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4102 Words
    Mientras tanto Marie caía de espaldas, con los ojos hacia el cielo y sintiéndose la mujer más tonta de Nueva York por no estar cayendo con estilo, lo más seguro es que a menos de siete segundos más tarde el golpe del agua contra su espalda le causaría después un gran malestar y puede que una especie de daño en los pulmones, imaginó cuánto quemaría el impacto que iba a darse contra la superficie y temió que al golpearse la cabeza tuviera algún daño cerebral, pensó que allí la cosa sí que se pondría fea y sólo por el ínfimo error de verle la cara al a******o. El problema radicaba en el detalle de no estar descendiendo en forma vertical y con las manos planas por delante de su cabeza, era ese el método más recomendado, todos lo hacían así porque era más fácil entrar al agua una vez aminorando el impacto de la intromisión por ser sus manos lo primero que se hundieran, cortando la superficie como si fuese un cuchillo. Pero ahora era distinto, pensó que probablemente caería como una bruja que perdió el control de su escoba encima del Océano Pacífico.     Todavía sobre el puente, el desconocido supo que no iba a pasar como se miraba en las películas, era evidente que no le iba a dar tiempo de despojarse del saco y los zapatos para saltar tras ella, la corriente de seguro la arrastraría rápidamente y el río era extenso a lo ancho, no iba a arriesgarse a que fuera arrastrada lejos de su alcance. De modo que sin pensárselo mucho trepó el borde del puente y se arrojó de cabeza, con las manos planas por delante, decidido, con temor y miedo de las posibles consecuencias, pero eso sí, con valentía y determinación.     Ella al impactar contra el agua formó un remolino y chispazos de agua hacia arriba, sintiendo irremediablemente el ardor en su espalda, el sonido hosco de las burbujas que a su alrededor buscaban llegar a la superficie, escuchando también el zumbido sordo y constante de la corriente de agua. Marie no sintió tranquilidad como esperaría alguien sentir al arrojarse al agua desde esa altura, sólo inquietud y confusión. Por su parte el hombre detrás de ella cortó el agua tras su paso vertical, pero al menos a unos ocho metros de distancia con respecto a ella, él sintió el frío del agua calarle por los poros, en cada arteria, en cada partícula de sangre en parpadeantes corrientes de congelamiento que llegaron a cada parte de su cerebro para entonces dispararse por dentro de la columna vertebral y distribuirse equitativamente en cada hueso de su cuerpo.     Buscó darse la vuelta y quedar de cabeza hacia arriba, sacudiendo los pies y balanceando las manos para emerger, soltando el aire de sus pulmones y consiguiendo asomarse, pero no vio más que el brillo de las alejadas luces del puente y el vago reflejo de la iluminación de los edificios de la ciudad sobre la superficie de las aguas que lo arrastraban, estaba oscuro el lugar, se sintió entonces confundido y buscó con la mirada por todas partes, chapoteando para mantenerse a flote. Le preocupó no mirarla por ningún lado.     Pero Marie ya estaba dando brazadas hacia una de las orillas, sintiendo sus brazos el delicioso ardor del trabajo y ejercicio físico, sus piernas también quemaban y eso para ella era placentero, efectivamente hacía sido un escape de la realidad. Sintió que había sido grosera al haberle hecho perder el tiempo al desconocido que le había ofrecido ayuda en el puente, pero no se culpó tanto porque ella en ningún momento le había pedido a nadie que se acercara a hablarle, pensó que probablemente ese hombre ya se habría ido al concluir en que no habría remedio para quien cayera allí sino ser devorado por peces tras veinticuatro horas después de ahogarse, lo más probable era que ya se hubiera hecho la idea de llamar a la policía para que encontraran el cuerpo sin vida de ella río abajo. Probablemente se lo agradecería cuando volviera a verlo, mientras tanto, seguiría nadando hacia el borde del río.     