5. UNA VERDAD.

2331 Words
Al abrir los ojos lo primero que veo es el techo con esa hermosa araña que ilumina en las noches la habitación, es simplemente perfecta y aunque no lo parece por su opulencia, combina a la perfección con la sencillez de la habitación. La noche había sido un desastre, nunca creí que aquella tonta sugerencia por parte de Isadora me arrastrase a escuchar una verdad absurda que aunque sabía cierta, había golpeado mis sentimientos en lo más profundo, porque simplemente la escuche y Juan Daniel no pudo negar absolutamente nada. “Tú que la dejaste por irte fuera del país, tú que sabías que madre la golpeaba, tu la amas que te acabas de casar y te follas a la mujer con la que compartes cama, dime que clase de amor es ese Juan Daniel, porque no lo entiendo”. Quise llorar en ese preciso instante, cada palabra que Santiago le dijo a Juan Daniel era como una daga de verdad y desolación, pero al fin y al cabo no era nada que yo no supiera en ese momento, todo era una verdad que el siempre trato de ocultar y una que yo opte por no ver, preferí hacerme la ciega. Y aún así, aquí en esta casa ajena, me siento como nunca antes me había sentido, como en un verdadero hogar. —Fernanda —los 3 golpes a la puerta característicos de Santiago—. El desayuno está listo. —¿Desayuno? —pregunté un poco incrédula, porque en casa realmente la única que cocina soy yo y… No, no puede ser que él haya cocinado para mí. De un salto quedé frente a la puerta de mi habitación y abrí aquella puerta para poder ver el pelo húmedo de Santiago, una camiseta y un pantalón de lino. —Cocine para los dos, bueno los tres, pero tu padre ya desayuno y está con los caballos ahora mismo. —¿Tú cocinas? —Hago lo mejor que puedo. Y allí estaba esa sonrisa que desde siempre había mostrado, honesta, sencilla, reluciente, algo pícara también, pero sobre todo feliz de esas que llegaban hasta los ojos. —De acuerdo, vamos. Habían pancakes, jugo de naranja, algo de café, fruta picada y huevos, parecía más bien el desayuno para un batallón que para dos personas. —No puedo creer que hicieras esto tú solo. —Cuando me fui de casa, viví solo mucho tiempo, así que tuve que aprender a cocinar. El desayuno fue un espectáculo para mi boca, además era la primera vez que alguien cocinaba para mi. —Lo haces muy bien. —Gracias —sus ojos se clavaron en mi—. Es domingo ¿qué planeas hacer? —Nada, tal vez vaya con papá y juegue un poco con los caballos. —Ven conmigo. —Santiago, yo… —Sin compromisos, lo juro, solo acompáñame. —No quiero salir de casa. —Fernanda lo que pasó anoche. —Fui estúpida por creerle a tu asistente, creí que de verdad me podrías necesitar y yo… Bueno es obvio que te sabes defender muy bien. —No me estaba defendiendo, más bien… —Deja de pelear con tu hermano por mi, tomo una decisión que yo acepté hace mucho tiempo. —¿Te gustaría volver a casa? Aún sabiendo que el hombre que amas está compartiendo la cama con otra mujer. —Eso no… —las duras palabras de Santiago estaban haciendo estragos—. Eso no es tu incumbencia —me puse de pie para marcharme de allí, pero su mano me detuvo. —Se que no lo es, pero quiero la verdad. ¿Regresarías a esa casa? —Santiago, yo… —no pude decir nada, no porque no tuviera la respuesta en ese momento, era un NO rotundo, ¿pero porque él necesitaba conocerla? No había razones para que se metiera en asuntos que ni siquiera yo quería tratar. —Entiendo. Se puso de pie y subió por las escaleras con grandes zancadas, se saltó de a dos escalones y lo perdí de vista rápidamente, la sensación no era buena, quería hacerlo bien y aún no entendía muchas cosas, quería llenar mi cabeza de todo y sacar a Juan Daniel de allí más pronto que tarde. Así que me di cuenta que tenía que poner de mi parte. —Santiago —golpeó la puerta de su habitación, pero no hubo respuesta. Las palmas de mis manos picaban de curiosidad por saber de él, así que descaradamente moví el pomo de la puerta y al escuchar el click que me anunciaba que estaba abierto, corrí la puerta silenciosamente. —Es de mala educación eso que haces —su voz fuerte me asustó y di un ligero brinco en mi lugar. —¡Carajo! —¿Te asusté? ¿Qué quieres? —No lo sé. Sus ojos se fijaron nuevamente en mí, cuando entre estaba mirando fijamente por la ventana con un vaso de agua en la mano, se acercó lentamente y cerró la puerta tras de mí, tomó mi mano y me llevó hasta la ventana. —Mira —la vista desde su ventana era simplemente abrumadora, esa habitación daba a la parte trasera de la casa y desde allí se podían ver una cadena de montañas cada una de un verde diferente que parecían chocar con el cielo azul—. Cuando vi esta casa, mire cada una de las habitaciones, pero esta vista fue la que me hizo tomar la decisión de comprar la casa. Te hace ver lo pequeño que eres, ante la inmensidad del universo. —Santiago. —Fernanda —me interrumpió, sobre algo que ni yo sabía que iba a decir—. No importa, he sido paciente por 5 años y anoche me di cuenta de que tal vez nunca me veas con los ojos que siempre has visto a Juan Daniel y tal vez yo solo esté obsesionado en que seas mía, cuando nunca lo serás, tal vez mañana me marché de la mano con una mujer que me ame como sueño que tu lo hagas, pero hoy, hoy estoy feliz de estar a tu lado y poder darte la mano para salir del hueco en el que estabas. Simplemente déjame estar aquí, hasta que te canses de mí o hasta que me canse de esperar por ti. Sentí una presión terriblemente dolorosa en medio de mi pecho, no sabía porque sus palabras fueron tan dolorosas y punzantes, pero de alguna manera sentí que estaba perdiendo todo lo que nunca había tenido. Me aleje de Santiago por miedo a seguir dañándolo, me marché a mi habitación a mirar por mi ventana las caballerizas donde pude ver a mi padre sonreír como nunca antes lo había visto, deje que el calor de la primavera tocara mis dedos, y pintara de rosa mis mejillas, sin embargo el dolor no se iba, me quedé allí hasta que la tarde opaco el verde prado y se hizo una sombre peculiar, la luna había salido más temprano y el sol parecía no querer irse para verla un poco más. Volví a la cocina y prepare un poco de comida, no tenía apetito, pero sabía que Santiago y mi padre seguían en casa, así que cocine para ellos lo mejor que pude, los llame a la mesa y allí los tres casi parecíamos una familia, sin embargo ninguno dijo nada. —Estaba delicioso —mi padre como siempre adulándome por inclusive las cosas más simples de la vida. —Sin duda es una excelente cocinera —dijo Santiago con una gran sonrisa, mientras recogía los platos de la mesa. —Y será una magnífica esposa, de eso no me cabe duda, solo no tardes en proponérselo o se irá con cualquier buto por ahí. —¡Padre! —Ha pasado mucho tiempo, pero finalmente descubrí porqué… —Suficiente, es hora de dormir para ti. La risa de Santiago desde la cocina hizo que me sonrojara, acompañe a mi padre hasta la cama y allí lo ayude a conciliar el sueño. Pero al bajar las escaleras para revisar que todo quedara limpio en la cocina, me sorprendí por lo que había en la sala. Sentado en el suelo, arropado con una manta y la chimenea encendida, estaba santiago observando el fuego danzante y escuchando el crujido de la madera quemándose. Una copa de vino lo acompañaba. —La cocina está limpia, no deje ni un solo… —¿Puedo acompañarte? —Si eso quieres. Me senté a su lado y observé el fuego, los colores, el calor, la danza que había allí, el sonido, me deje envolver por esa pequeña cosa que parecía tan simple y sin embargo había sido la encargada de hacer que nuestra especie evolucionara. —Es fascinante, ¿no crees? —¿El fuego? —La vida. Un día crees que tienes la vida resuelta y al siguiente no sabes ni lo que haces. Mi sonrisa fue infantil, divertida, entendía lo que quería decir, pero me pareció demasiado filosofal para el simple momento que estábamos viviendo allí. —¿Puedo? —¿Bebes vino ahora? —pregunto mientras me servía el líquido oscuro en la misma copa que él había estado tomando. —No, nunca, es mi primera vez. Pero supongo que debe ser delicioso porque en casa de tu madre… —No hablemos de esa casa, hablemos de ésta. Es tu primera vez bebiendo vino en tu primera casa. Ambos reímos tontamente, probé y el sabor me agrado, así que bebí un poco más, tal vez dos copas, tal vez tres, ¿qué importaba? Estaba tranquila al fin, un poco de paz para mi y no se sentía mal. —¿Por qué te fuiste? —Fernanda, no creo que sea el momento. —¿Entonces cuándo? ¿Cuando sea demasiado tarde? —mi pregunta pareció hacerlo reaccionar de una forma desagradable, bebió directo de la botella y volvió sus ojos al frente. —Estabas en las caballerizas, te habían ordenado llevar los cepillos para peinar a los caballos y te seguí, te seguí porque tenía cosas que decirte, sin embargo detuve mis pasos cuando vi a mi hermano —guardó silencio, sonrío y volvió a beber—. Juan Daniel acarició tus mejillas, luego tu pelo, te abrazo por la cintura y tu no te opusiste ni por un segundo, lo mirabas con tal devoción que sentí ira, quería ir allí y pegarle a mi hermano, borrarlo de la faz de la tierra, pero sabía que estaría mal porque eras tu la que quería que eso pasara —volvió a beber, casi con odio tomó la botella—. Entonces él te dijo que debía irse, que era su compromiso con la familia, que tenía que marcharse, te pidió que lo esperaras, prometió que volvería por ti, que te amaba, lloraste y vi cómo caíste de rodillas en el suelo lleno de heno, luego simplemente yo con un papel infantil lleno de letras entre mis manos, sentí como mi pecho ardía de dolor, tenía todo el valor de decirte que yo estaba dispuesto a todo por ti, sin embargo tu preferías a alguien que estaba dispuesto a dejarte por su propia vanidad. Ese día iba a confesarte mis sentimientos, quería que supieras que si te dejaba entrar solamente a ti a mi habitación, era porque tú… En definitiva no podía soportar muchas cosas de esa casa, así que… —¿Por qué no me dijiste nada antes? —Fernanda, durante años te vi jugando con mi hermano, vi cada beso que te dio, vi cada rosa que corto del jardín para ti, vi como te defendió, vi como te enamoraste de él —recostó su cabeza sobre el asiento del sofá, quedo mirando al techo y su barbilla iluminada por el fuego era tremendamente sexy—. Si ese día tomé la decisión de confesarte mis sentimientos fue por dos razones, la primera fue por inmadurez, pues creí que de ese modo olvidarías a Juan Daniel y la segunda era porque sabía que mi hermano se marchaba de casa para obedecer a mamá, de lo contrario le quitarían su puesto en la mesa directiva si no completaba sus estudios donde ella quería. —Pero tú también te fuiste, te fuiste al siguiente día de que Juan Daniel se fue. —Si, me fui para hacer mi propio destino, no podía ser tan cobarde como mi hermano, porque mis sentimientos eran reales, lo que sentía por ti era honesto, sabía que bajo el yugo de mi madre jamás podría hacer realidad lo que sentía en mi pecho, a ti. Busqué mi propio destino y ahora no dependo de nadie que no sea yo. ¿Por mí? Aquello era lo que quería preguntar, quería saber si había abandonado la comodidad de su hogar por mi, si había huido con apenas el dinero suficiente para vivir una vida a la que no estaba acostumbrado por mi. —Y si, fue por ti, planee cada paso meticulosamente, sabía que una vez mi hermano terminara sus estudios, sería obligado a regresar y luego a casarse y sabía también que no iba a decir que no, así que solo espere, Fernanda. —Eso es… —¿Envidioso? ¿Cruel? ¿Manipulador? ¿Celoso? ¿Codicioso? ¿Rencoroso? Llámalo como quieras, yo prefiero decir que fue más bien estrategia. —¿Por qué yo? —Por qué no. Mis ojos se cruzaron con los de Santiago y solo pude sonreír. —Tengo frío —era verdad, pero también quería sentir el calor de su cuerpo, ese que por ocasiones pude ver, debido a su falta de decoro cuando entraba a su habitación. Extendió la manta sobre mis hombros y con facilidad me arrastró a su lado, así quedamos casi abrazados. —¿Prometes que me tendrás paciencia? —Prometo que seguiré teniendo el mismo amor para ti, pero si te sigues acercando así, la paciencia se irá por el caño.
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