Estuve a punto de transgredir una norma: besarla y hacerle quién sabe cuántas cosas que, indudablemente, habría disfrutado. No es que me preocupe la advertencia de Alexander de no meterme con ella; es más por el hecho de que, al ser la hermana de Isabella, podría ser incómodo para todos nosotros si solo la tomo como amante por un rato y luego me la encuentro en todas las reuniones familiares. Todo sería diferente si fuera ella quien propiciara las cosas, quien creara el momento. Pero, hasta ahora, su lenguaje verbal y no verbal no me ha dado indicios de que yo le guste.
Cuando volvió de su habitación con un atuendo tan pequeño, creí que eso podría ser un indicio, pero su comportamiento seguía sin mostrar signos de coquetería o malicia. Así que debí aferrarme a ese libro para contenerme y no bajar las delgadas tiras de esa camisa, sentir la suavidad de su pecho en mis manos y capturar uno de sus pezones en mi boca. Sabía que tenía hermosas piernas, pero ni el vestido de la otra noche ni la camisa de la pijama de médico permitían dimensionar las bellas curvas de su cuerpo.
Voy camino a mi apartamento, aún con la duda de lo que está pasando por la mente de esa mujer. ¿Acaso le soy tan indiferente que simplemente no le importó mostrarse ante mí con esas prendas tan provocativas? ¿Cree que soy de piedra?
Pues no lo soy, y toda ella estuvo por un buen rato al alcance de mi brazo. Su perfecto busto estuvo frente a mis ojos el tiempo suficiente como para generar la necesidad de poner el libro estratégicamente sobre mi entrepierna y evitar la visibilidad de su efecto en mí. Literalmente, solo habría tenido que estirar mi brazo para ponerla en mis piernas y disfrutar de todo lo que, estoy seguro, ese cuerpo sería capaz de hacerme sentir.
Tengo la imaginación a mil en este momento y me conozco lo suficiente como para saber que debo abstenerme de hacer cualquier cosa en este estado. Me obligo a llegar al apartamento, darme un baño y descansar, aunque no es fácil. Por un lado, me siento culpable por lo sucedido con Alexander; creo que debí obligarlo a aceptar mi seguridad y no solo vigilarlo de lejos esperando a que madurara. Y por otro, está lo que acaba de pasar con Sophia.
Siento que esa mujer me tienta sin siquiera intentarlo, y eso es desconcertante. Lo que sí me quedó claro hoy es que físicamente no tiene nada que envidiarle a Katya, y que me parece fascinante esa mezcla extraña entre su temperamento templado y su evidente vulnerabilidad en muchas situaciones. Acabo de pensar una tontería, debo estar loco o necesitar un psicólogo, pero creo que tiene un temperamento similar al de mamá, y eso hace que de alguna manera la separe del rebaño y me genere el impulso de ayudarla.
—Maldición —mascullo con frustración, pues tras esa conclusión no puedo ni siquiera considerarla para pasar un rato.
Tres horas de sueño fue todo lo que pude conseguir, eso y despertar con una dolorosa erección patrocinada por un par de prendas pequeñas. En serio, solo fue un sueño, pero se sintió muy bien poder tocar ese cuerpo y generar expresiones de éxtasis en ese rostro que, hasta el momento, me ha sido esquivo. Casi al final, durante un pequeño intercambio de miradas anoche, alcancé a sentir que existía un gusto, una conexión, pero fue algo que desapareció tan rápido como llegó. Ella rompió lo que creí era un momento; si solo hubiera durado dos segundos más, me habría atrevido a probar esos labios que parecieran invitarme a pecar.
¿A qué sabrá su piel? En mi sueño, imaginé la sensación de mi lengua lamiendo, y luego mis labios succionando para dejar en ella pequeñas marcas que, después de nuestro encuentro, le hicieran seguir recordando que fue mía. ¿Infantil? ¿Evidencia de inseguridades? No lo sé, pero lo que sí sé es que me excita poder dejar esas marcas en donde no se vean y saberme el único conocedor del estado exacto del cuerpo de mi amante, así sea de manera momentánea. Es terrible; ahora, la próxima vez que la vea, imaginaré en dónde quisiera dejar esa marca. Despierto ofuscado. Ahora sé que quiero tocarla, pero no puedo. No debo.
Tengo que desquitarme con alguien, y afortunadamente tengo candidatos para hacerlo. Tras un baño con agua fría y un pequeño trabajo manual que no hacía desde hace ya mucho tiempo, llego al lugar donde me esperan los dos hombres. Tengo a un conductor de barriga prominente y a un sicario herido, sentados en diagonal uno al otro. Puedo elegir por cuál de los dos empezar.
—Bueno, muchachos, para su mala fortuna, hoy quiero ver sangre —les digo, tras quitarme la camisa y dejarla en un lugar seguro para que no se manche.
Tomo de una puntilla en la pared un delantal de plástico, me lo pongo y prosigo a desatar, sobre una pequeña mesa metálica, el rollo de cuero que contiene mis juguetes preferidos.
—Iniciemos con esta pequeña pinza y un par de uñas; luego, según la necesidad, nos vamos poniendo creativos.
Sé que, aunque sonrío, mi mirada refleja toda la ira y frustración que siento. Estas dos mierdas ayudaron, por dinero, a lastimar a mi familia, así que si ellos no sintieron remordimiento al hacerlo, yo menos lo sentiré al escucharlos gritar y suplicar.
—Púdrete. Solo eres fama; no eres más que un riquillo con porte de malo —escupe el herido.
—Y llegó nuestro primer voluntario —digo, centrando mi atención en él.
Levanto, sin despegar del todo, las uñas de su mano derecha, y me deleito con los gritos e insultos que emite el infeliz en medio del proceso.
—Pregunta, te responderé lo que quieras —grita el camionero a mi espalda.
Volteo a verlo y, aunque aún no lo he tocado, tiene tal cara de terror que resulta muy divertido mirarlo. Incluso es claramente visible la humedad en sus pantalones, que ha escurrido hasta gotear por la silla y formar un charco en el suelo.
—No, no —lo miro con extrañeza—, las preguntas vienen más tarde. Por el momento, solo estamos conociéndonos. Ustedes se están ganando mi confianza.
Los ojos del hombre se abren de manera desmesurada al escuchar mis palabras. Nuevas ideas surgen una tras otra en mi cabeza, y me es difícil decidir cuál me parece más divertida.
—Vamos a cambiar de actividad. Soy un hombre que se aburre rápido y, recuerden, no se contengan al gritar.
Tomo un paño y limpio la herramienta antes de dejarla en su lugar e ir por la siguiente.
—Puedes conducir sin un dedo, ¿verdad?