5

2605 Words
 —Oye —lo llamó, captando la atención inmediata del chico que sólo cargaba puesto uno de sus audífonos y que al escucharlo se volteó a verlo—. A la señorita se le ha caído su factura y parece poder tener problemas si no la presenta a tiempo —dijo señalando a la empresaria que casi llegaba al portero que sellaba papeles y permitía el paso a las afueras del establecimiento—. Yo debo regresar a por algo que se me ha olvidado comprar —prosiguió y el chico, tras mirar a la señalada, miró a Lee, que le ofreció el papel—. ¿Podrías entregárselo por mí? Por favor —dijo con penitente afabilidad.     El chico, de algunos dieciséis años y aretes en los labios consideró que el señor era amable y aceptó sin problemas.     Lee miró cómo el jovencito llegaba a donde estaba Marie desconcertaba buscando en el bolsillo de su suéter la factura, sin éxito. Y al estar junto a ella le entregó el confirmante de la compra. Lee miró que ella amablemente se lo agradeció con un gesto y una tímida sonrisa, antes de hacer lo debido con el vigilante.     Esperó entonces a que ella saliera para proceder a encaminarse hacia las puertas también. Pero una vez estando afuera se encontró con un aguacero en plena caída que arreciaba a esa hora sin aviso previo.     Se quejó en silencio, contrayendo los labios en un mohín de fastidio. Lo que hizo fue buscar con la mirada a Marie por los alrededores techados que tenía el centro comercial, pero no estaba, sólo había una rubia alta con vestimenta negra y porte de atleta que también parecía tomar a fastidio la situación, mirando la lluvia con asco y sin voltear a ver al a******o, así como ninguna de las otras personas que salían del establecimiento y soltaban quejas, mímicas y onomatopeyas en desaprobación por el repentino aguacero.      Entonces, sin intención de perder a Marie de vista tan pronto, por presentir en el ambiente algo funesto y peligroso, decidió salir de la protección que le brindaba el suelo techado a las afueras del centro comercial.     La lluvia comenzó a golpearle con rabiosas gotitas en su lacia cabellera cuya textura era de fibra casi impermeable, pues, al principio el agua no hacía más que resbalar por la superficie, incapaz de llegar al cuero cabelludo. Sin embargo, su cara si se humedeció de inmediato, el agua fría acariciaba sus mejillas planas y llegaban a escurrirse por su puntiagudo mentón.     Siguió el camino que supuso retomaría Marie de regreso a casa y gracias a la luz de la ciudad a esa hora de la noche, pudo ver la silueta de ella, avanzando a paso apresurado, pero sin con aparente indiferencia ante el hecho de estarse mojando.     Lee se apresuró, hasta estar a sólo pasos por detrás de ella y captar de primero que al cruzar sobre una alcantarilla de apenas tres franjas de abertura, la mujer introduciría accidentalmente un pie en una de esas ranuras. Quiso evitarlo a tiempo, pero no tuvo oportunidad, lo único que pudo hacer fue tomarla rápidamente de un brazo, adelantársele hasta tenerla de frente y entonces emplear la fuerza del otro brazo por debajo de la axila de esta. De modo que lo inminente fue que Marie quedara pegada de pecho a él y este aferrando el cuerpo de esta contra sí mismo.     Marie sintió su pie dentro de la ranura de la alcantarilla, pero no reparó en eso sino en la reacción automática de levantar la cara para ver quién había evitado que cayera de largo a largo en aquella calle.     Los ojos de Lee la miraron y él se reprendió por dentro al comenzar a sentir una reacción extraña e involuntaria de su mente con referencia a ella. Tenían la cara uno muy cerca del otro y por un segundo nadie dijo nada. Aunque ella tenía intenciones de separarse y con prudencia agradecerle verbalmente, no pudo, ya que de inmediato apareció alguien por detrás de este, brincándole como una mona por detrás y quedando guindada, sosteniéndole una navaja en el cuello al caballero.     Ambos se tambalearon, y la menuda mujer trepada en la espalda de él también, como consecuencia de la abrupta llegada y embestida. —Usted ordene, mi señora —dijo la mujer que todavía colgaba de los hombros de Lee, con la navaja todavía en el cuello de este.     Marie se separó del agarre del hombre con cuidado, mientras la lluvia no dejaba de caerle a los tres y ahora a una cuarta persona más que se acercaba por su lateral, con una pistola en mano, apuntando al a******o.     Lee, al notar la situación, no tuvo de otra que levantar las manos con cuidado, al mismo tiempo que Marie sacaba su pie de la ranura de la alcantarilla. —Está bien, Gaby —le habló Marie a la de la navaja, que entonces desistió de estar trepada a la espalda de Lee—. Sólo quería ayudarme.     Lee no sabía a quién de las tres mirar primero, así que por sorteo y azar miró a la que se acercaba a pasos lentos pero seguros, con la pistola en la mano y no dejaba de apuntarlo a la cara. La reconoció, era la misma mujer alta y rubia que había salido justo detrás de él y a quien había parecido tampoco agradarle la lluvia de ese momento.     