Entonces alguien de la mesa, decidió sacarlos de ese momento lleno de tensión. —Hiciste bien en dejarlo, a mí no me agrada, es bastante odioso —rebatió Marypaz, metiéndose a la boca un bocadillo, apenas tenía diecisiete años en ese entonces—, el amor no se puede forzar, debe caerte de manera inesperada, como un meteorito del cielo, y debes sentir mariposas en el estómago y escuchar el sonido del campanario. —Suspiró profundo. —Espero que no hayas sentido eso Marypaz —advirtió su padre. La miró con seriedad. La chica carcajeó. —Tranquilo, claro que no, creo que nadie de nosotros aún ha sentido eso, o ¿me equivoco? —Miró a sus primos mayores. Juliana apretó los labios, todo ese cosquilleo, esa chispa de la cual hablaba Marypaz sí lo había sentido, y no precisamente con Bruno, sino con e