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4803 Words
    Tuvieron una breve conversación profesional, un estrechamiento de manos y el asistente ya estaba notando la tensa fluidez con la que se desenvolvía todo allí. —Entonces, quedamos en que va a replantear la propuesta n tanto modificada con respecto a esta que acabamos de platicar, ¿no es así? —él asintió con una fingida sonrisa afable que perfecta de quedaba y ella le devolvió el gesto, con una amable sonrisa sincera en su rostro—. Está bien, debo acotar que debe usted hacerlo lo más pronto posible, no es muy prudente tardar demasiado en tomar alguna decisión de vital importancia con respecto a esto, cada segundo podría costar mucho dinero.     Asintió americanamente, al estilo que quien ladea un poquito la cara y baja la mirada mientras realiza el gesto, con ambas manos por delante. La miró y de nuevo ella sintió que necesitaba tragar saliva por tener la garganta un tanto seca y la boca excesivamente húmeda. El olor de la masculina fragancia de Armani en Lee la dislocaba de una manera estremecedora e hipnótica, sin embargo, prefirió no poner cada de tonta y permanecer firme siempre, sin ser grosera de algún modo.       Marie continuaba permaneciendo de pie ante su escritorio. —¿Gusta que lo acompañe a la salida? —preguntó Thiago con tono formal, como si fuera un autómata que ha cobrado vida de pronto.     Marie observó a Lee rodar los ojos a un lado para apenas mirar al asistente. —No —expresó este neutral, Lee tuvo la sensación de haberle respondido a un soquete, así que con indiferencia volteó de nuevo hacia la mujer que frente a él lo observaba, entonces su expresión cambió a una más dócil—. Preferiría que fuese usted quien me acompañe, señora.     La última palabra le pareció a Marie un tanto sugerente, sobre todo para ser un a******o; sin embargo fue discreta en cuanto a sus reacciones o expresiones. Elaboró una sonrisa afable y parpadeó. —Claro —expresó ella con sutileza, rodeando tranquilamente el escritorio—. Sígame. —¿Desea que vaya con usted, señora? —preguntó Thiago y Marie volteó hacia atrás, girándose un poco y meneando la cabeza. —Revisa y atrasa cinco minutos la próxima audiencia que se llevará a cabo, por favor. —Sí señora —asintió el castaño.         Caminaron en silencio Lee y Marie, cruzaron el umbral y se dispusieron a caminar hacia el ascensor. Ella fue quien manipuló el cuadro de mandos y las puertas se abrieron, entrando ella primero y haciéndose a un lado para dejarse suficiente espacio a él en aquel cubículo de dos por tres.        Las puertas se juntaron frente a sus ojos y hubo silencio. Ella estaba aún más incómoda que él, pero evitaba demostrarlo, sin embargo él lo sabía, lo había notado mientras la miró aquella mañana. Siguió sintiendo la garganta seca y en sus fosas nasales la seductora fragancia masculina que le condujo a morderse el labio inferior de forma inconsciente. Eso lo notó Lee de inmediato, todavía con las manos tomadas por delante y viéndola a través del reflejo del metálico interior de la puerta. Entonces ladeó la mirada hacia ella con el inicio de una sonrisa en sus labios, ese gesto que se quedaba de camino a formarse, pero que demostraba que por dentro era una sensación y expresión plena, sentida con intensidad en su alma. —Antepuso cinco minutos tras su próxima cita —fue el primero en hablar, le miró la cara en el espejo y luego ladeó mínimamente la cara para verla de reojo—. ¿Es muy importante ese evento? —¿Perdón? —dijo ella mirándolo a través del reflejo, pero este prefería seguir viéndola de reojo. —No quiero ser inoportuno, pero me gustaría poder invitarla a tomar algo. Si no es molestia.     