Debo buscar la forma de alejarme por un tiempo, pensar en otra cosa, descansar. Playa, la playa es linda. Tal vez simplemente haga mi maleta, llegue al aeropuerto y pregunte cuál es el vuelo más próximo con cupo, cuyo destino tenga mar. Mi vida afectiva y laboral es un caos; lo único que funciona decentemente en mi vida es mi familia.
Una semana. Eso debería bastar para organizar mi mente. De repente, el asunto de Sebastián ha pasado a un segundo plano: mi futuro económico incierto y los problemas laborales son más urgentes. A veces, el mundo necesita recordarme que existen dolores más grandes que los del corazón.
Es poco más de mediodía cuando vuelve a sonar el celular. Es Isabella, y me cuenta una desgarradora historia en la cual está involucrada una bebé que perderá a su madre. El corazón se me oprime al escuchar algo tan triste. Ya sabía de la existencia de Noah y, aunque no lo conozco, es imposible no sentir empatía por alguien que perderá a su esposa y quedará enfrentando la paternidad en soledad.
Pero hay algo que no encaja. Algo oscuro, quizás... ¿Por qué me piden a mí? ¿Por qué no va Isabella o la madre de Sebastián? No soy ingenua, algo tiene que ver con la seguridad, con los riesgos. Al parecer, el peligro es menor si voy yo. No creo que mi vida corra un riesgo real; después de todo, Isabella mencionó que, si acepto, viajaría con Sebastián. Y si él va, no creo que nos exponga a algo que no pueda controlar.
—Dame un par de horas para pensarlo —respondo finalmente, intentando ganar algo de tiempo.
—Sophía, por favor. Sebastián está destrozado; Noah es como un hermano para él. Pero, sinceramente, no creo que deba ir solo. ¿Qué sabe Sebastián sobre cuidar bebés? Será un apoyo emocional para Noah, sin duda, pero... necesitarán a alguien que realmente pueda ayudar.
—Te dije que lo pensaría, te llamo más tarde —digo, cortando la conversación.
Siento un nudo de frustración formarse en mi pecho. Paso las manos por mi rostro, buscando despejarme. No puedo evitar pensar que es un gesto noble por parte de Sebastián querer ayudar a su primo. "No, Sophía, no pienses en Sebastián", me reprendo a mí misma. "Esto es por esa familia, por ese hombre que está a punto de perderlo todo". Además, esto me daría la oportunidad de alejarme del trabajo por unos días y, de paso, enfrentar la situación con Sebastián de una vez por todas. Tal vez pueda transformar lo que fue en una simple interacción cordial.
Una hora después, llamo a Isabella de vuelta.
—Acabo de pedir una semana libre. No puedo ofrecerte más tiempo, pero pensé en hacer un viaje para despejarme, y ayudar con una bebé también suena a un cambio de rutina. Además, sabes cuánto me gustan los niños.
—Gracias, hermana. Alexander se encargará de que te recompensemos por esta ayuda —responde con una alegría palpable.
—Dile que me debe sol, playa y una isla desierta —le digo, tratando de aligerar el tono.
—Lo haré —ríe—. Pero, por ahora, le daré tu número a Sebastián para que arreglen los detalles.
—Ya tiene mi número, dile que me llame cuando quiera —respondo sin pensar.
—¿Cómo que Sebastián ya tiene tu número? —pregunta, sorprendida.
—Eso no es asunto tuyo, Isabella —le corto con frialdad. No quiero que se inmiscuya en esto, ni en nada relacionado con él.
Cuelgo la llamada. Ahora, solo queda esperar. ¿Qué actitud tendrá Sebastián? ¿Será capaz de dejar atrás lo que fue, como intentaré hacerlo yo? O tal vez, este viaje sea solo el comienzo de algo mucho más complicado.
