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3522 Words
    Ese otro día, Lee Jung Hang se mantuvo tranquilo ante el volante de su auto, estaba a la entrada de Beauvoir Corporation, precisamente en el aparcamiento mientras se tomaba un minuto para escuchar lo que el hombre al otro lado de la línea telefónica tenía que decirle. —La señora disimula sus ínfulas de grandeza, es astuta, observadora y sobre todo, mentirosa. Tienes que tener cuidado.      Sosteniendo el móvil en su oído con una mano, Lee aprovechó para con la otra ajustarse la corbata en un gesto inconsciente, aunque esta estaba perfectamente situada alrededor de su cuello; luego deslizó el pulgar de esa mano sobre su gordito y rosado labio inferior con suavidad en otro gesto que en él era habitual sólo cuando empleaba una profunda concentración. —Sabré qué hacer —aseguró él—. No soy estúpido —puso en cuenta, no solía ser de  quienes le gusta que le tomen a juego—. ¿Algo más? —No —contestó la grave voz desde el móvil—. Luego de hacer esta entrada llámanos para avisar cómo marcha el plan.     Lee no contestó nada a eso, el silencio significaba una respuesta afirmativa. Apartó entonces el móvil de su oído y cortó la llamada. Volvió a repasar en su mente el motivo de su estadía allí.     Lee Jung Hang era socio de una empresa fabricante de  repuestos para automóviles cuyos motores de una marca compatible la fabricaba Beauvoir Corporation. Él iba en plan de negociante y relacionista, asunto cortina, porque la verdad era que sus intenciones eran averiguar cada eslabón que solía recorrer la única dueña de la industria y dar con sus puntos débiles en el tiempo más corto posible, de modo que si no lograba convencerla de alguna manera de renunciar a su poderío (cosa con un 90% de probabilidad imposible), tenía que tener a mano pruebas que la incriminaban abiertamente con ciertos delitos que no habían salido a la luz todavía, incluyendo un crimen del que había salido impune hacía dos años atrás. La imagen que Lee tenía de aquella empresaria era la de una mujer en lo personal horrible, desmoralizada, infame y sin escrúpulos; así que no necesitaba más motivos para hacer justicia.      El 50% de Jung-Hang Industries le pertenecía a Lee, el 25% de la otra parte le pertenecía a su hermano gemelo Park, y el otro 25% era propiedad de Francois Beauvoir, un francés con nacionalidad americana que aseguraba ser hermano mayor del difunto esposo de la empresaria que era el actual objetivo de Lee.     El asunto aquí era que, según Francois, la mujer en cuestión era culpable de la muerte de JeanPaul Beauvoir, el “injustamente heredado” del magnate JeanCarles Beauvoir, padre de Francois y JeanPaul. Según lo conversado y comprobado por Francois, era que JeanPaul, aun siendo el menor de los dos hijos, le fue dejada toda la fortuna de su padre, todavía cuando la tradición de familia era heredarle la mayor parte de la misma al hijo mayor y la minoría a quienes nacieran después. Así que, el hermano mayor aseguraba que JeanPaul se había hecho con la herencia por alguna manipulación o chantaje empleado hacia su padre meses antes de morir de leucemia y en conjunto con la mujer que un mes antes se había convertido en su esposa. “Extrañamente”, un año después, JeanPaul fue asesinado por unos delincuentes que allanaron su morada un domingo por la noche, según la declaración de la esposa, dada a la prensa, él intento evitar que una bala impactara contra ella, logrando alcanzarla a tiempo y protegerla con su cuerpo. Pero muchos se encargaban de difundir el rumor de que ella había contratado a esos matones para que apartaran a JeanPaul de su camino y ser la única empoderada en Beauvoir Corporation. Sin embargo, nadie logró nunca vincularla de alguna manera perjudicial con esa muerte y nunca se llevó ese caso a juicio por no existir pruebas suficientes para abrir un caso al respecto, de modo que hasta entonces no existían expedientes acerca.     Lee pretendía rebuscar entre escombros pruebas que la incriminaran, de este modo, despojándola de su valioso patrimonio, este pasaría a pertenecer a Francois por derecho legal y la empresa en cuestión se asociaría con Jung-Hang Industries; una vez conseguida Beauvoir Corporation, el 30% de esta empresa iría a pertenecer a Lee.     Para Lee una promesa por parte de Francois Beauvoir era sólo una voz que se desvanecería con la briza del amanecer, así que el empresario le propuso a Francois pasar cada centavo de sus intereses a nombre suyo hasta que lograran conseguir despojar a la empresaria de sus bienes. Sólo después que, mediante contrato y firma, Francois declarara a Lee como propietario del 30% de la empresa conseguida, entonces él le regresaría el 25% de las acciones en Jung-Hang Industries.     Ambas empresas competían en rango, aunque la de esta mujer estaba a muy poco por encima de Jung-Hang Industries, así que si después de empoderado, Francois decidía sacar las garras, Lee ya tendría bajo su poder todas las acciones pertenecientes a Francois en la otra empresa, no iba a perder de ninguna manera.     Con la mente fría, Lee salió del auto sosteniendo una carpeta en la mano, cerró la puerta y se guardó el móvil en el bolsillo interno de su saco; caminando decidido hacia la entrada de Beauvoir Corporation. Un par de mujeres que salían del edificio se le quedaron viendo y él, sin siquiera voltear a mirarlas, no bajó la barbilla, dando pasos firmes. Lee era un hombre de veintinueve años de edad, aunque típico de la genética asiática en sus venas, aparentaba tener menos; tenía claro la cantidad de mujeres que a lo largo de su adolescencia y adultez le habían declarado verbal o gestualmente que de tan sólo mirarlo se le desabrochaban automáticamente los botones de sus pantalones y se le caían como por arte de magia las faldas junto a otras cosas. Sin embargo, él ni cuidado prestaba a estos asuntos, su moral estaba intacta y por esta razón y condición de hombre con una cultura distinta, prefería concentrarse más en el trabajo empresarial que a los placeres carnales; en su opinión las personas americanas eran más sexuales que profesionales y eso no era del todo sensato; no veía como propio de un industrial arriesgarse a perder una fortuna y hasta su dignidad sólo por lo que alguna mujer llevar entre las piernas.       Mientras caminaba la briza le sacudió ligeramente un mechón de cabello lacio y n***o que caía sobre parte de su frente, lo que a un trío de probablemente veinteañeras ejecutivas que de seguro eran pasantes universitarias, dejó atónitas, sacándolas de la concentración que tenían ellas en una carpeta que sostenía una en sus manos a las afueras de las instalaciones. Lee también las ignoró, no le molestaba ni le encantaba, las miradas femeninas para él era como la llovizna que cae sobre un amplio paraguas, chispeaba a los lados sin siquiera salpicarlo.     Entregó su identificación al portero y avisó tener cita con la dueña de la corporación. El portero amablemente lo orientó a dirigirse a la recepción a que la empleada a cargo lo anunciara.     La recepcionista, tras sus cuadradas gafas miraba la pantalla de su ordenador portátil con aburrimiento y sólo apenas levantó la mirada por casualidad, bajándola de nuevo a la pantalla, pero a mitad de proceso deteniéndose automáticamente para de inmediato levantar las pestañas de nuevo y colocar sus ojos sobre el hombre de formal estilo que caminaba hacia ella con un porte de infarto para alguna mujer. Lo que a esta le impresionó en primer lugar fue la estatura que tenía, a un rápido cálculo mediría al menos un metro con noventa y no pudo evitar imaginar que bajo todo ese traje se escondía un cuerpo físicamente entrenado, aunque se podía notar que su imagen era una perfecta sincronía entre delgadez y entrenamiento físico. —Perdón —se ajustó ella las gafas tras regresar a la realidad abruptamente—. ¿Decía usted…? —Que vengo a una audiencia con la dueña de la empresa —pareció repetir sin molestia, pues la recepcionista no lo había escuchado la primera vez aunque este le había hablado al llegar—. Es mi identificación —colocó el carnet sobre la mesa, lo cual con las manos temblorosas la asistente tomó y observó—. Tengo cita —agregó él.     