Sheyla se levantó torpemente, sus mejillas ardiendo de vergüenza mientras trataba de recuperar los papeles esparcidos por el suelo.
Nate, aún en el suelo, la observaba con esa mirada fría y calculadora que parecía atravesarla por completo.
Sin embargo, detrás de esa fachada dura, había algo más. Algo que Sheyla no alcanzaba a comprender, pero que la dejaba intranquila.
—Lo siento mucho, señor Kellerman, no fue mi intención… —balbuceó mientras recogía los contratos uno a uno, sin atreverse a mirarlo directamente.
—Levántate, Sheyla —ordenó Nate, su voz baja pero firme. Sheyla obedeció rápidamente, poniéndose de pie mientras él la seguía, su altura intimidante aún más evidente ahora que estaba a centímetros de ella.
Sheyla intentó entregarle los papeles, pero Nate no los tomó de inmediato. En cambio, sus ojos se encontraron con los de ella de una manera que hizo que el aire pareciera más denso.
Había algo en su mirada, un interrogante que ella no lograba entender. Justo cuando Sheyla comenzaba a sentirse incómoda, Nate rompió el silencio.
—Sheyla, eres muy joven —dijo finalmente, su tono imperturbable—. Investigué a todos mis empleados antes de regresar al país, y tú no fuiste la excepción. Pero lo que me intriga es que, a pesar de tu récord impecable, hay algo en tu expediente que no cuadra. Algo que parece estar… oculto, a penas tienes 20 años de edad y pareces ser perfecta.
El corazón de Sheyla se aceleró de inmediato. ¿Acaso él sabía? ¿Había descubierto su secreto? Todo su cuerpo se tensó al recordar el oscuro pasado que había intentado dejar atrás.
—No sé a qué se refiere —logró decir con la voz temblorosa, intentando mantener la compostura.
Nate dio un paso hacia ella, reduciendo aún más la distancia entre ambos. La tensión era palpable.
—No me tomes por tonto, Sheyla —su voz era un susurro amenazante, pero había algo más en su tono que la desarmaba, algo que no esperaba—. Voy a averiguar lo que escondes. Y cuando lo haga, asegúrate de que estarás lista para las consecuencias.
Sheyla sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Quería escapar, correr lo más lejos posible de ese hombre y de lo que él pudiera descubrir.
Pero no podía. No si quería seguir protegiendo su secreto. Y no si quería mantener el trabajo que tanto necesitaba.
—Por ahora —añadió Nate mientras recogía los contratos de su escritorio—, hagamos de cuenta que esto no ha ocurrido. Pero no olvides mis palabras. Mantente alerta.
Sheyla asintió, incapaz de decir nada más. Cuando salió de la oficina, su mente estaba en caos.
Él sabía algo, o al menos sospechaba. Si Nate descubría su secreto, todo lo que había construido se vendría abajo.
Mientras regresaba a su escritorio, Sheyla se encontró con su amiga Blanca, que la miraba preocupada.
—¿Estás bien? —preguntó, claramente notando su angustia.
—No —susurró Sheyla, aún en shock—. Nate sabe algo. Si descubre la verdad, estoy perdida.
Su amiga Blanca la miró en silencio, pero antes de que pudiera responder, el teléfono de Sheyla sonó.
Era una llamada de un número desconocido. Con el corazón en la garganta, respondió.
—Sheyla —dijo una voz profunda y amenazante al otro lado—. Creías que podías esconderte para siempre, ¿verdad?
El miedo se apoderó de Sheyla. Sabía quién era. Sabía que el pasado estaba a punto de alcanzarla. Y esta vez, no habría escapatoria.
Sheyla sintió que el teléfono casi se le resbalaba de las manos. El sonido de esa voz, tan familiar como aterrador, la paralizó por completo.
—¿Quién eres? —logró preguntar con un hilo de voz, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
—Sabes exactamente quién soy, Sheyla. Creías que podías escapar de mí, pero nadie se esconde para siempre. Pronto nos veremos.
La llamada se cortó, y Sheyla quedó mirando la pantalla del teléfono como si estuviera congelada en el tiempo.
¿Cómo la había encontrado? Llevaba dos años sin tener noticias de esa parte de su vida que había intentado borrar. Pero ahora, de alguna manera, su pasado había regresado.
—Sheyla, ¿qué pasa? —La voz de Blanca la sacó de su ensimismamiento.
—Él me encontró… —murmuró Sheyla, sin atreverse a decir más.
Blanca la miró con los ojos muy abiertos, visiblemente preocupada. Sabía lo que ese “él” significaba.
Lo había escuchado en las pocas confesiones que Sheyla le había hecho sobre su oscuro pasado.
—No puede ser. ¿Qué vas a hacer? —preguntó, apretando su mano con nerviosismo.
—No lo sé… No lo sé. Solo sé que no puedo perder este trabajo ni permitir que Nate se entere de nada. Si lo hace, estoy acabada. —Sheyla se llevó las manos al rostro, tratando de pensar en alguna salida, pero su mente estaba en blanco.
Antes de que su amiga pudiera decir algo más, la puerta de la oficina de Nate se abrió de golpe, y la figura imponente de su jefe apareció en el umbral.
Él miró a Sheyla directamente, con una expresión seria.
—Sheyla, necesito que vengas a mi oficina —ordenó, su tono más severo de lo habitual.
El corazón de Sheyla latió desbocado. ¿Había oído la conversación? ¿Sabía algo? Con pasos vacilantes, caminó hacia su oficina, sintiendo el peso de la mirada de Nate sobre ella.
Una vez dentro, él cerró la puerta con un movimiento suave pero firme. El ambiente en la habitación era tenso, cargado de una electricidad que Sheyla no podía ignorar.
—Toma asiento —le indicó Nate, señalando la silla frente a su escritorio.
—¿En qué le puedo ayudar señor Kellerman?— Preguntó tratando de no mostrar los nervios de los minutos anteriores.
—Iremos a una reunión, por favor vaya a casa y prepárese, es algo muy formal, la pasar e a recoger a las 8 de la noche, soy bastante puntual— Le dijo sin ni siquiera preguntar si podía.
Sheyla se quedó en silencio unos segundos, en su mente lo reprendió por sacarla de su casa a esas horas de la noche, sin embargo no dijo nada al respecto. — Está bien señor Kellerman, estaré lista— Dijo finalmente.