Hace solo unas horas no habría imaginado que estaría esta noche en mi apartamento con Sebastián, mucho menos que pasaría la gran vergüenza gracias al idiota de Terry. ¿Por qué no puede simplemente aceptar que todo terminó?
—Espérame un momento, traigo el botiquín —digo, descargando las llaves en un mueble y dejando el morral sobre una silla.
—Realmente no es necesario, esto no es nada —dice, tocando su rostro.
—No te hagas el fuerte, Sebastián. Ya te dije que es por mí, no por ti. Además, agarrarte a golpes con él tampoco era necesario. Ya te había dicho que yo sola podía.
Tomo rumbo a mi habitación para cambiarme la ropa por algo más cómodo y traer el botiquín. No demoro mucho ahí, pero esos cinco minutos son más que suficientes para analizar un poco las cosas. Tengo en mi sala a un hombre que físicamente es como me gusta: grande, ejercitado, valiente, con un rostro apuesto que parece gritar peligro. Es rico, soltero y sin hijos; debe tener unos treinta o treinta y pocos años. Es extremadamente educado y medido en sus acciones, ama a su familia —según me doy cuenta—, es agradable hablar con él, y esa renuencia a dejarse conocer lo hace aún más interesante. Lo he descubierto un par de veces tratando de evitar sonreír para mantener esa barrera y solo mostrarse como alguien serio.
Luego de ese listado de pros, debo hacer la lista de contras: le llamo la atención solo como amiga, no como mujer; le caigo bien, si no, no me habría ayudado hace un momento exponiéndose a un golpe. Lo otro malo es que no creo que sus actividades sean del todo lícitas, al igual que las de su primo. Resumen: hay muchos más pros que contras. El hombre es perfecto; es todo lo que quiero y necesito.
Río sin realmente parecerme gracioso y miro al techo, moviendo la cabeza en señal negativa tras llegar a la conclusión más lógica a la que puedo llegar: a Sebastián le gustan los hombres, es gay. Eso tiene sentido; es demasiado perfecto. Con eso en mente, debo empezar a sacarlo de mi cabeza y buscarle otro rostro a mis fantasías.
Siendo así, supongo que puedo relajarme un poco más a su lado, pues no me mira como mujer. Me quito el uniforme y me pongo una camisa de tiras y una pantaloneta corta. La noche es calurosa, así que igual terminaría usando esto para poder dormir. Tomo mis pantuflas de felpa, cortesía de mi hermana, y antes de salir, agarro el botiquín que mantengo en mi baño.
Lo encuentro de pie, curioseando en la biblioteca. Echo un vistazo rápido a mi apartamento y creo que me da algo de vergüenza. Sebastián está acostumbrado a lugares lindos y lujosos, y en comparación, mi apartamento es cómodo, pero le falta el brillo y glamour que indudablemente debe tener el suyo.
—Qué desperdicio —digo en voz baja al verlo ahí de pie y repasar las dimensiones de ese cuerpo.
—¿Qué dijiste? —voltea a verme con un pequeño libro en la mano.
—No, nada. Que disculpa la demora.
Levanto el botiquín en mi mano y luego le señalo una silla para que sepa que quiero que se siente para poder empezar.
—Decidí ponerme cómoda de una vez, espero que no te incomode —digo, al darme cuenta de que parece algo incómodo por mi apariencia.
Normalmente no saldría así ante ningún hombre, pero este caso es diferente. Sebastián no se fijará en el voluminoso tamaño de mi busto y definitivamente no tendrá efecto alguno en él que esté mostrando las piernas.
Aclara su garganta y entonces avanza hasta la silla, aún con el libro en la mano.
—No imaginé que te gustaran los mangas —dice, mostrándome el libro en su mano.
—También miro ánime, pero al final siempre termina ganando mi amor por los libros —confieso, mientras limpio con suaves toques la pequeña magulladura—. *The Ancient Magus' Bride* fue un manga que me gustó mucho.
Entonces cierra los ojos y deja caer su cabeza hacia atrás. Agradezco que hiciera eso, pues, pese al nuevo dato que tengo de él, me estaba empezando a sentir incómoda al tener su rostro tan cerca de mi busto. Aunque más que nada, mi imaginación se puso a mil al poder sentir el calor de su piel y tener tan a mi alcance sus labios. Son unos lindos labios. Ahora soy yo quien aclara la garganta para hablar.
—Déjame ver tus nudillos.
Abre los ojos nuevamente antes de pasarme una mano. Mientras me aseguro de que no tenga lesiones en los nudillos, puedo observar varias marcas que indudablemente son de viejas peleas. Siento su mirada en mí, así que decido dejar la tontería a un lado y mirarlo.
—¿Qué tengo? —pregunto, al percatarme de que está detallándome, casi como si tratara de analizarme.
—¿Ese era tu exmarido?
Se había demorado en preguntar eso, pero sabía que lo haría, junto con otro montón de preguntas incómodas para mí, pero a las cuales, supongo, después de lo de esta noche tendré que responderle.
—Parece que esta noche nos hemos vuelto un poco más cercanos —digo, tratando de bajarle la seriedad que acaba de tomar el ambiente—. Sí, es mi ex, y aunque hace mucho terminamos, insiste en que yo le pertenezco, aun cuando le descubrí una aventura y no pudo negarlo.
—¿Te ha lastimado?
¿Cómo le bajo la seriedad a esa pregunta? No se puede, así que respondo lo mejor que puedo.
—No me gustaría responder eso, pero lo que sí te puedo decir es que nunca la ha tenido fácil.
Su ceño se frunce, así que no puedo evitar poner un dedo en su rostro, tratando de difuminarlo.
—Borra esa expresión uraña de tu rostro; te vas a arrugar por problemas que no son tuyos. Además, te ves mucho mejor cuando sonríes. Tienes una linda risa.
Estamos en medio de un intercambio de miradas cuyas vibras, según yo, son totalmente hetero, pero tal vez es solo la fascinación que tengo por este hombre. Así que decido cortar lo que sea que creo que está a punto de pasar.
—Ahora sí podré dormir bien, casi, casi sin cargo de conciencia. Solo asegúrate de ponerte algo frío en el rostro para que no amanezca inflamado.
Doy dos pasos atrás y, afortunadamente, él entiende la indirecta, pues se levanta y deja el libro en su puesto.
—También tengo mangas, pero de género diferente al suyo.
—Tal vez algún día pueda verlos —sonrío, acompañándolo hasta la puerta.
—Quizás —dice, tras despedirse por primera vez de mí con un beso en la mejilla.
Lo miro sorprendida.
—Le escuché a alguien decir que ya teníamos cierta confianza.
Y lo veo desaparecer por el pasillo.