Hoy comienza mi turno nocturno, pero decido llegar un poco antes para apoyar a mi hermana. Atravieso la recepción, dejo mis cosas en la sala de médicos y, cuando estoy por salir, veo a una de mis compañeras maquillándose.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que me preocupé por mi aspecto? Me da algo de tristeza pensar en eso. Hace unos días, por alguna razón, me sentí incómoda estando en la misma habitación con Cloe y Sebastián. No pude evitar pensar en lo bien que sabe arreglarse Cloe, y que si él no fuera gay, posiblemente se fijaría en ella, no en mí. Sonrío también al recordar que fue evidente que a Cloe le gusta Sebastián. Vaya sorpresa la que se llevará esa chica.
Es una tontería; no tengo motivo para arreglarme en este momento o para estar celosa. Si me arreglo ahora, posiblemente el doctor Dylan Moore pensará que lo hago por él, como respuesta a sus recientes galanteos, y nada podría estar más alejado de la realidad. Ese hombre está muy lejos de mis gustos. Tengo preferencias físicas para una pareja, como cualquier persona, pero la realidad es que eso no es un factor decisivo para una relación real; solo lo es para un revolcón, y ese hombre solo fue eso: un revolcón.
Un error de juicio, eso fue. Sucedió una vez, como consecuencia del aburrimiento y un par de copas en un bar cercano, pero desde entonces, Dylan ha estado buscando que ese encuentro se repita y, según entiendo, que sea más que encuentros casuales. No creo estar lista para eso; además, no me agradan los hombres engreídos.
Dylan es un gran médico, eso debo admitirlo, pero tiene un ego tan inflado que parece levitar, y eso me estresa. Nació con la vida resuelta, pues proviene de una de esas familias que parecen solo engendrar médicos, como si no existieran otras profesiones. Me regaño por ese pensamiento tan tonto. Ahora que lo analizo, es lógico que si tu familia tiene la mayoría accionaria en hospitales y clínicas, quieras que tus hijos continúen el legado familiar.
Ingreso a la habitación de mi cuñado y encuentro el lugar lleno. No digo nada al respecto, pero ahora es más evidente que son una familia con mucha influencia. Saludo a todos y ahí me presentan a la señora Rouse, la madre de Sebastián. Ella es una mujer muy elegante y, en apariencia, sensible. Me gusta la forma en que trata a mi hermana, como a un m*****o importante de su familia. Miro al grupo en general y, aunque la expresividad no es la característica predominante en los hombres, el tipo de conversación que tienen siempre denota un orgullo familiar.
Chequeo la historia médica. Aún no hay cambios en el estado de Alexander, pero en cualquier momento podría despertar. El abuelo y el papá de Sebastián están en una videollamada con otro hombre, quien, según me entero después, es otro hijo del abuelo. Así que decidimos salir las mujeres para darles algo de privacidad.
—Es una chica muy valiente —dice la señora Rouse cuando Isabella se retira rumbo al baño.
—Sí, lo es.
Antes de su repentino matrimonio, nunca habría pensado eso de mi hermanita. Para mí, Isabella siempre fue una niña algo tímida y medio santurrona. No me malentiendan; no creí que mi hermana fuera tonta, pero no era de las que se arriesgan en la vida. Para mi sorpresa, defiende a su esposo; no lo quiere dejar, pese a que ya le he hecho ver que algo turbio hay aquí. Aunque estoy segura de que ella ya lo sabía.
¿Pesan más las cosas buenas que las malas en Alexander? Eso espero. Solo me queda confiar en el buen juicio de mi hermana.
La señora Rouse me cae tan bien que ya hemos intercambiado números. Dice que cuando todo esto pase, piensa organizar una reunión familiar para que nos podamos integrar todos. Me parece una gran idea; creo que esta mujer sería una gran influencia para mi madre.
—Hola, bebé —esas palabras me obligan a suprimir una sonrisa al darme cuenta de que el receptor de ese dulce saludo es Sebastián.
—Hola, má —la saluda con un beso en la mejilla y un abrazo.
Me gustó presenciar ese momento. Es lindo ver a un hombre de apariencia tan masculina como Sebastián siendo tierno con su madre. Parecen tener una bonita relación, lo cual me hace suponer que ella debe conocer los gustos de su hijo.
—Sophía, te presento a mi hijo, Sebastián —trata de presentarnos la mujer.
—Sí, señora, ya nos conocemos. Temo que me he aprovechado de su hijo varias veces.
