Hoy decido llegar antes de lo usual a la oficina. Algunos temas que maneja Alexander están cayendo en mis manos, y eso hace que los correos y las juntas se acumulen como nunca. El portero abre la puerta y me saluda formalmente, como cada mañana. Me sorprende encontrar a alguien más aquí; normalmente, a esta hora, solo veo a las empleadas de servicios generales.
Sin embargo, el uniforme a lo lejos es el de una administrativa. La administrativa habla animadamente con la persona que está limpiando el ascensor.
—Buen día, jefe —me saluda la mujer que limpia el ascensor—. Ya estoy terminando.
—Buen día, Evelyn —le respondo. Ella es la única con quien me cruzo a esta hora—. No hay problema, yo espero.
—Buen día, jefe —dice Cloe con una sonrisa.
Frunzo el ceño al darme cuenta de que Cloe está aquí. Faltan tres horas para que comience su jornada laboral. ¿Qué hace aquí?
—Buen día, señorita Cloe —la saludo—. ¿Tiene un horario especial?
Por primera vez, su sonrisa se borra, haciéndome entender que mi pregunta sonó despectiva. No era mi intención, pero tampoco lo voy a corregir.
—No, señor. Es que aún tengo códigos que memorizar e instructivos por leer. Prefiero estudiarlos a esta hora, cuando no hay distracciones.
Evelyn retira los elementos de limpieza del ascensor y lo desbloquea.
—Ya pueden usarlo —nos indica—. Gracias por el pan. Te cuento después qué tal me parece. Ya dejé el café hecho —le dice a Cloe.
—Gracias, Eve, eres un sol —responde Cloe, recuperando su sonrisa mientras sube al ascensor.
Subo con ella. Nuevamente me sorprende positivamente; parece que de verdad se esfuerza y se está integrando bien al equipo, no solo con los hombres, como supuse al principio. La puerta se abre y ella sale, pero antes de que se cierre, la detiene.
—Si hubiera sabido que usted también madruga, habría traído algo mejor —me extiende una bolsa de papel—. Ahora le llevo café para que pueda comerlo.
Curioso, recibo la bolsa y miro el contenido: un croissant tibio.
—Gracias, pero ¿no era el suyo?
—No, aquí tengo el mío —muestra otra bolsa igual—. Suelo traerle a la primera persona que llega a la oficina, pero hoy fue usted —sonríe.
La energía de esta mujer es contagiosa. Sonrío sin darme cuenta y me encuentro pensando que es dulce y alegre; quizá seguirá un rato en algunas de mis fantasías.
—Debería sonreír más seguido, le queda bien, jefe —me hace un guiño y la puerta se cierra.
¿Está intentando flirtear conmigo?
La tentación parece estar muy presente en mi vida estos días, y a duras penas he podido evadirla. Considerando que "he usado su imagen" obviamente sin permiso, he decidido, a modo de compensación, encargarle a Fausto que la lleve a la clínica de forma discreta mientras Alexander siga allí.
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Tengo un dolor de cabeza terrible. Demasiado tiempo frente al ordenador y reuniones tensas con varios "inversores". Llego a la clínica, obviamente para visitar a Alexander, pero también espero verla. Siempre espero verla. Para mi sorpresa, la encuentro en un pasillo, sentada hablando con mamá.
No sé de qué hablan, pero parece que se entienden bien, y eso me gusta. Me acerco a ellas, siendo mamá la primera en verme.
—Hola, bebé —me saluda como siempre, sin importarle quién esté al lado.
—Hola, má —beso su mejilla y la abrazo.
—Sophía, te presento a mi hijo, Sebastián —empieza a hablar.
—Sí, señora, ya nos conocemos. Temo que me he aprovechado de su hijo varias veces.
Trato de no sonreír ante el juego de palabras que ha elegido. Lo malo es que mamá me conoce y sé que ha detectado mi gesto oculto.
—Pues me alegra escuchar eso. Si se porta mal contigo, me avisas.
Me sorprenden esas palabras. ¿Ya intercambiaron números?
—Tranquila, no dudaré en llamarla si tengo quejas de él. Lo siento, Sebastián —se disculpa Sophía—. Ya estoy por iniciar turno, debo retirarme. Fue un placer conocerla, señora.
La vemos alejarse. Bueno, posiblemente yo la veo; mamá me escudriña con la mirada.
—Me agrada. Una mujer así es la que debes conseguir —dice.
—Te amo, mamá, pero no iniciemos ese tema.
Menea la cabeza y me toma del brazo.
—Yo me voy, pero me avisan si pasa algo.
Nos despedimos y luego entro a la habitación de Alexander. Papá y el abuelo están allí.
Alexander parece tener mejor color, pero sigue sin despertar. Es momento de tener una plática.
—Cuentas con nuestro total respaldo para manejar esta situación. Tu padre y yo lo hemos conversado y concluimos que es lo más prudente que podemos hacer —responde el abuelo a mis solicitudes.
De pronto, el abuelo extiende la mano, y es entonces cuando papá y yo nos damos cuenta de que Isabella acaba de entrar en la habitación.
—Encuentra quién fue y hazle pagar a quien le disparó a tu primo —continúa el abuelo.
Miro a Isabella y estoy casi seguro de que ella no estaba preparada para escuchar una conversación así, pero no hay forma de seguirle ocultando todo, así que decido hablar abiertamente delante de ella.
—Quiero hacer cambios permanentes y tomar el control de los hombres de Alexander.
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La plática termina con el ingreso de Cloe a la habitación, quien esta noche no pudo convencer a Isabella de ir a descansar.
—Ella no es así de terca —dice Cloe mientras la llevo a su casa—. Debe ser un pálpito.
La miro sin entender qué es eso y parece que mi mirada lo gritó.
—Un presentimiento —aclara.
Si Isabella se queda en la clínica, lo más lógico era que yo llevara a Cloe a su casa, además de que ella está encantada de que lo haga. Durante el trayecto, recibe una llamada de su madre, quien, según alcanzo a escuchar, está contenta de que esta noche se quede en la casa.
—No es necesario, mamá. Mi jefe me está llevando —responde—. No, mamá.
No tengo idea de qué celular tiene, pero posee un volumen increíble sin estar en altavoz. La mamá le dice que me invite a comer a la casa en agradecimiento. Veo de reojo las muecas graciosas que hace ante los comentarios de su madre y emite respuestas en voz baja que obviamente escucho.
—Dile que sí, pero que no me puedo demorar mucho.
Me mira con una mezcla de asombro y pena en su rostro.
—Entonces aquí los esperamos —dice la voz al otro lado de la línea.
La madre de Cloe parece tan animada como su hija. Tengo curiosidad por saber qué tipo de ambiente cría a una persona así.