Ahora entiendo la forma de ser de esta chica. Vive con su familia en un vecindario similar al de Sophía, pero con más personas en un apartamento del mismo tamaño, por lo que siempre hay alguien con quien hablar y mucho que hacer. Su madre nos recibe en la puerta y me agradece lo que ella considera un hermoso gesto.
Saludo a la madre y a tres hermanos menores que me observan con curiosidad. Calculo que el chico tiene unos catorce años y las gemelas, seis o siete. Todo funciona como un reloj en esa casa: una de las niñas pone la mesa, al chico le toca lavar la loza hoy, y la otra niña tiene otra asignación relacionada con la ropa, según alcanzo a entender.
La comida es simple, pero agradable. Cada uno cuenta sus experiencias del día, y hay una especie de retroalimentación que no observaba desde hace años. Cloe ríe de algún comentario tonto del chico, quien tampoco tiene pelos en la lengua para hablar.
—¿Y qué nos cuenta usted, señor Sebastián? —pregunta la madre.
Respondo lo que puedo para salir del paso: mucho trabajo en la oficina y tratando de ir a la clínica para apoyar a mi primo, cosas por ese estilo.
—Qué aburrido —responde una de las niñas.
—¡Jana! No seas grosera —la regaña la madre.
Río ante el comentario de la niña.
—Crecer no es tan chévere como lo pintan, así que disfruten todo lo que puedan ahora que pueden —digo en general a los niños.
Después de la comida, los envían a alistar las cosas para mañana y dormir. Cloe se retira por un momento con ellos, y la madre aprovecha para hablar a solas conmigo. Me agradece la oportunidad que le estamos dando a su hija.
—No se preocupe mucho por ella, estoy seguro de que le irá bien en la vida —digo, empatizando con la mujer.
Quería experimentar un ambiente diferente y lo encontré. Mi dolor de cabeza desapareció, supongo que gracias a la ola de recuerdos de una época que atesoro. Fueron seis meses los que duraron separados mis padres, y durante ese tiempo, me uní mucho a mamá. La vi llorar un día entero y luego, como por arte de magia, se levantó de la cama, me puso en cintura y le demostró a papá que no lo necesitábamos. Fue papá quien llegó rogando para que ella volviera.
—Eres mi motivación. Si tengo tu apoyo, no necesito nada más. Los dos podemos contra el mundo.
Me gustó sentir que lo que hacía ayudaba a mamá, que podíamos contra el mundo. No necesitábamos el dinero de papá ni las influencias del abuelo. Creo que fue ahí donde se formó mi personalidad protectora y donde analicé las cualidades de mamá, definiendo que, si algún día tenía pareja, debía tener la misma entereza que ella y saberme poner en mi lugar cuando perdiera el camino, tal como hizo mamá con papá.
—Debo confesar que me da algo de vergüenza que viniera aquí —dice Cloe, acompañándome hasta la puerta del edificio—. Este lugar no debe parecerse en nada al lugar donde usted vive.
Trato de recordar los detalles del estudio de seguridad de Cloe. Su padre los abandonó hace algunos años, así que la madre los está criando sola. Cloe trabaja de día y estudia de noche para pagar sus estudios y ayudar a su madre y hermanos.
Tengo un nuevo respeto por ella. Observo la calle semi oscura y los diferentes grupitos de muchachos en ella. En un vecindario así viví, y gracias a eso tengo algunas amistades que, aunque no son las más recomendables, conservo. Duin, el hombre que me está ayudando a rastrear a Yoshua, es una de ellas.
—No te preocupes, lo disfruté —digo mientras camino hacia el vehículo y la observo desde ahí, pero ahora con ojos nuevos.
Es más fuerte de lo que aparenta, aunque lo es de forma diferente a Sophía. Normalmente no me fijo en mujeres tan jóvenes, pero creo que tiene algunas experiencias que compensan su edad y la hacen más madura que incluso algunas mujeres mayores. Fuera de eso, tiene a su favor la sonrisa más contagiosa que he visto y una cintura tan pequeña que es imposible no notarla al pasar.
—Hasta mañana, Cloe —no puedo evitar sonreírle de verdad, lo cual hace que su rostro se sonroje levemente mientras me mira extrañada—. ¿Qué pasa?
—Nada, es que... su sonrisa se siente diferente. Perdón, estoy diciendo tonterías —continúa roja, pero no aparta la mirada.
Me sorprende que sea capaz de identificar la naturaleza de mi sonrisa. Le he sonreído antes, pero han sido sonrisas de cortesía o alguna que tiene un recuerdo artificial de ella haciendo cosas indebidas conmigo.
—Esta, sin duda, es mejor que su sonrisa anterior —ahora sí, no tengo duda de que está coqueteando conmigo.