Después de decir eso en voz alta, caigo en cuenta de lo raro que sonó. Afortunadamente, no creo que pensamientos raros pasen por la mente de la mujer, dadas las preferencias sexuales de Sebastián.
—Pues me alegra escuchar eso. Si se porta mal contigo, me avisas —le sonríe con familiaridad.
—Tranquila, no dudaré en llamarla si tengo quejas de él. Lo siento, Sebastián. Ya estoy por iniciar turno, debo retirarme. Fue un placer conocerla, señora.
Antes de retirarme miro a Sebastián, y mi garganta se seca. Está tan guapo.
✿︶︶︶︶︶︶︶︶✿
El celular suena con la urgencia de una emergencia. Cuando me desocupo, le devuelvo la llamada a mi hermana, esperando por fin escuchar la buena noticia.
—Despertó —chilla Isabella—. Por favor ven, quiero que lo veas.
—Me desocupo y paso —le digo en voz baja, pues hay mucha gente esperando servicio, a pesar de que somos tres los médicos en turno.
Aunque la cantidad de pacientes ya ha bajado, tres horas después sigue habiendo gente esperando turno. No quería, pero tuve que pedirle ayuda al doctor Dylan.
—Necesito un favor —lo abordo apenas suelta al paciente—. Debo ausentarme un momento, ¿me cubres?
—Claro, lo que quieras —dice con una sonrisa.
Habría preferido pedirle el favor a mi otro compañero, pero su consulta está demorada.
—Claro, solo invítame una cerveza después del turno —dice el muy iluso.
—Te lo cambio por un desayuno —cruzo los brazos sobre mi pecho y él sonríe.
—Lo tomo.
Atravieso los pasillos en búsqueda del elevador para ir al tercer piso, que es donde están las habitaciones especiales.
—Por fin puedo conocerte, aunque no fue en las mejores circunstancias —le digo a Alexander.
—Perdón, pensábamos invitarte a una cena en nuestro apartamento para terminar de limar las asperezas —dice mi cuñado, aparentemente apenado.
—¿Qué apartamento? —habla de una vez el abuelo, quien estaba detrás de nosotros en una silla—. No estarán pensando en irse de la casa, ¿verdad? Ahora menos que nunca pueden hacer eso; Alexander necesita cuidados especiales y en la casa hay suficiente ayuda.
Hay un cruce de miradas extraño entre Isabella y Alexander, y luego una conversación incómoda a la cual prefiero no prestarle atención. Destapo su herida para validar su evolución y confirmar lo que veo en la historia clínica.
—Bueno, los dejo discutiendo, pero antes de irme, recuerden que la enfermera deberá hacer curación diaria —interrumpo la conversación y luego miro a mi hermana—. Espero que ese vaso de yogur que está en la caneca sea tuyo o de algún otro visitante. Recuerda que se les entregó un listado de alimentos que Alexander no puede consumir aún para evitar irritar la herida.
—¿Cuándo puede ir a casa? —la miro sorprendida por esa pregunta.
—Aún es muy pronto para pensar en eso. Fue una operación complicada por la zona en que se alojó la bala. Alexander está vivo de milagro.
Baja la cabeza, apenada.
Salgo de ahí contenta de saber que, por fin, mi hermana dormirá tranquila y que, de paso, torturará sagradamente a su marido con la alimentación. Hablando de alimentación, estoy a veinte minutos de terminar mi turno, así que vuelvo a urgencias a terminar el turno y de paso salgo con Dylan a desayunar. Una promesa es una promesa.
—Deberíamos hacer esto más seguido —dice Dylan.
Estamos en una pequeña pero bonita panadería cercana. El olor a pan caliente es increíble y el café es muy decente.
—Es agradable —concuerdo con él en que comer cosas ricas y acompañada me gusta.
—Déjame invitarte a estas cosas. Dame la oportunidad de mostrarte que puedo ser el tipo de hombre que necesitas.
Dejo de prestar atención a mi desayuno y lo miro por un momento. Sus palabras están lejos del discurso sentimental que toda mujer quiere escuchar, pero sí tocan un punto que me hace pensar: "El tipo de hombre que necesito". Dylan físicamente atrae; todas las enfermeras se desviven con sonrisas coquetas al verlo.
Acaricia suavemente una de mis manos que está sobre la mesa. Tal vez lo estoy juzgando mal y veo su ego más grande de lo que es. Puede que tenga otras virtudes que no le he dado la oportunidad de mostrar. ¿Será que debo dejar de penar en el hombre que quiero, y cambiarlo por el que necesito?