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4794 Words
    Las últimas imágenes que Marie vio en sus sueños ya a punto de despertarse fueron las de Lee con el cabello empapado, mirándola fijamente y con una expresión que invitaba a la confianza, sus manos tomadas por delante y el ascensor cerrándose en medio de ellos cuando esta ya hubo salido del cubículo. Esa típica pose en la parada de los asiáticos, sobre todo si eran empresarios, firmes, seguros y casi como imágenes ejemplares de una boutique y sus modelos.     Abrió sus ojos perezosamente al escuchar toques en la puerta, dejó todavía la mejilla derecha sobre la almohada y en sus fosas nasales el olor a caballero que había quedado en su recuerdo de haber cargado el abrigo esa noche anterior. Los toques repitieron y no tuvo de otra que levantarse y caminar hacia la puerta todavía en pijamas, sabía que más o menos para esa hora la encargada de la limpieza estaría allí, aunque ese día lo tenía libre, debía llegar a traer el abrigo que había encargado Marie a que lavaran, secaran y plancharan.     Abrió y allí estaba Betty, la estudiante universitaria que trabajaba a medio tiempo encargándose de la limpieza de la casa y la ropa de Marie. —Disculpe que la haya despertado, señora —dijo la delgada joven sosteniendo en sus manos el abrigo colgando de un gancho para camisas—. La prenda ya está lista, como encargó.     Marie negó con la cabeza mientras con las falanges se restregaba los ojos perezosamente. —No te preocupes, tenía que despertar más temprano, había olvidado que llegarías —le contestó la jefa.     Cuando apartó las manos de su cara y miró que la empleada tenía sus ojos marrones puestos en un punto sobre el suelo, decidió averiguar qué cosa era lo que le llamaba la atención. Bajando la barbilla un poco conforme conseguía mirar el piso y encontrarse que sobre este, a menos de un paso estaba una bandejita con un vaso de café expreso y a un lado una cajita de regalos de color crema. —¿Lo has traído? —quiso saber Marie mirando la cara de su empleada, que meneó la cabeza. —No, señora —Marie volvió ver el detalle—. Estaba allí cuando llegué.     Marie se agachó y tomó la bandeja, irguiéndose de nuevo y mirando a los lados del pasillo deshabitado. Ella era la única que vivía en ese piso, había comprado incluso el apartamento de al frente al suyo para tener más comodidad y seguridad de que nadie deambulara en ese nivel del rascacielos. —Vamos, pasa —invitó Marie caminando primero—. Coloca el abrigo sobre la cama y vuelve a tus asuntos, gracias. —A la orden, señora —contestó la otra.     La empleada hizo lo encargado y mientras tanto, colocando la bandejilla sobre la mesa, Marie abrió la cajita adornada con una diminuta cinta que terminaba siendo un lazo. Allí encontró una nota escrita a mano, con un tipo de letra despegada y casi jeroglífica, afincada y al menos un milímetro de inclinación hacia adelante.     “Mejor una compañía inesperada bajo la lluvia, una casualidad irónica pero de cierta manera confortante ese hecho de que estemos en el mismo edificio que ciertamente toca las nubes. Cierto, bastante vintage lo de una nota a tinta y mano en vez de una llamada a su oficina o un mensaje por e-mail.     Quiero decir que ya tengo una mejor idea para la propuesta de un negocio en el que sin duda ganaremos ambos. Cuando quiera y disponga usted yo estaré donde sea necesario para platicar acerca.”     Y abajo, simplemente Lee, escrito con la misma letra.     Terminó de leer y escuchó su móvil sonar, avisando una llamada entrante, entonces lo cogió de la mesa y atendió. —Dime —dijo al mirar en la pantalla que era el número de su oficina desde donde hacían la llamada. —Buen día, señora. Espero que haya amanecido bien. Dentro de media hora tendrá una audición con las nuevas reclutas a pasantías cuyo turno comenzaría a partir del lunes en la próxima semana —contestó la voz de Thiago al teléfono—. Esto tomará aproximadamente una hora y media, o menos si usted se aburre. Para después, habrá una revisión y análisis de documentos.     