Melissa no iba a someterse a la voluntad de Michael, ahora ni nunca. El hecho de que se hubiese equivocado, no quería decir, tuviera que concederle privilegios o favores. Intentó zafarse del agarre de Michael y como no pudo decidió darle un golpe fuerte con su rodilla en la entrepierna. —¡Oh por Dios! Melissa, ¿qué te pasa? —se quejó Michael con sus manos sosteniendo sus órganos privados. Melissa sonrió con maldad. —¡No tengo por qué darte ninguna compensación! Todo fue un malentendido y yo no debo pagar por eso. ¡Estás abusando de tu poder! Por ahora nada de lo que digas me interesa. Y me iré a casa. No tengo nada que hacer en este lugar. —reclamó mientras buscaba en el clóset algo de ropa para cambiarse la pijama. —¡Pero no debiste golpearme! Maldita sea, esto duele mucho. —replicó.