Su tono estaba lejos de ser indecente, parecía más una propuesta de una cita para platicar acerca de un asunto de trabajo que para alguna otra cosa. Sin embargo, ya Marie sabía qué tema este quería abordar y lo que no le pareció del todo agradable era notar instantáneamente que este confiaba mucho en el poder de su atractivo para obtener afirmativas como respuesta las veces que quería. De modo que, inflando sus pulmones, ladeó la cara y elevó la barbilla un poco, para poder mirarlo a los ojos. Marie le llegaba un poco más debajo de los hombros, aun así, decidió no sentirse intimidada, en cambio se sintió retada. —Lo siento señor. Soy una mujer ocupada. Me temo que tengo una agenda muy atestada.     Él, pese a la negativa, algo poco común entre los resultados de sus búsquedas comunes, no cambió su expresión de entendimiento, afabilidad e insistencia. Parpadeó sin dejar de verla hacia abajo. —En toda agenda siempre hay espacio para treinta minutos de descanso —recordó—. Un café estaría bien.     Ella bajó la mirada y volteó hacia el frente para ver el rostro de este a través del reflejo frente a ellos. —Los descansos entre trabajo suelo tomarlos en mi despacho y el café me lo llevan a ese lugar. Así que muy poco salgo cuando estoy dentro de horario.     Las puertas del ascensor se abrieron y él le hizo gesto con una mano de permitirle salir primero. —No tiene que ser hoy —prosiguió él caminando a su lado—. Podría ser mañana, es sábado. Conozco un lugar cercano que siempre suele tener un ambiente tranquilo. O usted elige a dónde quiere ir.     Llegaron a la salida del edificio cinco segundos más tarde y él todavía no obtenía respuesta. —Ya le he dicho —le recordó sin sonar grosera—. Tengo mucho trabajo.     Cruzaron el umbral de la puerta con sensores de movimiento, cuyos cristales se juntaron por detrás de ellos. Entonces ella aminoró el paso y volteó a verlo, que ya se había detenido. —Fue un placer, señor Jung Hang —lo despidió con forzada amabilidad ahora—. Espero volver a verle con una propuesta conveniente para ambos.     Él levantó un poco la barbilla sin dejar de verla, todavía con sus manos tomadas por delante. Bajó después la cara y continuó con expresión cordial. —Podríamos llevar a cabo la próxima audiencia en un espacio más abierto —propuso—. Los sitios cerrados me provocan incomodidad.     Ella enarcó las cejas un segundo antes de regresarlas a su normalidad, asintiendo una sola vez como quien le resta importancia a algún asunto. —Ya hablaré con mi asistente para que acondicione una oficina con más ventilación y vista al exterior para cuando requiera usted regresar —volteó a mirarlo—. Siempre me encargo de asegurar que cada persona dentro de mi empresa se sienta cómodo en el lugar que tome para laborar.     La verdad era que Lee Jung Hang no esperó otra negativa sutil y respetuosa de aquella mujer, sin embargo, eran esos delicados desprecios la etiqueta de recuerdo que esta le había dejado para que llevara a todas partes. —Pronto tendrá noticias mías, señora Beauvoir —aseguró este, sin intención de seguir insistiendo de momento. —Eso espero, señor Jung Hang —contestó ella con un asentimiento leve—. Será usted bien recibido.     No dijo nada más, pero esa última mirada decía mucho. Marie la entendía como una forma que tenía Lee de asegurarle de que se irían a ver repetidas veces y que de eso estaba muy convencido.  —Gracias por haberme sacado del agua anoche —musitó él, mirándola con intensidad.     Marie tragó saliva, bajó la mirada a la corbata de este en un gesto de escape momentáneo de forma inconsciente, luego de un segundo volvió a mirarlo a los ojos, aparentando tranquilidad e indiferencia, asintió un par de veces con ligereza pero no dijo nada.     Así estuvieron dos segundos más y él, siempre simpático, sonrió con simpleza.     Lee emprendió su camino y Marie lo vio alejarse hacia el aparcamiento. Ya cuando lo tenía a cinco metros de distancia, ella soltó el aire de sus pulmones, sintiendo el alivio en sus sienes y aquella sensación de más seguridad. Algo le decía que no era una buena idea relacionarse de alguna forma con esa persona.     Este la había mirado caer, pensaba que había querido suicidarse, ella había terminado salvándolo y luego esquivando su propuesta de llevarla a casa. Todo fue extraño esa noche anterior y en su espalda todavía sentía el golpe del impacto desde las alturas contra la superficie del agua. No era un recuerdo tan grato a su parecer y mucho menos el hecho de que un posible socio conozca una parte importante en la personalidad de ella, ese acto en el puente de seguro podría tomarlo este otro como alguna especie de arma, él conocía o creía conocer una debilidad en esta.     Así que decidió en lo posible evitar mediar tratos o pactar relaciones con él de alguna forma o de otra, ya idearía algo para declinarle la próxima oferta. Pensado esto y mirándolo hacerse más pequeño conforme avanzaba, dio media vuelta y se dispuso a regresar a su despacho.                 Lee entró a su vehículo y frente al volante reflexionó un minuto más, antes de instalar el altavoz de su dispositivo móvil en el equipo de sonido del auto mientras marcaba una dirección telefónica. Encendió el motor y salió del aparcamiento. —¿Cuáles son las buenas nuevas? —preguntó la misma voz con la que había hablado anteriormente por teléfono. —No muy complicado —contestó él en la vía, entre un tráfico ligero. —¿Ha aceptado? —preguntó con disimulada ansiedad la voz de Francois. —No —contestó inalterado, algo común en él, aun sabiendo que a pesar de ser un tono bajo y simple, sonaba molesto. —¿Entonces qué? —preguntó evidentemente fastidiado el otro por el suspenso. —Ha replicado proponiendo una reformulación de la propuesta. —Motivo —solicitó. —Quiere el 55% de las ganancias netas y el costeo de la sanción que deberá pagarle a otra empresa con la que ha pactado negocio, por decidir no culminar lo estipulado en ese otro contrato. —Te lo dije —se burló triunfante Francois—. Es una víbora. Busca sacarle el jugo a todo lo que se consigue.     Esa última frase le llevó a reflexionar un instante y recordó que ella ni siquiera se presentó o preguntó su nombre la noche anterior. Tampoco aceptó ser llevada por él a algún sitio ni esa misma noche y tampoco ese día. Lo contrario que haría alguien con la costumbre de aprovecharse de todo y de todos.     Sin embargo no pretendía hacer notar sus conclusiones. —No será complicado, inventa algo y yo mejoro la idea —propuso, aunque sonó más como una orden—. Lo importante aquí es hacerla sentir en confianza y en control de la situación. —¿Cuánto tardará que funcione llevarle la corriente? —Dependiendo de cómo se emplee cada parte del plan. —Aquí, hablando entre nosotros nada más —inició Francois sembrando veneno—. ¿Entre tu hermano y tú, quién crees que conseguiría más rápido despojar a esa mujer de sus bienes?     Lee permaneció serio y sabía que Francois tenía en cuenta que preguntas similares eran algo que le daba fastidio. —Si tanto quieres averiguarlo, nada mejor que ponerlo a prueba —lo desafió Lee con mordacidad—. De seguro va a ser más rápido que yo, pero lo que haría sería entregarte la empresa que quieres, junto a la cabeza de ella en una bolsa de plástico. Y de seguro tú no querrías parecer como el principal sospechoso, ¿no es así? —pausó, sintiendo gusto de dejarlo callado—. Porque bien sabes que mi hermano no me acusará de ninguna manera, pero cuando sienta que no le estás dando al menos la mitad de lo que consigas, disfrutará ver cómo los jabalíes hambrientos te devoran hasta no dejar más que tus huesos blanqueando al sol.     Hubo tres segundos de silencio en la línea telefónica. —Por eso te he elegido a ti, Lee —contestó el otro fingiendo conformidad—. Sabes qué hacer y cómo hacerlo. No me equivoco.       