Capítulo 8

1618 Words
NI HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE —Creo que la lluvia está disminuyendo —Brandon se pone de pie y se estira un poco. Estábamos más o menos mojados, mi pelo era un desastre pero mi mente solo pensaba en cosas. Cosas feas sobre Jay y Leah. —¿Nos vamos entonces? —le inquiero, intentando dejar de pensar en cosas malas. Llevábamos mucho tiempo aquí. —Creo que sí. —Vaya, vaya, ¿a quienes tenemos por aquí? —una voz detrás de nosotros nos hace ponernos en alerta de inmediato. Me pongo de pie y retrocedo un poco. Era un señor de más o menos cuarenta y tantos años, tenía barba y parecía un náufrago. Al parecer llevaba aquí mucho tiempo. —¿Quién eres tú? —le preguntó Brandon. —¿No lo conoces? —le susurré. Brandon conocía a casi todos los... muertos. —La verdad nunca antes lo había visto ya que nunca antes había venido a esta parte de la playa. —Soy Lalo, llevo perdido aquí por quince años, me estrellé con mi bote en aquellas rocas de allá —señaló unas rocas a la distancia. Y, en efecto, había un pequeño bote hecho trizas. —No había escuchado de ti —comenta mi pequeño amigo. Pero yo sí. Lalo era el padre de tres chicas que vivían en Plant Green. Ellas no eran tan amables que digamos y una vez tuve problemas con la hermana menor. Aún siento un poco de rencor. Cuando escuché de Lalo, estaba muy pequeña. Lo único que supe era que se había ahogado en un accidente de bote y nada más. —Eres el padre de Jeanne, Carlota y Dennia, ¿cierto? Me mira. —Sí, ¿las conoces? ¿Cómo están mis niñas? Pues si supiera. —Ellas están bien —omito cosas ya que no quiero hablar sobre ellas y sus vidas. No las conozco lo suficiente para hacerlo. —Las extraño mucho, nunca pude salir de esta playa para ir a verlas, sé que no me escucharán ni me verán, pero me conformo con verlas y saber que están bien. —Incluso tienes nietas —le dije. Sus ojos brillaron.  —¿De verdad? —Sí —asentí. Pero su semblante se entristeció. —Nunca las podré conocer. Mi bote está destruido y no puedo nadar hacia la playa de Plant Green, me es muy difícil, créanme, llevo intentando quince años. Creo que pierdo la esperanza con cada día. Lalo era otra alma sin esperanza. Cada día que pasaban perdían la esperanza sobre algo. Hoy Brandon estuvo a punto de perder su esperanza pero la recuperó. Ahora tiene un mañana por qué esperar y dudo que mañana ese pez se deje atrapar. —Nosotros te podemos llevar, Lalo —le dice Brandon— tenemos un bote y justo vamos para Plant Green. Los ojos de Lalo se iluminan. —¿Harían eso por mi? —Por supuesto. —¡Genial! ¡Está bien! Muchas gracias, se los agradezco mucho. Estoy seguro de que un ángel los envió conmigo —se notaba su emoción. Un ángel. —Fue la voz del novio de Sam. Él nos guió hasta aquí. —Tu novio es un ángel entonces —dice Lalo— se nota que te ama y que quiere guiarte hacia el bien. —Vamos, entonces —Brandon camina hacia el bote seguido de Lalo, quien va muy emocionado. Y yo solo pensaba en Jay y en su voz guiándome. Incluso en la muerte no me deja sola. Al menos está cumpliendo la promesa que nos hicimos de nunca abandonarnos, de nunca soltar nuestras manos, a pesar de todo, siempre nos aferraríamos. Limpié una lagrima que caía por mi mejilla y me apresuré a montarme al bote, Brandon remaba y le contaba a Lalo sobre su historia y sobre el pez. Lalo le decía que cualquier día que quisiera ayuda que lo buscara, que era bueno pescando. Brandon aceptó, dado que una ayuda más no la despreciaría. —Igual estaba pescando cuando vino una tormenta muy fuerte y me arrastró a las rocas. Estaba con otro amigo, pero él se salvó. Supo nadar a la orilla mientras que yo me quedé en el bote. —Qué mal por tu amigo que no te ayudó. —Lo hizo, envió a gente a buscarme, me encontraron pero ya estaba muerto. Fue tarde. —¿Qué has hecho todos estos años? Yo solo escuchaba la platica de Brandon y Lalo. —Intentar reparar mi bote, intentar hacer algún bote y aprender a nadar para salir de esa playa. Pero no lo lograba. No encontraba alguna pieza para mi bote, no aprendí a nadar y nunca encontraba cosas para hacer uno. Siempre había un impedimento. —Nos estabas esperando entonces —le dice Brandon. Lalo ríe. Cuando llegamos a Plant Green y salimos del bote, Lalo se arrodilla en la arena y la besa, pero luego se limpia la boca. —¡Dios mío! Al fin estoy de vuelta. Gracias a Dios —junta sus manos en su pecho y cierra los ojos, como orando. Se pone de pie y nos mira— ¿les molesta si los veo