La mujer sentía que le faltaba aire y las mejillas le ardían, considerándose tonta también y exigiéndose en silencio profesionalidad. Asintió nerviosamente, sin poder contener una sonrisa tonta e involuntaria. Lo miró y le entregó su carnet. —Efectivamente, lo están esperando. Es usted puntual, justo falta un minuto para las once a.m —observó su reloj de pulsera—. Ya lo anuncio, señor.     Él no dijo nada más, tampoco la miró por mucho tiempo, aunque asintió levemente y esperó.     Mientras la rubia hacía su trabajo él repasó en su mente lo acontecido la noche anterior. Preguntándose de nuevo cuáles serían los motivos que habrían empujado a esa desconocida al s******o. Al menos ya sabía dónde se residenciaba, o por lo menos dónde podría encontrar quién le diera información de ella si por el contrario esta sólo habría llegado a ese lugar por una breve visita. Tenía planeado tomarse un tiempo libre en la tarde luego de terminar con la empresaria, para dar una “casual” visita a ese complejo de apartamentos y darle una que otra vista al entorno, tenía la esperanza de conseguirla en alguna parte de ese lugar e inventarse una excusa para hablarle sin que se sintiera perseguida. Algo se le ocurriría. —Señor Jung Hang —habló de nuevo la recepcionista—. Ya puede subir —autorizó, colgando de nuevo el teléfono—. El despacho de la señora está en el piso dieciséis de este edificio —señaló amablemente hacia la izquierda—. Por allá está el ascensor, acabo de activar el permiso para que tenga acceso a este nivel de las instalaciones, señor.     Él asintió levemente de nuevo. —Gracias —dijo cortamente y se encaminó hacia la dirección indicada. —A la orden, señor —contestó ella mirándolo alejarse—. Que tenga un buen día.     Él no volteó a verla, sin embargo había escuchado con claridad y sin la molestia de detenerse igual vio como necesario ser amable y contestar. —Igualmente.     Ella lo miró y escuchó esa respuesta como algo que capaz fue de sacudirle el corazón tras las costillas, ese hombre parecía ser una escultura tallada por los dioses y tener la gracia del mismísimo Eros al caminar, pensó que probablemente este hombre se topaba a menudo con propuestas de modelaje. Sin duda sería el dueño del mundo si posara ante una cámara.           Dentro de su despacho, la poderosa Marie de Beauvoir dictaba los siguientes planes a su asistente para que los agendara, mientras éste la ponía al tanto de los próximos pendientes. —Y eso es todo, señora —dijo el castaño. —Bien, ahora voy a tener una entrevista con el señor Jung Hang —dijo para sí misma, reubicando los bolígrafos en un lapicero a un lado sobre la mesa—. Esperemos que vaya bien, el documento que hemos leído parece prometer bastante. Es una propuesta sustanciosa.     El asistente, con las mejillas ligeramente sonrojadas y la vista puesta en la tableta digital que cargaba, guardaba notas y se levantaba se su asiento ante el escritorio, frente a ella.     El vigilante que estaba del lado afuera de la puerta del despacho anunció la llegada de la próxima visita y tras ser autorizado, la puerta fue abierta.      Marie de Beauvoir se puso de pie y Lee entró, dando pasos firmes y seguros. Pero titubeando al verle la cara. Ocultó la sorpresa, pero todavía así fue evidente que se encontraba desconcertado y reviviendo en ese momento cada cosa de la noche anterior, sobretodo la parte en la que era rescatado por ella. Por su parte a la empresaria casi se le cae la cara al mirarlo.     >. —¿Señor… Jung Hang? —dijo ella, siendo amable y teniendo un desorden de pensamientos en la cabeza justo en ese instante.     Él, estando ya a sólo metro y medio de distancia con respecto a ella, se inclinó brevemente. Gesto de respeto típico de un a******o. —Así es, señora Beauvoir —contestó él con su aterciopelada voz.     Pero ella era muy latina y lo que hizo fue extender una mano para estrechársela, todavía seria pero amable y atenta. Él miró la mano de esta y al momento entendió, extendiendo la suya para tomar la de ella.     