7. CAOS.

1536 Words
Juan Daniel había seguido a su madre, sabía de sus intenciones y en su interior también quería verla, quería saber si estaba bien, tal vez al mirar sus ojos estos le dirían que lo extrañaba. La casa fue de todo su gusto, era sencilla pero con un diseño sofisticado, Santiago se había esmerado en que todo quedara perfecto, algo comùn en el joven. —¿Vas a venir a casa esta noche? —había contestado aquella llamada sin percatarse de quién era. Su esposa, que era una chica dulce y amable, se preocupaba por él como si fuesen el matrimonio con más amor jamás visto en todo el lugar. —Si, estoy terminando un par de cosas en la oficina y regresaré enseguida. La punzada de humillación y decepción que sintió Luciana en ese momento fue imposible de ocultar, la asistente de Juan Daniel, una mujer ya entrada en años, miró con pesar el rostro sonrojado de la hermosa jovencita. —Yo… iré al Spa con mis amigas de la universidad, así que es muy posible que no nos crucemos esta noche. La voz de Luciana era triste y apagada, estaba dolida y un poco humillada. Lo que más se tenía le estaba estallando en la cara, no quería ser una esposa trofeo, quería ser amada y aunque sabía que Juan Daniel y ella apenas si se conocían, confiaba ciegamente en que el tiempo sería de ayuda para que su relación se volviera un amor bonito y de esos que se muestran en las películas, pero ahora se estaba enfrentando a que la vieran como la tonta que no era. Luciana se había caracterizado siempre por ser una mujer elegante, sus conocidos la admiraban por su inteligencia y perspicacia, siempre prudente y bien vestida, ahora se sentía solo un rastrojo de lo que sabía que era. —Señora Luciana, por favor no piense mal del joven Juan Daniel. —No pienso mal de él, en realidad no pienso en absoluto en él. Mis pensamientos son solo para las personas leales. —El joven Juan Daniel lo es, siempre lo ha sido. —Me acaba de mentir y no importa si no está haciendo nada malo, no necesitaba mentirme, si existe algo que no soporto son las mentiras. Eso había sido honesto y sacado desde el fondo de su corazón e ira, no iba a soportar bajo ninguna circunstancia que Juan Daniel ni nadie le viera la cara de estúpida, tenía suficiente dinero para vivir varias vidas con la comodidad a la que estaba acostumbrada, así que se iba a dedicar a vivir su vida bajo sus reglas, intento ser la esposa sumisa y devota por casi un mes y entonces se dio cuenta con esa sencilla llamada que de nada iba a servir aquello noble actitud. Camino a casa decidió desviarse para ir de compras, no era la terapia que hubiese deseado para calmar los sentimientos negativos que tenía, solía irse a buscar paz mental a lugares tranquilos, a leer o tocar el violín, pero quería sentirse un poco más humana, su recorrido inició en varias tiendas de zapatos y luego pasó a una tienda donde solo entraban las mujeres que no miraban los precios en las etiquetas, allí mientras miraba un vestido rojo, sus ojos se cruzaron con la silueta grande y similar a la de su cuñado, Santiago. Tímidamente se acercó, poco o nada había hablado con el joven de ojos sonrientes, pero tal vez conversar con él le ayudaría a distraerse y tal vez, sólo tal vez, entender la mentira de Juan Daniel. —¿Santiago? —Él joven volteó su cuerpo por completo y se fijó en la joven y elegante mujer, la reconoció enseguida. —Creí que no eras mujer de compras —dijo señalando levemente con sus dedos las más de 3 bolsas que llevaba entre las manos—. Pero supongo que de vez en cuando son necesarias, Luciana. Ni siquiera la había saludado, no le preguntó cómo se encontraba y tampoco se sorprendió por la casualidad, por el contrario le pareció de lo más casual y tal vez esa actitud fue lo que la impulsó a continuar la conversación que no había iniciado. —¿Buscas un regalo? —La pregunta captó toda la atención del castaño que frenó sus pasos y miró a Luciana como analizándola de pies a cabeza. —¿Me piensas ayudar? —Si te sirve de algo, si. Luego me pagas con un capuchino. —De acuerdo, busco un vestido para una cena, nada demasiado elegante, pero sí que sea… —Especial. —Exactamente eso, especial. Buscaron por toda la tienda, vestidos de todos los colores, diseños variados en escote, largos y siluetas, para finalmente quedarse con una prenda delicada en un delicioso velo franceses bordado a mano de color oro y con toques de pedrería en dorado muy oscuro, era Perfecto. —Estoy segura de que le va a encantar. —Espero que sí. Ahora vamos por tu capuchino. Luciana se sintió rara y gratamente cómoda con su cuñado, tenía una amabilidad elegante pero que no le daba a todo el mundo, así que recorrieron un poco más las calles buscando su cafetería favorita, allí pidió lo que sus antojos le indicaron y se sentaron en la mesa. —Solo agua —dijo Luciana mirando la botella de cristal con agua mineral de la que había estado bebiendo Santiago. —Tú comes mucho dulce —casi parecía un reclamo. —De vez en cuando los placeres son necesarios. —Los placeres de la vida son necesarios siempre —ella no supo cómo interpretar aquello, pero le pareció divertido. —Tú madre está molesta contigo, dice que… —No me interesa lo que diga mi madre, tampoco lo que opine sobre mis decisiones, desde hace años decidí ser un hombre independiente, si necesitas aconsejar a alguien, hazlo con tu esposo que es un perro faldero ante cada palabra que dice Doña Isabel. —Cómo casarse conmigo. —No te voy a mentir, no amas a mi hermano y Juan Daniel a ti tampoco. El resentimiento por haber aceptado aquella decisión parecía estar pasándole factura a Luciana en ese momento al hablar con un hombre tan franco como Santiago. —La quieres —ambos sabían que se refería a Fernanda, la había conocido poco así que no se había hecho una imagen muy específica de la chica. —La amo —la respuesta fue rotunda. —Tienes que, de lo contrario no arriesgarías tanto por una simple mucama —las palabras de Luciana habían sonado más arrogantes de lo que en realidad ella quería sonar y para Santiago fue imposible no incomodarse. —No es una simple mucama, se llama Fernanda y no estoy arriesgando nada, tomo mis propias decisiones así que juego mi propio juego. —Lo siento, no era lo que quería decir. —Lo sé, no eres tan mala, en realidad no eres mala. —¿Cómo lo sabes? —Yo lo sé todo Luciana y lo que no sé, lo investigó —extrañamente para Luciana aquella confesión fue más bien divertida. Hablaron de todo un poco y se rieron otro tanto, una vez que la tarde se profundizó cada uno partió a su destino final, Santiago a la casa que no sabía si algún día sería suya y Luciana con algo de disgusto era conducida por un elegante chofer a su casa, a la Haciendas las Heliconias. Durante años las chicas de alta sociedad hablaban de lo mucho que querían ser parte de esa gran hacienda, comprometerse con uno de los dos hijos de Doña Isabel y ser m*****o de tan importante familia, ahora ella que estaba en la puerta de la gran hacienda deseaba no estar allí, más bien hubiese querido estar muy lejos y en la tranquilidad de ser una mujer independiente. —Creí que estabas en casa —Juan Daniel le habló mientras salía del baño con la toalla envuelta en su cintura. Era tentador, muy tentador, pero su mente estaba centrada en la rabia. —Estuve en tu oficina cuando te llame y me dijiste que estabas resolviendo asuntos, así que decidí salir de compras y distraer mi mente para no pensar sobre las mentiras que me dice mi esposo— estaba sentada en el tocador y mientras se quitaba las finas joyas decía esas palabras con total firmeza, mirando fijamente a Juan Daniel. —Tú… ¿Qué? —Si tienes una amante —continuo—, es mejor que la ocultes muy bien de mi vista porque no me importa cuánto dinero representa nuestra unión, no me importa las implicaciones sociales ni lo que diga la gente, te aseguro —dijo poniéndose de pie y quitándose el vestido para dejarle ver a Juan Daniel la exquisita ropa interior que se fundía en esas elegantes curvas que eran sus pechos y caderas— que mi dignidad y orgullo van primero, así que no me quieras ver la cara de tonta, porque caos es mi segundo nombre Juan Daniel y estamos recién casados, no creo que quieras una guerra civil en casa de tu madre, suficiente tiene la pobre al retorcerse por ver feliz a tu hermano.
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