Marie dejó la nota sobre la mesa y asintió, mirando nada en particular. —Esa revisión y análisis puede esperar a más tarde, haz espacio para una entrevista con Lee Jung Hang.     Hubo un corto silencio, Thiago analizaba esa orden inesperada. —¿Pero… esa cita ya estaba pautada? No recuerdo haberla agendado en ningún momento. —Sólo hazlo, Thiago —contestó ella y él supo que debía limitarse a obedecer—. Contáctalo y organiza un lugar con más espacio y ventilación en la empresa para este próximo encuentro, que por favor, el ambiente no deje de ser de oficina.     Thiago, al otro lado de la línea, teniendo la sensación de que algo raro estaba ocurriendo entre estos dos, sintió ligera impotencia e incomodidad, sin embargo, eficientemente contestó: —Como ordene, señora.       Thiago tenía 28 años de edad, un cabello castaño rojizo que lo hacía mirar más joven y una estatura de 1,90. En ese momento, y desde hacía tres años había estado siendo el asistente personal de Marie. Él, a diferencia de ella, había nacido teniendo la posibilidad de estudiar donde quisiera y de la manera que dispusiera; efectivamente eso había hecho. Se graduó con honores en administración de empresas en una de las universidades más importantes del país y pese a realizar pasantías en otras organizaciones, tuvo su título oficial otorgado con mucho mérito. Más tarde, para rellenar con importante contenido su currículum, decidió trabajar dos años en una empresa procesadora de combustible elaborando planes de economía, luego de solicitar su retiro y ser aprobada esta petición, trabajó en el banco nacional, como mensajero internacional del director de esta importante institución americana. Lo mismo hizo con esta dos años después, cuando escuchó que estaban abiertas las audiciones para entrevistas con la mujer que había pasado a ser la única dueña de una poderosa empresa productora de motores para vehículos. Para ese entonces el rango de ese patrimonio no estaba tan elevado como en la actualidad y aun así la reputación de la marca estaba cada vez en mayor ascenso, de modo que Thiago Johanson quiso probar suerte y trabajar como asistente personal de una importante mujer del país que mantenía el control de un patrimonio considerablemente alto.     Fue el número cincuentaiséis el que le asignaron, así que tuvo que esperar hasta tarde a que lo hicieran pasar con ella. Y dos días después, ya cuando imaginó que en realidad no lo iban a llamar para darle el trabajo, eso fue lo que hizo el departamento de recursos humanos. Thiago se sintió curioso, motivado y con muchas expectativas de futuro; pero lo que no se esperó fue un sueldo que triplicaba los que había tenido con anterioridad.     Desde el principio hasta ahora siempre fue formal y atento, muy discreto y eficiente. Como consideración, su jefa le tenía respeto, atención y una prudente distancia, nada salía de lo profesional. Sin embargo, en todo ese tiempo de trato y relación de empleado-jefa junto a ella, había desarrollado un afecto y gusto que lo mantenía decidido a quedarse siendo su asistente siempre que ella lo requiriera. Por supuesto, hasta entonces no le había expresado sus sentimientos y de momento no pensaba hacerlo, bastaba con mirarla laborar y desenvolverse con facilidad y determinación en un mundo que es más dominado por hombres que por mujeres. Ella no tenía tiempo para nada aparte de su trabajo, Thago consideraba que mantenerse sumergida en negociaciones era un modo de esta para no hundirse en cavilaciones que terminaran por hacerla filosofar de más y caer en una tristeza por la muerte de su esposo y lo sola que probablemente se sentiría al tener pretendientes y que ninguno fuera como muchos dicen que era JeanPaul Beauvoir.     