¿Por qué siempre hay fila en el baño de mujeres? El líquido consumido esta noche ya pesa mucho en mi vejiga, y la situación se agrava mientras más me acerco a esa puerta.
Afortunadamente, solo tardo dos segundos en subir mi vestido y bajar mis bragas para sentir esa sensación de alivio, casi placentera, que se genera mientras la urgencia desaparece. Ojalá todas mis urgencias se esfumaran así de fácil y rápido.
Lo estoy intentando, en serio que sí. Inicialmente, jugué con los labios de Dylan, tratando de hacer que mi mente se centre en él. Al fin y al cabo, la atracción es algo mental, pero, aunque su beso es suave, húmedo, y su lengua juguetona, carece del poder demandante que necesito para sentir que pierdo el control y poder desahogar todas mis frustraciones con su cuerpo.
Me organizo de nuevo el vestido y el cabello frente al espejo del baño, y mi reflejo me devuelve la mirada, como si me retara a mejorar la situación actual. "Eso trato", me respondo mentalmente, dispuesta a seguir retando silenciosamente a Dylan.
Salgo del baño y, de pronto, dudo de mi realidad. ¿Sebastián? Aquella figura con la que he fantaseado tanto está frente a mí. Su mirada oscura, enmarcada en esas cejas gruesas y normalmente fruncidas, me observa de manera tan fija que no puedo escapar de ella. Me siento como una presa ante la intensidad que emana de cada músculo de ese cuerpo que, indiscutiblemente, quiero recorrer. Dos segundos y sin necesidad de tocarme, fue todo lo que este hombre necesitó para dejarme húmeda e incómoda.
—Sebastián... —su nombre sale casi en un susurro.
Lo siguiente que sé es que sus labios están sobre los míos de manera furiosa, demostrando su dominio y reclamando mi completa sumisión. Creo que me falta el aire, y a pesar de ello, su mano en mi nuca es completamente innecesaria, pues no habría forma en que intentara escapar de su contacto. ¿Tan aburrida estaba con Dylan que me quedé dormida? Es la única explicación medianamente lógica que llega a mi mente, pero, real o no, no pienso desaprovechar esto.
Nuestros labios se separan, y el aire llena mis pulmones mientras me pierdo en esa mirada que grita deseo y que, al igual que yo, recupera el aliento en medio de una sonrisa ladeada que muestra cuánto disfruta mi reacción. Me gusta, me encanta esta sensación de desenfreno que me inunda. Con tacones y todo, Sebastián es casi una cabeza más alto que yo, así que no lo pienso más y tiro de su hermosa camisa azul para tratar de empatar el marcador y ser yo quien asalte ahora esos labios.
Mi brazo se enreda en su cuello, haciéndole saber que soy capaz de seguir ese ritmo, un ritmo en el que siento que el roce de nuestras lenguas acaricia otras partes de mi cuerpo y las enciende.
—¿Tu apartamento o el mío? —pregunto jadeante, segura de lo que ambos queremos.
—El mío está mucho más cerca —responde con una sonrisa triunfal, y sin perder tiempo, me saca del lugar.
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Vamos en su vehículo a una velocidad no permitida, estoy segura, pero en vez de temer por ello, solo quiero llegar pronto a su apartamento y apagar el fuego que ha sido avivado en mí. Lo observo abiertamente y no puedo creer lo que está pasando. "Besé a Sebastián, y mejor que eso, fue él quien lo hizo primero, y de qué forma", me digo, embelesada, repitiendo en mi cabeza la escena.
No sé qué está pasando, y no pienso malgastar energía tratando de analizarlo. No ahora, cuando la tensión s****l entre nosotros es tan palpable. En lugar de perderme en pensamientos, dejo que mis sentidos tomen el control. Inhalo su aroma embriagador, ese perfume masculino que ya se ha impregnado en mi ropa, y cierro los ojos recordando el calor abrasador que su piel despierta en mí cada vez que me roza. Nos adentramos en una zona exclusiva, desconocida para mí, y el coche desciende suavemente hacia un estacionamiento subterráneo, iluminado solo por luces que se encienden a nuestro paso, como si fueran marcando el camino hacia algo inevitable.
Cuando el vehículo se detiene, Sebastián no pierde un segundo. Desabrocha mi cinturón de seguridad y me atrae hacia él, atrapando mis labios en un beso menos agresivo, pero cargado de una promesa. Su boca sabe exactamente lo que hace, su lengua danza con la mía, más suave esta vez, pero la intención es clara: no hay marcha atrás.
—No olvides tu bolso —dice con voz profunda, antes de salir del coche.
¿Mi bolso? Parpadeo, desconcertada, y giro rápidamente en busca del objeto. Lo veo en el asiento trasero. ¿Cómo llegó ahí? No recuerdo haberlo recogido. Pero, sinceramente, no importa. La puerta a mi lado se abre, y Sebastián me ofrece su mano para ayudarme a bajar. Me encanta que haga esto, ese gesto caballeroso que contrasta tanto con su imagen áspera y desafiante. Desde el momento en que lo vi interactuar con su madre, supe que dentro de él había una dulzura que no puede contener, una ternura que forma parte de su verdadera esencia. Aunque, en este momento, no es su lado dulce lo que me tiene aquí, sino algo mucho más oscuro, algo que me atrae como un imán.
El sonido seco de la puerta cerrándose apenas alcanza a registrarse en mi mente antes de que me encuentre de espaldas contra el coche, su cuerpo fuerte aprisionándome contra la fría carrocería. Las luces del estacionamiento se apagan a nuestro alrededor, pero no las necesitamos. En la oscuridad, nuestros cuerpos hablan otro lenguaje, uno en el que las palabras sobran y el deseo lo domina todo. Sus manos, grandes y urgentes, recorren mi piel como si quisieran memorizar cada centímetro, mientras las mías lo exploran sin control. El aire se llena de jadeos contenidos y del eco de nuestros cuerpos chocando.
De repente, dejo escapar un grito ahogado cuando me levanta sin esfuerzo y me sienta sobre el capó del coche. El movimiento es tan rápido que apenas tengo tiempo para procesarlo. Separa mis piernas al instante, y mi vestido, ya de por sí corto, se desliza aún más, exponiéndome de una manera que me deja vulnerable… y deseosa de más. La frialdad del metal contrasta con el calor incandescente que emana de él, haciendo que mi piel se erice al contacto. Y en ese momento, no hay marcha atrás; la anticipación nos consume, y lo único que deseo es que él siga reclamando lo que ya sabe que es suyo.