**Elizabeth**
Segunda vez que me ponían unos cinchos de plástico. La primera, había tenido un poco de suerte en la cajuela del vehículo que me transportaba, porque tenía el suficiente espacio para maniobrar y porque estaba rodeada de metal. Bendito metal, que sobresalía en un lugar, para que yo pudiera utilizarlo como sierra y cortar los cinchos.
En una maniobra, pasé mis manos hacia el frente. Me bajé de la cama, para recargarme en la pared opuesta de donde estaba la puerta, así observar toda la habitación y ver qué podía utilizar para liberarme. No había más que, una base de madera con un colchón y dos marcos de puerta: una que tenía la puerta metálica por la que había entrado, y la otra de la que colgaba una cortina. Di saltitos para ir hacia la cortina, encontrando para mi sorpresa un baño. Utilicé el marco de la puerta para cortar los cinchos, que aunque me tardé, funcionó. Encendí la luz del baño y sonreí. Al menos esa prisión era mejor que la anterior. Regresé a la pared, intentando estudiar todo lo que había visto, el lugar en el que me encontraba y los sonidos que alcanzaba a escuchar; sin embargo, el día había sido demasiado largo, además del desgaste físico al que me había enfrentado, con nada más que mi adrenalina y fuerza mental. Por lo que el silencio de la habitación me abrazó, relajándome hasta caer en un sueño profundo.
El sonido de la puerta metálica me despertó, provocando que me levantara de un salto. Para mi sorpresa había una charola con comida en el piso, prácticamente en la entrada. ¿Querían envenenarme? Pero lo descarté, porque si me quisieran muerta, lo hubieran hecho la noche anterior, que les había dado más que motivos para hacerlo. Me acerqué a tomar la charola y llevarla a la cama. Había una sopa, un poco de pan y un jugo de fruta. Sonreí otra vez, definitivamente era una mejor prisión que la anterior. Comí con lentitud, porque después de casi una semana de mal comer, mi estómago lo había resentido. Casi de inmediato me dio sueño, y sin pensarlo mucho, dormí de nuevo.
No me di cuenta cuánto había dormido, pero fue un sueño profundo, porque habían entrado, llevándose la charola con la comida, metido una mesa y una silla de madera. Sobre la mesa, había un poco de fruta y artículos de limpieza personal. Sobre la silla un poco de ropa limpia. ¿Era una indirecta? Tomé todo y me metí al baño. ¿Por qué tenía una tina? En verdad lucía muy bien, la limpieza y pulcritud me recordaron mi propio hogar. Primero me di un merecido baño. El agua salió lodosa la primera vez, y batallé tanto para desenredar mi cabello con mis dedos, que estaba a punto de darme por vencida en cualquier momento. Terminé de nuevo tan cansada, que cuando salí, terminé por desplomarme en la cama, quedándome dormida una vez más.
Abrí mis ojos de nuevo, y un suculento olor inundaba mis fosas nasales. Me levanté descubriendo que había comida otra vez sobre la mesa. Una crema de champiñones, pan y jugo de frutas. Mi estómago rugía, y devoré todo lo que había.
Un par de semanas pasaron. No había alguna ventana que me anunciara el horario o los cambios entre el día y la noche. Con lo único que contaba, era con las tres comidas que marcaban el desayuno, la comida y la cena. Mi cuerpo estaba mucho más recuperado, ya podía comer carne y estaba descansada. No entendía por qué estaban haciendo eso, si yo era un peligro para ellos. Aunque a decir verdad, la comida siempre la dejaban cuando estaba dormida o en el baño, no había visto a nadie desde el día que había llegado.
Intentaba tener una rutina. Las palabras del “viejo” estaban en mi cabeza: ejercitarse, mantener la energía necesaria para un combate, la mente fría.
Lista, siempre lista esperando lo peor.
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**Dimas**
-¿Ya te vas? – Sören se giró a verme, porque había bajado las escaleras tan de prisa, que no se percató de mi presencia.
-Sí, tengo putazo de cosas que hacer –Dijo lleno de frustración.
-¿Ni siquiera te tomas un café? –Había pasado la noche en vela, así que tenía mucho preparado.
-No –Puso una mano sobre mi hombro –Manténganse a salvo –Comencé a carcajearme.
-Todos corremos peligro con ella, ¿cierto? –Sonrió, porque sabía que tenía razón.
-No permitas que escape –Cambió su semblante –Te quedas a cargo como siempre –Me puse serio. Saber que yo era su mano derecha, me llenaba de orgullo.
-Todo te estará esperando como lo quieres –Le aseguré.
Golpeó mi hombro y salió hacia el helipuerto. En la lejanía, con mi taza en la mano, lo vi piloteando el helicóptero y perderse en la obscuridad, yendo hacia el lado opuesto de dónde se observaban los primeros rayos de luz.
Ya había llegado la mitad del personal, habíamos hecho la limpieza y distribuido los turnos; así como las tareas, que realizaríamos para mantener a la chamagosa vigilada y alimentada. Fui de nuevo a la habitación de monitoreo, para corroborar que siguiera dormida, luego terminar en la cocina.
-¿Ya quedó la comida Larry? –Pregunté al muchacho, que además de ser bueno monitoreando, era excelente cocinando.
-Sí jefe, ¿pruebe? –Me extendió la cuchara, con un poco de la sopa de pollo que había preparado. Lo dicho, era muy buen cocinero –Esto sabe delicioso. Prepara una charola para llevarle a nuestra invitada –La ironía de las cosas.
Preparó todo, y fuimos juntos a la recamará. Abrí la puerta con lentitud, con mi arma apuntando hacia la cama, y ahí estaba el bulto –Deja la charola en el piso –Le ordené con voz baja –Rápido –Y así lo hizo, para cerrar la puerta de inmediato -Me voy a dormir Larry –Mi cuerpo ya comenzaba a exigirme descanso, lo necesitaba yo también –No le despegues el ojo –Apunté por el pasillo hacia el cuarto –Y den los rondines a tiempo –Ordené.
-No se preocupe jefe, descanse tranquilo –Me dijo relajado y tranquilo, eso sólo me preocupó.
Me acerqué hasta quedar frente a él –Larry, no la subestimes. El que sea una mujer, delgada, bajita, que parezca una indigente, solo es una distracción. Fue ella quien mató a Wallace –La expresión de Larry cambió, su mirada se fijó hacia la puerta que tan solo unos minutos antes habíamos abierto –No quiero que nadie se le acerque, ¿entendido? –Necesitaba que dimensionara la importancia de mis órdenes.
-Entendido –Se giró a verme, con una actitud más consciente.