37. YA CASI ESTALLA LA BURBUJA

1002 Words
Necesito un momento para recomponerme. Sophia me lleva a lugares que ni siquiera sabía que existían dentro de mí. Siempre quiero más de ella, siempre me deja al borde, explorando límites desconocidos. En el estacionamiento, creí tener el control por un instante, pero cuando apareció Víctor, todo se desmoronó. Otra vez. No puedo culparlo por completo, pero verlo robarse su atención en segundos me quemó por dentro. ¿Solo porque es deportista? Saber que le gusta el fútbol americano me dejó un sabor amargo, especialmente porque me enteré así. Lo más irritante es que Víctor no es ningún tonto. Se las ingenió para quedarse cerca, invadiendo nuestro espacio y poniéndome a prueba. Cada gesto, cada palabra, era una provocación calculada para fastidiarme, como si supiera exactamente cómo tocar mis puntos débiles. Odié verlo acercarse tanto a Sophia para esa maldita foto, su mano en su cintura, rozando lo que es mío, mientras yo contenía la furia. Pero entonces Sophia, en lugar de alejarse, me sorprendió al incluirme en su juego, como si supiera exactamente lo que hacía. ¿Qué me pasa? Me descubrí disfrutando de su coquetería y casi sonriendo cuando mencionó lo ansiosa que estaba por llegar a mi apartamento. Cada instante con ella es como un golpe directo a mis sentidos. Su piel, suave y cálida, contrasta con su fortaleza y determinación. Es un contraste que me obsesiona. Ella lo sabe. Lo veo en sus ojos cuando sus dedos acarician mis tatuajes, como si entendiera el significado detrás de cada uno. Los llevo desde hace años, y aunque nunca me he arrepentido, ahora cobran un nuevo sentido bajo su toque. El deseo entre nosotros es constante, una chispa que nunca se apaga. Cuando mis manos rodean sus senos, siento su vulnerabilidad, su piel estremeciéndose bajo mis dedos. Y cuando mis labios exploran sus rincones más ocultos y húmedos, su cuerpo se arquea y sus gemidos lo llenan todo, un eco que despierta ideas aún más audaces, las cuales me deleito en poner en práctica con ella. Cuando nuestras energías finalmente se agotan, su cuerpo se rinde sobre el mío, su respiración entrecortada mezclándose con la mía. Estuve a punto de simplemente abrazarla y dejar que el cansancio me venciera, pero algo en mí aún quería más. El calor que llena la habitación es casi sofocante, pero la necesidad de tocarla sigue ardiendo en mi piel. Finalmente, decido que es hora de una ducha y sábanas frescas. Bajo el agua caliente, sentí algo distinto: la sentí mía. Como si cuidarla, protegerla, fuera lo más natural del mundo. Y por primera vez en mucho tiempo, eso se sintió bien. Sophia está mucho más agotada que yo, y eso me provoca una satisfacción silenciosa. Su cuerpo es una bella obra maestra, el cual por el momento lleva mi firma en el, así como ella firmó el mío. Por fin podemos descansar y mi sueño es tan profundo y reparador como no recuerdo haberlo tenido en años. Por aquellas horas, mis preocupaciones fueron otras, el peso sobre mis hombros fue diferente, y aunque vi en rojo algunos fragmentos de la noche, se sintió bien saber que era un asunto netamente mío. En medio de la inconsciencia, siento sus piernas enredadas con las mías, su cuerpo acurrucado, y mi brazo sosteniéndola como una almohada. Es temprano, pero me alegra que mi cuerpo esté acostumbrado a madrugar, ya que me permite observarla mientras duerme. En su tranquilidad, parece tan dulce, tan frágil, que me cuesta creer el fuego que se esconde bajo esa piel suave y delicada. Deslizo un mechón de su cabello hacia un lado, despejando su rostro, y en ese instante, una sonrisa refleja se dibuja en sus labios. No puedo evitar imitarla, abrazándola con más fuerza. Supongo que esto es normal. Soy un hombre adulto y, aunque siempre me he resistido, algo en mí desea lo que mi familia tanto espera de mí: estabilidad, una vida organizada, mi propia familia. Quiero lo que tienen mis padres. Y Sophia, sin duda, es el tipo de mujer que elegiría sin pensarlo, más aún después de lo que vivimos anoche. Es profesional, con carácter, hermosa y no teme desafiarme, lo que hace todo aún más emocionante. Pero el problema soy yo, mi mundo. Mi realidad. Intento alejarme de los pensamientos sobre la advertencia de Alexander y la incomodidad de futuras reuniones familiares. Porque, aunque sé que quiero a esta mujer en mi vida, la verdad es que no puedo tenerla. No en medio de esta guerra que acaba de aparecer. —¿Qué piensas, hermosa? —susurro, aunque sé que no puede oírme—. No estoy seguro de lo que piensas de mí. ¿Querrías estar conmigo si supieras lo que hago? Si tan solo supieras el tipo de persona que soy saldrías corriendo. Mi mano recorre lentamente su brazo, trazando un camino suave, disfrutando la calidez de su piel bajo mis dedos. —Prefiero que me odies a que me mires con miedo —susurro para mí mismo, sabiendo que su sueño profundo no le permite escucharme. No puedo seguir durmiendo, necesito prepararme a poner distancia. Desenredo nuestras piernas con cuidado y la arropo, protegiéndola de mi propia incertidumbre. Ella gira, quedando boca abajo, y la imagen es casi perfecta: su cabello largo extendido sobre las sábanas, su cuerpo desnudo cubierto solo por el tejido suave, los brazos flexionados sobre su cabeza. Es una visión que guardaré para siempre en mi memoria, porque sé que no la volveré a ver así. —Buen día, Lissa. Necesito pedirte un favor —digo al teléfono, confiando en la lealtad de mi asistente para cubrirme en la oficina. Hoy Sophia no trabaja, así que decido tomarme un día libre. Necesito cargar energías, organizar mi mente. Camino hacia la cocina, y mientras el aroma del café llena el aire, comienzo a preparar el desayuno. La paz tendrá que durar al menos hasta el desayuno. Sé que pronto estallará esta burbuja, pero quiero que dure solo un poco más.
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