Hasta entonces todo marchaba bien y tranquilamente para Thiago, hasta que de la nada apareció la solicitud para una audiencia y más atrás un a******o con actitud de ser un rompe colchones de primera. Las miradas que le dedicaba este recién aparecido a su jefa eran como si la conociera desde mucho antes o como si seguro estuviera de que esta ya iba a babearse por él de tan solo verlo, pero para rasquiña de Thiago, algo similar pasó, y fue que descubrió a Marie ligeramente más titubeante y cabizbaja, talvez un tanto sonrojada. Lo cual podría significar para el castaño que una competencia había aparecido y lo más probable, una contra la que probablemente él, un simple asistente de clase media, no podría competir.     Pero no por sólo eso le daba mala espina el tal Lee, pues, quizá era el aura que irradiaba o simplemente su actitud, pero Thiago por un momento consideró que era algo similar huellas azufre invisible lo que el a******o dejaba tras cada paso.       Y después de todo allí estaban, Marie esperaba ante la mesa de cristal cuadrado y mantel rosa crema y frente a ella Lee configuraba en la tableta digital las figuras que iba a escenificar el holograma situado en el centro, a un lado del abrigo escocés que permanecía dentro de una bolsa especial y que ya Marie había entregado.     Mientras tanto, cómoda y atenta a su propia tableta en la que visualizaba modelos de motores para autos de los que elegiría sólo dos o tres de estos bocetos para las próximas fabricaciones, respecto los 34 modelos que restaban iban a ser mejorados. Pero este no era parte de la oferta de Lee, cuya exposición todavía no había visto; pero no tenía prisa, así que mientras él se tomaba sus tres minutos para manejar su asunto, Marie tenía los ojos frente a la pantalla.     Fue amable de elegir un lugar más despejado en la empresa para esta segunda audiencia con Lee, ahora estaban en una sala de espera en el mismo piso en el que quedaba el despacho de ella, pero fuera de este. A un lado tenían una extensa pared panorámica de cristal transparente y allí el aire era menos frío que en el despacho, pero continuaba siendo fresco, sin embargo, aunque teniendo una excelente vista de una parte de la ciudad de Nueva York desde allí, ninguno de los dos se preocupaba siquiera de admirar la imagen al menos un par de segundos.     Ya el holograma reflejaba la imagen que estaba lista para ser desplazada secuencialmente por otras más en el momento en que Lee lo dispusiera, así que, con la tableta en la mano, levantó la mirada hacia Marie y ella, atenta a los movimientos que captara su mirada periférica, bajó la suya para prestarle atención. —Bien —dijo él con esa sonrisa corta y cerrada que le achinaba un poco más sus ojos—. Como dije, aquí está la propuesta —señaló con una mano—, mejor estructurada, desde luego. Esta es la primera…     Pero el sonido de unos pasos acercándose tras abrir la puerta que daba acceso al espacio los interrumpió. Marie fue la primera en voltear y encontrarse con los verdes ojos de Thiago, que se acercaba con un móvil en la mano, Lee, tranquilo, volteó hacia el recién llegado, sin mostrar ni pizca de la molestia que estaba sintiendo en ese momento al ser interrumpido y mucho más al ver que el responsable era particularmente el asistente. Thiago ni miró a Lee, que lo observaba inalterado, fue directo a hablarle a su jefa. —Señora, creí que le podía interesar saber que ha llegado una llamada desde Medellín —soltó.     Lee miró el cambio en Marie que iba desde la tranquilidad hasta la alarma, esa expresión que facialmente no demostró pero cuyas pupilas demostraban emociones intensas que Lee fácilmente pudo atrapar en su entendimiento.     