Los días pasaron, aunque la segunda idea de Francois había sido inmediata, Lee puso como excusa querer tomarse la mitad de una semana para perfeccionar el plan. Era obvio que Lee era de pensamiento inmediato y fluidas ideas; pero todo lo hacía nada más que por saciar la curiosidad que le provocaba el permanecer todavía en la incertidumbre con respecto a su objetivo, todavía se preguntaba los motivos que habían llevado a Marie de Beauvoir a querer lanzarse desde un puente.     Durante medias jornadas Lee había estado vigilando las entradas y salidas de Marie del edificio de su empresa, había dicho la verdad, salía muy poco y cuando lo hacía, se dirigía casi siempre al complejo de apartamentos, donde confirmado estaba que se residenciaba. Para conseguir esa información, con todo disimulo y carisma preguntó como de casualidad a la recepcionista del lugar por un par de empresarios sin importancia, Marie de por medio y finalmente preguntó también por una celebridad de supuestamente se alojaba también en ese rascacielos. Diciendo que estaba buscando un apartamento también en el cual alojarse durante unos meses, pero que fuera un lugar a la altura de sus expectativas como exigente industrial. Por supuesto, la persona con la que habló este se mostró receptiva y más conversadora de lo normal. Lee consideró que, la recepcionista estando secuestrada, probablemente sería de las que habría que darle un golpe para que hablara y siete para que se callara.     Desde entonces, Lee se estacionaba no tan cerca ni tan lejos del rascacielos y desde allí miraba la entrada y salida de Marie, la hora y hasta si parecía regia o cabizbaja al caminar.     >.     Lee incluso había alquilado en varias ocasiones distintos autos para, sin dejar cabida a sospechas, seguir el auto en el que su asistente, a quien tenía también de chófer cuando no era ella la que iba tras el volante, manejaba de camino a otros edificios, en la mayoría, casas del fisco. Al parecer Marie era una mujer que le gustaba mantenerse al día con los impuestos.     Una de esas veces la siguió hasta un restaurante, como cosa rara iba sin su asistente y tras aparcar subió a un segundo nivel de aquel reconocido restaurante, a donde sólo iba gente VIP y ejecutivos que quisieran gastar mucho dinero.     Lee había vestido una ropa más casual, zapatos negros de vestimenta formal, un jean blanco, un saco marrón abierto en medio y debajo una camisa manga larga blanca y de cuello alto. Finalmente unas semi cuadradas gafas oscuras, que dejaban su identidad bajo anonimato.     Estuvo a cuatro mesas de la de ella, fingiendo que le tomaba interés a su móvil y al vaso de café al que de cuando en cuando le daba uno de otro sorbo. Pero en realidad se tomaba más tiempo para levantar detrás de las gafas la mirada hacia ella y observarla pensar, pareciendo estar meditando profundamente, interrumpiendo su quietud únicamente cuando tuvo que atender un par de llamadas cortas en su dispositivo móvil. Desde donde él estaba pudo notar las manos de esta, lastimadas y todavía con cicatrices crudas, pero aparentemente era a lo que menos ella le prestaba atención, pues, en ningún momento se detuvo a mirar esas marcas durante el tiempo en el que estuvo tomando su ligera comida, atendiendo la llamada o abandonando su concentración al vacío mientras esperaba el servicio del mesonero.     Analizó de nuevo el aspecto físico de esta, consideró que para comenzar, no vestía tan mal, al menos tenía ese estilo que puede mostrarla como ejecutiva, ciudadana una tarde de paseo y al mismo tiempo magnate. Marie parecía tener un gusto por la moda casual que rozaba con lo formal y eso le daba un toque único, una moda que la hacía ver como imagen apropiada para varias eventualidades del día.     