—Espérame, voy por mis cosas y me despido de Isabella —dice Sophia, y desaparece rápidamente por el pasillo.
Claro, está saliendo de turno, es mujer, así que mínimo tomará su bolso. Parece que tiene razón; ya no estoy pensando con claridad. Necesito descansar para evitar cometer errores que pueda lamentar. Para mi sorpresa, no lleva un bolso delicado, sino un morral que parece pesar toneladas. Apenas se acerca, lo tomo.
—Yo puedo —protesta por mi ayuda.
—Lo sé, pero me sentiría mal caminando con las manos vacías mientras tú cargas tanto peso.
—¡Oh! Entonces no lo haces por mí, sino por ti —responde, haciéndome mirarla de reojo. No puedo evitar sonreír ante su comentario—. Sabes sonreír.
Ella también sonríe, y continuamos nuestro camino hasta el estacionamiento. Desactivo el seguro y le abro la puerta del vehículo, aunque, para mi mala suerte, la vista de hoy no es tan espléndida como la de la última vez. Hoy lleva puesta una pijama azul de médico, así que está en pantalones.
—¿Qué quieres comer? —pregunto al poner en marcha el vehículo.
—A esta hora, una hamburguesa.
No me gusta la comida chatarra, pero supongo que, debido a la hora, es lo único que encontraremos abierto.
—Entonces, comida rápida será.
Conversamos durante todo el trayecto y, aunque fueron solo trivialidades, fue algo agradable. No hablar de trabajo, de familia o de armas se sintió bien. Al llegar al local y hacer el pedido, el tono de la conversación cambia, tal como lo esperaba. Ella sabe que tenemos algo ilegal, aunque no está segura de qué. Tiene un instinto muy desarrollado, y tengo curiosidad por saber cómo lo desarrolló, pero no puedo hacerle esas preguntas ahora. Quizás en el futuro, si hay más confianza. Al fin y al cabo, es casi familia, así que seguramente estará presente en muchas navidades de aquí en adelante.
—No somos narcos ni contrabandistas, así que tranquila. Solo que somos el blanco de muchos de ellos debido al negocio familiar.
No tiene sentido explicarle todo con lujo de detalles, así que por el momento, esta verdad a medias debe bastar. No está convencida; supongo que mi pequeño acto en el ala de urgencias puede estar jugando en mi contra, pero no dice nada más al respecto.
—Sebastián, ¿debo preocuparme por Isabella?
—Mientras Isabella siga las medidas de seguridad correspondientes y me deje organizar su esquema, te aseguro que nada le pasará.
Creo que, de alguna manera, Sophia se siente aún responsable de cuidar a Isabella. Supongo que ese rol de hermana mayor nunca desaparece, por eso estoy aquí. Asiente con la cabeza y toma un gran sorbo de gaseosa. No se cuida mucho para ser doctora.
—Confío en ti, te la estoy encargando, Sebastián.
No quiero fallarle a la dueña de esos ojos esmeralda, así que le confirmo que la cuidaré como si fuera mi hermana también. Es hora de llevarla a casa. Una vez en el coche nuevamente, el cansancio finalmente se refleja en su rostro y está casi dormida cuando llegamos a su casa. Está retirándose el cinturón de seguridad cuando su mano se detiene a mitad de camino. Su mirada está fija en un hombre corpulento que se acaba de levantar de las escaleras.
—¿Me cambiaste por este pedazo de basura? ¿Por un riquillo? No creí que fueras tan perra —grita el sujeto.
—Perdón, Sebastián, debes irte —dice Sophia, ocultando su rostro y tomando apresuradamente su morral para bajar del vehículo.
El hombre no está contento y es tan alto como yo. Apenas Sophia baja, él la agarra bruscamente por un brazo. Sophia intenta defenderse empujándolo con fuerza, pero el hombre apenas se mueve.
¿Irme? Claro que no. Esta es la oportunidad que he estado esperando todo el día para desquitarme con alguien, además de que obviamente no la voy a dejar sola. Bajo del vehículo y me paro a un lado del sujeto.
—¡Hey, tú! —digo en voz alta para llamar su atención—. Suéltala.
El hombre me mira con asombro. Supongo que no esperaba que alguien casi tan grande como él bajara de un vehículo como este. Me examina de arriba a abajo, así que yo hago lo mismo. Viste ropa deportiva y es fácil darse cuenta de que se mantiene en buena forma. Creo que este sí me dará una pelea decente.
—Hagamos una cosa —digo mientras me arremango la camisa—. El primero que toque el suelo, pierde.
—No, Sebastián, te lastimará. No tienes por qué hacer esto. No es la primera vez que pasa; sé manejarlo.
El hombre no la suelta, a pesar de que ella forcejea para liberarse de su agarre. De pronto, la mira a ella y luego a mí.
—¿No quieres que dañe su cara de niño bonito? Entonces eso es precisamente lo que haré.
La suelta y viene hacia mí con una gran sonrisa y los puños levantados. Sabe algo de pelea; su postura es decente, no la mejor, pero sirve. Intenta darme un par de derechazos, pero logro esquivarlos, lo que lo desespera. Yo, por mi parte, solo estoy interesado en infligirle dolor; no quiero que esto termine pronto. Así que le golpeo las costillas con un gancho, haciéndolo doblarse por un momento. Solo estoy logrando que se enfurezca más y ponga más empeño en la pelea. Si esperaba encontrar a un debilucho, ya debería haber salido de esa ilusión. Por fin logra asestarme un par de golpes, uno de ellos en el rostro.
Por fin esto se pone interesante, pese a los gritos de fondo de Sophia. El sujeto está completamente concentrado en mí, y entonces sucede lo inesperado.
—¡Terry! —grita Sophia—. ¡Recibe esto!
El sujeto voltea a mirar, y un morral que parece llevar un ladrillo golpea su cabeza, haciéndolo caer. Mientras Terry se queja, Sophia se pone a su lado, recoge el morral y le da una patada en las costillas.
—Estás en el suelo. Perdiste, así que lárgate y entiende de una vez que no quiero estar contigo. Terminamos hace mucho.
Observo la escena completamente extasiado. Luego, Sophia me mira con una expresión enojada.
—Tú, ven conmigo. Si no, mañana tendrás el rostro morado y me sentiré mal cuando te vea.
Comienza a caminar hacia la entrada del edificio, abre la puerta y vuelve a mirarme.
—¿Qué esperas? —dice, con los brazos en las caderas, y continúa hablando—. Además, lo hago por mí, no por ti.
Sonrío levemente ante el comentario y la sigo.
—Tengo curiosidad, ¿qué cargas en el morral?
—Un libro de medicina —responde como si fuera lo más normal del mundo.
Subimos la escalera hasta el segundo piso y, mientras lo hacemos, por más que intento recordar, no logro que ninguno de mis libros de estudio fuera tan grande y pesado como esa monstruosidad que ella carga.
—Existen los libros digitales y el internet, ¿sabías? —digo mientras ella introduce la llave en la chapa de su apartamento.
—Lo sé, pero haberlo golpeado con un portátil no habría sido tan satisfactorio.
Ahora sí, no puedo aguantar más la risa y me río abiertamente.
—Tienes razón.