Cuando estoy segura de que no hay nadie más, respiro hondo y pruebo un soplo de lujuria. Veo cómo mis poderes de celestina lanzan zarcillos rosas al aire. —¡Sí! Todavía lo tengo—. Así que lo que me hizo el príncipe Elphar no afectó a mi magia. Eso es bueno. Tal vez pueda ir a vivir a una ciudad y abrir una tienda de amor. La gente puede venir y pagarme por un poco de esto, un poco de aquello. Seguro que me forro de dinero. Me hundo aún más contra la bañera mientras sueño despierta con todos los festines de amor consentido que montaré en mi superpopular tienda mientras entran montañas de dinero. ¿Quizá pueda embotellar algunos de mis polvos de lujuria y colocarlos en una estantería? Eso sería eficiente e increíble. También me compraré un gato. Uno que pueda merodear por mi tienda y sisear