Y todavía en medio del río él daba giros verticales, buscando con la mirada a todas partes, extendiendo la vista en búsqueda de algún cuerpo flotando río abajo, no vio nada. Entornó los ojos, respiró con agitación y continuó chapoteando, sintiéndose arrastrado por la corriente. Quiso llamarla, pero no conocía el nombre de esta, de modo que lo único que se le ocurrió fue decir la única palabra que creyó conveniente. —¡Hola! —gritó—. ¡Hola!     Pensó que cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca lo escucharía. Imaginó que la dama a la que había que había querido evitar la sucedida caída probablemente estaría hundida y ahogada desde hace tiempo ya, sintiéndose culpable por no haber llegado a tiempo.     Ya casi llegando al borde del río, a Marie le pareció haber escuchado la voz de alguien, entonces se detuvo, volteando a ver a todas partes y tratando de notar la voz por encima del zumbido del agua en marcha. Volvió a escuchar la voz, era un hombre que gritaba y su eco se perdía en la extensión del espacio abierto. —¡¿Hola?! —dijo ella en voz a grito.     Hubo silencio. Algunos tres segundos antes de volver a escuchar la voz que parecía provenir de muchas partes al mismo tiempo. Ella volvió a repetir la palabra, pero por alguna razón pasó a creer que todo se trataba de una confusión, quizá una alucinación por el golpe de la caída y concluyó que probablemente todo era parte de su imaginación.     El desconocido tuvo una ligera sensación de alivio y esperanza al escuchar una voz femenina de regreso.     >. Pensó.     Volvió a llamar, unas tres veces más, pero no obtuvo respuesta de regreso, sin embargo, supuso que el sonido habría venido desde su lado derecho estando de cara hacia a donde iba la corriente del río. Entornó los ojos hacia ese lado y mientras seguía siendo arrastrado por el río miró fijamente hacia esos lados en particular, entonces creyó ver una figura que llegaba al otro extremo. No imaginó que fuera precisamente ella, quizá era alguien de una pareja que habría ido a pasar un momento romántico en la intimidad de un lugar que bajo el puente suele permanecer solo a esa hora de la noche.  De modo que pensó que lo más sensato en ese momento podría ser nadar hacia ese mismo lado y solicitar la ayuda de esta persona para entonces continuar buscando a la desconocida dama que había resbalado del borde del puente aproximadamente diez minutos atrás.       Marie comenzó a sentir el suelo del río, las puntas de sus pies en movimiento chocando contra las piedras al fondo, entonces empleó fuerza y equilibrio para ponerse de pie, consiguiéndolo y procediendo, ralentizada y toda destilando agua como si fuese un manantial. Arrastró sus piernas hacia la orilla y con la respiración agitada logró estar entonces fuera del río, dando pasos lentos e inclinándose para apoyar las manos en sus rodillas y reflexionar acerca de todo. Medio minuto después se irguió y se dio media vuelta, recordando la voz que había escuchado, mirando la extensión del río.     Marie notó un cuerpo que se acercaba a la orilla, a un par de metros río abajo, dando brazadas sobre la superficie y lo primero que hizo fue arrugar el entrecejo, desconcertada.     >. Pensó.       El desconocido, sin mirar a la orilla, concentrado únicamente en nadar sintió en sus piernas algo similar a cables, quizá alambre con púas enredadas con moho y musgos. Descubrió sus piernas enredadas, la tela de su pantalón enganchada a algo que le hincaba los tobillos. Comenzó a sentirse frustrado, todavía no lograba tocar el suelo del río y según lo que vio, le faltaba al menos diez metros para llegar a la orilla. Intentó zafarse, pero no hizo sino sentirse cansado, sin embargo no se rendía y se sacudió una y otra vez, buscando tocar con las manos lo que fuera que lo estuviera reteniendo allí. Confirmó que era alambre de púas y que el montón de esa basura y deshecho venía desde alguna parte, arrastrada por la corriente río abajo, con lo que se topó por accidente y ahora lo arrastraba también. Dio su mayor esfuerzo para no quedar por lo bajo, pero le fue imposible, porque el montón de alambre lo arrastró, sumergiéndolo en el agua y sacudiéndolo incluso contra el suelo del río.     