**Elizabeth** ¿Hay algo peor que la muerte? Todo mi entrenamiento se había basado en un enemigo fantasmal, un ser inexistente queriendo quitarme la vida. Pero la noche anterior descubriría que, al menos para mí, había algo mucho peor: doblegarme. Saber que él podía pisotear mi orgullo, mi honor. Ultrajar mi cuerpo si lo deseaba. Avergonzarme, humillarme usando mi cuerpo para su placer, me producía una angustia indescriptible. Mamá me había hablado de sexo, de entregar mi cuerpo por amor; lo que jamás consideramos en esas conversaciones, fue que alguien podía tomarme sin mi consentimiento. Y era terrorífico, espantosamente horrible; porque no estaba preparada para que alguien me forzara a entregar algo que consideraba, sólo yo podía dar. No lo entendí. Ahí estaba, de nuevo frente a mí,