Nunca había sido tan expresiva en el sexo, pero la intensidad de esa noche rompió cualquier barrera que hubiera imaginado. Sentía cómo nuestros cuerpos se movían en perfecta sincronía, como si los planetas se hubieran alineado solo para nosotros. Ese momento sería difícil de olvidar, y mucho menos de superar.
Mis dedos se hundieron en su piel sin restricciones, acompañados de gemidos y susurros que le guiaban en cada segundo. Él, siempre atento, se adelantaba a mis deseos, superando cada una de mis expectativas con una pasión que me desbordaba.
No creo que él tenga ninguna queja de mí. Mi entusiasmo era tal que no dudé en tomar el control, liderando el ritmo del exigente ejercicio en más de una ocasión. "Ejercicio" era la palabra perfecta. Nunca había exigido tanto de mi cuerpo, y aunque sé que en unas horas sentiré los músculos adoloridos, cada momento valió la pena. Las imágenes, ahora grabadas en mi memoria, se repiten una y otra vez, asegurándome que todo fue real.
Cierro los ojos, y lo veo de nuevo, recostado contra el espaldar de la cama, pellizcando mis pezones mientras me observaba con una mirada cargada de deseo. Yo marcaba el ritmo sobre él, arqueando mi espalda tanto como mi cuerpo lo permitía. Con solo esa expresión tendré para humedecerme no estoy segura de por cuanto tiempo.
Lo había dejado liderar mucho tiempo, así que era justo y necesario dominarlo un poco. Amo su energía y el poder que irradia, pero me niego a dejarlo ganar siempre, tengo mi orgullo. Lo que sea que me estuviera cobrando, ya lo he pagado, claro que si soy sincera si siempre me lo va a cobrar así, necesito saber que hice mal para volver a hacerlo.
Río ante la tontería de ese pensamiento, pero mi cuerpo aún está lleno de esa sensación de bienestar extremo que deja el buen sexo. Exhausta, termino acostada sobre su pecho, envuelta en sus brazos, que se sienten como la única cobija que necesito. Ninguno de los dos resiste ni una sábana, a pesar del aire acondicionado que está a una temperatura bastante baja.
No sé cuánto tiempo pasa, pero siento que me levanta, y aunque intento protestar, lo hago sin mucha energía. Solo quiero seguir usándolo como almohada, pero él tiene otros planes.
—No podemos dormir así, nos excedimos y no nos cabe un solo fluido más, estamos pegajosos —dice con voz suave pero firme.
Me deja sobre una superficie fría, y aunque no quiero, abro los ojos para encontrarme sentada sobre un mueble de madera en el baño.
—Es culpa de la crema chantillí —murmuro con los ojos nuevamente cerrados.
Escucho el agua caer y movimientos a mi alrededor. De repente, una sensación fría me sorprende en el rostro, obligándome a abrir los ojos de nuevo.
—Te aseguro que no es solo eso —dice, limpiándome la cara con algodón y crema. No es exactamente desmaquillante, pero en este caso, cualquier cosa sirve.
Me miro en el espejo y me veo horrible, como un mapache desastroso. ¡No puedo creer que Sebastián me haya visto así! Aunque, claro, él es el motivo por el cual estoy en este estado.
Intento tomar lo que tiene en las manos, pero no me lo permite.
—Déjame hacerlo —dice con suavidad—. Ya empecé, yo lo termino.
Sus palabras me sorprenden, pero aún más me sorprende el hecho de que lo haga con tanto cuidado, como si supiera exactamente cómo proceder.
—¿Cómo sabes hacer esto? —le pregunto, genuinamente intrigada por sus habilidades inesperadas.
—Vi a mi madre hacerlo muchas veces —responde—. Ella siempre decía que una mujer nunca debe dormir sin desmaquillarse.
No sé si lo hace con la intención de ser adorable o si simplemente le nace, pero esas palabras me calientan el corazón de una forma inesperada.
Cierro los ojos y dejo que termine su tarea. Cuando lo hace, apoyo mi cabeza en su pecho, y siento su mano recorrer mi espalda en movimientos lentos, relajantes. Luego, me levanta de nuevo y me lleva a la bañera, que ahora está llena de agua tibia y me recuesta sobre su pecho. Mi cuerpo, agradecido, se relaja por completo al entrar en contacto con el agua y obviamente ante su tacto al limpiarme.
Ahora me doy cuenta de que realmente me excedí. No tengo su resistencia física, y la agotadora pero deliciosa experiencia me ha dejado completamente exhausta. Lo último que recuerdo antes de que el sueño me venza es que me saca de la bañera.
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El aroma a café es lo primero que me devuelve a la conciencia. Es intenso y cálido, y aunque esperaba sentir el calor de su cuerpo junto al mío, la cama está vacía. El frío me envuelve, y estiro la mano, buscando instintivamente su calor, pero solo encuentro las sábanas frías. Me sorprende lo grande que es la cama, y aún más que los tendidos estén impecablemente limpios, como si todo lo de anoche fuera solo un sueño. Pero no lo fue. Mi vestido ha desaparecido, así que me envuelvo torpemente en la sábana blanca y camino hacia el baño.
Frente al espejo, paso un cepillo por mi cabello, que estaba más necesitado de cuidados de lo que imaginaba. Sebastián hizo un gran trabajo con él anoche, pero ahora soy yo quien tiene que recomponerme. Mi reflejo me observa con ojos brillantes, cargados de una satisfacción que no puedo negar. "Ahí está lo que querías, y con creces", me digo a mí misma con orgullo. La descarada que me devuelve la sonrisa sabe exactamente de lo que hablo.
Una marca en mi cuello asoma desde debajo de la sábana, y cuando la dejo caer, descubro otras más... pequeñas pruebas de lo intenso que fue todo. No puedo evitar recorrerlas con los dedos, sorprendida de su intensidad.
—Se ven muy bien —la voz grave de Sebastián me saca de mi ensimismamiento. Aparece detrás de mí, con una taza de café humeante en la mano, sus ojos recorriendo las marcas que ahora se han vuelto un recordatorio permanente de lo que ocurrió.
No puedo decir que me molesten. De hecho, cada una de ellas me hace revivir esa noche, pero jamás esperé que él dejara huella de esa manera.
—¿Fueron a propósito? —pregunto, ajustando la sábana alrededor de mi cuerpo mientras tomo la taza con agradecimiento.
—Tan a propósito como las que tú dejaste en mí —responde, una sonrisa traviesa curvándose en sus labios.
Lo miro con incredulidad, hasta que se quita la camisa, revelando varias marcas que claramente son obra mía. Arañazos en su piel, algunos chupetones… pruebas de que no fui precisamente suave.
Cubro mi boca con la mano libre, sorprendida por lo que veo. Nunca antes había dejado marcas en nadie.
—No te preocupes —dice, acercándose más—. las disfruté todas.
Regresa a la habitación, dejándome con una mezcla de asombro y satisfacción. Me sigue costando asimilar todo lo que sucedió, pero es hora de hablar, de saber realmente qué pasó anoche. Bueno, en realidad sé lo que pasó, lo que quiero entender es el por qué.