El hombre de buenas intenciones tragó agua hasta por las orejas y sintió la desesperada necesidad de respirar, pero no podía, le era imposible hacerlo, así como encontrar coordinar sus movimientos y ubicarse en tiempo y espacio, en ese momento sólo quería zafarse de la maraña metálica que le impedía continuar.     Marie lo había notado, un cuerpo acercándose y luego simplemente hundirse como si algo lo hubiera halado desde abajo, entonces se preocupó y no tardó mucho en decidirse por regresar al agua. Corrió, se arrojó y braceó en torno a donde posiblemente la corriente se hubiera llevado el cuerpo, ya después de un par de minutos miró algo parecido a la parte de una tela oscura, probablemente una chaqueta o un saco de ejecutivo, pero sólo fue algo momentáneo, pues eso que había notado entrever sobre el agua volvió a hundirse.     De inmediato braceó hacia ese lugar y extendiendo la mano a ciegas logró tirar de la tela, sintiéndose arrastrada también. Alcanzó a sentir un torso, un brazo y supuso que sería la persona que había intentado llegar a la orilla.     No sin esfuerzo, conteniendo la respiración y manteniendo los ojos abiertos aun sabiendo que por a hora y la oscuridad no lograría ver más que sentir, buscó tirar del cuerpo, recorriéndolo con las manos, suponiendo de inmediato que tendría las piernas o los pies enredados en algo, así que eso fue lo que hizo, buscar soltarlo de lo que fuera que lo tenía atrapado.     No calculó cuánto tiempo estuvo tanteando con las manos, sólo supo que se le estaba haciendo tarde cuando sintió sus pulmones quemar de necesidad de respirar, entonces decidió arrancarle de un tirón los círculos de alambre de los tobillos que bien ajustados estaban y una vez libre, lo rodeó por la espalda, metiendo sus brazos bajo las axilas de este y sacudiendo los pies para buscar la superficie.     Nadó con este hasta la orilla, estaba inconsciente y ella muerta de frío, así que lo depositó cuidadosamente sobre el suelo, boca arriba y se arrodilló a un lado de este, jadeando y destilando agua de su ropa. Se había ahogado y ella procedió a lo debido, que fue hundir sus manos en el tórax de éste varias veces, no iba a dar tiempo de quitarle el saco y desabrocharle la camisa para que se hiciera más fácil, pero lo hizo una, otra y otra vez. Colocó los dedos de una mano en la nariz de este y los dedos de la otra en su mentón, abriéndole la boca para juntar sus labios temblorosos contra los de este, inmóviles y fríos.     Así estuvo por un tiempo que para ella fue incalculable, pero que se resumieron en seis minutos y un poco más. El hombre desconocido sintió asfixia, la necesidad de respirar y el ardor en su garganta, vomitando entonces el agua tibia y tosiendo descontroladamente. En películas se hubiera visto casi romántico, pero en realidad la tos se lo tomó en serio, tanto así que Marie tuvo que ayudarlo a levantarse e inclinarse a un lado para terminar de vomitar y toser al punto de una crisis vergonzosa, pero la estética o estilo del hombre en ese momento fue a lo que menos la mujer le prestó atención, porque ni siquiera le alcanzaba a ver los verdaderos rasgos en la cara a este; por supuesto, por la poca claridad del lugar este tampoco pudo reconocer la identidad de su ayudante. —¿Te sientes mejor? —musitó ella, mirándolo estar más recompuesto.     Él volteó hacia la persona que le había hablado, sintiéndose desorientado y confundido. Entonces, al recordar el motivo de haberse arrojado del puente, se puso de pie de inmediato, mirándola levantarse también.     No dijo nada de momento y miró de nuevo hacia la extensión del río, temeroso y preocupado. —Hay… hay… —señaló con el índice de una mano hacia las aguas y su voz rasposa y cansada—. Una mujer acaba de caer del puente —mencionó, con la respiración jadeante, todavía estaba confundido y al mismo tiempo seguro de que la mujer todavía estaba siendo arrastrada por el agua—. Hay… hay que ayudarla.     Dicho esto, miró hacia la silueta de la mujer que lo había salvado, desesperado y removiéndose sobre el mismo sitio. —Por favor… —insistió—. Ayúdame a encontrarla.     Marie permaneció en silencio, reconociendo la voz al instante aunque no pudiera verle la cara muy claramente. Le pareció extraño que este hombre aparentemente hubiera saltado por ella y mucho más extraño, que aun estando a punto de morir todavía pretendiera seguir buscándola. —¿Por qué habría de ayudarte a buscarla? —preguntó ella con voz neutral, analizándolo.     Lo notó voltear a verla, imaginó que en el rostro de este habría una expresión de obviedad. —Pues, porque debe estar ahogándose —contestó con la voz todavía rasposa—. Es una persona que necesita ayuda.     El desconocido hombre estaba todavía un tanto desconcertado y confundido, tan desesperado que no se concentró en la voz de su auxiliar ni siquiera para darse cuenta de si antes habría hablado con ella. —¿Por qué quieres ayudarla? —dijo ella, todavía inmóvil, de pie, a un metro alejada de él—. ¿Acaso la conoces?     El hombre sacudió los brazos en un ademán de exasperación y casi rendición. —No sé quién es, ni por qué quería arrojarse. Sólo… sé que tenía que ayudarla.     Marie en silencio agradeció el gesto, pero siguió con voz neutra. —Debes sentir frío, estas empapado hasta en el apellido —observó ella—. Es mejor que regreses a donde sea que ibas. Y gracias.     Él la observó, extrañado por el modo de proceder de esta y buscaba con disimulo identificarla. —Tú has sido la que me ha salvado —contestó este, caminando detrás de ella cuando Marie decidió alejarse más de la orilla—. Debo ser yo quien te agradezca.     Marie no volteó a verlo, sólo siguió avanzando hacia donde se suponía que estaría un cerro por el cual trepar para llegar de nuevo a la carretera. Sin embargo, él continuó detrás de ella, pero frenándose, preocupado e hincado por la necesidad de salvar a quien creía todavía dentro del agua. —Tengo que llamar a la policía —declaró. —No tienes que hacerlo —contestó esta con tranquilidad—. Estoy bien, estás bien. Estamos bien. —Pero ella…     Marie se detuvo y se giró hacia él, que casi chocó con ella pero se detuvo a poco de hacerlo. —Te dije que estoy bien, gracias —dijo con más carácter—. No tienes que llamar a la policía.     En ese momento él se quedó casi petrificado. —Tú… —musitó, incrédulo—. Eres… ¿la dama que cayó…? —señaló en un gesto inconsciente hacia el puente. —Sí —dijo ella todavía neutral—. Has caso, sigue tu camino. Y la próxima no te arriesgues tanto —aconsejó con más amabilidad en su tono.     Él, con la típica costumbre de su país, procedió a inclinarse en modo de respeto. Fue un gesto corto y casi tímido.     Marie lo miró y sin decir nada dio media vuelta, procediendo su caminar cuesta arriba.     Mientras él, destilando agua y con el cabello mojado pegado a su frente, le siguió el paso, en silencio. Pensó en lo tonto que seguramente le estaría pareciendo a ella en ese momento la actitud de él, un hombre común, intentando salvarla y siendo salvado por ella; nada de lo que pensó ni de asomo desde el principio.     Después de algunos quince minutos caminando en silencio cuesta arriba, lograron dar con la vía principal que daba al puente. Marie sentía los músculos de las piernas ardiendo, consiguiendo controlar la respiración y echándole una ojeada a la carretera con la firme intención de encontrar un taxi que la llevara a su casa.     