Lee miró detenidamente la mirada lela de Marie y le gustaron sus ojos, no por el tamaño, que bastante grandes eran a su parecer, sino la forma que estos tenían, así tristones y de pupilas agrandadas rodeadas de iris marrón verdoso. De resto no encontró algo más que le llamara la atención en esta, los labios de Marie tenían grosor, pero a él no le producía atractivo, la nariz la tenía pequeña y respingona, acorde a su cara en forma de corazón. Por lo demás, tampoco la encontró particularmente llamativa, no era delgada como a él le gustaban, tampoco era alta como las mujeres a quién él consideraba elegantes de sólo caminar. Su cabello, aunque notablemente bien tratado lo calificó como demasiado esponjoso, alborotado y quizá un tanto salvaje. Y con respecto a la piel de ella, de unos dos o tres tonos más oscuros que la piel de él, no reparó en observaciones negativas, no se consideraba específicamente racista, simplemente nunca le había atraído alguna morena en algún momento de su vida.     Lee se preguntó cómo era que una mujer con un aspecto y actitud tan lejos de parecer delincuente era nada menos que una asesina, aunque por supuesto, no una a mano armada, sino quien encarga los crímenes a sus propios mercenarios a p**o. Pero por más que sabía de su obligación por mantener la mente fría y objetiva, no podía prohibirse preguntar en su mente por qué si tan mala era se había tomado la molestia de salvarlo y sobre todo, qué motivos la habían llevado a intentar quitarse la vida. No quería aceptarlo, pero se descubrió un tanto preocupado.      Volvió a mirar cómo tomaba el tenedor y el cuchillo para consumir los alimentos de su plato, con las manos parcialmente lastimadas y de aspecto frágil, de uñas recortadas pintadas de n***o.     Lee tuvo ganas de levantarse y caminar hacia ella, sentarse a su lado y en silencio tomarle las manos con suavidad para depositar en ellas atención médica, imaginó una escena en que simplemente llegando y procediendo a colocar primero una de sus manos sobre la suya propia y untarle con delicadeza alguna pomada cicatrizante y luego que la otra también estuviera igual de tratada, envolvérselas en vendas. Mirarla posteriormente a los ojos mientras ella también lo mirara intrigada y un poco desconcertada pero atónita, antes de que este procediera a levantarse y alejarse de ella en silencio, sin prisa y sin pausa.       Pero regresó a la realidad, nada de eso sucedería, ni de asomo. Ella no era una coreana protagonista de algún dorama que se quedaría tímida y en silencio, ahogada en su propia vergüenza y con las mejillas encendidas. Por lo que sabía, las americanas solían actuar de manera distinta antes acontecimientos similares, y ni hablar de las latinas. Las latinas, según había escuchado por allí, eran tanto calientes y lujuriosas como particularmente agresivas, osadas y peleonas. Así que consideró que existía una probabilidad de 90/100 de que esta lo mirara como si fuese algún loco salido de algún conteiner de basura que sitúan detrás de una tienda de modas, sin duda esta alzaría la mano derecha muy firmemente y le cruzara la cara de una bofetada ardiente. Así que se dijo a sí mismo que no, no iba a arriesgarse a ser humillado por alguien, sólo por mostrarse amable y agradecido.     Pasaron dos días después y a todas partes la seguía, esta vez vestido de largo abrigo de modelo escocés, gorro y otras gafas, haciéndose el casual y desentendido hombre que se sienta en la banca de pasar el rato frente al rascacielos en el que vivía Marie, sólo para leer un periódico. Desde allí la miró salir una vez tras su llegada casi en la noche, entonces decidió seguirla.     Marie entró a un centro comercial que se ubicaba en la misma manzana en la que se situaba el complejo de apartamentos y Lee tuvo otra duda, Marie era una mujer poderosa, adinerada e inteligente, bien podía haber mandado a alguien a que hiciera las compras, sin embargo había salido ella sola, caminando. Entonces probablemente lo que iría a buscar a ese lugar habría de ser algo muy íntimo, personal. Aunque también podría tratarse de que sólo quería distraerse un poco, caminando sin ningún rumbo en particular.     Lee entró al centro comercial a veinte pasos por detrás de ella y mientras esta se dirigía a la zona de farmacias, él fingió estar revisando los precios de unos espárragos envasados que estaban en anaqueles a unos diez metros con respecto a ella, que ahora conversaba alguna cosa con el joven despachador de medicamentos. Lee colocó el transparente envase de vidrio de nuevo en el anaquel y tomando otro, al parecer de maíz cocido y conservado, le dio una vaga vista a la etiqueta, volteando la cara con disimulo hacia la derecha por debajo de las gafas semi transparentes que ahora cargaba miró que el asistente de farmacia procesó el p**o con tarjeta y luego le entregó a ella una bolsita con alguna cosa que desde donde estaba Lee no pudo averiguar con la vista. Sin embargo notó un particular detalle, que cuando Marie recibió la factura e intentó introducirla en el bolsillo de su suéter, no reparó en que el papel quedó por fuera y cuando procedió su avance para dar paso a los siguientes compradores, la factura terminó de salírsele y cayó al suelo.     Lee devolvió al anaquel el frasco con maíz y caminó diligentemente hacia el mostrador de la farmacia, habían otros a punto de acercarse para ser atendidos, pero Lee se tomó el atrevimiento de no ser tan cortés y adelantarse. —Lo siento —dijo a la persona de atrás en medio de una respetuosa inclinación. Entonces se volvió hacia el interrogante auxiliar de farmacia que a la espera de una orden estaba—. ¿Sería tan amable de decirme el precio de la amoxicilina, por favor? —se hizo el apresurado. El asistente contestó amable y de inmediato—. Está bien, gracias, eso era todo —se volteó de nuevo hacia el disgustado anciano que esperaba atrás su turno después de haber sido desplazado—. Disculpe las molestias causadas, señor.     El americano no contestó nada, sólo lo vio como si fuera un molesto zancudo que hubiera estado zumbándole en el lóbulo de la oreja. Entonces, sin esperar respuesta o gesto amable, Lee retrocedió dos pasos, arrastrando bajo uno de sus zapatos la factura de la compra que había hecho Marie.     Estando ya a metro y medio de distancia en la columna hecha por clientes a la espera, lateral a otra columna más, conformada por otros clientes a quienes distintos empleados prestaban su eficiente servicio, Lee fingió pretender ajustarse las trenzas del zapato cuya suela pisaba el papel. Se agachó y con disimulo tomó el liviano objeto y se puso de pie. Buscando leer lo que rezaba la factura.     >.     Levantó la mirada y escaneó el lugar en búsqueda del cabello rizado de Marie que le dijera que allí estaba, que todavía no se había marchado. Pero no la consiguió, entonces caminó diligentemente a lo largo del pasillo lateral, entreviendo en los pasillos que se mostraban alineados en columna y perfecto orden, escaneando la zona.     Entonces la miró.     Marie estaba de frente a los anaqueles que exponían productos de higiene infantil. Lee caminó por el mismo pasillo, acercándose lentamente cada vez más pero haciéndose el que miraba los anaqueles contrarios, así que físicamente quedaban casi de espaldas uno del otro.     Con disimulo Lee ladeó la cara un poco y la miró de reojo, notando que ella miraba en sus manos un paquete de pañales con el rostro de un bebé sonriendo en la imagen de campaña y propaganda. El a******o permaneció con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, atento y cauteloso en todo momento, cuando evidentemente ella ni cuenta se daba de esta siendo seguida. Otro punto dudoso; si tan adinerada e importante era, cómo era que salía sin escoltas.     Lee volteó a mirar a su alrededor con disimulo, buscando algún hombre sospechoso de vestimenta oscura que pudiera ser el guardaespaldas de Marie, pero no vio nada, únicamente una mujer al final del pasillo en el que estaban, era de baja estatura y aspecto frágil, parecía ser más bien otra civil veinteañera de ropa deportiva que revisaba los precios de productos femeninos. Pareció que esta notó el peso de la mirada de Lee, porque ladeó la cara para verlo y sonreír. Lee correspondió el gesto sin entusiasmo y devolvió la mirada al frente, sacándose una mano del bolsillo y revisando productos sin interés.     Volvió a mirar hacia Marie, que todavía permanecía mirando el paquete de pañales en sus manos y rápidamente Lee llegó a entender que esta estaba embarazada. Aquella ramificación de conclusiones llegó a su mente como las corrientes de agua a un río que desemboca en el mar con prontitud.     >.     Ahora tenía más incógnitas que antes, pero la situación se volvió más intensa cuando, por el rabillo del ojo notó que Marie se secaba las lágrimas de sus mejillas y sorbía la nariz, colocando de nuevo el paquete en el anaquel, en perfecto orden con los otros. Lee regresó la mirada al frente, bajando la barbilla y pensando qué y cómo hacer para indagar más a fondo en la situación de esta.     La escuchó alejarse y sólo cuando esta estuvo casi al final del pasillo fue que él decidió caminar detrás de ella. Mientras tanto fue armando su propia red de hipótesis al respecto, teniendo en cuenta del objetivo principal, para él, esa mujer era una delincuente escondida y no reconocida por las autoridades todavía. Él tendría el trabajo de conseguir que la arrestaran, que se revolcara sobre su propio fango de porquería por todas las malversaciones que había hecho y por esos trabajos sucios en los cuales había requerido de la ayuda de otro que se ensuciara las manos por ella.     Para sostener ese convencimiento y seguridad, había leído y visualizado las pruebas que demostraban cada trabajo sucio que ella había realizado desde que se relacionó con JeanPaul Beauvoir, incluso, llamadas, audios, mensajes textuales que habían quedado en la red y a cuyo acceso tuvieron con ayuda de un contacto que Francois tenía en el sistema de seguridad americana. Lee había tenido en sus manos las pruebas que incriminaban a Marie de formas terribles y que, debido a una fuerte y descarada burocracia, nunca llegaron a mostrarse ante un tribunal.     Lee había querido convencerse antes de hacer cualquier cosa, que todo lo que iba a realizar era lo más correcto, lo más justo. Incluso lo más conveniente para su propia economía. Así que memorizó de principio a fin cada referencia que perjudicaba a Marie. Ahora el plan era convencerla de tomarle confianza, asociarse y mientras tanto, indagar en sus privacidades, para, dentro de lo posible, sacarle información o incluso hacerla confesar o admitir sus delitos por accidente. Al mismo tiempo, entrando a su vida y si era necesario, a su cama también, revisar cada cosa que pudiera mientras no le tuvieran el ojo encima; era probable que encontrara documentos, videos o imágenes que confirmaran sus negocios sucios. Y para realizar todo esto, al parecer iba a tener que andar con cuidado, Marie había resultado no ser tan fácil como se había esperado.     Lee aminoró su paso al mirarla caminando hacia la salida, en donde el vigilante atendía a los clientes que entraban y revisaba las facturas que confirmaran las compras de los que salían. Entonces supo que Marie iría a tener problemas por haber perdido la prueba de haber pagado el producto que llevaba en su blanca bolsita de compras. Lee supo que si se acercaba a alcanzarla de pronto y le entregaba su pertenencia, esta iba a darse cuenta de que él sabía acerca de su medicación y se sentiría incómoda, quizá amenazada y perseguida por mirarlo allí, aparecido como un fantasma, sin dudas ella también comenzaría a sacar sus propias conclusiones.     Lee no quería inspirar desconfianza. Así que miró hacia un lado y se encontró con un joven que también se dirigía a la salida del centro comercial.
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