El palacio también es un centro de actividad. Nunca había estado en un palacio, pero parece que todo está más ajetreado de lo normal cuando entro por primera vez.
Sigo la acción, en parte porque soy entrometida, y en parte porque... vale, no hay otra razón aparte de que soy entrometida. Sigo a los criados hasta el único lugar donde sé que puedo encontrar los cotilleos. No importa si es una pequeña choza de palos o un castillo en expansión; si quieres los escándalos y los rumores, vas a la cocina. Todo el mundo habla en la cocina. Creo que es culpa de la comida. La gente va allí dispuesta a abrir la boca.
Es un viaje vertiginoso por los pasillos de la servidumbre, pero en cuanto atravieso las paredes y veo el vapor y el humo en el aire, sé que lo he conseguido. La cocina del palacio es más grande que la mayoría de las casas y está repleta de todo tipo de hadas. Están cortando verduras, removiendo ollas, amasando pasta, encendiendo hornillos y gritando obscenidades o instrucciones. Me arrimo a un mostrador de la esquina y me acomodo para escuchar.
—¡He dicho que cocines las verduras al vapor, no que las ahogues! —.
—Si sirves ese pastel torcido, será lo último que hagas, idiota—.
—¿Dónde está mi olla de cobre? ¿Quién robó mi maldita olla de cobre? —
—¡Necesito ese fuego encendido! —
—¿Dónde se habrá metido ese aguador? —
—¡Ese pollo no se va a desplumar solo! —
Me encanta escuchar y ver toda la acción. La comida también parece deliciosa. Lástima que no pueda olerla. Ni probarla. Es un verdadero bajón.
Al cabo de unos minutos, veo a un grupo de tres chicas acurrucadas en un rincón, susurrando. Perfecto. Me acerco flotando a ellas, invadiendo su espacio para poder escuchar lo bueno. Por su aspecto, las chicas son feeorin. Las feeorin tienen la piel verde oscuro y el pelo rojo, y unas alas que parecen aletas de pez.
Están ocupadas puliendo cubiertos.
—No sé por qué tanto alboroto. He oído que ni siquiera es tan guapa—.
Uno de las otras feeorin resopla. —Por favor. Sólo estás celosa porque le levantaste la falda para el príncipe hace dos meses y él ni siquiera recuerda tu cara, y mucho menos tu nombre—.
Antes de que la chica pueda responder, La feeorin número tres interviene para calmar la pelea de chicas que se avecina. —Bueno...
—Creo que es bueno que finalmente se case. El rey es viejo. Es hora de que el príncipe se case y tenga su coronación. ¿A quién le importa si es bonita o no? —
—Oh, ella es bonita. Créeme. El príncipe no se casaría con una boggart— La chica de la falda se eriza. —Mi primo segundo es un boggart—.
—Entonces ya sabes lo horribles que pueden llegar a ser— replica la chica.
La pacificadora interviene de nuevo, sosteniendo un cuchillo de trinchar entre las dos. Menos mal que está en medio.
—Cállense las dos. El baile de compromiso es dentro de seis horas, y aún tenemos que terminar toda la plata, además del cristal, ¡y luego ayudar a Cook con el vino! ¡No importará lo que piensen de la princesa si le servís con plata deslustrada el príncipe reclamará nuestras cabezas! —.
Las chicas refunfuñan en voz baja, pero, para mi disgusto, las habladurías y discusiones cesan.
Ah, bueno. Al menos sé cuándo es el baile de compromiso. Mi llegada no podría ser más perfecta. Ahora todo lo que tengo que hacer es esperar hasta esta noche, encontrar al príncipe Elphar y a su futura princesa, y hacer mi magia. Debería ser fácil, ¿verdad?
El salón de baile es aún más exquisito que el resto del palacio. Los candelabros gotean llamas de miel, un conjunto de hadas interpreta música cadenciosa, los techos están cubiertos de enredaderas arqueadas y, mire donde mire, hay todo tipo de hadas bebiendo, bailando,riendo y divirtiéndose. Los vestidos de las mujeres son magníficos, con telas apenas transparentes que parecen tejidas con telas de araña.
Y justo ahí, en el estrado elevado, dominándolo todo, está el rey Beldar Silverlash. Tiene un aspecto antiguo. Su piel lila tiene más líneas que un mapa. Supongo que su pelo era de un color que complementaba su piel, pero hace tiempo que se volvió blanco. Lleva algo parecido a un camisón, y es feísimo, pero estoy segura de que cuesta más que la mayoría de las casas. El tipo es el fae más rico del reino, y va en pijama a su propia fiesta. Me encanta.
Cuando se sienta en su trono, se le sube la ropa y veo sus rodillas huesudas y nudosas. No es lo que esperaba. ¿Quién se imagina al monarca más poderoso del reino con rodillas huesudas? Cada vez que le veo moverse en su asiento, intento echarle otro vistazo. No sé por qué, pero no puedo evitar fijarme en ellas.
—Dioses, sobresalen como pomos de puerta—, le digo mientras me siento en el estrado a sus pies. Estoy en el territorio de los arrodillados. Se adelanta para beber un trago de vino, y su toga real se mueve de nuevo, dejándome echar otro vistazo. —Podrías girar una de esas ventosas y abrir una puerta a otro mundo—.
Me quedo mirándole las rodillas durante un embarazoso rato antes de obligarme a seguir adelante. El príncipe y su prometida aún no han aparecido en su propia fiesta. Iría a buscarlos, pero no sé dónde están. Además, no tengo ganas. En realidad, estoy disfrutando, viendo la fiesta y las rodillas del rey.
Decido acercarme a la mesa de refrescos porque es divertido ver a gente borracha y, maldita sea, a estos fae les gusta beberse el vino. Creo que la juerga debe formar parte de su ADN. Son excelentes en las fiestas. Asistiendo, organizándolas, colándose en ellas. Siempre hay una fiesta en algún lugar de esta isla, no importa la hora.