Ambos levantamos la vista cuando aparece el siguiente número en la pared. Otro Celestina, una ancianita, lo ve y suspira. Se acerca flotando a la recepción con cara de culpabilidad. Me pregunto en qué lío se habrá metido para que la echen. Parece demasiado dulce para meterse en líos, como si debiera estar en algún sitio horneando galletas y tejiendo calcetines feos que nadie se pondría.
—Una vez hice un Love-Strike en mi ciudad—, le digo a mi nuevo amigo Celestina. —Estuve un mes sin repartir amor. Me detuvieron por ello.
Como castigo, triplicaron mi cuota de Amor durante toda una década—, digo, sacudiendo la cabeza al recordarlo. —¡Una década! Para cuando terminé, estaba tan harta de lanzar flechas que me habría atravesado con una de ellas si hubiera podido—. Lo intenté. No funcionó. He probado todos mis poderes conmigo misma. Estoy seguro de que todos las Celestinas aquí lo han hecho. Nuestros poderes no funcionan con nosotros mismos.
Se estremece ante mi historia, porque sabe que repartir un exceso de amor puede complicarse rápidamente. —Pueden meterse sus putas cuotas de amor por el culo—, dice, haciéndome reír a carcajadas. Uno de los superiores me mira mal. Sí, por lo visto les gusta que los Celestinas sean callados y recatados.
—Una vez me enviaron al reino de los trolls como castigo—.
Giro para mirarle de nuevo y jadeo. —¡No!—
Asiente con una mueca en su bonita cara. —Sí. No le estaba dando la lujuria a nadie, ¿entiendes? Estaba en mi propia huelga, si me entiendes. Si yo no podía conseguir nada, nadie más lo haría tampoco. Cuando los superiores se dieron cuenta, me enviaron al reino de los trolls durante un año entero. Esos son los hijos de puta más feos que he visto. Tuve que cogerlos, y créeme, su idea de coger no es bonita. Además, ponen huevos después. Y no me refiero a meses después, sino justo después. Cubiertos de jugos sexuales y humeantes—. Es mi turno de estremecerme. Hace que mi década de Amor-plus parezca insulsa en comparación. —Estos superiores Celestinos son unos sádicos—.
—¿Qué hiciste para aterrizar aquí esta vez?—
—¡Nada!— Digo a la defensiva. —Bueno, casi nada—, corrijo. —Casi hice algo, tal vez. Aunque ni siquiera tuve la oportunidad de empezar de verdad. Y puede que tampoco haya estado repartiendo amor. Pero vaya, están tan susceptibles estos días—.
—Sí. Nueva gestión, he oído.—
—Mierda.—
Asiente con la cabeza. —Me lo estás diciendo—.
Antes de que pueda preguntarle qué ha hecho, veo que mi número romano, aparece en la pantalla. —Mierda—, vuelvo a decir. —Esa soy yo.—
—Buena suerte, Celestina dosmil cincuenta —, dice asintiendo.
Miro su muñeca, donde están las letras DCCXX. —Tú también, setecientos veinte—. Me dan ganas de darle un puñetazo, pero como no tenemos cuerpos de verdad, sería muy incómodo. En vez de eso, levanto el puño en señal de solidaridad. —Mantenlo real—.
—Sí. Lo sabes de sobra—.
Me dirijo flotando hacia la recepción y me detengo frente al cristal, donde me mira una Celestina superior con la cara pellizcada. Lleva el pelo rosa recogido en un peinado que parece un cucurucho de helado.
—¿Celestina dosmil cincuenta ?—
Asiento con la cabeza y le enseño el brazo. —Sí, soy yo—.
Mira unos papeles y pasa el dedo por una columna. —Celestina dosmil cincuenta , preséntese en la habitación cuarenta y tres. Tome la puerta número uno, vaya por el pasillo hacia la izquierda. Siga los números. Gracias por su amoroso servicio. Que tenga un buen día Celestina—.
Lo dice todo con nula expresión y en completo tono monótono; así que, naturalmente, una risita me estalla sin querer. Me fulmina con la mirada. —Lo siento—, susurro simulando un movimiento para cerrar la boca.
Me giro rápidamente, busco la puerta con el número uno y entro por el pasillo. Todo es blanco y, como ella dijo, hay una puerta tras otra, todas numeradas. Las puertas tienen forma de corazón, por si se nos había olvidado que éramos Celestinas o algo así. La propaganda aquí no tiene fin.
Finalmente, llego a la puerta número cuarenta y tres. Me anuncio y oigo que alguien me llama para que entre. Al menos, creo que lo hace. Podría haberme maldecido o leído un ingrediente de la receta de las galletas de chocolate perfectas. No lo sabría de ninguna de las maneras. Pero ahora desearía tener una lengua tangible para poder comerme una galleta de chocolate. Tienen una pinta deliciosa.
Dentro hay un pequeño despacho, donde una Celestina superior está sentada detrás de un escritorio. Es de mediana edad y tiene las alas bien recogidas contra la espalda mientras me mira entrar. Hay montones de papeles por todo el escritorio y un reloj de arena que gotea por su centro. Los trozos de arena tienen forma de corazón, porque claro que lo son. La propaganda, ¿recuerdas? Es Caelum.
—Por favor, siéntate—.
Lo hago, pero en realidad no es sentarme, ya que mi cuerpo sigue pareciendo un fantasma. Me las arreglo para que parezca que estoy flotando sobre la silla. Él lo hace mucho más fácil, pero como es un superior, su cuerpo es más corpóreo que el mío, lo que le permite tocar los papeles de su escritorio. Estoy muy celosa. Me pregunto si puede tocar una galleta de chocolate. Espera, ¿puede comerse una galleta de chocolate?
—Celestina dosmil cincuenta —, dice, interrumpiendo mis pensamientos. Coge una carpeta con mi número y empieza a hojearla. —Reino humano. En servicio durante cincuenta y seis años—.
—Ésa soy yo—, digo alegremente, esbozando una enorme sonrisa. Porque no puede estar muy enfadada conmigo
si soy súper amable, ¿verdad?
Me mira y arquea una ceja. Vale, puede que haya pasado de superamigable a semiloca con mi sonrisa demasiado amplia. Me apresuro a bajar el tono.
—Ya te han castigado cinco veces. Esta es tu sexta visita—, dice mirándome desde el expediente.
—Lo que está bastante bien, ¿verdad? Eso es, como, sólo una vez por década en promedio—, señalo, todavía sonriendo.
—¿Te hace gracia?—.
Borro la sonrisa de mi cara. —No, no. Definitivamente no, señora—.
—Hmm. Bueno, a pesar de tus transgresiones, has tenido cierto éxito en tus funciones—, dice, sorprendiéndome. —Nada destacable, pero eres una Celestina decente—.
¿Soy decente? Me pregunto quiénes son los verdaderos fracasados si ella piensa que soy decente.
—Aun así, teniendo en cuenta la cantidad de transgresiones intencionadas de las que has sido culpable, hemos decidido trasladarte a otro reino—.
Se me abren los ojos y jadeo. —¡No me enviés a los trolls!—. suelto antes de poder contenerme. —No quiero ver sus huevos sexuales humeantes—.