Marie volteó hacia la mesa, sin fijar la mirada en nada, luego levantó las pestañas para ver a Lee con expresión de disculpa. —Perdóneme un momento, señor Jung Hang —habló antes de levantarse de su asiento y Lee le hacía una seña con la mano de palma hacia arriba, señalándole que bien podía permitirse el tiempo.     Marie se retiró de allí luego de tomar el móvil, cerrando la puerta detrás de ella, no quería siquiera ser escuchada por su asistente. Una llamada desde Medellín podría desatar emociones en ella que no quería demostrar justo antes de una posible negociación ¿Qué iría a pensar su futuro socio?     Miró en la pantalla que la llamada estaba en espera y atendió. —Marie de Beauvoir ¿quién desea hablarme? —dijo con voz neutra. —Hola, Marie —dijo una femenina voz de matiz angustiado, pero quizá era por la preocupación de estar gastando en una llamada a larga distancia—. Soy Fátima, tu vecina, bueno… que era tu vecina. ¿Me recuerdas? —Claro —contestó Marie—. Fue usted quien me llamó para avisar el fallecimiento de mi abuela. Su sepulcro —corrigió, antes de agregar—. ¿Puedo ayudarla en algo?                 En Villa Hermosa uno de los barrios de Medellín, estaba Fátima, sosteniendo con una temblorosa, pálida y envejecida mano cerca de su oreja un teléfono de cabina. —Oiga pues, en realidad no la estoy llamando para pedirle algo, mi niña —dijo un tanto cautelosa, mirando hacia el lado afuera de la cabina a que nadie la estuviera escuchando—. La llamo porque… bueno, porque es que aquella vez que la llamé no le dije todo. Y bueno… mi niña, pasa que… —volvió a rodar los ojos hacia los lados, vigilando que nadie estuviera por allí precisamente escuchándola—, no puedo seguir con esto. —Habla de una vez, Fátima —le instó Marie—. Estoy preocupándome.     La señora temblaba así como su rizado cabello oscuro cada vez que volteaba a mirar, atenta, a todas partes, sosteniendo entonces el teléfono con las dos manos. —Es que… bueno. Recuerda que le dije que, bueno… tras tardar en contactarla, logré avisarle que la señora Yolanda había muerto de un infarto, súbitamente y sin dar alarma. —Recuerdo —musitó Marie preocupada y esperó a que continuara hablando la señora. —Pues… pasa que en realidad no creo que eso sea cierto —informó la señora sintiendo en la boca de su estómago el temor de estar metiéndose en un problema por estar diciendo aquello—. Quien encontró a la señora fue mi esposo, él, como acostumbraba a limpiar el techo de su casa de las hojas y otras basurillas, fue un fin de semana y la encontró en su cama cuando decidió entrar después de llamar y llamar y que nadie le contestara, porque le pareció extraño, ya que nadie había visto a la señora salir. Parecía que estaba durmiendo, como ya le dije cuando logré contactarla a usted, mi niña —Fátima respiraba con agitación—. Mi esposo me dijo que no dijera nada de un detalle que miró y luego otro del que me di cuenta. Y tampoco nada dijimos a la policía, por temor a que el responsable supiera de esto y nos atacara —Fátima tragó saliva—. Cuando mi esposo la encontró, que Yolanda no se despertaba aunque la llamara en voz alta, se acercó y le tomó el pulso, entonces descubrió que estaba muerta. No quiso tocarla mucho después de aquello, sin embargo miró un puntito de sangre sobre la almohada y decidió voltearla, dándose cuenta de que en realidad la habían golpeado en una parte de la cabeza, por atrás, cerca de la nuca.                 