Se están besando. El movimiento de sus labios es suave y sensual, y cuando por fin se separan, sus labios entreabiertos parecen llamarme, como si pidieran que le enseñe lo que es un beso de verdad, los estragos que soy capaz de ocasionar en su cuerpo con solo eso. Todos los hombres creemos saber de estos asuntos, pero yo... sé que puedo llevarla a un estado que ni siquiera imagina. Puedo darle lo que necesita, lo que nunca ha experimentado, y más. Mucho más.
Miro al sujeto, y mi primer pensamiento es que ella es demasiado mujer para él. Necesita a alguien fuerte a su lado, alguien que no solo la proteja del mundo, sino incluso de ella misma en ocasiones. Alguien que sepa cuándo debe dominarla y cuándo dejarse dominar. No tengo idea de qué es lo que voy a hacer, pero indudablemente algo haré, y tendrá que ser esta noche.
Estoy de pie en este balcón, mis manos aprietan con fuerza la baranda, tanto que siento que, si pudiera, la rompería. La rabia y el deseo me consumen. Tomo el celular y marco al hombre que encargué de vigilarla. ¿Cómo es posible que no supiera que alguien la estaba rondando? ¿Es posible que ya esté en su cama? Esas y muchas otras preguntas inundan mi mente y terminan de calentar mi cabeza.
—Jefe, yo hice lo que usted me indicó, vigilé que nadie la lastimara. Además, ningún hombre ha entrado a su apartamento ni ella se ha quedado en otro lado. Solo se ha encontrado con un hombre en una panadería para desayunar y un par de veces para almorzar —la voz al otro lado de la línea suena tensa, nerviosa.
La furia que siento se mezcla con algo más oscuro, más posesivo. La posibilidad de que esos encuentros se vuelvan algo más me quema por dentro.
—¿Estás completamente seguro de que no ha pasado la noche con nadie? —pregunto, sorprendido por mis propias palabras.
¿Desde cuándo me importa si una mujer comparte su cama con otro? No es mía, aún no. Pero en este preciso instante, todo en mí reclama su cuerpo. Y si así lo quisiera, podría hacerla pagar por lo que acabo de presenciar. Castigarla por provocarme de esa manera, por dejarse tocar por alguien que no soy yo. Podría arrastrarla hasta mí, subirle esa falda, ponerla sobre mis rodillas y marcar su piel con un par de nalgadas como castigo por lo que acabo de presenciar.
—Nadie, jefe —titubea el hombre—. A menos que tenga encuentros con alguien dentro de la clínica...
Cierro los ojos, la furia pulsando en mis venas. Si pudiera hacer que su cabeza explotara con la mirada, ya sería historia.
—A partir de ahora, quiero que me informes cada vez que se encuentre con un hombre, no importa dónde o cuándo.
Cuelgo la llamada.
¿Aún no? ¿De verdad acabo de pensar eso? Los veo salir del lugar, tomados de la mano y demasiado cerca el uno del otro. Sin perder tiempo, los sigo. Solo espero que no se dirijan a un motel. Si entran a uno, juro que no me importará dispararle al maldito, y cual si fuera un cavernícola, echarme a Sophía al hombro entre gritos y pataleos para llevármela conmigo. Estoy seguro de eso.
Afortunadamente, el taxi los dejó en una discoteca en una buena zona, así que por lo menos ese idiota la trae a lugares decentes. Al ingreso, muchas miradas se centran en ella y en esas curvas pronunciadas, las cuales, estoy seguro, antes de esta noche eran desconocidas para sus compañeros de trabajo.
En el interior, la música reverbera en el aire, suave por momentos y enérgica en otros, pero siempre llenándolo todo. No aparto mis ojos de Sophía. Entre las luces y las sombras que caen sobre la pista de baile, sus movimientos y energía lo llenan todo, haciéndome olvidar el lugar y lo abarrotado que está. Su cuerpo se mueve con una gracia magnética, insinuante pero controlada, marcando el paso de cada nota, sin perder nunca el dominio de sí misma y manteniendo bajo control a su compañero.
Casi puedo ver el desespero en aquel hombre. Sus manos buscan su cintura, sus labios se acercan a su cuello, tratando de despertar más en ella, pero no recibe la respuesta que desea, y me regocijo por ello. Ella lo frena, una y otra vez. Con una sonrisa, con un gesto suave, pero firme. Él la besa, con la intensidad de alguien que cree que está ganando, pero ella lo controla sin esfuerzo. Estoy seguro de que no planea llevarlo a su cama esta noche. Lo domina con una sutileza admirable, y eso... eso es lo que más deseo de ella. Quiero comprobar si podría tener ese nivel de dominio sobre mí.
Sonrío al recordar cómo Isabella tiene completamente a mi primo bajo su hechizo. Parece que esa es una habilidad que corre en la familia. Mis labios se humedecen mientras admiro el cuerpo frente a mí, las curvas de ella perfectamente delineadas por ese vestido verde que se ciñe a cada centímetro de su piel como una segunda capa, revelando sin mostrar demasiado. Sus dedos juegan distraídamente con el cabello castaño que cae en ondas suaves sobre sus hombros, y por un momento, me pierdo en la idea de lo que sería sentir esos mechones deslizándose entre mis manos.
Si fuera yo quien estuviera a su lado... ¿Sería igual conmigo? ¿Frenaría mis avances, manteniendo esa distancia calculada y elegante? ¿O dejaría que el control se desvaneciera, entregándose al deseo que sé que podría despertar en ella? Me pregunto si esos ojos seguirían brillando con esa chispa desafiante, o si los cerraría, rendida al fuego que nuestros cuerpos podrían desatar juntos. La incertidumbre me consume, pero no por mucho más tiempo. Pronto, muy pronto, saldré de la duda.
Ella se retira de la mesa y toma rumbo al baño, donde varias mujeres esperan ya en la fila, lo que me da el tiempo suficiente. Mi mirada se posa en el hombre a su lado, el idiota que cree tener alguna oportunidad con ella. Paso por detrás de su asiento sin prisa, rodeando su cuello con mi brazo en un movimiento tan rápido y preciso que apenas tiene tiempo de reaccionar. Estrangulo su aliento hasta que se desploma, inconsciente, con el vaso cayendo de su mano y quebrándose en el suelo en un murmullo sordo. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. La música, las risas, el ambiente cargado de deseo lo ahogan todo.
Doy la vuelta con calma, sintiendo la adrenalina vibrar en mis venas. Tomo el bolso que ha dejado sobre la mesa, el de la mujer que, esta noche, estoy seguro será mía. Al diablo Alexander y los futuros momentos familiares incómodos. Eso es un problema para mañana. Esta noche, ella es mi único objetivo.
Cuando la intercepto al salir del baño, su rostro se ilumina con sorpresa al verme frente a ella.
—Sebastián —susurra, mi nombre deslizándose de sus labios como si no lo esperara, como si no comprendiera aún que el bolso que llevo en mi mano es el suyo.