2. Lección

1126 Words
Tres días más. Mal alimentada, mal dormida, con un apeste en mi cuerpo que me hacía camuflarme con el olor pútrido del lugar. Tiempo a solas. Excesivo tiempo con mi mente, con mis pensamientos y recuerdos, que me hacían creer que estaba empezando a alucinar. . . . -¡Feliz cumpleaños! –Escuché la voz de todos gritando. -¡Apaga las velitas! -Gritó la rubia, provocando que girara en su dirección con una amplia sonrisa. -Primero tiene que pedir un deseo, Inés –Mamá la reprendió y yo solo cerré los ojos, para pedir lo que cualquier chiquilla de recién 16 años querría: diversión, mucha diversión. La fiesta se extendió hasta la madrugada, algo que no era muy común en la villa. En medio del baile, la comida y todos los que vivíamos ahí, mi deseo se cumplió: me había divertido a lo grande. -Eli, ven, necesitamos hablar –La solemnidad con la que mi padre me llamó, me desconcertó. -Sí, papá –Lo seguí hasta su despacho, al cual solo había entrado en dos ocasiones, y simplemente para llamarlo a comer. -Siéntate hija –Me señaló los sillones y me dirigí hacia uno de ellos. -¿Te gustó la fiesta? –Preguntó relajado, mientras caminaba hacia la mesa donde tenía sus licores. Sonreí totalmente feliz -¡Sí! ¡Estuvo genial! –Mamá entró al despacho con una taza, y el olor a café tostado entró con ella. Regalándome una sonrisa amorosa, se sentó a mi lado. -Bueno, ya que estamos aquí todos –Papá caminó en nuestra dirección, cargando su vaso con el líquido amarillento –Eli, en dos años comenzarás la Universidad –Fruncí el ceño, mientras papá terminó por sentarse frente a nosotras y mamá tomó mi mano –Tus clases a partir de ahora se intensificarán, comenzarás a prepararte para los exámenes y… -Dio un pesado suspiro –Te irás a vivir al extranjero. Tú madre irá contigo por alguna temporada, pero los planes son que Inés y tú, vivan por su cuenta -¿Inés? ¿Ella se iría a vivir conmigo? -No comprendo –Nunca me habían permitido salir de la villa, y el que de un momento a otro, se presentara la simple posibilidad de una independencia, que estaba en el lado totalmente opuesto a lo que era mi vida, me descolocó por completo. -Ya eres una señorita, y más pronto de lo que me gustaría te convertirás en un adulto. El momento de que comiences a extender tus alas ha llegado –Sus palabras tenían un toque de melancolía, pero de cualquier manera mantuvo su sonrisa. Y así fue, las clases se intensificaron. Removieron completamente las tareas de la villa y las domésticas de mi horario; siendo suplidas por materias más complejas. De ser una chica educada en casa, pasaría a formar parte del sistema escolarizado, y eso me llenaba de angustia y entusiasmo al mismo tiempo. Mi sueño de convertirse en un médico, estaba más cerca de lo que jamás en mi vida había considerado. Y las clases de combate, también se intensificaron. -Hoy vas a combatir contra León –Presté atención al susodicho. Me miraba con burla, entusiasmo y diversión. Lo comprendí en ese momento: no se contendría. El “viejo” se acercó a mí, me tomó por los hombros y clavó su mirada severa en mis ojos –Puedes contra él –Aseveró –Mantén la cabeza fría, recuerda cada cosa que has aprendido a lo largo de todos estos años –Me palmeó la espalda con absolutamente nada de gentileza, y se alejó, para terminar sentándose a la mitad de la habitación, donde tendría a la vista la tragicomedia de la pelea. Comencé a estirarme, pensando en la estrategia a utilizar. Había visto pelear a León en reiteradas ocasiones, eso me daba cierta ventaja. El ser un hombre grande y fornido, podía también ser su peor defecto, porque era lento y para nada flexible. Lo mismo aplicaba para mí, mi peso y estatura eran mi defecto. Era el enfrentamiento de una pluma contra un yunque de hierro. -Comiencen –Di una gran bocanada de aire, porque por supuesto que tenía miedo; no iba a matarme, pero la paliza que me daría, quedaría grabada en mi cuerpo al menos por una semana. León, con su sonrisa de victoria, caminaba hacia mí, con total seguridad. Me estaba subestimando, tenía la guardia baja y estaba acortando la distancia; los dos principios básicos a la hora de combatir, los estaba pasando por alto -Tiembla conejita, porque la victoria es mía –Me dijo con desdén. El terror y adrenalina se disparó en mi cuerpo, estaba a punto de salir huyendo ante su imponente presencia y sus amenazantes palabras -¡Ataca Elizabeth! –El “viejo” gritó, y el interruptor en mi cerebro cambió. Tomé la postura de ataque y defensa, eso fue suficiente para que León cambiara totalmente su posición y su expresión. Dejó de avanzar, adoptando la defensa totalmente. Sonreí maléficamente, ahora era él quien demostraba el miedo en su mirada. Lección de combate: Distancia. Mucha distancia o nada de distancia. Para la pelea contra León, la opción era: nada de distancia. Corrí hacia él, sin darle la oportunidad de reaccionar, me abracé a su pierna, sentada sobre su pie, pegada como sanguijuela –¿Qué estás haciendo? –Cuestionó estupefacto. -¡¿Cómo que, qué hace?! ¡Reacciona! –Le gritó el “viejo” sacándolo de su ensimismamiento. Sus manos viajaron a mi cuerpo, intentando arrancarme de su pierna, sin éxito alguno. El que estuviera de pie y forcejeando conmigo lo estaba fatigando, ni siquiera podía golpearme con fuerza. Lección de combate: Imposibilita a tu oponente. Causa el suficiente dolor. Desde mi posición y dadas las circunstancias solo se me ocurrió una sola cosa. Levanté mi mano derecha, tomé los testículos de León con toda la fuerza que podía implementar. -¡No, no, no! –El gritó que comenzó con horror, fue ahogándose en el dolor que seguramente estaba causándole. León cayó, retorciéndose en el piso totalmente hecho ovillo; yo me levanté, observándolo aún con un poco de temor de que se levantara para atacarme. Pero la risa del “viejo” me hizo relajarme un poco -¡Te lo mereces por confiado! –Se dirigió a León, para después acercarse a mí, con la misma solemnidad que la primera vez, antes de comenzar el combate –No te confíes porque le ganaste en ésta ocasión, vas a volver a enfrentarlo - . . . Los múltiples pasos que venían en mi dirección llamaron por completo mi atención. ¿Cuál era la realidad? -Te pagaré lo que me pidas, solo… Solo deshazte de ella -
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