Fuera de la sala que había mandado a acondicionar para la audiencia que casi tuvo lugar antes de que llamaran, estaba Marie con un nudo en su estómago, en la garganta y un hincón llamado adrenalina segregándose desde sus vísceras. Sintió la garganta seca y quiso tragar saliva, pero descubrió que la boca también estaba necesitada de al menos un trago de agua. —¿Qué estas queriendo decir? —fue lo que pudo articular Marie, con el móvil cerca del oído y la mirada perdida en el vacío. —Bueno… —titubeó la señora y Marie pudo percibir miedo en el tono empleado—. Nosotros creemos que alguien la mató. Cuando entramos después, junto a la policía, ellos dijeron que posiblemente haya sido un robo, pero es que nada estaba desordenado en la casa, todo parecía estar en su lugar. Fue entonces cuando me di cuenta de que la señora tenía en la mano una nota en un papelito doblado y lo tomé aunque la policía nos había pedido no tocar el c*****r. —¿Qué decía la nota? —se apresuró Marie ansiosa, temerosa—. ¿Dónde está la nota, la tienes? —La policía me pidió entregar el papelito y pues… tuve que hacerlo. Pero antes lo leí. —¿Y qué decía? —se desesperó. —Sólo recuerdo que leí unas letras en mayúscula, estaban separadas por puntos. Oiga, la primera era una J, luego el punto y después la letra C, otro punto y después B —escuchó la angustiada voz de Fátima—. Nada más, eso era todo. Entonces la policía me quitó el papelito, eso antes de que se llevaran al c*****r. Luego nadie dijo nada y la muerte de la señora quedó como si fuese un infarto que sufrió. Los vecinos nos conmovimos mucho con su muerte, le hicimos un sepulcro entre todos, incluso la María vino al funeral, de alguna manera se enteró de la muerte y pues, vino a llorar a la señora.     A Marie no le afectó tanto en ese momento enterarse de que su madre sabía y había asistido al funeral, sin ni siquiera haberse tomado la molestia de avisarle a ella. Sin embargo eso la lastimaba, porque con esto reconfirmaba lo desconsiderada, fría e indiferente que era María en cuanto a las emociones y necesidades afectivas o al menos deberes morales y respetuosos que tuviera para con Marie.     Lo que a Marie le tenía desconcertada era el hecho de la nota. —La policía dijo, cuando nos entregaron el c*****r, que la señora solamente había sufrido un infarto. Y después nadie más habló del tema —Marie intentó controlar su respiración y comenzó a sentir picor en la nariz mientras sus ojos se encharcaban, suspiró y frenó sus ganas de llorar en ese momento—. Yo… lamento haber tardado en ponerle en cuenta esta situación, mi niña. Por favor… perdóneme.     Marie inhaló profundamente por la nariz y luego exhaló por medio de sus labios entreabiertos. —Está bien, Fátima —logró decir tras una pausa, tragando, como acto de intento por hacer que la voz no se le quebrara en plena llamada—. ¿Tienes algún teléfono al que pueda llamarte para seguir hablando al respecto? Supongo que… tengo muchas cosas qué preguntar acerca. Y necesito que me ayudes. Con esto que me has dicho pienso que hay que abrir una investigación… —No mi niña —la interrumpió Fátima con miedo en el tono de su voz—. Es por esto mismo que mi esposo me exigió no decirle nada a nadie. Porque no nos queremos ver envueltos en ningún acto de investigación. Qué tal si el asesino se entera de que hay unos sapos diciendo cosas y después nos busque para hacernos algo malo. No, mi niña. Yo sólo la estoy llamando para decirle la verdad, porque lo sentí como un deber, porque le tengo cariño y porque no soy una mentirosa. Incluso la estoy llamando desde un teléfono de la calle para no vincular el teléfono de mi casa con nada respecto a esto y porque no quiero ni que mi esposo se entere de esta llamada y que nadie me escuche hablando con usted, porque si el asesino está entre nosotros me puede hacer daño si se entera. No sé usted, pero yo creo que puede ser que el asesino sea del mismo barrio, uno de esos malhechores que andan robando por todas partes. Esos, los paga-diario. —Está bien, comprendo —se sinceró Marie—, de todos modos saldré en un vuelo a Colombia lo más pronto que se me haga posible. Necesito saber más. Gracias por informarme de esto, Fátima. Prometo que no vas a sufrir consecuencias por haberme dicho esto.       