—¿Estás bien? — Levanto la vista y veo a Sylred corriendo hacia mí. Me pone las manos bajo los brazos y me levanta. —Sí, estupendo—. Se esfuerza por no reírse de mí, me doy cuenta. Es un buen tipo. Aun así, sus ojos marrones se arrugan a los lados cuando levanta la mano y me limpia la mejilla con la yema del pulgar para quitarme la suciedad de la cara. El tacto me revuelve el estómago. —¿De acuerdo? — Asiento con la cabeza y miro hacia abajo, comprobando que no tengo heridas. Al menos no he conseguido hacerme sangrar. Todavía. —Mejor vuelve a ello—, dice. —Ten cuidado. — —Bien.— Me doy la vuelta y empiezo a trotar/caminar de nuevo. Al cabo de dos vueltas, tengo que sujetarme las tetas con las manos, porque me están doliendo mucho, y las alas empiezan a arrastrarse por el suel