Estoy en piloto automático. Cada paso por las escaleras parece arrastrar el peso del mundo sobre mis hombros. Busco las llaves en mi diminuto bolso, con manos que se mueven por inercia, como si todo lo que hago no importara. Ingreso al apartamento y dejo los zapatos junto a la puerta. Luego, el bolso y el celular caen sobre la mesa del comedor con un sonido sordo que apenas registro. Camino hacia mi cuarto, sintiendo cada vez más la urgencia de desconectarme del dolor, y me desplomo pesadamente sobre la cama. El agotamiento me consume, pero es más emocional que físico. Quiero que la tierra me trague, quiero desaparecer. Fui una completa idiota.
Sebastián no es gay, nunca lo fue. Simplemente... no soy la mujer para él. Esa verdad me perfora el pecho como una daga fría. Por un fugaz instante, cuando desperté esta mañana, imaginé un futuro distinto, uno en el que sus caricias significaban más que solo una noche. Por un segundo, lo creí. Nos vi juntos, riendo, compartiendo algo más profundo. Pero fue solo una ilusión. Una fantasía tan efímera que se desvaneció antes de que pudiera siquiera aferrarme a ella. Ahora, me siento estúpida, ridícula.
No puedo ni siquiera decir que me siento usada, porque también lo deseaba. Esa idea había estado instalada en mi mente durante tanto tiempo, al punto de que soñaba con ello. Cuando la oportunidad se presentó, por supuesto que la iba a aprovechar.
Fue una noche salvaje, llena de deseo, de piel sobre piel, pero... por la forma en que me hablaba, por cómo me miraba, en algún punto creí que había algo más. Algo real, algo que duraría más allá del amanecer. Mi pecho vibra, el dolor finalmente se desborda, y abrazo mi almohada como si pudiera salvarme del torrente de emociones. Las lágrimas caen, calientes, implacables. Todo lo que no he podido expresar ahora sale en sollozos incontrolables. Solo fui una más en su lista. Pero no tengo derecho a reprocharle nada. Él nunca me prometió nada, yo nunca le pedí nada. Solo dejé que todo fluyera, me sumergí en el placer y en la fantasía de lo que podría haber sido.
El celular suena desde la sala, pero lo ignoro. No tengo fuerzas para enfrentar a nadie en este momento. El silencio regresa, y no sé cuánto tiempo llevo en este estado, perdida entre las sombras de mis propios pensamientos. Las lágrimas finalmente se han secado, y me obligo a levantarme de la cama. Miro mi reflejo en el espejo, y lo que veo me provoca una mezcla de lástima y desprecio. ¿Cómo permití que esto volviera a suceder? Me prometí no volver a sufrir por un hombre, me prometí romper ese maldito patrón que siempre me hacía buscar el tipo de hombre equivocado. Creí que Sebastián era diferente, que él sería el que rompería con esa cadena, pero... me dejé encandilar por su caballerosidad, por su cuerpo, por esa seguridad que desprendía.
Mientras estoy perdida en estas reflexiones, el timbre suena con insistencia. No tengo idea de quién podría ser a estas horas, y mucho menos con tanta urgencia. Me acerco a la puerta sin entusiasmo y la abro, solo para encontrarme con Dylan. Su mirada me recorre de arriba a abajo, y es entonces cuando me doy cuenta de que aún llevo la misma ropa de anoche, arrugada, con los restos de una noche que no quiero recordar.
—¿Estás bien? ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba? —dice con tono severo, plantado en la entrada, como si estuviera esperando una explicación que no sé si quiero darle.
—Estoy bien —respondo, pero mi voz suena distante, vacía.
Su expresión cambia al instante, de preocupación a una ira contenida. Se abre paso hacia el apartamento sin esperar invitación.
—¿Eso es todo lo que tienes para decirme? ¡Estoy bien! —Su tono es cortante, casi cruel—. Me abandonaste, y por lo que veo fue voluntario. ¿Lo pasaste bien, verdad? —Antes de que pueda reaccionar, me agarra bruscamente por los hombros. Su agarre es firme, casi doloroso—. He llamado a todo el mundo para saber de ti.
Una chispa de culpabilidad se enciende en mi pecho, pero rápidamente se extingue cuando sigue hablando. La ira en su voz ahoga cualquier rastro de compasión.
—Te fuiste y te revolcaste con quién sabe quién. ¡Jugaste conmigo! —Su voz se eleva hasta llenar todo el espacio.
—¡Suéltame! Me estás lastimando —digo, tratando de zafarme, pero él me empuja hacia el sofá, su cuerpo se abalanza sobre el mío.
El pánico me golpea como una ola.
—¿Qué demonios haces? ¡Estás loco! —grito, pero sus labios furiosos aplastan los míos, silenciándome.
Lucho con todas mis fuerzas, pero es más fuerte que yo. Sus manos recorren mi cuerpo sin cuidado, sus caricias son brutales, invasivas. Se cuela bajo mi vestido y llega a mi intimidad.
—¡Oh! Vaya sorpresa. ¿Saliste sin ropa interior? —se burla con una sonrisa cruel—. Si lo hubiera sabido antes, no habría perdido tiempo siendo un caballero.
Mis gritos se apagan en mi garganta mientras él me retiene, una mano sujetando mis brazos, la otra bajando la cremallera de su pantalón.
—¡Déjame o te arrepentirás de esto! —grito desesperada, retorciéndome bajo su peso—. ¡Te denunciaré y acabaré con tu carrera!
Su risa es fría, despreciativa.
—Eres mía, te guste o no. Desde hoy eres mi mujer. Todos lo saben, todos saben que quería algo serio contigo. Pero ya basta de juegos.
—Ay, linda, ¿te habían dicho que tienes unas tetas majestuosas? —dice, rompiendo la parte superior de mi vestido—. Desde hoy eres mi mujer, te guste o no. Eres oficialmente mi novia, no voy a quedar como un idiota. Todos saben que me gustas y que quería algo oficial contigo, pero ese jueguito de seducción se terminó.
No sé cómo, pero logro golpearlo con mi rodilla en la entrepierna y escapar de debajo de él mientras se retuerce de dolor. Corro tan rápido como puedo y, antes de que él se recomponga, ya tengo un palo en la mano. Abro la puerta.
—¡Lárgate de mi casa! —grito, mi voz temblando de furia y miedo.
—¿Sabes que puedo acabar con tu carrera cuando quiera? —masculla con rabia.
—Lárgate, o juro que te haré pedazos —le advierto, levantando la escoba de forma amenazante.
—No te preocupes por volver al trabajo, ya no tienes —dice, saliendo por fin del apartamento.
Me apresuro a cerrar la puerta y asegurarla. ¿Qué rayos pasa conmigo? ¿Por qué no soy capaz de dar con un hombre decente? Estoy en problemas. Necesito este trabajo para seguir pagando mis deudas, no puedo darme el lujo de perderlo y, aun así, me niego a renunciar a mi dignidad y acostarme con ese desgraciado. Yo sabía que no me convenía, y aun así decidí arriesgarme, pero no creí que caería tan bajo en la escala evolutiva.
¿Qué haré? ¿Qué haré? Vuelvo a estallar en llanto. Si tan solo la familia de Dylan no fuera tan poderosa, todo estaría bien, pero estoy segura de que me cerrará las puertas en todos los lugares decentes de trabajo que existan. Marco a la persona de recursos humanos y le digo que necesito tomar urgentemente mi tiempo de vacaciones. No se me ocurre nada más para darle un poco de largas a esta situación, esperando que Dylan piense mejor las cosas.
En una semana ya se debe haber calmado. Me cambio por fin y me meto entre mis cobijas, con el aire muy frío. Ya es de noche cuando entra una llamada de Isabella, quien me cuenta una triste historia con una bebé y su madre, que está muriendo.