El ascensor tenía un imaginario zumbido sordo por el silencio que había dentro. Toda de ejecutiva empresarial, seria y firme, estaba Marie con el pensamiento en la conversación que hace poco había tenido por llamada; por detrás, a su derecha estaba Lee, con las manos tomadas por delante, su masculina y arrebatadora manera de pararse (de pies un poco separados) y la barbilla firme, quizá un tanto elevada con arrogancia.
A la izquierda de ella, por detrás, estaba Thiago con la tableta digital sostenida en su regazo con ambos brazos y tomándose el atrevimiento de voltear un poco para ver de reojo y con disimulada burla a Lee a un lado.
Las puertas del ascensor se abrieron y ellos dos caminaron a un paso por detrás de ella, manteniendo entre ellos dos al menos un metro y medio de distancia, nunca hubieron cruzado palabras para otra cosa que no fuera pactar audiencias y ya ambos se repelían en silencio.
Una vez más allá del umbral de la salida, cuando por regla tenían que verse una última vez antes de despedirse, ya Marie había reflexionado, sintiéndose de pronto culpable, desconsiderada y grosera.
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—Señor Jung Hang —dijo ella con la voz un poco más pacífica, volteando a verlo—. Lamento haber sido grosera con usted, es cierto que no conozco sus costumbres ni la cultura de su nación. También sé y considero que no debo pagar las molestias de mis problemas con nadie más que con el culpable. Por favor, acepte mis disculpas.
Lee, mirándola desde su altura física, sonrió con afabilidad y entendimiento, asintiendo.
—Es normal, que una persona que carga con asuntos complicados reaccione de esa manera ante cualquier estímulo lo suficientemente intenso para alterar su comportamiento. Supongo que en ningún momento hubo una mala intención de su parte, nunca lo creí así.
Lee consideró en silencio que eso pasaba más con las mujeres, ya que no sabían ser otra cosa que una maraña interna de sentimientos y emociones cableados haciendo cortocircuito ante la primera sacudida que les diera la vida. Mientras que por naturaleza los hombres mantenían cada asunto interno en su respectiva cajita, guardadas a su vez en respectivos cajones por tamaño y color, de modo que muy poco se miraba a un empresario mezclando sus pleitos hogareños y familiares, con decisiones que fuese a tomar respecto a su industria y dinero, los problemas de la casa quedaban allá y de hecho, el trabajo solía considerarse por muchos de ellos como una especie de refugio, en el que no se quieren introducir problemas externos.
Pero Marie no estaba al tanto de estos pensamientos, así que sonrió afable y contestó.
—Gracias por comprender —se encogió de hombros—. A veces suelo tener las emociones de punta y ando haciendo las de mala sin darme cuenta; eso no está bien, con nadie —admitió—. Y respecto a su ofrecimiento, me temo que tendré que rechazarlo amablemente, no es algo personal, simplemente que el viaje podría resultarle algo tedioso, iré a por asuntos personales y esas cosas no suelen ser entretenidas para nadie. Así que prefiero ahorrarle esos momentos de tortura —bromeó.
Thiago, a dos pasos por detrás de ellos tenía una ligera expresión de satisfacción al escuchar cómo Marie se hacía la simpática para arrojarle en la cara al otro que no estaba interesada en sus ofrecimientos de doble o incluso triple intención.
—En lo absoluto —contestó él, siempre dispuesto y Thiago retuvo sus ganas de blanquear los ojos, sin embargo no pudo evitar cambiar el peso de una pierna a otra en un acto de incomodidad—. Me disculpo si parezco demasiado insistente, es que suelo tener muy pocas personas con las cuales compartir cotidianidades. Ya sabe, personas empresarias poco de su tiempo tienen de socializar con gente para algo distinto a negocios.
Marie templó una sonrisa tensa aunque genuina y sus ojos también se achinaron con este gesto que de momento pareció hincarle algún punto en el pecho a Lee, cuyas palabras recién dichas habían sido rápidamente premeditadas, ya que sabía perfectamente cuál era la situación social de ella.
—Prometo que morirá de aburrimiento —simpatizó ella—. En verdad —meneó la cabeza para agregar—, no quiero que se moleste en…
—No me molesto, señora Beauvoir —la interrumpió con una voz aterciopelada que le robó a esta un suspiro que trató de disimular—, sólo si usted desea, yo la acompañaré. Pero si en realidad no lo quiere, no habrá problemas, me iré con la curiosidad de saber cómo ha de ser el convivir unas cuantas horas seguidas con una mujer tan importante como lo es usted; el gremio empresarial menciona su nombre y la califica de una persona poderosa en un mundo prácticamente regido por personas de un género opuesto.