Notó que Marie volteó a verla, y con el mismo desánimo y tranquilidad le habló a la rubia. —No hay problema, Naty. Baja el arma —la rubia, dudosa pero obediente, cumplió la orden con lentitud, sin dejar de ver al sospechoso.     Entonces Lee, dudoso y sorprendido, volteó a verle la cara a la persona que lo había abordado por detrás. También la reconoció. Era la joven que le había sonreído frente a los anaqueles mientras revisaba productos de uso femenino.     Marie elevó la barbilla para verlo sacar conclusiones todavía, entonces aclaró. —Son mis escoltas —murmuró como si de eso cuenta no se hubiera dado él—. Dos de ellas —agregó esta.     Entonces Lee entendió que esta mujer en realidad no andaba sola. Estaba siendo vigilada a la distancia con una protección inmediata por habilidosas mujeres, de seguro entrenadas en alguna academia exigente.     La más pequeña, parecida a una adolescente ninja, todavía mantenía la navaja de más o menos una cuarta, en su mano y a la vista. En cambio la otra, igual de seria, mantenía la pistola de boca abajo, a un lado de su cadera derecha.     Lee la miró entonces y volvió a apreciar mucho más la forma de los ojos de esta bajo la lluvia aquella noche, rodeados de la iluminación de las bombillas y carteles publicitarios en las paredes de los edificios. —Gracias por ayudarme —expresó ella con voz muy fina y suave mirándolo un tanto sorprendido y expectativo, él no contestó de momento, analizándolo todo y esta sonrió con simpleza pero sinceridad—. Nos veremos luego, señor Jung Hang.     Este no contestó nada, simplemente se quedó mirándola un tanto atontado y silencioso, analizando cada momento, cada acontecimiento bajo las gotas de lluvia, analizándola a ella, que se dio media vuelta y continuó su camino. Lee se quedó allí, mirando sus propios pies aunque en realidad la vista la tenía en el vacío frente a sus ojos a la vez que el agua escurría por su cabello hasta sus sienes y luego sus mejillas para gotear desde su despejada barbilla. Con lentitud y cautela miró a las dos mujeres que lo observaban con aspecto de poder liquidarlo en algún momento, pero Lee sabía que no le harían nada, pues había sido la orden superior, Marie no lo consideraba un peligro particular. De modo que eso Lee lo vio como una oportunidad de hacer algo más, así que volvió a mirar hacia el camino que había proseguido Marie y notó que ya era sólo una figura difusa bajo el agua que caía, de modo que decidió caminar hacia ella aun sabiendo que las guardaespaldas lo seguirían como sombras.     Avanzó a zancadas sin decir nada, con muchas ganas de saber por qué había querido suicidarse, por qué si probablemente estaba embarazada, se preguntó también quién sería el padre de la criatura, se preguntó por qué presuntamente había mandado a que asesinaran a su esposo y por qué presuntamente había colaborado con la muerte de su suegro mientras todos creían que la leucemia fue la causante del fin en la vida de ese señor. Lee tenía muchas preguntas en la cabeza y la manera de responderlas era entrando de alguna forma en la vida de esta, según él, a las mujeres, si se les sabía abordar, no resultaban ni tan complicadas; lo único que se debía hacer era escucharlas en todo y fingir condescendencia para que soltaran más y más información. Incluso llevándolas a la cama y estando en el momento en que estas estuvieran siendo felices, con todas esas serotoninas, dopaminas y sobre todo las oxitocinas haciendo fiesta en sus cuerpos recién acariciados, aprovechar para sutilmente preguntar cualquier cosa, que entre suaves besos llenos de supuesta ternura, expresara sus verdaderos sentimientos y pensamientos. Lee sabía que las mujeres son un manantial de emociones, que cuando pasan estas cosas suelen ver todo de color rosa y cualquier rama de paja la miran como la flor más bonita; Lee consideraba que, pese a lo volados que eran los americanos y los latinos, el hecho de que un hombre con otra cultura las tratara como respetables damas las hacía soñar con un futuro bajo la misma consideración, de modo que no estaría mal intentar algo basándose en esas suposiciones que lejos no estaban de ser reales.       Ya a menos de medio metro detrás de ella, aminoró el paso y avanzó un poco más hasta que ella lo notó a su lado y volteó a verlo, para entonces este ya se estaba quitando el abrigo de diseño escocés. —Lo vas a necesitar más que yo —le ofreció mientras ella aminoraba el paso, lo miraba a los ojos y luego al abrigo—. Hace frío y te estás mojando toda. Probablemente la lluvia arrecie más.      