querrá verte a ti —dice el abuelo—. Yo quisiera ir, pero no sé cómo reaccionaría, y este no es el momento para ponerlo a la defensiva. Mi muchacho ya ha soportado demasiado.
Esperaba que aún no supieran lo de Mía, pero parece que el abuelo ya tiene sus fuentes.
—Claro que quiero ir, abuelo, lo sabes. Pero aquí las cosas tampoco están bien… —Alexander me interrumpe.
—Tómalo como vacaciones, si quieres. O como trabajo. Piensa que estás protegiendo a Noah y a la bebé, no importa. Nosotros encontraremos la manera de manejarnos, pero la situación de Noah ya no puede esperar.
Bajo la mirada, jugando con el anillo en mi dedo. Quiero estar para Noah, ser su apoyo, pero él no va a morir por falta de compañía, mientras que el resto de mi familia… ellos podrían no tener tanta suerte.
—Deja de tratarme como a un niño, debo ser capaz de cuidarme y cuidar a la familia —las palabras de Alexander llaman mi atención—. Ya es hora de que demuestre que soy digno de esta responsabilidad y de tener todo lo que tengo.
Lo miro y evalúo la firmeza de sus palabras. Hace unos meses me habría reído en su cara por lo que acaba de decir, pero debo admitir que el Alexander de estas últimas semanas es más maduro y reflexivo que el de antes de su boda.
¿Qué puedo decir ante eso? Quizá tiene razón. Noah mismo me ha dicho que debo aprender a soltar, que debo pensar más en mí. Pero no puedo evitar sentir la necesidad de asegurarme de que Alexander comprende las implicaciones de todo esto.
—Ellos son distintos —le advierto—. Los nexos políticos que tienen son fuertes y pueden perjudicarnos mucho. No es como con Roberto o Yoshua.
—Lo sé —me responde con seguridad—. Y si es necesario, jugaré el mismo juego de cartas.
Miro al abuelo, que asiente, dejándome entender que ya ha hablado con Alexander sobre esto. Sé de qué cartas está hablando.
—¿La influencia de don Darío Rajoy? —pregunto, incómodo.
—Así es. Es una carta que no me gustaría usar, pero si se da la necesidad, lo haré.
El hombre es una especie de mito para la mayoría, pero conozco algunas historias de boca de un hombre que vivió esa época: mi abuelo. Y si lo que dice es verdad, trataría de no usar esa carta y, menos aún, deberle un favor.
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Mi respuesta termina siendo positiva: iré con Noah. Antes del viaje, es necesario que deje solucionados algunos temas y tomaré mis "vacaciones". Hoy dejaré cerrado el asunto con Roberto y pienso hacerlo bien. Es mediodía cuando compro un par de sándwiches y llego al lugar en que se está "ablandando" la conciencia de Roberto. Lleva más de veinticuatro horas siendo fastidiado por una gota que se desliza por su rostro, y lo tiene irritable y hablador.
Nunca imaginé tener a ese hombre así, pero, por lo mismo, brota mi creatividad.
—¿Te contactaron o tú los contactaste? —es el saludo que le doy al entrar al cuarto de castigo.
—Púdrete —responde Roberto con voz resentida.
Empiezo a comerme el primer sándwich y su olor llena la habitación. Lleva muchas horas sin comer, así que la visión y el aroma contribuyen a su tortura. Trago un bocado y luego vuelvo a hablar.
—Lo haré, pero tú comenzarás a pudrirte mucho antes que yo. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo sufrirás antes de que eso pase? Depende de mí que sea mucho o poco, así que te aconsejo cuidar tus respuestas.
Arturo, mi hombre de confianza, está conmigo. No disfruta tanto esta parte como lo hace Fausto, pero sabe hacer el trabajo.
—Tengo curiosidad, ¿qué tanto de este destornillador cabrá dentro de su herida de bala? —le digo a Arturo, quien frunce el ceño y me señala con los dedos la primera falange de su índice.
—Te apuesto diez dólares a que soy capaz de hacerle entrar, mínimo, cinco centímetros.
—Acepto —dice Arturo.
Después de eso, las respuestas comenzaron a fluir rápidamente, incluso antes de que yo pudiera seguir haciendo las preguntas.