—No deberías seguir por ese camino, podrías salir muy lastimada —respondo mirándola descaradamente.
—¿Estás mirando acaso a una niña? —su respuesta borra mi sonrisa. No la esperé.
—No, Cloe. Nadie al verte ve a una niña, pero yo no puedo acercarme a ti por muchas razones.
—Lo sé, no me gusta, pero lo sé —desaparece tras la puerta.
Pongo en marcha el vehículo para, por fin, ir a mi apartamento. No debo tocar a ninguna de las dos, así que debo buscar la forma de sacarlas de mi cabeza, pues sin saber cómo, se han alojado en mis fantasías y no quieren salir.
Al despertar, encuentro un mensaje de Richard. Podría decirse que él es un amigo. Necesita un favor; alguien acaba de escaparse con una cantidad generosa de su mercancía y necesita encontrarlo y hacer que pague.
—Sí sabes que no soy un maldito matón a sueldo, ¿verdad? —digo cuando devuelvo la llamada, casi a las seis de la mañana.
—Lo sé, pero eres el mejor cobrador que conozco. Además, mi rata salió directo a esconderse en tu agujero —pongo los ojos en blanco ante tan asqueroso juego de palabras, pero el maldito está encantado; lo escucho reírse al otro lado de la línea.
—Ja, ja, muy chistoso.
Cuando leí el mensaje esta mañana, pensé en darle un no rotundo. Ese no es mi problema; yo no produzco droga, no la vendo. Pero luego recordé que Richard está en L.A., así que no está de más si me ayuda a cuidar a Noah mientras busco la forma de ir a verlo. Quiero ir a ver a mi primo, acompañarlo en este momento tan delicado para él, pero tampoco puedo dejar solo a Alexander aquí.
Ya tengo el control total de la seguridad de la familia; mis hombres están muy bien entrenados, pero todo el asunto está muy fresco, así que no es prudente salir de la ciudad.
—Tengo una condición. He escuchado algo de un canje de favores, ¿es verdad?
La influencia de Richard en Los Ángeles está creciendo, además de que debo admitir que el gordito aquel me cae bien. Le explico lo que quiero y él accede.
—¿Puedo saber quién es realmente? —pregunta.
—No —mi respuesta es cortante, pero nos conocemos lo suficiente como para saber que no se va a molestar por eso. No me equivoco; pasa página y me da los datos necesarios para hacer el trabajo.
Una actividad más para mi apretada agenda, pero no importa.
Tomo el celular desechable de Ekaterina y envío un mensaje mucho más atrevido que los anteriores. Sonrío al imaginar todo lo que podría hacer con esto. Mañana, esta estúpida farsa con ella termina y los puntos sobre las íes serán puestos.
—Arturo, necesito que incluyas un nuevo punto en mi agenda. Te enviaré los datos de la "cita especial" a las dos.
Creí que encontrarlo sería fácil, pero, tal como dijo Richard, es una rata escurridiza. Arturo tardó casi todo el día en dar con él, lo que hizo que toda mi agenda se desajustara. Tuve que posponer el asunto con Ekaterina un día más, pero no tenía opción.
Después de hablar con Arturo, papá llama para avisarme que Alexander ha despertado. Los sonidos del fondo son una algarabía total, pues parece que soy uno de los últimos en enterarme. La señora Emma ya está en la habitación y llora de alegría.
El peso en mi conciencia se alivia un poco, pero no puedo bajar la guardia. La investigación del atentado sigue su curso y sigo cazando ratas, no solo la de Richard, sino también a la que se oculta entre nosotros. Los informes de seguridad de todo el personal están casi listos, pero hay uno en particular que quiero revisar, porque aunque me he resistido a creerlo, es la posibilidad que más podría afectarnos. Bueno, a mí no, pero sí a Alexander.
Quiero ver el nuevo informe de seguridad de Roberto. Por más que lo analizo, no se me ocurre nadie más capaz de moverse por toda la empresa sin ser detectado. Además, fuera de la familia,
él es quien tiene mayor acceso a todas las operaciones. Si la rata es Roberto, me aseguraré de darle un trato más que especial, uno a la altura de la reputación que me he creado en la ciudad.
Cuando salió el abuelo del poder y le empezó a entregar el control a Alexander, mis actividades de "cobranzas" se limitaron, pero antes de eso, muchos temblaban con solo escuchar que enviarían al cobrador. Muy pocos saben que soy el cobrador; la mayoría supone que se trata de alguien del barrio o algo así, debido a mis tatuajes y a que la gente no espera que alguien "bien" pueda ser capaz de hacer lo que hago y disfrutarlo tanto.