Capítulo 12

2043 Words
EL COLEGIO QUE ANTES FUE UN CEMENTERIO Miedo. Es ese temor que sientes a lo que no conoces, a lo que puede ser real o no. El miedo muchas veces te salva la vida, pero otras veces te impide vivir. En este caso estamos hablando de un miedo un poco real. Desde que he estado aquí en el limbo no me había puesto a pensar seriamente. Estoy muerta. Estoy atrapada entre los vivos y los muertos. Veo gente muerta que falleció hace muchos años. Pero me he dado cuenta de muchas cosas y me arrepiento de cosas que hice o no hice en vida. Hay cosas más importantes que preocuparse por que me voy a poner hoy o seguro hablan mal de mi. Eso no vale nada, no vale la pena perder el tiempo así. Hay cosas más importantes como el amor, ser valiente, enfrentar miedos, decir lo que sientes, ser tú mismo. Son cosas algo difíciles pero son lo principal. —¡Sam! —volteo a mi izquierda, veo venir a Brandon con linternas y así. Yo estaba sentada frente a mi casa, mirando a los chicos del barrio con los que solía juntarme. Ellos se solían reunir frente a la casa, todos, y ahora verlos allí reunidos sabiendo que no volveré a estar así me da un poco de tristeza. —¿Qué haces? —Estoy... viendo a mis... ex amigos —respondí. Estaba Steve —el que siempre molestaba a todos y decía bromas que en realidad era maltrato emocional—. Estaba Jean —mi primo—, Anna y Gema. Ellos platicaban de cosas sin importancia, de chismes de barrio. —Solía verte por aquí seguido —me dice Brandon— solías estar con ellos y reír. Me pregunto por qué nunca pusiste en su lugar a ese tipo de allí, siempre estaba molestándote o cosas así. —Supongo que por no generar conflictos y no caer mal. —¿Y crees que dejando que te diga o haga cosas vas a caer bien? —Es parte del juego, Brandon. —Algunas veces te vi incómoda si. —Supongo que porque lo estaba. Prefería dejar las cosas así. De todas formas, sus comentarios o acciones no me afectan si les quito ese poder. —A veces esos comentarios o acciones eran más fuerte que tu poder. Las palabras son una arma muy mortal, Sam, te hieren, son más dolorosas que el dolor físico. —Las palabras me dolían antes. Ahora ya no. Aprendí a ser más fuerte. La vida me enseñó a serlo. —La vida te enseñó a ser dura y orgullosa. Y eso no es sano. No había podido evitar escuchar que te arrepientes de no ser por completo tú misma con Jay, siempre estaba presente tu carácter frío o tu orgullo. —Ya lo sé. Pero una vez que te vuelves fría es difícil volver a ser un dulce. —No precisamente un dulce, sino ser tú misma, un poco de azúcar no te hará daño. Y sé que por dentro siempre quisiste sacar esa Sam cursi con Jay, pero había una fuerza mayor que te lo impedía. —Siempre pensé que tenía demonios dentro de mi, Brandon, demonios que me impedían ser yo. ¿Sabes lo que siento cuando  me enojo mucho? Es como si hubiera otra persona dentro de mi queriendo salir y hacer desastre, otra persona que es muy mala y sin sentimientos, otra persona que se quiere lastimar así misma porque le gusta el dolor. Esa persona me da miedo así que intento tenerla escondida en algún rincón dentro de mi. Siento que esa persona es una psicópata. —Quizás esa persona eres tú misma. Lo miré. Y quizás tenía razón. Había dos personalidades en mi, la buena —era la que siempre mostraba— y la mala —la psicópata. —¿Me estás diciendo que no soy yo misma? —Te estoy diciendo que puedes ser tu misma, incluyendo tu personalidad buena y la mala. Pero en fin, ¿estás lista para ir a la escuela? Suspiré profundo y me puse de pie. —Lo estoy. —¿Jay se fue? —Sigue en mi habitación. Me tranquilizaba saber que al volver, Jay estará en mi cama esperando por mi. —Toma —me da una linterna— nos ayudará mucho. Intenté prenderla pero no funcionaba así que le di unos pequeños golpes hasta que encendió. —¡Miren, miren! —gritó Steve señalando para acá. Me quedé estática. —¿Qué pasó? ¿Que viste? —le preguntó Anna. —Una luz. Miré una luz allí, era verde —dijo. Se miraba con miedo. Miré a Brandon. —Ha de ser cuando encendiste la linterna, suele pasar que cosas como luces y así traspasen el portal. —¡Yo no vi nada! —dice Gemma. Brandon encendió la suya. —¿Lo vieron? —se pone de pie Jean. —¡Si! ¡Corran, están asustando! Y gritaron y salieron corriendo cada quien para sus casas. No pude evitar reírme. —Eso fue gracioso —dije. —Los fantasmas no somos tan malos. Reímos.  •  Estábamos en frente del colegio. No podía creer que a estas horas el colegio se veía tan escalofriante, había mucha niebla por todos lados que nos impedía ver bien. Y se sentía muy frío el lugar, muy frío. El portón enorme estaba abierto sin embargo supongo que en lo real estaba cerrado. —Da miedo —murmuré muy a lo bajo. Brandon me tomó la mano y avanzamos despacio hacia adentro de la escuela. Cuando estamos adentro ya siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Muchos años había venido a este colegio y jamás me imaginé que fuera real lo que se decía, de que era un cementerio y así. Muchos años había entrado a este colegio y jamás pensé que un día entraría de noche en forma de muerta con otro niño muerto. Al igual que Brandon la primera vez que entró aquí lleno de ilusiones. ¿Qué íbamos a pensar nosotros aquella vez que pasamos justo a la par que seríamos compañeros de esto? La vida sí que te sorprende de una manera que menos te imaginas. —No se ve nadie —digo. Íbamos caminando por unos pasillos, las aulas eran de primaria. En esta fila estaba de primer grado a segundo grado. Pasé por el aula que recibí clases cuando estaba en primer grado y entonces pasó algo, todo se empezó a aclarar cómo si fuera de día. —¿Qué está pasando? —Tus recuerdos están actuando —me dice— lo que vamos a ver son recuerdos, Sam, no te asustes. Había escuchado de esto pero nunca antes lo había vivido. —Ni siquiera estoy pensando exactamente en qué pensar. —Eso hacen estos lugares, Sam, juegan con tu mente. Pero no te asustes, solo son recuerdos. Le hice caso a Brandon y dejé que mis recuerdos actuaran. Todo se aclaró a la luz del día, de pronto nos vimos rodeados de muchos niños y padres de familia y también profesores. —Profesora, ¿usted le dará clases a Sam? Lo qué pasa es que me tengo que ir a trabajar y ya voy tarde. Miré a mamá con su informe de trabajo, de la mano traía a una niña un poco tímida de la mano. La Niña traía dos colitas con rizos. Estaba en su pequeño uniforme: soy yo. —Soy yo —dije sonriendo. Verlo así todo es impresionante. —Si, aquí me la deja, la cuidaremos muy bien, usted puede irse a su trabajo sin ningún problema. —Gracias —mamá se agachó hacia mi— toma esta moneda para que puedas comprarte algo en el receso. Yo no dije nada, solo tomé la moneda y la guardé en mi bolsillo de la falda. Mamá se puso de pie y se fue. La profesora Darling me tomó de la mano y me llevó donde estaban otros niños. Conocí de inmediato a las otras niñas, eran Stella y Dalia. Mis amigas. Con ellas estaba la profesora Ara. Sabía lo que pasaría, como habían dos aulas de primer grado tenía que elegir con cuál de las dos me quedaba, y yo quería estar en donde estaban mis amigas pero ni siquiera sabía el nombre de las profesoras. —¿Con quien quieres irte, Sam? —me preguntó la profesora Darling. —Yo me voy con ella —dijo Stella señalando a la profesora Ara. —Yo también —siguió Dalia. Notaba que la mayoría de mis compañeritos iban con ella. —Yo me voy con la profesora Darling —dije, pensando que la profesora Darling era la que daría clases a Dalia y Stella. Pero no fue así. —Bueno, entonces te vienes conmigo, despídete de tus compañeritas porque tenemos clase. —me llevó de la mano hacia el aula, yo estaba desconcertada porque me había equivocado. Pero no dije nada. No hablé. Simplemente me dejé llevar. Noté que estaba sola en la silla del fondo, yo era pequeña y vulnerable. Sin embargo, pasaron cosas buenas también, porque en ese primer grado y en ese lugar solitario fue donde conocí a mi mejor amigo Berny. Sonreí al recordar la escena. Berny fue el primer niño que me gustó. Y no recordaba que lo conocí en ese primer grado en donde no quería estar. Pero me seguía sintiendo sola. Luego todo volvió a la oscuridad. El recuerdo había terminado. —¿Qué pasó? —quise saber. —No lo sé, sigamos caminando. Cuando llegamos al aula de tercer grado volvió lo mismo. Era otro recuerdo, esta vez estaba más grande, quizás unos diez años y entonces recordé que era más o menos la edad en que mi papá nos había abandonado para siempre. Me vi sentada detrás de Berny, esta vez ya estaba con todos mis amigos. Miré cómo Berny se había volteado a mi y me había pasado un papelito. Sabía lo que había en ese papel. Mi yo de pequeña abrió el papel y lo leyó, ese papel tenía escrita la frase te amo. Y el recuerdo desapareció de nuevo. Ver todo esto, recordar todo esto no me hacía bien. —¿Estás bien, Sam? —Si, es solo que recordar estas cosas me hacen extrañar todo eso. Caminamos un poco más sin ver otra cosa, ni un alma muerta o así. Antes de llegar a unas escaleras para bajar volvió otro flashback. Estaba yo con mis amiguitas, quizás seguía con los diez años aproximadamente, estábamos sentadas en unas bancas afuera en el patio cuando Martha dice algo. —Mira, allí está El Niño que me gusta, Eliot. Y entonces todas miramos en esa dirección, Eliot iba con sus amiguitos y llevaban un balón de fútbol. Noté que mi mirada y la mirada de Eliot chocaron. Y fue allí donde me había enamorado como una loca de él. Y fue la peor cosa que me pudo pasar. El recuerdo se fue. —Ya no quiero seguir recordando —dije, bajando las escaleras— vinimos aquí para buscar a la persona que dices que nos puede ayudar a saber sobre mi caso no a recordar cosas. —No sé por qué pasarán, Sam. En eso, escuchamos  unos pasos. Brandon y yo nos pusimos atentos y nos escondimos detrás de un aula. —¿Quien crees que sea? ¿El vigilante? —Eso espero —responde. Los pasos se escuchaban a mi izquierda, se escuchaban cada vez más y más cerca. Creo que me estaba entrando un poco de miedo ya. Esto era muy riesgoso y no sabía lo que haríamos si llegaba a ser alguien más... terrorífico. —Brandon... —Tranquila, yo te protegeré. Siempre que Brandon me decía eso se me comprimía el corazón. —Vaya, vaya, miren a quienes tenemos por aquí —dice una voz a nuestras espaldas. Nos quedamos estáticos en el mismo lugar sin saber que hacer. Pero esa voz me parecía familiar. Nos giramos a sea quien sea esa persona. —Nos volvemos a encontrar, Samantha, y esta vez no estás en el lugar de tu muerte. Mierda. Era un condenado. El mismo que nos había estado siguiendo todo este tiempo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD