No creo que sea posible estar más excitada. Camino con el cuerpo de Sebastián apretado contra el mío, sintiendo con precisión la dureza que palpita bajo esos pantalones, y una oleada de orgullo me recorre. Saber que soy yo quien lo provoca de esa manera me hace sentir poderosa.
Los pasos que se acercan desvían mi atención, y al principio solo distingo una gran figura. Palabra que solo quería desquitarme un poco, pero cuando reconozco ese rostro, el corazón me da un vuelco: es Víctor Cruz, el que alguna vez fue uno de los jugadores más irresistibles de la NFL. Lo siento, Sebastián, pero no puedes culparme por aprovechar esta oportunidad. Soy fanática de los Gigantes, y este hombre es leyenda viva.
—¿Podemos tomarnos una foto contigo? —le pregunto, con la emoción vibrando en mi voz, mientras hurgo frenéticamente en mi bolso buscando el celular.
Víctor me mira sorprendido antes de dirigir una mirada cómplice a Sebastián.
—Por supuesto —responde con una sonrisa amplia, extendiendo su mano hacia mí—. Una mujer bella que sabe de fútbol americano. ¡Buena elección, Sebastián!
No puedo creerlo. ¡Voy a tener una foto y un abrazo de este delicioso bombón de chocolate! ¿Acaso esta noche podría mejorar? Lo dudo. Y sí, Sebastián, la respuesta a tu pregunta es un rotundo sí: esta situación me está excitando aún más. Me siento traviesa, desinhibida... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me sentí así? Ya ni lo recuerdo, pero definitivamente, nunca con esta intensidad.
Cuando estoy a punto de lanzarme hacia los brazos de Víctor, recuerdo la "carpa" de Sebastián y cambio rápidamente de estrategia. No es prudente subir tanto la apuesta... al menos no todavía. Después de todo, parecen vivir en el mismo edificio.
—Los tres —digo de repente, jalando a Sebastián y colocándome entre ambos hombres. Tomo tres fotos rápidas, pero en todas, Sebastián tiene esa expresión de pocos amigos. Suspiro y le paso el celular a Víctor—. ¿Podrías tomar las selfies por mí? Necesito arreglar algo aquí.
Halo la camisa de Sebastián y me empino para susurrarle al oído, pero él se resiste, testarudo como siempre, lo que me arranca una sonrisa traviesa. Cuanto más frunce el ceño, más me divierto. Tironeo un poco más fuerte, y finalmente se inclina hacia mí.
—¿No querías jugar? Pues juega bien. Sonríe para la foto y luego nos vamos directo a tu apartamento —le susurro antes de besarle suavemente el cuello, soltando su camisa y girándome entre sus brazos—. Perdona la demora, Víctor —le digo, notando la diversión en los ojos del hombre.
La selfie queda perfecta, su brazo largo logra un mejor ángulo. Sebastián no sonríe, pero al menos ya no parece molesto, lo que es suficiente por ahora.
—No fue tan difícil, ¿verdad? —le susurro a Sebastián, que ya está claramente impaciente.
—Quedaron geniales —dice Víctor, lanzándole una mirada burlona a Sebastián antes de enfocarse en mí para devolverme el celular. En la última foto, solo estamos Sebastián y yo, mirándonos fijamente a los ojos. Una imagen cargada de tensión y deseo.
—Ha sido un placer conocerte, hermosa, aunque no sé tu nombre —dice Víctor, inclinándose ligeramente hacia mí.
—Sophía —respondo, sintiendo el rubor en mis mejillas al darme cuenta de que ni siquiera me había presentado. Ni Sebastián tampoco me presentó, el muy terco—. Gracias por la foto —añado, echando un último vistazo a esa captura íntima que me hace sonreír de forma cómplice.
El hombre desaparece en el ascensor, y antes de que pueda reaccionar, unos brazos fuertes me levantan con firmeza. Me lleva como si fuera suya, como una novia cruzando el umbral en su noche de bodas. Mi corazón late desbocado mientras entramos a la habitación.
—¿Y si aparece alguien? —murmullo, preocupada por la situación.
—Que miren para otro lado y finjan no notar lo que pasa entre mis pantalones. Tú solo quédate quieta y no se darán cuenta de lo que te falta —responde con una sonrisa traviesa mientras avanza con pasos decididos. Solo puedo obedecer, y la sensación me encanta.
El lugar es moderno, casi futurista. La puerta se abre con solo un toque, tan distinta a la de mi apartamento. Pero nada de eso me importa. Apenas la puerta se cierra tras de nosotros, el deseo estalla. Ya no hay necesidad de contenernos.
Su camisa cae al suelo entre besos profundos y exigentes. Los sonidos de nuestra pasión empiezan a llenar la estancia, mezclándose con el eco de nuestra respiración acelerada. Mis manos fueron tan rápidas como pudieron, ansiosas por acariciar su cuerpo con la vista. Nunca había tocado un cuerpo tan esculpido, tan a mi gusto. Creía que sí, pero me equivoqué. Este hombre es perfección encarnada, su piel firme y caliente bajo mis dedos. Los tatuajes que adornan su cuerpo me fascinan.
—Son los tatuajes de Renji de Bleach —comento, sorprendida de reconocerlos, mientras él me mira con una mezcla de asombro y lujuria.
Lo aparto ligeramente, solo para poder admirarlo mejor. Mis uñas recorren lentamente sus músculos, y él se deja llevar, dócil bajo mi tacto. No cualquier hombre podría llevar esos tatuajes y lucir tan bien. Aunque no tiene el diseño completo, falta el tatuaje en el cuello y la cara, pero el resto está ahí, y se ve increíble en su piel.
—Siempre pensé en hacerme uno de mi película de anime favorita, pero aún no me atrevo —le digo, levantando mi cabello para mostrarle mi espalda, invitándolo a que baje la cremallera del vestido.
El vestido se desliza hasta mis pies, y su boca sigue el camino desde mi cuello hasta mi oído con besos húmedos que electrizan cada rincón de mi piel.
—¿Cuál es la película? —susurra con una voz tan suave y profunda que me hace estremecer mientras desabrocha mi sostén.
Giro para quedar frente a él, completamente desnuda.
—El Castillo Vagabundo —susurro, soltando su cinturón y desabrochando su pantalón, dejándolo caer al suelo.
El momento que sigue me recuerda nuestro primer beso, pero ahora, con el contacto de piel contra piel, mis piernas flaquean por la intensidad. Él me levanta con una facilidad asombrosa, como si no pesara nada, obligándome a enredar mis piernas en su cadera. En cuestión de segundos, mi espalda encuentra la firmeza de una pared, y sus manos me alzan, preparándome para sentirlo por fin. Cuando finalmente lo hace, es un placer tan abrumador que debo luchar contra mi buen juicio para conservar el control.
Su piel arde bajo mis manos, y saber que ese calor es provocado solo por mí tiene a mi mente enloquecida. No puedo evitar pensar que podría estar con quien él quisiera, pero no, esta noche es mío. Me eligió a mí. Por este breve y glorioso instante, soy la dueña del mundo. Él es mío, y pienso reclamar cada centímetro de su cuerpo y si es posible, varias veces.
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