El desconocido se adelantó al acontecimiento, pretendiendo no sonar tan tonto esta vez. —Mi auto está allá —miró y señaló hacia su carro, que aún estaba estacionado a unos cuarenta metro de distancia—. Puedo llevarte a casa —pausó, cauteloso—. Si quieres.     Ella volteó a verlo de reojo, le pareció atractivo aun cuando tenía el cabello todo mojado y la ropa destilando agua. Notó también que la corbata la tenía volteada y montada sobre uno de sus hombros.     Marie, en silencio, sintió sus manos hincar de nuevo. No necesitaba mirarlas, sabía que las tenía lastimadas por culpa de las púas del alambre de las que rescató al hombre cerca de ella. —Puedo ir sola, gracias —dijo ella, todavía neutral pero sin intención de ser grosera—. Eres amable.     Él, sintiéndose un tanto incómodo ante ese cumplido, no encontró qué decir de momento y ella volteó a ver de nuevo hacia la carretera, extendiendo a la vista el pulgar de su mano y deteniendo un taxi.     El vidrio de la ventana bajó y Marie se inclinó al acercarse a la puerta, mirando al conductor. —¿Podría subir al auto? —consultó primero.     El taxista la miró y habló. —¿Tienes la ropa mojada? —preguntó este, escéptico.     Ella no evitó mirarse a sí misma y encogerse de hombros. Miró de nuevo al taxista. —He caído del puente. —Entonces no puedes subir —determinó el cadavérico hombre dentro del auto—. Estropearás el asiento.     No dijo nada más ni esperó respuesta, aceleró y se alejó. Dejándola allí, comprendiendo la situación.      El desconocido quiso insistir, pero esperó a que ella decidiera por sí sola aceptar la ayuda. Sin embargo, a juzgar por todo lo que había visto de ella sabía que había una probabilidad 50/50 de que accediera o no, de modo que aprovechó para hacer una pregunta que le había rondado la cabeza mientras subía con ella hasta la carretera. —¿Por qué querías arrojarte desde el puente? —preguntó, cauteloso. —Eso no es tu asunto —contestó ella sin molestarse y mostrando un pulgar a la carretera para detener otro taxi.     El desconocido no insistió, tampoco quería ser grosero y miró que el auto amarillo de franjas negras y aviso sobre el techo, se detuvo. Entonces miró cómo ella, siendo perseverante fue al grano. —Tengo la ropa mojada, lo sé —inició con determinación y seguridad después que el vidrio de la ventana del copiloto bajó—. Y puedo comprarte otro asiento si quieres, aparte de pagarte el precio de llevarme a casa. —¿Comprar otro asiento? —preguntó con diversión el cuarentón de barba recortada, exhalando una risita que le estremeció las capas de grasa bajo la camisa—. Imagino que no sólo el asiento tendrías que comprar, sino el tapete donde colocarás los pies. —Da igual —dijo ella sin prestar mucha atención, abriendo la puerta y subiendo.     Cerró y antes de que este pisara el acelerador, ella volteó hacia el hombre de ojos rasgados que la miraba detenidamente, pero sin rastro de maldad en sus ojos, sólo una infinita curiosidad, reflexión y quizá hasta ingenuidad. Él en cambio interpretó en ella un tanto de soberbia, osadía e indiferencia.     Marie lo perdió de vista, presintiendo que no sería la única vez que lo vería.       El hombre, húmedo como una esponja, miró el auto alejarse y de inmediato rodó la vista hacia la placa, memorizando el número de matrícula. No esperó más, caminó a zancadas hacia su propio auto, cosa que no duró mucho tiempo puesto que sus piernas eran lo suficientemente largas que cada paso podría equivaler a dos.     Cuando llegó por fin a su vehículo, que todavía tenía la puerta abierta, se encontró con que una moto estaba estacionada más adelante y un policía escribía una nota en un cuadernillo, del cual arrancaba la hoja y la situaba sobre el parabrisas en medio del cristal y los limpiadores. —Espere —dijo él, llegando a donde estaba el hombre de uniforme n***o—. ¿Por qué la multa? El vehículo no ha estado estacionado allí por mucho tiempo.     El policía volteó hacia él, con indiferencia y bajando el cuadernillo a la altura de su prominente abdomen flácido. —No tengo idea de cómo son las normas en tu país, c***o —le contestó el oficial con discriminación en el tono de su voz—. Pero aquí la gente se rige bajo otras leyes.     El hombre no prestó especial atención a la expresión racial del americano, pero rápidamente se acercó a la puerta abierta de su auto y de la guantera de en medio extrajo la cartera que por suerte todavía estaba allí. Entonces, regresando a donde el policía, sacó tres billetes de cien dólares y una tarjeta con un número telefónico. —Oye —le ofreció—. Se me ha presentado una verdadera emergencia, aquí hay para que cenes esta noche y mi número telefónico para que me llames mañana y arreglemos este asunto. ¿Te parece?     El policía lo dudó, pero tres jugosos billetes eran una tentación. —¿Estás intentando comprarme? —preguntó receloso—. ¿Piensas que esto es china?     El a******o meneó la cabeza y con honestidad contestó. —Estoy siendo amable y solicitando tiempo. Por favor —dijo—. Alguien necesita mi ayuda.      El policía, no muy convencido, igual tomó los billetes y la tarjetilla. —Quiero ver tu identificación y los papeles en regla —demandó el oficial.     Este procedimiento no duró más de cinco minutos, hasta terminar la revisión, retirar la multa y aconsejarle manejar con cuidado.     El a******o aceleró, conduciendo a toda velocidad y con el modelo del taxi en su mente, así mismo como la matrícula del auto y el cálculo de la distancia por donde probablemente iría en ese momento; aspecto que podría variar dependiendo de la velocidad que llevara el transporte en donde iba la mujer desconocida. Pero a juzgar por las normas de velocidad nacional en Estados Unidos, probablemente todavía no habrían terminado de cruzar el puente. Así que aceleró aún más y adelantó otros vehículos, buscando con la mirada algo que se asemejara a lo que tenía en mente.         Sintió un poco más de tranquilidad al mirar el auto por delante, con cuatro vehículos más de por medio. Eso no iba a ser problema, los adelantó y se ubicó justo detrás del taxi que llevaba a Marie dentro, todavía sobre la marcha.     Él reflexionó sobre lo acontecido en las últimas dos horas y todo aquello le pareció la trama de alguna película de locos. Sin embargo, algo le decía que esa desconocida que lo había salvado, aunque renuente y orgullosa, merecía llegar a salvo a su destino. Y él se iba a encargar de ello.     Cruzaron la ciudad y después de casi media hora circulando entre el tráfico nocturno, bajo las luces de una población inmensa, miró que el taxi la dejó en un complejo de apartamentos en una de las zonas más exclusivas de toda la ciudad. El a******o la miró bajar del vehículo y caminar hacia la entrada del edificio, por donde desapareció, dejándolo un poco más tranquilo al saber que por lo menos había llegado bien.     El taxi partió de nuevo, reiniciando sus labores de transporte nocturno y con este, el desconocido dentro de su propio auto, sintiéndose un poco más convencido pero todavía con mil preguntas, pisó el acelerador para ir a donde tuvo planificado desde el principio antes de encontrarse a la mujer que, según él, había querido acabar con su vida.     A este también algo le decía que tenía que volver a verla. Quería saber el motivo real que la había llevado a intentar el s******o, quería poder ayudarla de alguna manera. Y eso se propuso a partir de entonces; mientras tanto, dejaría pasar esa noche. Él sólo suplicaba al cielo que ella no cometiera una imprudencia en ese lapso de tiempo. 
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