❀ ~ ✿ ~ ❀
—Hola, Sophía. Gracias por tu apoyo. Prometo hacer lo posible para no incomodarte. —La voz de Sebastián resuena en mi oído justo cuando veo su nombre en la pantalla, y siento cómo mi corazón se acelera, como si no hubiera pasado el tiempo.
Respiro hondo antes de contestar, intentando que mi voz suene firme.
—Somos adultos, Sebastián. Ya pasemos página; centrémonos en lo importante: apoyar a tu primo.
Él guarda silencio, como si estuviera midiendo mis palabras. La pausa se extiende por un minuto que se siente eterno.
—Pasaré por ti mañana por la tarde. Ármate de paciencia... el viaje será largo y no sé cuánto tiempo necesiten nuestra ayuda.
—Estaré lista —digo antes de colgar, intentando controlar el torbellino de emociones que me sacude.
Paso el resto del día en una especie de ritual, aplicando crema en mi piel, tratando de borrar no solo las marcas físicas que Sebastián dejó en mí, sino también las cicatrices emocionales. Desvanecer esas huellas será el primer paso para alejarme de lo que aún siento por él. Además, Dylan me tomó tan fuerte de los hombros que siento que también tengo la marca de sus dedos, aunque, si soy sincera, me afectan más las de Sebastián.
Con calma organizo mis maletas, pero el peso en mi pecho sigue ahí. Me acuesto temprano, aunque sé que será imposible dormir bien. Y tengo razón. Mi sueño es interrumpido, cargado de imágenes de sus manos cálidas deslizándose sobre mi piel, de su aliento susurrando en mi oído, causando estragos con una sola palabra.
—Esta semana será una tortura... pero tengo que aprender a verlo como un amigo —me susurro, intentando convencerme mientras me arreglo.
A las diez en punto, el timbre suena. Miro por el ojo mágico: es él.
—Hola, Sophía —me saluda con un semblante serio—, ¿te ayudo a bajar las maletas?
—Hola, Sebastián. Adelante. Solo son esas dos —digo, señalando las maletas que dejé listas en medio de la sala.
Él pasa junto a mí, el aire entre nosotros cargado de una tensión palpable, pero intento ignorarla. Justo cuando va a recoger las maletas, su celular suena. Su expresión cambia al ver la pantalla.
—Hola, Noah —dice, y al oír el nombre de su primo, mi atención se agudiza.
Sebastián se sienta en el sofá y cubre sus ojos con una mano mientras habla. Aunque no puedo oír todo lo que Noah le dice, la gravedad de la situación se siente en cada palabra que sale de su boca.
—Lo entiendo, hermano... pero tienes que pensar que ahora esto es lo mejor para Mía. Era casi cruel lo que estaba viviendo.
Esas palabras me hielan la sangre. No conozco todos los detalles, pero puedo sentir el peso de lo que significa. Me acerco a él y me siento a su lado, pero parece no darse cuenta de mi presencia, perdido en su dolor. Finalmente, cuelga y frota sus sienes, como si tratara de borrar el cansancio que lo consume.
—¿Qué ha pasado? —pregunto suavemente.
—El dolor de Mía... la esposa de Noah... ha empeorado. Los médicos decidieron inducirle un coma.
Mis ojos se nublan por un segundo. Es desgarrador, pero sé que es lo más humano que podían hacer. No solo por Mía, sino por Noah y por todos los que la aman, que han tenido que verla sufrir sin remedio.
—Tómate tu tiempo, Sebastián —digo, mi voz apenas un susurro mientras lo observo de reojo.
—Lo siento, Sophía, nos demoraremos en salir. Tengo que ajustar la ruta. —Se levanta con decisión, aunque su mirada sigue reflejando tormenta.
Mientras hace otra llamada, lo veo recorrer el departamento de un lado a otro, sus pasos rápidos y tensos, como si necesitara moverse para no colapsar. Y yo, sentada en silencio, no puedo evitar preguntarme cómo enfrentaremos esta semana, con tanto dolor alrededor y con tanto por resolver entre nosotros.