luego? No quiero esperar ni un segundo más para ver a mi familia. —No, está bien. Ve —le digo. —Nos encontraremos luego. Lalo asiente y corre lejos, corre a ver a su familia. Yo también quería ver a mi familia, desde ayer no miraba a mi mamá, no miraba a nadie. De todas formas ni siquiera podía hablar con ellos así que de nada servía. —¿Sam? ¿Estás bien? —Brandon se pone frente a mi. —Estoy bien, es solo que quisiera ver a mi familia. —Tienes a tus bisabuelos, ¿no? —inquiere. Y era cierto. Estaban mis bisabuelos a la par de mi casa y yo no me había atrevido a verlos o hablarles. Pero quizás ya sea un buen momento de hacerlo. —Tienes razón. Creo que iré donde ellos. —Espera, ¿ese no es Jay? —señala a mi derecha. Volteo a ver en esa dirección y sí. Jay venía caminando por la playa, tenía las manos metidas en los bolsillos delanteros de su short y la cabeza gacha. Solíamos caminar por la playa. —Si, ¿qué hace aquí? O solo falta que otra vez se aparezca Leah. —Tal vez quieras estar sola con él —me dice mi amigo— estaré por aquí cerca —y se va. Volteo a ver a Jay. Me hacía tanta falta. Extrañaba sus abrazos, extrañaba su calor. Lo extrañaba a él. ¿En qué momento se echó todo a perder? Si estábamos tan bien. Caminé despacio, con algo de tristeza, hacia él, poniéndome a la par suya y caminando a su ritmo. Así parecía que íbamos juntos, como antes, pero él no me notaba. Estaba en silencio. Pensativo. Inexpresivo. —Jay —susurré, pero fue un susurro extraño. Fue como si traspasara el viento. Noté que Jay se detuvo  de repente y se quedó viendo para todos lados, deteniéndose en el mar. —¿Jay? —susurré de nuevo. Y fue lo mismo. —¿Sam? —su voz sonó esperanzadora. Pero miraba al mar, no a mi. Avanzó. —¿Sam, eres tú? —entró al agua. Lo seguí. —No, Jay, no entres allí —intenté decirle. —Sam, pronto te veré —y siguió avanzando, tanto que el agua nos llegaba a la cintura. —Jay, no —me puse frente a él, queriendo detenerlo pero esta vez mis manos traspasaban su cuerpo. No podía hacerlo. —¡No lo hagas, Jay! ¡Por Dios! No quería que Jay cometiera una locura. No quería que muriera. No así. —Sam, te puedo ver —decía. Las olas eran más grandes, más fuertes. Sentía lágrimas en mis mejillas, me sentía impotente por no poder hacer nada. Por no tratar de salvarlo. Dios. Moriría y se condenaría a estar en esta playa siempre. A pesar de que una parte de mi sabía que si moría justo en esta playa podíamos permanecer juntos para siempre. Solo los dos. Pero no. No era tan egoísta. No lo era. —¡Jay, detente! ¡Por favor, detente! —grité, mis gritos eran desgarradores y más porque Jay avanzaba y avanzaba hasta que el agua le llega al cuello. Estaba allí pero a la vez no. En eso vino una ola enorme, una ola que nos cayó encima, haciendo que nos hundiéramos. Me hundí, sí, pero no sentía que me ahogaba porque ya no podía morir de nuevo. Pero Jay si. Salí a la superficie, en busca de Jay, pero no había ni rastros de él. —¡Por favor, no permitas que muera, por favor no lo hagas! ¡Ayuda! ¡Por favor que alguien me ayude! —exclamé desde los más profundo de mi alma. —¡Jason! —en eso escuché otra voz. Miré hacia la orilla. Era su hermano. Jack se quitó la camisa y se adentró al mar. —¡Jason! —cuando llegó a mi lado se hundió para buscarlo. Estaba llorando, desesperada, desconsolada con una mano en mi pecho. Lloraba porque no quería que Jay muriera. No quería que lo hiciera. —Por favor, Jay, por favor... resiste, solo resiste —supliqué. Ni Jack ni Jay salían. Me empecé a preocupar. Pero muy dentro de mi tenía esa pequeña esperanza de que saldrían. De que mi Jay estaría bien. A los segundos salió Jack. Pero traía a Jay en sus brazos. Respiré aliviada, sin embargo Jay estaba como dormido porque no reaccionaba. Jack nadó hacia afuera y lo seguí. —Jason, por favor resiste, solo resiste, hermano —cuando llegamos a la arena, Jack acostó a Jay y le palmeó la cara. Me arrodillé junto a mi novio y puse mi mano en su pecho. Esta vez no lo traspasó. —Jay, por favor no te mueras —rogué. Jack empezó a intentar revivir a Jay, intentando hacer que expulsara el agua que había tragado. Pero no respondía. ¿Por qué no respondía? —¿Sam? —inquirió una voz detrás de mi. Era un hilo de voz. Volteé a ver al susodicho sintiendo que mi corazón se saldría por mi boca. —¿Jay? —fue lo único que dije al notarlo parado frente a mi, mientras que su cuerpo estaba tirado en la arena que yacía, agonizante.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD