—Sebastián.
La distancia entre nuestros cuerpos desaparece, y antes de que ella pueda reaccionar, tomo con voracidad esos labios a los cuales debo darles una lección. Toda la ira y frustración de esta noche las descargo en ese beso, que de manera inequívoca grita mis intenciones. Su cuerpo reacciona deliciosamente a mi toque, siguiendo mi ritmo, como si yo no fuera el único que anhelara esto.
¿Será posible? No importa, mañana pienso... mañana pensaré. Aún tengo mucho que descargar y este beso, que nos roba el aliento, es solo el preludio.
Nuestros labios se separan, y la mirada cargada de deseo que me lanza es tan intensa que no puedo más que sonreír, satisfecho, ahora con una urgencia física despertando en mí. Mis manos están inquietas, desesperadas por recorrer esas curvas que me robarán horas de sueño. Pero me sorprende al halarme bruscamente de la camisa, obligándome a volver a su nivel. Me besa con tal intensidad, con tanta demanda, que siento como si estuviera absorbiendo parte de mi alma en ese contacto.
No me reconozco. Soy un hombre adulto, experimentado, y sin embargo, jamás me había sentido así, tan fuera de control. Mis brazos rodean su cintura, pegándola más a mí, permitiéndome sentir el roce de su cuerpo suave y tentador contra el mío.
El peso sobre mis hombros desaparece, y de pronto solo existe este momento, solo existimos nosotros y el calor que desprenden nuestros cuerpos.
—¿Tu apartamento o el mío? —pregunta jadeante, y no puedo evitar regocijarme. Incluso en este instante, su seguridad y valentía son lo que más me atrae de ella. Es una mujer en todo el sentido de la palabra, y al menos por esta noche, es mía.
—El mío está mucho más cerca —respondo con certeza antes de sacarla de aquí.
*** *** *** *** *** *** ***
"Solo será un abrebocas", me digo al abrir su puerta. Solo pensaba besar su cuello antes de llegar al apartamento, pero esta noche parezco un adolescente, y sin pensarlo, la acorralo contra el vehículo, y mis manos se deleitan apretando sus carnes, aumentando exponencialmente el erotismo del momento.
Las luces del estacionamiento se apagan a nuestro alrededor, como si una mano invisible fuera nuestro cómplice. La siento pelear con los botones de mi camisa, y deslizar sus manos por mi torso y espalda haciendo que un corrientazo recorra mi columna. Poco después, el aire se llena de jadeos contenidos por ambos. A estas alturas he hecho algunos movimientos contra su cuerpo que, indudablemente, le han dejado claro el estado de cierta parte de mi anatomía, así que ahora es momento de que yo también constate el suyo.
Un grito ahogado escapa de ella al levantarla y sentarla sobre el capó del coche. Separo sus piernas y acerco nuestros frentes. Siento su pecho subir y bajar agitadamente, mientras su aliento acaricia mi rostro. Mi mano se desliza por sus muslos, trazando una ruta hacia el norte, degustando en el camino la suavidad y calidez de su piel.
Un gruñido bajo sale de mi garganta cuando llego a su ropa interior y descubro que su humedad ha sobrepasado esa barrera hace ya un buen rato.
—Levanta las caderas —le ordeno, deslizando mis manos bajo su vestido ajustado—. Esto estorba.
—No me tortures más, te necesito —responde, con voz llena de urgencia, haciéndome casi perder el control.
Esas palabras encienden una nueva oleada de deseo que sacude mi cuerpo, haciendo que el instinto de ceder y complacerla aquí, en este mismo momento, se vuelva abrumador. Pero no lo hago, quiero que le quede claro cómo debe sentirse cuando un hombre de verdad la toque. Ella merece sentirse realmente mujer y quiero que sin importar lo que pase en el futuro, siempre piense en mí y la marca que dejo en ella.
—Levanta las caderas —repito al oído, para luego morder suavemente y halar del lóbulo de su oreja.
Creo que siente el mismo corrientazo que yo hace un momento, porque endereza su espalda y sus piernas se habrían cerrado de no ser porque mi cuerpo está entre ellas. Se apoya sobre el capó, levanta levemente su cuerpo y me permite retirar sus bragas con tranquilidad. Las guardo en uno de mis bolsillos mientras mi mano regresa a esa parte húmeda de su anatomía.
Lo hace a propósito, lo sé. Gime justo en mi oído, asegurándose de que no pierda un solo detalle, de que mi urgencia aumente aún más. Claro que lo está logrando, y de qué manera. Repite mi nombre en un tono tan sensual que mi ego crece, haciéndome sentir invencible. Y entonces, su cuerpo tiembla, explotando en mi mano mientras se aferra a mi cuello, jadeando entre mis brazos.
—Es hora de subir —le digo complacido, ganándome una mirada de reproche llena de deseo.
—Vas a pagarme esto, Sebastián —responde, haciéndome soltar una carcajada cuyo sonido resuena en el eco del lugar.
—Me arriesgaré.
La tomo por la cintura para guiarla hacia el apartamento. Entramos al ascensor y, al observar su reflejo en el espejo, ordena un poco su cabello y alisa su vestido, aunque, a mis ojos, no lo necesita. Está perfecta, cada detalle de ella me resulta irresistible, sobre todo esta noche. Antes de que las puertas se abran, la abrazo por detrás y le susurro:
—Ve delante.
Ella se ríe y me lanza una mirada traviesa por encima del hombro.
—¿Temes que nos encontremos con alguien en el camino? —pregunta, con una sonrisa burlona—. ¿O te avergüenza que vean la carpa que tienes montada en los pantalones? —añade, lanzando una mirada divertida hacia mi entrepierna.
Se oyen los pasos de un hombre que evidentemente se acerca al ascensor, y rápidamente la pego a mí para seguir caminando mientras preparo mi contraataque.
— ¿Qué se siente caminar sin ropa interior frente a un total desconocido? ¿Te excita? —frena nuestro avance y me mira desafiante.
Los pasos se oyen cada vez más cerca y distinguimos la silueta de Frank, un vecino que parece salir de fiesta.
—Pronto lo sabremos.