No logro comprender cómo Sophía pudo elegir una profesión tan deprimente como la medicina. Desde antes de cruzar la puerta de urgencias, ya se ven rostros angustiados, y al entrar en la sala de espera, la situación empeora. Niños llorando, personas dobladas por el dolor y heridas leves componen el sombrío abanico de realidades que saltan a la vista. Este no es el tipo de ambiente que me gustaría para ninguna mujer, mucho menos para ella.
Es irónico que me desagrade este entorno, considerando que cuando trabajo de cobrador disfruto de la sangre y el llanto. Pero en mi defensa, no es la violencia lo que me satisface, sino la certeza de que el sufrimiento que infrinjo, ya sea físico o psicológico, dejará una marca en mis víctimas. Les obligará a reconsiderar las consecuencias de sus decisiones.
Nos dirigimos hacia la recepción de enfermería, conscientes de la mirada curiosa de la mujer tras el mostrador, quien evidentemente nota que no venimos por asistencia médica. Alexander toma la iniciativa y pregunta por Sophía.
—¿Es un asunto personal o laboral? —pregunta la enfermera con evidente desconfianza.
—Personal. Soy su cuñado y necesito hablar con ella urgentemente —responde Alexander con calma. Si no supiera que estos filtros mantuvieron al idiota de su ex alejado de Sophía, me habría impacientado con su actitud.
—Voy a averiguar dónde está, pero ¿les puedo pedir un favor? —dice inclinándose un poco sobre el mostrador, con un cambio de tono sorprendentemente más amigable mientras le hace una señal a Alexander para que se acerque.
—Si está en mis manos, claro —responde él.
—Esta noche haremos una despedida para un colega que se va a otro trabajo, pero la doctora Sophía no suele asistir a este tipo de eventos. ¿Podrían convencerla de que venga? Ella sale tan poco que sería bueno que desconectara un poco la mente.
—Haré lo posible —le promete Alexander.
A mí, sin embargo, no me hace ninguna gracia la idea de Sophía en una salida nocturna, y menos sabiendo que posiblemente estará presente ese compañero que muestra interés en ella. Aunque ya fui bastante "persuasivo" con Terry, no dejo de vigilarla para asegurarme de que no la moleste. Hasta ahora, solo se ha dedicado a su trabajo y su familia, lo que me había dado tranquilidad.
Tras hacer una llamada, la enfermera nos indica cómo llegar a la sala de médicos.
—¿Quieres hablar tú o lo hago yo? —le pregunto a Alexander mientras esperamos.
—Prefiero hacerlo yo. Con lo directo que eres, podrías asustarla —dice él, esbozando una sonrisa, lo que me arranca una risa sarcástica.
—Parece que no conoces tan bien a tu cuñada —respondo mientras reviso mi celular—. Sophía tiene un carácter fuerte. Se enfrenta a heridos, sangre, gritos y lágrimas todos los días. No creo que yo sea capaz de asustarla.
En ese momento, la puerta de la sala de médicos se abre y aparece Sophía con su uniforme verde de médico y su bolso al hombro.
—¿Le pasó algo malo a mi hermana? —pregunta alarmada al vernos.
Nos ponemos de pie de inmediato y nos acercamos a ella.
—No te preocupes, no es por eso —responde Alexander, intentando calmarla.
Ella nos observa, primero a él y luego a mí, antes de volver a centrarse en Alexander.
—Entonces, ¿de qué se trata?
Después de explicarle el motivo de nuestra visita, Sophía nos da su opinión, un análisis lúcido y certero que, debo admitir, me impresiona. Esta mujer nunca me decepciona. Su lógica impecable y su valor me intimidan un poco. Nos enfrenta directamente, cuestionando por qué estamos nosotros investigando en lugar de la policía, y afirma, con seguridad, que lo de Alexander no fue un atentado.
Aunque su mirada está fija en Alexander, soy yo quien se siente cautivado por la fuerza que proyecta.
—¿Debo preocuparme por la seguridad de mi hermana? ¿Ella está en peligro? —pregunta, seria.
—No dejaré que nada le ocurra —responde Alexander con firmeza—. Su bienestar es lo más importante para mí.
No me agrada su respuesta. Sé que ella captará lo implícito: le ha confirmado que hay peligro. Tengo que intervenir para suavizar la situación.
—Sospechamos que hay un traidor en el grupo —digo, buscando distraerla.
El celular de Alexander suena, interrumpiendo la creciente tensión.
—Hola, amor —lo escuchamos decir mientras se aleja hacia la ventana.
Quedamos solos en la sala, aunque podemos seguir escuchando la conversación de Alexander. Sophía rompe el silencio.
—Hace días que no te veía —comenta, y por un momento me siento halagado, aunque después me digo que podría ser solo una cortesía.
—Supongo que ahora solo coincidiremos en reuniones familiares —replico, observando su rostro con atención. Por un segundo creo ver algo de tristeza en sus ojos, pero desaparece tan rápido que me pregunto si lo imaginé.
Alexander regresa, todavía con el teléfono en la mano, y se lo pasa a Sophía. Nos lanzamos miradas cómplices; la situación es clara. Alexander está en problemas y Sophía no lo va a ayudar a salir de ellos.
—No te preocupes, escuchamos todo —le dice ella, tomando el celular. Su análisis rápido confirma lo que ya suponía: ella quiere que Alexander vaya a casa con Isabella para que la tranquilice. Y como está tan enamorado, él no va a discutir.
—Parece que tendrás que ir solo conmigo al tema de Yoshua. Isabella está nerviosa por lo del atentado, y no quiero causarle más estrés.
—No hay problema. Llevamos a la doctora a su apartamento y luego te dejo en casa —respondo con naturalidad.
—No, llévalo a él primero —dice Sophía, mirándonos—. Puedo tomar un taxi o un Uber. Lo importante es que lo lleves a él.
Parece que Alexander está dolido porque ella no lo apoyó y le reclama, pero Sophía lo pone en su sitio con firmeza, dejándole claro que no está de acuerdo con su permanencia en la vida de su hermana. Me encanta cuando lo hace.
Luego, dirige su mirada fría hacia mí.
—Y tú no deberías ser tan alcahueta. Llévalo a casa.
Me sorprende la naturalidad con que me regaña, casi me divierte. Aún así, no me gusta que lo haga delante de los demás.
—Alexander es un adulto, toma sus propias decisiones —le respondo—. No lo arrastro conmigo, y entre llevarte a ti o a él, prefiero llevarte a ti. Es más peligroso que tomes un taxi sola que dejar a este idiota solo.
Para mi sorpresa, se sonroja ante mi comentario, pero intenta defenderse.
—Aquella vez estaba muy cansada. No es común que me quede dormida.
—Bien, entonces lo llevo a él primero y luego te dejo a ti para que puedas descansar —digo con aire triunfante.
—Es lo mejor —interviene Alexander—. Si estás cansada, deberías descansar y salir otro día.
—Ya me comprometí a ir esta noche —dice Sophía, sorprendida porque sabemos de la salida—. Pero está bien, iré con ustedes. Primero lo llevamos a él— dice confrontándome.
Con una sonrisa, decido que Alexander irá en la parte trasera del coche. Prefiero tener a una mujer bella junto a mí que a mi primo.