Horas más tarde ambos estaban en asientos juntos en el área de primera clase. El vuelo ya tenía una hora de haber despegado y entre una y otra conversación trivial y poco profunda, en la que nadie mencionó el acontecimiento del puente o el de aquella noche bajo la lluvia, Marie pidió a la azafata un postre ligero de crema batida sobre galletas. Por su lado, Lee se limitó a un Whisky Bourbon servido a más debajo de medio vaso pequeño, con un cubito de hielo y una pequeñita porción de cáscara de naranja madura en el fondo.
Todavía él tenía tantas interrogantes en la cabeza, sobre todo esas que englobaban el asunto de ella como ladrona y asesina. Pero lo que le dio mucho acerca de qué pensar y en qué ensañarse para sacar conclusiones, fue la actitud de Marie al probar la segunda de ocho galletas en su recipiente de cristal. La expresión que adoptó su cara fue de asco, malestar y disgusto, entonces se desabrochó el cinturón y sin decir nada más salió al pasillo, en dirección a los baños. Él, más que preocupado curioso, se desabrochó el cinturón y la siguió a zancadas, pero cuando llegó al lugar ella ya estaba dentro y había cerrado la puerta, dejando como evidencia de que la estaba pasando mal únicamente el sonido de las arcadas y después el retrete descargándose. Lee recordó que la noche anterior ella había estado muy pensativa, de frente a un anaquel repleto de productos para aseos infantiles, precisamente triste y derramando lágrimas.
Lee retrocedió un paso y se recostó de espaldas en la pared a un lado de la puerta, levantando un poco la barbilla e inhalando, procediendo a tomarse el tabique de la nariz con el índice y el pulgar de una mano en un acto inconsciente por mantener las emociones a raya y ser más racional. Sin embargo había algo muy dentro de sí que no podía idear a una mujer dando a luz en la cárcel y luego el chiquillo creciendo lejos de ella.
Esperó lo necesario allí afuera, hasta que ella salió del baño con la cara pálida y una expresión de agotamiento; todavía de la mente de este no salía la certeza de tener y querer hundir a esta mujer por los actos delictivos que había cometido con anterioridad, pero también quería, mientras tanto, probar cómo se sentía el ser comedido con una persona que inspirara incertidumbre.
Durante el resto del vuelo Lee fue muy cuidadoso y discreto, atento de ofrecerle agua o aconsejarle dormir, cosa que hizo sin mucho preámbulo, dándole a entender a su acompañante lo agotada que estaba.
Cuando llegaron, Lee todavía no tenía ni la más mínima idea de a dónde pretendía que fueran con exactitud, sólo entendía que esta llevaba en mente asuntos probablemente familiares y según lo que él había averiguado acerca de ella, Marie no tenía relación familiar más que con una vieja abuela, residente en uno de los barrios más peligrosos de Colombia. Bajaron del avión y salieron del aeropuerto, momento en que sin opinar al respecto, Marie se dio cuenta de lo bien que entendía y hablaba Lee el idioma español.
Horas más tarde Lee permanecía de pie y en espera del lado afuera de puertas del cementerio en el que estaban, mientras ella continuaba sentada al pie de una tumba cuya lápida Lee no podía leer desde donde permanecía; se había quedado lejos, distancia que Marie le había pedido puesto que quería estar sola. La miraba cabizbaja, con los brazos sobre sus rodillas doblabas y sin decir nada, algo extraño puesto que lo común era mirar a la gente ir a las tumbas para decir algunas palabras al viento y pensar que de alguna manera su fallecido ser querido las iría a escuchar en algún momento. Sin embargo ella no parecía decir nada, simplemente estaría derramando lágrimas sin hablar, sin exagerar, sin manifestar sonidos.
Entonces, pareciéndole muchas cosas dudosas, Lee decidió grabar audios por w******p, de modo que cuando estuvieran de regreso en Estados Unidos y la línea telefónica instalada a su móvil cobrara señal nuevamente, se enviarían automáticamente a Francois Beauvoir. Para hacerlo no hizo sino configurar el móvil, guardarlo en el bolsillo de su abrigo color chocolate y colocarse un auricular inalámbrico en uno de sus oídos.
—El objetivo decidió dejar para luego la entrevista de negocios, se le presentó un asunto aparentemente familiar, creo que alguien ha muerto. Es poco lo que conversa al respecto y muy poco lo que la prensa empresarial conoce o ha publicado, es bastante discreta y me parece extraño no haber mirado a sus guardianas por allí rondando; sin duda siempre tiene a alguien cuidando de ella a la distancia y eso podría complicar las cosas en algún momento, nunca se sabe desde dónde me están teniendo los ojos puestos.
Con disimulo, sin sacar la mano de su bolsillo, dejó de presionar el botoncito y el mensaje quedó en una nube. Volvió a presionar y escuchó el sonido que avisa el inicio de una nueva grabación.
—Si lo has averiguado todo, ¿por qué no me conversaste acerca de alguna pareja actual o reciente que haya tenido esta?, ¿entiendes que puede ser peligroso, verdad? Soy yo el que ando pisando sus huellas arriesgándome a que aparezca algún hombre y arremeta en mi contra sin advertirlo primero, mientras tú no haces más que comerte unas palomitas de maíz mirándome actuar —dijo sardónico.
Dejó de presionar y el segundo mensaje de voz quedó en otra nube a esperar tener señal de internet. Ladeó la cara para mirar en torno a Marie, que seguía meditabunda al pie de esa tumba. Lee entonces prefirió no mencionarle a Francois las sospechas casi certeras que tenía de que Marie estaba embarazada. El a******o tuvo en su mente por un momento la idea de que esta tuviera un amante secreto, con quien probablemente hubiera estado engañando a JeanPaul Beauvoir.
Dejó de mirarla y bajó la vista hacia sus pies, hacia el vacío, concentrado en sacar conclusiones y pensar en todas esas interrogantes de las que todavía no tenía respuesta. Pero de todas ellas, la que más se reaparecía en su mente como una bruma neblinosa era “¿por qué habría querido suicidarse?”.
Esa tarde estaba siendo sombría, de poco ruido y de mirones que pasaban en las afueras echando una que otra ojeada al extraño de buena vestimenta y ojos achinados que estaba con aires de misterio y sospecha en las afueras del cementerio. Y desde donde estaba, ya para ponerse de pie y en silencio despedirse de su abuela, Marie observó de refilón a Lee que permanecía tranquilo y paciente de perfil hacia ella, más allá de las rejas abiertas del cementerio. Sus zapatos volvieron a estar firmes sobre el césped y se aseguró de que las flores blancas que compró antes de llegar quedaran bien puestas sobre la tumba. Marie se sentía sola, emocionalmente desamparada, llena de dudas, incertidumbre, tenía impotencia de saber que en realidad alguien había asesinado a su abuela y la policía había terminado por callarse el asunto y no hacer nada al respecto, ni siquiera rebuscaron entre las cosas de la señora y para encontrar su dirección de contacto y avisarle.
Caminó hacia Lee, sacando fuerzas para mantenerse firme, amable y razonada, secando sus lágrimas y metiendo las manos en los bolsillos de su bléiser n***o.
Dos horas luego, ella estaba en el comando policial que, según mensajes que le había dejado la señora Fátima por texto desde un correo con otro nombre para más seguridad personal, era el lugar donde laboraban quienes esa vez se habían hecho cargo del caso.
—Entonces quiere saber cómo aconteció cada cosa aquel día —supuso un hombre de cabello n***o y ojos verdes, con un apariencia de algunos treintaicinco años de edad, sentado tras su escritorio—. De cómo fue el levantamiento del cuerpo, a qué hora fue encontrado y los detalles tras el análisis forense —gesticuló con las manos.
Marie, frente a él, en otro asiento, permanecía seria y por dentro firme, aunque con los ojos irritados y expresión de agotamiento. Entonces pronunció con tono neutral y decidido.
—Todo —enfatizó—. Quiero saber también por qué no se me avisó de su muerte.
El hombre expresó una fingida sonrisa de quien pretende incitar a la calma pero que termina provocando una estampida del puño contra su cara de idiota. Marie se retuvo, apretando con sus manos el extremo de los reposabrazos del asiento, sin dejar de ver al jefe de policía que hubo llevado el caso y que ahora mantenía un libro abierto justo en la hoja que señalaba el historial de la señora Yolanda Cruz.
—No le avisamos, señorita, porque no encontramos dirección telefónica a la que hacerlo. Además, nadie decía conocer algún pariente de esta señora aparte de su hija, la única familia que he escuchado que estuvo durante su funeral y sepulcro, fue una tal… María, creo. ¿La conoce? —preguntó con calma y posiblemente un poco de desdén y descaro.
Marie parpadeó con lentitud y miró a un lado, fastidiada, no iba a admitir allí que María era su madre biológica. Entonces rodó los ojos de nuevo hacia el policía y exhaló.
—¿En qué condiciones encontraron el cuerpo? —interrogó.
El policía gesticuló con las manos flojamente y echó las comisuras de sus labios hacia abajo, mirando a un lado antes de verla de nuevo.
—En su cama, sin vida. Los forenses afirman que fue un infarto.
Marie no quitó la mirada de los ojos del hombre frente a ella. Pensó en mencionarle lo de la nota que supuestamente encontraron, pero cambió de idea por no provocarle problemas a Fátima, quien fue la que le proporcionó la información, sin embargo arrojó.
—No voy a quitarle mucho tiempo por ahora, comandante Contreras —dijo ella al mirar su apellido bordado en la camisa de uniforme que cargaba—. Pero voy a proceder a solicitar la apertura de una investigación, porque no logro convencerme de que mi abuela haya muerto de un infarto y que de casualidades, ustedes que todo lo saben y si no lo averiguan, no hayan sido capaces de encontrar en toda la casa mi número telefónico; dato que por lo que sé, mi abuela solía tener anotado a un lado del teléfono local.
La expresión del oficial pasó a ser una de disimulada alarma, al tiempo que arrugó el entrecejo.
—¿Acaso me está acusando o al comando en sí, de que somos sospechosos de encubrir… un asesinato? —preguntó como si no terminara de entenderlo.
—Sólo he dicho que voy a solicitar la apertura de una investigación. Usted entienda lo que quiera, ambos quedaremos ante la verdad cuando un forense del que yo me encargue de contratar, estudie el c*****r.
El oficial pareció alterarse un mínimo pero luego forzar la calma, disfrazándola de un resoplido similar a una burla.
—¿Sabe en qué problemas estaría metiéndose si por accidente acusa a la gente equivocada de algo incierto? —inquirió—. Imagino que también está al tanto de lo que exige el gobierno para poder darle luz verde a una investigación de esta magnitud.
Marie, molesta pero pintando una sonrisa de control, elevó un poco la barbilla.
—Considero que toda palabra a partir de este momento, señor oficial, sea hablado con mi abogado —se levantó del asiento—. Con permiso.
La mujer caminó hacia la puerta para salir de la oficina del oficial.
—Yo también puedo conseguir muy buenos abogados —graznó él con toda seguridad, en eso ella se detuvo y giró media vuelta—. Abogados privados y le advierto, voy a colocar na contrademanda si me veo afectado por injurias.
Marie no se alteró, miró a su alrededor cada cosa, pensando que en comparación con lo que hasta ahora ella tenía, aquel comando entero era nada más una ratonera. La posibilidad de ganarle algún caso a los abogados de esta era algo que rozaba con lo imposible, los suyos eran los mejores que podría tener el estado de Nueva York; él no era nada ante ella y mucho menos que una cucaracha aplastada por el tacón de esta iba a ser cuando Marie lograra dar con la verdad, pues, justo en ese momento estaba segura de hundirlo si lo descubría realmente culpable de algo. Sea quien fuese el responsable, había cometido un grave error irreversible tan sólo de causarle daño a la única persona por la cual una de las mujeres más poderosas del mundo empresarial sentía afecto.
—Adelante —dijo ella con calma y permiso—. Puede hacerlo cuando lo crea apropiado, incluso ahora si se siente por alguna razón muy amenazado.
Marie tenía expresión de suficiencia y tranquilidad, así que volvió a desviar la mirada de los ojos del hombre que físicamente era más alto que ella, visualizando nuevamente ese entorno tan pobre en comparación a lo que ella ya se había acostumbrado, pero entre tanto inmueble barato y reconocimientos enmarcados en cuadros sin importancia, notó que sobre el escritorio reposaba un vaso de material importante y cromado en plástico endurecido, aparentemente lo tenía de adorno. Pero lo que le llamó la atención de este no fue como tal el material o el modelo del objeto, sino que tenía cincelado un nombre que le pareció peculiar y conocido Jung Hang Industries.
Ella no comentó nada al respecto y volvió a mirarlo. Lo había dejado sin palabras y ya al ver que nadie más tenía nada qué decir, ella se dispuso a dar de nuevo media vuelta y salir. Ya fuera de la oficina decidió hablar de nuevo.
—Vamos —le dijo a Lee con menos amenaza—. Ya he terminado con esto por hoy. Estoy muy… agotada. Perdón por no tomarme el tiempo necesario de explicarte al menos por qué hago esto —se sinceró, inhalando y exhalando mientras ambos caminaban hacia la salida del comando.
Lee no contestó mucho, pero lo que dijo fueron breves palabras tranquilizantes y con la energía necesaria para inspirar calma. Siempre se mantuvo a una distancia prudente y sin decir más de lo que creyera necesario para andarse con cuidado con respecto a ella, no quería mostrarse insistente, sabía que a las mujeres no les gustaba eso de ese modo, sino que fuera Marie quién al creerle las intenciones le diera luz verde para avanzar, mientras él, haciéndose el inocentón, fuera echándole flores poco a poco.
Llegaron al hotel y durmieron cada uno en habitaciones diferentes sin cruzar muchas palabras antes de que se fueran a sus respectivas camas.
Mientras dormía, Marie pudo revivir las imágenes de ese día.
A un lado de Lee, que observaba en silencio la casa frente a ellos, Marie decidió entrar. Y como no tenía llave con la cual abrir la reja principal, no le importó y comenzó a trepar el paredón.
—¿Estás segura? —preguntó Lee, espectador todo el tiempo, mirándola desde abajo.
—Nunca tuve la necesidad de hacerlo cuando vivía aquí, mi abuela siempre dejaba la reja abierta para cuando yo llegara —dijo ella casi llegando a la cima, Lee jamás la imaginó así de osada e indecente, pero luego recordó de lo que esta era capaz, entonces ella volteó a verlo—. ¿Vendrás o esperarás allí? —preguntó—. ¿Qué? ¿Nunca has trepado una pared?
Lee no contestó de momento, sí que había trepado paredes antes, pero no quería revivir esos momentos. Aunque a veces era algo involuntario el recordarlo.
—Iré contigo —decidió.
No le fue tan complicado después que se quitó los zapatos para trepar, ya una vez del otro lado, se los colocó de nuevo luego de ajustarse los calcetines y pidió disculpas por haberse atrevido a despojarse de ellos por un rato frente a una dama; por supuesto, a Marie no le importó, ya que ella también se había quitado los tacones para subir y luego saltar.
Lee se sentía como una especie de delincuente, pero tenía el presentimiento de que la situación no era tan grave y de esos pensamientos como era obvio, Marie no tenía ni idea, así que mientras ella observaba todo a su alrededor, él se mantenía a un paso por detrás, mirando a su alrededor.
Por su parte Marie, dentro de este sueño, que era una repetición de esa hora y media en que estuvo dentro de su antiguo hogar ese día, escaneaba cada cosa a su alrededor. El interior de esa casa estaba opaco, tenue, empolvado y silencioso. Marie percibió el olor del abandono y la vejez, pero en una mezcla del aroma a lavanda, lo que evidenciaba que la señora era aseada y que al menos se encargaba de mantener todo limpio siempre que podía. Miró hacia un rincón y miró la mecedora frente a la chimenea, recordando que de niña allí es donde se sentaba a horcajadas sobre Yolanda y esta la mecía hasta que Marie se quedaba rendida de sueño. Sintió melancolía, esa mecedora se miraba vieja, empolvada, vacía. Comenzó a sentir un nudo en la garganta pero tragó con fuerza para evitar llorar. Siguió avanzando y entró a la sala de cocina, por supuesto, eso le trajo otra ráfaga de recuerdos. Lo mismo pasó cuando entró a la habitación que la señora utilizaba de dormitorio y donde estaba la cama donde supuestamente la habían encontrado muerta.
Marie evitó tocar algo y tampoco se sintió muy animada a escarbar en lugares de esa casa para intentar conseguir pruebas o evidencias, puesto que de seguro ya la policía se habría encargado de ello. Y si así era, que la policía habría ocultado la verdad y tergiversado la información, entonces de igual manera ya habrían rebuscado en el lugar para borrar cualquier cosa que terminara por incriminarlos en algo. Sin embargo, ella había sentido la necesidad de regresar, sólo para dar un último vistazo a esa casa y porque sentía que de alguna manera, el alma de su abuela había quedado encerrada allí. De modo que la imaginaba andando de un lugar a otro dentro de ese terreno, laborando en sus quehaceres cotidianos, pero sabía que sólo era un espejismo fabricado por su mente, que la abuela no era real, sólo un recuerdo que permanecería en su psiquis para siempre.
Salieron de allí en silencio, y a cada paso que daban se levantaban hojas secas del suelo. El árbol que antes sombreaba se había secado, dejando nada más que ramas desnudas y tiesas mirando a todas partes.
Ese otro día Marie despertó muy temprano y luego de ducharse y vestirse con la misma ropa que había cargado desde ese día anterior, escuchó los toques en la puerta. Preguntó primero de quién se trataba y luego la voz de Lee le respondió al otro lado.