Ella continuaba con la capucha de su suéter puesto y las manos dentro de los bolsillos de este. Entonces Lee, al ver que ella, extrañada y sin decidir de momento qué hacer o responder, él procedió a cubrirla con la prenda como si este fuese el manto que llevan las vírgenes de las iglesias, quedando entonces similar a alguna especie de virgen mientras lo miraba a los ojos.   —Ya estoy bastante empapada —contestó ella con suavidad y cuidado—. Lo que conseguirás es que moje tu abrigo por dentro.     Él tensó sus labios en una sonrisa cerrada que a ella le pareció hermosa y parpadeó, con los ojos bastante achinados por la expresión. —No importa —contestó él meneando la cabeza levemente.             Marie se sintió un poco incómoda y sacó las manos de los amplios bolsillos de su suéter, haciendo un ademán de querer proceder a quitarse y devolverle la prenda. —Es que… vivo cerca. Así que no es necesario… —No hay problema con que lo cargues mientras tanto —la detuvo él amable y supuestamente preocupado.     Ella lo dudó un último momento, pero al mirarle una expresión honesta, decidió aceptar. Pero se sintió culpable de que ahora este estuviera mojándose la camisa que cargaba puesta.     Lee hizo un ademán con la mano en medio de una leve reverencia, señalándole el camino. —Permítame acompañarla.     Ella lo miró detenidamente, con la expresión de un minino que no entiende alguna seña pero que se queda allí. Pero luego salió de ese ensimismamiento y parpadeó, se había quedado momentáneamente embelesada mirando al a******o mostrarse amable. Y recordando que no se sentía de ese modo desde que JeanPaul hubo fallecido, él también se portaba especialmente con ella así de atento.     Marie bajó la mirada, sintiendo un poco de ardor en los ojos y picor en la nariz, se limitó a asentir y continuó caminando, derramando lágrimas con expresión seria, aprovechando a hacerlo allí, bajo la lluvia y sin levantar sospechas ya que las gotas de agua que caían se mezclaban con sus llanto silencioso. Marie amaba a JeanPaul aunque ya no estuviera vivo y no creía que pudiera querer jamás a alguien tanto como lo hubo hecho con él.     Lee, sin sospechar, la siguió en silencio, a un lado suyo sin decir algo más. Presintió que la mejor manera de llevar las cosas era actuando en forma lenta y gradual. No iba a abordarla como seguramente lo harían la cantidad de pretendientes que seguramente tendría ella.     Así anduvieron en silencio hasta que por fin llegaron y ella se dio media vuelta al aminorar el paso, sorbió su nariz con cuidado y se quitó el abrigo de encima para entregárselo, entonces, ya bajo techo él lo recibió. —Me temo que es aquí donde nos despedimos —habló ella—. Gracias por tu compañía—expresó con honestidad y un tono de voz que a Lee le pareció una melodía de chelo. —También me estoy residenciando en este lugar —dijo con una amable sonrisa cerrada y ya con más claridad, Marie pudo mirar lo lindo que se resaltaban los pómulos de este cuando sonreía y sus achinados ojos se cerraban más.     Ella parpadeó y él notó el enrojecimiento en los ojos de ella, pero evitó mencionarlo. —¿Vives… aquí? —preguntó ella enarcando las cejas y luego arrugando el entrecejo extrañada—. Yo… no tenía idea… —Recién me he residenciado en este lugar, mientras se decide el negocio con nuestras empresas —contestó él con afabilidad, más allá el vigilante de la entrada esperaba para darle la bienvenida al interior del rascacielos—. Me han dicho que es uno de los lugares más exclusivos de Nueva York —agregó echándole un vistazo imprevisto a su alrededor antes de volver a verla—. Lo que no esperé es que usted también estuviera aquí.     Ella ladeó la cara y titubeó. —Pues… que bien que estemos cerca mientras toma usted alguna decisión en cuanto a la propuesta de negocio, señor Jung Hang —apartó la vista de los ojos de él y extendió la mirada un tanto ansiosa e incómoda hacia las puertas de la entrada—. Ya debo avanzar. —Yo estoy en el piso 27 —añadió él, volviéndole hacer el gesto de que continuara primero—. Me temo que estaremos en el ascensor mientras cada quien llega a su destino.     Dicho esto ella procedió a caminar y él detrás casi a su lado.     El momento en el elevador no fue tan incómodo, pero casi no hablaron, simplemente recordaron la última vez en un ascensor, juntos. Pero justo antes de llegar al piso 26 ella decidió ladear la cara para mirarlo, balanceándose ligeramente como una tímida colegiala. —Sabes… me gustaría poder encargarme secar tu abrigo —dijo—. Lo he utilizado, puedo mandar a que lo acondicionen para que puedas usarlo nuevamente.     Exhaló una sonrisa, mirándola y bajó la vista al abrigo en sus manos. —Sólo es agua. En tal caso de no poder usarlo más simplemente lo desecharía. Pero creo que puede servir todavía. —Por favor… —insistió ella—. Deja que me encargue.     No tuvo que insistir tanto, él sabía que por esa parte ya tenía un motivo para verla otra vez sin meterse en asuntos de negocios. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD