1. Comienzo

1040 Words
Querida Lectora: Agradezco que desees darle una oportunidad a ésta historia; sin embargo, tengo ésta sensación de querer advertirte antes de que la comiences: es un experimento en la redacción. Más adelante te darás cuenta a lo que me refiero. Además, contiene escenas con cierta violencia, que es diferente a lo que hayas leído de mi autoría. De cualquier forma, te aseguro que la trama te atrapará. Aunque admito que me encantaría que te aventuraras a leerla, entenderé si no lo haces. . . . **Elizabeth** Frío y obscuridad. Estaba comenzando a temer que, mis días se reducirían a la monotonía que había alcanzado en cuatro días. La lona negra, que evitaba a la luz colarse, no evitaba que el helado aire nocturno me alcanzara. Y que a pesar de tener una triste y delgada manta, no era suficiente para proporcionarme un poco de calor; el cual, durante ese momento anhelaba, porque en el día lo aborrecía. Sí, calculaba que al mediodía era cuando el calor infernal me alcanzaba, haciéndome extrañar el frío de la noche. Lo sé, contradictorio; probablemente ya me estaba volviendo loca, mi cerebro ya no estaba funcionando correctamente, a causa de las condiciones severas a las que estaba siendo expuesta. En ese momento, recordé cómo había terminado en esa pequeña jaula de la que colgaban mis pies, la que probablemente sería mi lecho de muerte. . . . -¡Corre Eli! ¡Corre! –La voz de León, poderosa y varonil como su nombre; estaba envuelta de súplica y temor. Desconocía si el miedo que veía en sus ojos amarillos, eran a causa del inequívoco vaticinio de muerte. -¡No pienso dejarte aquí! –No recordaba si alguna vez la adrenalina había recorrido mi cuerpo con tal intensidad. Estaba luchando, intentando que ese hombre, que para mí pesaba una tonelada, se levantara para escapar a mi lado. Alcé la vista, para ver la distancia que teníamos aún como ventaja contra nuestros agresores, y ya no era mucha. -¡Maldita sea Elizabeth! ¡Déjame aquí! –La frase imperiosa vino acompañada de su fuerte empujón; quería alejarme y lo logró. Las lágrimas surcaron mis mejillas, porque sabía lo que eso significaba. León cerró sus ojos, mientras una lágrima traicionara salió de su lado derecho -¡Corre! –Me dedicó la última mirada de fuerza y valentía que lo caracterizaba, y terminé obedeciendo. Corrí. En contra de mi deseo por quedarme, huí. Mi cerebro había sido entrenado para obedecer aún en contra de las cosas que quería. En la distancia escuché un solitario disparo, que me hizo detener. Sentí mi corazón golpeando con fuerza mi pecho, el aire se quedó atorado en mis pulmones, y los ojos querían salirse de mis órbitas oculares por la sorpresa. Cuatro personas habían muerto a causa mía. Cuatro personas que eran mis amigos, más que empleados de mi padre. Y todo había sido en vano, porque al final, a pesar de la batalla que di, terminaron capturándome. . . . -¡Ey! ¡Maldita mocosa! ¡¿Todavía estás viva?! –La voz grosera me anunciaba la entrada de otro día. -¡Aaaaahhhhhh! –Pero mi grito de dolor, causado por algún objeto punzocortante que atravesaba mis pies, les avisaba a ellos que yo aún respiraba. La risa cargada de burla, me convencía que seguirían divirtiéndose conmigo -¡Te mereces eso y mucho más! ¡Perra! –Levantó la lona con rapidez, provocando que la luz entrara de golpe. Pero era la quinta vez que hacía lo mismo, y yo, me había preparado. Esos pocos segundos, eran los que él se acercaba lo suficiente para dejarme el agua y lo que podía llamar comida, porque querían seguir torturándome con lo mínimo posible. Lo jalé del brazo a gran velocidad, que ni oportunidad a reaccionar le dio. Su inflado cuerpo chocó en los barrotes de la jaula, y cuando su rostro golpeó el metal, su grito de horror fue música para mis oídos. Sus pies se descontrolaron, haciendo que perdiera el punto de apoyo y la escalera que lo sostenía cayó, provocando que yo fuera su único sostén -¡Suéltame! –Repetía, una y otra vez; pero yo me llevaría a todos los que pudiera, antes de que me mataran. No duró mucho, su pesado cuerpo hizo todo el trabajo. Cuando escuché el tronido lo supe, el brazo al menos estaba luxado. Lo solté. El golpe del cuerpo chocando contra el suelo fue estruendoso, sumado a su grito de dolor, me convencieron que le había provocado el suficiente daño para que no jugara de nuevo conmigo. -¡Chingada madre! ¡¿Qué parte de que no se le acerquen no entendieron?! –Tres hombres venían corriendo en nuestra dirección. Bueno, en realidad dos, el tercero hacia el intento, ya que era igual de gordo que mi actual víctima. El segundo era corpulento, debía ser el hombre de seguridad del tercero. Al que por supuesto detalle, quería tener bien memorizado su rostro, para saber a quién debía buscar para vengarme cuando yo pasara al siguiente plano. El traje de fina tela se le amoldaba al cuerpo delgado, debía estar hecho a la medida; el cabello castaño claro estaba perfectamente acomodado y fijo en su lugar; sus ojos azules se fijaron en los míos, haciéndome leerle hasta los pensamientos: tenía miedo, pavor. Y sonreí, hasta carcajearme desmesurada y maléficamente, llena de poder, sabiendo que era yo la causa de su pánico. –¡Tápenla! ¡Tápenla con una chingada! –Su grito descontrolado hizo que lo obedecieran al instante. Él, en definitiva, era el jefe. -¡Tienes que deshacerte de ella, ya! –La otra voz estaba igual de alterada que su jefe. -¡¿Y qué crees que he estado intentando hacer animal?! ¡¿Jugando al té o qué chingados?! –Había perdido el control por completo, estaba segura que entraría en un ataque de histeria. -Es el segundo empleado que lastima –Le informó, mientras presté atención de nuevo a los gritos de dolor de mi antiguo cuidador. -¡Llévenselo pendejos! –Escuché al jefe ordenar, llenó de frustración. Y yo, al menos por ese día, me alimentaría de satisfacción.
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