Ambos sintieron algo extraño, una mezcla de sorpresa, vergüenza, novedad y curiosidad. Él consideró que el agarre de ella era tibio y firme, pero notó desniveles en la textura de la piel de esta y como algo automático bajó la mirada hasta la mano; dándose cuenta de las enrojecidas cicatrices recientes, definitivamente eran púas las que la habían lastimado. Recordó haber estado atrapado por algo similar antes de perder la consciencia bajo el agua y sacó conclusiones.     Ella en cambio notó que el agarre de este era frío y delicado, de piel muy suave, sin embargo sintió pinchazos de desagradable dolor cuando juntaron sus manos, no era otra cosa que su piel lastimada por las púas de aquellos alambres en el río. Marie disimuló la molestia, pero sintió más incomodidad cuando este bajó su mirada al agarre. Separaron sus manos y ella con la misma le señaló el mueble frente a ella. —Por favor, tome asiento —sugirió ella, haciendo lo mismo.     Lee ignoró al asistente que, en silencio en uno de los laterales de la mesa parecía más una estatua que un empleado, simplemente estaba atento, para tomar rápida nota de lo que su jefa requiriera tener en cuenta para más tarde. El empresario, con una expresión que parecía tener escondida una sonrisa que nunca llegaba a manifestarse, no dejaba de verla y esta, tras bajar la mirada disimuladamente a la carpeta que este sostenía en su regazo, consideró en este detalle una alternativa de escape. Pues, la tensión se estaba formando entre ambos. —¿Qué tenemos, señor Jung Hang? —preguntó ella, consiguiendo mirarlo a los ojos otra vez.     Lee empleó una ligera sonrisa a labios cerrados y ella de nuevo se sintió como la noche anterior, un vértigo extraño y nervios que le dejaban un ligero hormigueo en la puna de los dedos de sus manos. El hombre frente a ella no se mostraba particularmente amenazador, pero había algo en él que le inspiraba titubeos. Sin embargo, se mantuvo firme, escuchando lo que este iría a platicarle.       Lo que tuvo que decir este no fue otra cosa que una versión parafraseada del documento que había enviado una semana antes a la dirección de correo de la empresa. Marie ya estaba al tanto, por eso entonces sólo se disponía a escuchar su voz y estar atenta a alguna palabra pequeña que difiriera de lo propuesto previamente.     Era imposible que su mente no divagara de momentos en lo sucedido la noche anterior, sin embargo, tuvo el valor de mirarlo a la cara en todo el rato. Lee colocó la carpeta sobre la mesa y allí la abrió, procediendo a darle un brevísimo vistazo a la primera hoja.      Mientras él iba al grano, exponiéndole las necesidades de Jung-Hang Industries y las posibles necesidades de Beauvoir Corporation, diciendo a continuación los beneficios que traerían consigo el aliarse para la fábrica de un producto innovador y planteándole una propuesta breve pero precisa.     El asistente escuchaba cada cosa, con la tableta agarrada en su regazo. Pero sobretodo notaba la manera en que, mientras hablaba, este hombre miraba a su posible futura socia, como si ya la conociera desde antes y como al mismo tiempo que exponía sus planes estuviera pensando en algo que de alguna manera lo ponía de buen humor, un humor teñido de análisis y expectativa. Thiago supuso que se trataba de un tiburón que sólo esperaba oler el miedo de su oponente como si fuera una gota de sangre en el mar, algo que le daría luz verde para atacar de una embestida. Pero para eso estaba él, cualquier cosa que pareciera salirse de control se lo pondría en conocimiento de inmediato a su jefa, aunque sabía bien que ella era muy perspicaz y de alguna manera siempre terminaba por tomar las decisiones más sensatas.     Thiago también observó a Marie y consideró que esta se mostraba ligeramente ausente, aunque lo mirara a los ojos con aparente atención y asintiera cada diez segundos, era como si estuviera procesando al mismo tiempo un acontecimiento alterno al presente. El asistente estuvo seguro de tener que advertirle discretamente a su jefa lo riesgoso que podría ser el tomar una decisión sin cerciorarse varias veces cuando se tienen dudas. —Entonces —había llegado él a la última página de su carpeta, la que entonces cerró y alineó sobre la mesa con respecto a su cuerpo—. ¿Qué tiene por opinión? —dijo mirándola espectador.     