Dentro del espacio en el que se pudo haber llevado a cabo la reunión de los dos empresarios todavía estaba Thiago, de pie cerca de la mesa mirando de reojo a Lee, que con aires indiferentes continuaba en su asiento observando cosas en su tableta digital sólo para mantener su atención en otra cosa que no fuera el vacío de esa sala y la poco agradable presencia del asistente.     En ese momento entró Marie y ambos dejaron de hacerse la silenciosa guerra de “quién se altera primero y suelta una despectiva”. A Lee le llamó la atención ver que la empresaria tenía una mirada particularmente triste y los ojos cristalizados, pero tampoco parecía que hubiera derramado alguna lágrima todavía. Y antes de que Thiago le musitara un “¿Estás bien?”, ella se adelantó y se detuvo a un lado de su asiento, mirando a Lee. —Necesito que me disculpe, señor Jung Hang —habló con voz neutral aunque por dentro tenía una tormenta haciendo un diluvio en su alma—. Me temo que la reunión no podrá continuar. Pido perdón por la molestia de haberlo hecho venir a mi empresa, pero se me ha presentado un asunto muy importante. Si gusta, en otro momento podría tener lugar este evento; comprendo si después no desea continuar con esta propuesta de negocio.     Lee se mantuvo inexpresivo, pero con condescendencia en su mirada, todavía en su asiento y procediendo a ponerse de pie con calma. Mientras tanto, Thiago evitaba decir algo fuera de lugar, pero tenía la preocupación sosteniéndole de los hombros mientras notaba con toda certeza que su jefa realmente estaba mal aunque allí, frente a ellos, continuara regia y formal.     Ella volteó la cara hacia este y se encontró con la verde, brillante y preocupada mirada de su asistente. —Consigue un vuelo a Medellín, lo más pronto posible —ordenó sin emplear un tono grosero, pero sin dejar de demostrar con su actitud quién la primera autoridad allí.     Thiago se empujó las gafas hacia atrás en un gesto inconsciente de nerviosismo y obediencia, entonces Marie volteó a mirar a Lee, aunque esta vez tenía que levantar la barbilla para verlo a los ojos. —Lo acompañaré a la salida, señor —dijo ella a Lee, haciéndole una ligera señal con una mano en torno a la puerta—. Gracias por su visita.     Lee, con la tableta digital en las manos asintió y tomó de la mesa su dispositivo proyector de hologramas que ya había desactivado. Fue entonces cuando Marie notó algo un poco extraño. —Señor Jung Hang —dijo al ver que Lee había mirado la bolsa con el abrigo dentro y no lo tomó—. Creo que olvida algo.     Lee detuvo su caminar y le siguió la mirada a Marie, que luego de verlo, rodó los ojos hacia la bolsa de nuevo. —Mi abrigo —dijo él, devolviendo entonces la mirada hacia ella, con una afable sonrisa cerrada en su boca, algo sutil y cortés—. Creo que podría necesitarlo luego, señora Beauvoir. Imagino que en Colombia llueve y por lo que he visto, usted suele olvidar que a veces necesita algo con qué cubrirse le frío y las tempestades.     Ella resopló una sonrisa, igual a labios cerrados y tensos, mirándolo y ladeando la cabeza. —Es muy amable, señor. Pero en tal caso llevaré un paraguas —asintió sin dejar de ser amable y con sus manos tomadas por delante mientras este cada vez se le llenaba la copa de estar siendo rechazado por una mujer—. De todos modos, gracias por su intención. —Insisto —respondió este con cortesía—. Consérvelo. Luego si quiere, lo devuelve a mí.     Ella bajó la mirada por un segundo y sonrió amable, sólo por cortesía, pero incómoda, luego volvió a verlo mirarla seguro de sí mismo. Pero también de estas miradas y conexiones se dio cuenta Thiago y decidió intervenir. —Señora, ya están reservados dos vuelos en primera clase —Marie volteó la cara hacia él—. Al cabo de dos horas a partir de este momento saldrá un avión de Nueva York a Medellín —continuó Thiago alzando una de sus manos para mirar la hora en su costoso reloj de pulsera, sosteniendo la tableta digital con la otra mano—. Hay tiempo de llegar, la acompañaré.     De inmediato ella meneó la cabeza. —No, Thiago —le dijo decidida pero con voz liviana—. Eres la única persona en quién más confío el control momentáneo de la empresa. Estaré ocupada, así que necesitaré que te encargues de hacer que todo marche como debe ser durante mi ausencia. Revisa los próximos documentos que lleguen, analízalos, reorganiza mi agenda y cualquier audiencia que se solicite mientras no esté, prográmala para cuando regrese. Por favor.     Thiago no supo si sentirse alagado o evitado. Ambos sabían que él era capaz de hacer que las actividades de la empresa continuaran marchando como debería ser y al mismo tiempo acompañarla a todas partes, pero lo que no olvidaba era que Marie era una persona a quien le gustaba mantener sus asuntos emocionales y familiares al margen de confiárselos a alguien, así que en momentos de quiebre se alejaba, pero sus actitudes no negaban estar pasando por esa transición sentimental. Así que el asistente sólo se limitó a asentir, obediente.     Entonces, al darse cuenta Lee de inmediato de la necesidad que Thiago expresaba de mantenerse cerca de ella, o pegada a esta como una calcomanía; aprovechó para hundir el dedo en la herida del asistente. —Si no lo considera una molestia, podría acompañarla, señora Beauvoir —musitó, en el momento en que ella y su asistente  rápidamente voltearon a verlo—. No sé a dónde específicamente pretende ir usted, sin embargo nunca es malo tener a alguien a quien acudir por si las cosas van mal —Marie no estaba entendiendo del todo—. Y así no tendría que ser un gasto en vano el pasaje de avión que iba a tomar su asistente, que bastante preocupado fue al creer que usted lo dejaría acompañarla. De igual manera, al final puedo reembolsárselo.     Marie frunció el ceño apenas, sin dejar de mirarlo a él, que permanecía cómodo, pero con expresión discreta aunque espectador. —¿Perdón? —fue lo que se le ocurrió decir ante aquello que consideró un disparatado atrevimiento.     Pero por su lado Lee lo que pretendía era no dejar escapar esa oportunidad, mucho menos en ese momento, en que su objetivo parecía estar emocionalmente vulnerable, considerando que lo normal en casos como esos era que las mujeres aceptaran cualquier apoyo reconfortante que se les presentara en el camino y más si estos apoyos se ofrecían sin mostrar alguna mala intención de por medio. —Disculpe —fingió arrepentirse, bajando la mirada y Thiago por su parte sintió gusto al mirarlo igualmente rechazado—. No comprendo todavía las costumbres y cultura de las damas americanas —expresó, mirando por lo bajo, pero en guardia—. Lamento mi ignorancia al respecto. Fui torpe en actuar de este modo, en mi país es normal que un hombre ofrezca su ayuda a una dama, sea para acompañarla a cualquier sitio o cargar sus cosas, depende de la situación —levantó la mirada hacia los ojos de esta—. Aseguro que nunca lo dije con mala intención.     Marie lo miró con desconfianza, enarcó una ceja y asintió. —Entiendo —dijo un poco más seca—. Y no. Gracias por su ofrecimiento, pero estaré bien sola.     Lee no tuvo otra cosa que hacer que asentir y permanecer con la mirada por lo bajo, mientras a Thiago se le podía notar una pequeña curvatura casi imperceptible en sus labios. Seguidamente fue Marie la que caminó por delante y luego, sólo por curiosidad Lee miró de reojo a Thigo, que saboreó en ese momento el placer de hacerle un gesto con la mano para indicarle la que retome el camino hacia la salida. Entonces, no por complacer al asistente pero también por no hacer cualquier otra bobada que lo hiciera parecer troglodita, volteó hacia adelante y siguió a Marie. 
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