Habían acontecido diez minutos de explicación sin intervención de ella si quiera para hacer alguna pregunta o solicitar la aclaratoria de algún detalle.     Lee se inclinó sólo dos centímetros hacia atrás para estar más cómodo, mientras esperaba lo que ella tuviera que decir al respecto, colocando ambas manos relajadamente sobre el reposabrazos. Él se sentía entretenido, curioso, sabía que su presencia también le afectaba a ella, pero tuvo la duda de si era por lo de la noche anterior o simplemente por atracción física. O ambas cosas.       Marie infló sus pulmones sin mucho drama y suspiró, removiéndose en su asiento y rodando los ojos sobre la carpeta en la mesa. —Aunque no suena mal su proposición, ya que de alguna manera ganamos los dos en partes iguales, debo poner en cuenta que justo para este año y parte del otro mi empresa tiene el compromiso de cumplir una asociación ya firmada previamente con otra empresa exterior para la fabricación de productos igual de innovadores que lo que su industria pretende —lo miraba a los ojos mientras explicaba su perspectiva, amable, cálida pero clara y determinada—. Como sabrá, las ganancias estimadas por ello son considerablemente altas y de igual manera a mitad por asociación. Lo que me ha dicho usted es que necesita material que mi empresa le puede proporcionar. Material que en la mayoría está prometido a otra organización, lo que quiere decir que, un incumplimiento de contrato podría costarme bastante —pausó, removiéndose de nuevo en su asiento y colocando los antebrazos sobre la superficie del escritorio—. No me entusiasma mucho, pero si se muestra usted tan motivado y me convence de un precio a ganar más alto que el que espero de esta otra empresa, entonces podría considerar leer su contrato nuevamente —tragó saliva por sentir la garganta ya seca—. El precio de la sanción hacia mi empresa por incumplimiento de contrato correría por cuenta de su industria, señor Jung Hang. Y créame, sería una cantidad que asciende a varios millones de dólares, porque hablamos de empresas internacionales y de magnitud, bien lo sabe —él la observaba con atención, considerándola una mujer espontánea y perspicaz—. Aparte de esto, de las ganancias netas de los productos fabricados en nuestra alianza, me pertenecería el 55%. No voy a arriesgarme a perder reputación empresarial en cuanto a contratos sólo por ganar la mitad de algo de la misma forma y cantidad que puedo obtener si prefiero seguir con los planes que ya tiene mi empresa bajo contrato firmado.     Ella y su asistente esperaron que el señor Lee Jung Hang tomara la carpeta de la mesa, se levantara y tras una inclinación formal se despidiera, una forma de mostrarse en desacuerdo con la contrapropuesta de la empresaria. Sin embargo, él siguió allí y volvió a curvar sus labios en una sonrisa cerrada, como la del principio, esa mujer comenzaba a motivarlo más a tomarla como materia de análisis. Le parecía lista, pero también le pareció que sólo era una forma de probar en este cuán capaz era él de aceptar, contraatacar o rendirse ante su autoridad; y Lee no era de los que fácilmente perdían.   —De seguro si hacemos un nuevo análisis, en el que fusionemos parte de la propuesta de mi empresa y puntos de la propuesta que acaba de hacer usted a favor de la suya, de seguro tendríamos una alternativa mejor que plantear sobre la mesa.      Esa respuesta fue inmediata pero tranquila, no era un sí ni un no. Pero lo que sí, es que era el inicio de una propuesta que traería consecuencias inminentes. La respuesta de Lee era la invitación a un juego que tomaría lugar en un campo extranjero en el que ella, aunque lista, tendría los ojos vendados y estaría engañada en cuanto a las reglas del combate. 
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