Capítulo 4

2423 Words
Raúl conduce su auto de alta gama y mientras lo hace se concentra en la carretera que está bastante concurrida.   Piensa en lo que hablo con el abogado de la familia. Él, era un amigo de la familia desde la infancia y por eso le contó sus temores y lo que pensaba de la prometida de su hermano y este le prometió ayudarlo, aparte de que Leandro y Sebastián eran muy buenos amigos. Así él podría hacer todo lo que venía planeando desde   mucho tiempo. El semáforo lo hizo detener. Suspiro. Quería llegar pronto a Rapitax la empresa de mensajería y que se encargaba de las entregas de las mercancías de la empresa de Vitalcar. Rapitax llevaba años entregando sus pedidos, tanto terminados como los materiales de insumo para realizar los trabajos a las diferentes empresas ya fuera en la   ciudad o en el exterior. Se encontraba realmente preocupado por la precipitación que tenía Audi y su forma engañosa de ser y lo rápido que embaucó a su ingenuo hermano y ahora con el asunto de adelantar la boda le ponía los pelos de punta. Suspiro con fuerza como si así pudiera exorcizar sus temores o sus demonios. De repente golpeo el volante y al cambiar el semáforo él prosiguió su camino. —No podrás hacerle daño— exclamo el joven en el interior del vehículo en marcha. Su cara se iluminó con la sonrisa por aquel recuerdo que era un secreto que aún no confesaba. Su hermano no podría casarse con Audi o con cualquier otra mujer hasta que su hermano descubriera su maldad. En su momento solo fue una ayuda para realizar una actividad en la universidad y con el tiempo para él una broma. De ese suceso ya eran cinco años atrás. Rio a carcajada al imaginar la cara de su hermano cuando se enterara de aquel secreto. El timbre de su móvil lo saco de aquellos pensamientos. —Hola, ¿Quién? Voy conduciendo — dijo concentrado en la carretera. A él no le gustaba usar manos libres. —Raúl, soy Leandro. ¿Dónde estás? — preguntó el abogado y amigo. —Llegando al centro de la ciudad, voy a averiguar en Rapitax el por qué ellos han dejado de transportar a tiempo nuestras mercancías. A través de la línea se escuchó el bufido del hombre. —Bien sabes que yo estoy al frente de ese asunto— resoplo por la impaciencia del joven— en fin, te llamé para avisarte que ya hice lo que me pediste. —¿Mi hermano aceptó el acuerdo pre—nupcial? — El joven sonrió feliz. —De mala gana, pero si lo hizo— respondió el abogado— le hable de tus premoniciones y de las veces que le salvaste el pellejo. Sobre lo que estamos averiguando y sobre las sospechas que tenemos no quise decirle nada. Raúl viró el volante e ingreso el auto en un parqueadero de un centro médico para la ayuda del cáncer. Detuvo el automóvil y presto más atención a la llamada de su amigo. —Entonces…—pregunto Raúl. —Bueno la pareja deberá mantenerse con sus sueldos. Él no podrá tocar su fortuna para el bien común ni para nada que tenga que ver con ella. Eso lo harán después de cinco años de convivencias. Además de que si a él le llegara a pasar algo fortuito solo heredarían sus hijos y estos serían demostrados por las pruebas de ADN. Y que además queda un albacea declarado en el testamento para que sea él y no la esposa de administrar los bienes. Raúl soltó una carcajada. Su corazón rebosaba de felicidad por aquel triunfo sobre Audi. —Ella se pondrá como una ogra y verde de la ira que va a sentir al saber que va a firmar un acuerdo pre—nupcial— dijo Leandro – no quiero estar en los zapatos de tu hermano. — Si ella realmente lo ama hará lo que es realmente justo para los dos— dijo pensativo el joven— de lo contrario no aceptará ese   acuerdo. —Ya veremos lo que va a pasar. Ella puede ser muy astuta, lo ha demostrado para esconderse muy bien— dijo el abogado. —Sí, eso es verdad. Hay que esperar. Ahora te dejo tengo una consulta— dijo el joven para dar por concluida aquella conversación. Después de despedirse de su amigo y abogado, bajo   y le coloco el seguro al auto y salió con paso lento hacia la entrada de la clínica de Oncología. El joven camina con pasos   suaves y muy elegantes y sin afán. Sus hombros cuadrados lo hacen resaltar entre las personas que caminan con la misma dirección que él va. Al llegar a la recepción le sonríe  a la encargada. Una hermosa joven de piel aterciopelada y cabellos negros. Esta le sonrió y sus ojos brillaron al mirarlo fijamente. —¿La doctora Íngrid Ballesta? — pregunto con voz suave y muy sensual. La joven se puso roja y temblorosa. —¿Tiene cita? — pregunto. La mirada de la mujer devoraba al hombre que estaba frente a ella, pue su personalidad era arrolladora y sensual sin proponérselo. Él la miro y se percató de la emoción de la joven. —No. Pero si es necesario podemos concertar una — le sonrió y el aroma varonil impregno la nariz de la joven, se le acerco y muy cerca le dijo— hoy estoy libre. El hombre vestía un traje completo de tres piezas, de color azul, una camisa azul celeste claro y una corbata amarilla. La mujer comprendido que la pregunta hecha por ella era muy ambigua y sonrió aún más roja. Él al ver a la chica que estaba más roja que un tomate le sonrió cómplice. —Eres nueva, lo siento Íngrid es mi novia— le extendió la mano a manera de saludo— disculpa la molestia. —Lo…siento— dijo la recepcionista apenada por aquel desliz. Él se dirigió a la oficina que conocía tan bien y después de tocar ingreso. —Hola amor— dijo la mujer morena que vestía una bata blanca y en su cuello colgaba un estetoscopio.  Se le  acercó y lo besó en los labios. El beso poco a poco fue tornándose apasionado hasta que él se separó un poco. —Me encanta tu ardiente recibimiento— ronroneo él con voz ronca por la excitación. Las manos la acercaron más a él, una de sus manos la aferró por la cintura y con la otra masajeaba el culo redondo de la mujer. —Sabes mejor que nadie que me encanta que tú me toques y si no lo haces yo misma te provocaré. Él río satisfecho con sus palabras. —¿Qué pasó qué no fuiste anoche al apartamento? —  preguntó ella mientras desabotonaba la corbata y la arrojaba a un lado y luego siguió con la camisa. —¡Espera! — dijo.  Él corrió hacia la puerta y   cerró la perilla. Rápidamente se quitó la chaqueta y ella lo ayudaba con los botones de la camisa. Los labios de Raúl atraparon la boca de la mujer y penetró su cálida boca y saboreó suavemente con la lengua. Halaba con dulzura aquellos labios rojos por el labial. —Hum— gimió la mujer —No sabes cuánto extraño tus besos. Ella con destreza le terminó de quitar la camisa y sin perder tiempo le quito el cinturón del pantalón y se lo bajó. —¡Qué duro estas! — dijo ella al mirarlo y sus pequeñas manos rodearon aquel bulto duro y enorme. —Ven chiquita muero por…ti— ronroneo con voz gutural. La mano de Raúl busco el borde de la falda y la levantó llevándola hasta la cintura. Luego su mano buscó camino a la intimidad de ella. —¡Qué dispuesta estas! —  dijo cuando dejó su boca. Besó lentamente su cuello mientras que con una de sus manos abría paso quitando la tanga. Abrió con lentitud los pliegues de la v****a e introdujo suavemente un dedo. —¡No las vayas a romper! —  gimió la mujer al notar la intención de él con sus tangas. Ella le daba acceso a los labios de él que besaba y lamia la piel de su cuello. —Para qué crees que te las compro…— gimió al sentir la mano de ella en su falo Ella lo acariciaba con una mano en su espalda y con la otra tomaba   su duro falo. —Estás durísimo— besó su pecho. —¡Maldita sea! Quítate ese trapo o lo rompo—   se separó un poco de ella.  Los ojos azules de Raúl brillaban de   la excitación que estaba sintiendo. Ella se abrió la camisa y se la quitó y luego se la tiró en la cara. Él rápidamente la atrapó y la arrojó a un sillón. —Rápido nena, no estoy para bromas ni jueguitos— le rugió al verla juguetona— o te  rompo ese trapo— la amenazó con una sonrisa pícara en el rostro. —¡No! Ya me quedé sin calzones por tu culpa— río al verlo excitado.  Lentamente se quitó la tanga meneando las caderas de manera sensual y sonriendo se le acercó. Él la tomo y la besó apasionadamente hambriento por ella. Con prisa ambos se devoraban ansiosos y llenos de amor. Entre besos y caricias llegaron hasta el gran sofá que era el testigo de la pasión de ambos. —¿Estás lista? — le preguntó cuándo la iba a embestir—   no te quiero lastimar. Ella lo adoraba y sonrío.  Tomó entre  sus manos el duro pene y lo pasó por su entrada húmeda. Él aspiro profundo de la misma excitación. —Te amo con locura Ingrid —dijo él mientras entraba en ella lentamente. —Lo sé, mi amor— ella movía sus caderas para profundizar la entrada— y ahora muévete que te quiero bien adentro y duro.  Él río al oírla. La embestía con fuerza mientras que su boca se apoderó del duro pezón, lo mordisquea aumentando aún más su excitación de la mujer. Ella desesperada lo agarraba por los cabellos mientras gemía de placer. —Raúl, más…— exclamó la mujer llena de lujuria y pasión. Él se elevaba y la ensartaba con placer y rudeza, movía sus caderas haciendo que la mujer llegara en la cúspide del mismo placer. —¡Eres hermosa! — gimió al sentir que ella pronto se acercaba a la satisfacción. Aun penetrando la torturó con goce el clítoris de la mujer y esta estallo en un placer y una fuerte descarga la convulsiono. —¡Me voy a correr! – Gritó la doctora— Sí… Él aumento sus embestidas siendo más rudas. Cuando la mujer abrió la boca para gemir él rápidamente le robó el gemido y así besándose ambos llegaron al orgasmo. Sus cuerpos sudorosos entrelazados tratan de calmar sus agitadas respiraciones. —Creo que nos hace daño la abstinencia— ronroneo ella mientras acariciaba el pecho desnudo de él. Él con ternura besaba la frente y quitaba los cabellos húmedos de la cara. —Dos veces por semanas ya no es suficiente— él la abrazaba y la besaba— Deberíamos vivir juntos ya. Al fin y al cabo, estamos casados. Ella se tensó en sus brazos. —No. No lo creo— se levantó y se dirigió al baño que estaba en el mismo consultorio y se aseo. Luego salió con una toalla húmeda y se la paso a él. —¿Que dices? Vivamos juntos ya— le recibió la toalla y comenzó a limpiarse. —Tenemos un acuerdo. Además, tú tienes asuntos que resolver y que te van a tomar tiempo. Él la miraba fijamente mientras ella se vestía con calma. —¿No te vas a vestir? – Preguntó ella con una sonrisa— si quieres repetir deberás esperar que termine con las consultas programadas. —Sabes que te amo con locura Íngrid, y lo que más deseo es que estemos juntos como esposos y me des la oportunidad de ser padre. No tengo tiempo. Tu bien lo sabes. Ella al oírlo se entristeció grandemente. —Lo sé, mi amor— se le acerco y lo beso con amor— y jamás te voy a tratar como un paciente terminal. Ante todo, eres una persona y no un número. Él la abrazo con amor. —Gracias mi amor— le besó sus labios. —Ahora vístete, no quiero que mis pacientes quieran lo que es mío— se giró y le dio una nalgada. Él rio de buena gana y se vistió. —Nos vemos pronto— le dijo. La besa apasionadamente como despedida. —¿Vas para la quimio? — le preguntó ella con ojos triste. Ella le rogo mucho para que él aceptara aquel tratamiento.    Era una oportunidad para seguir viviendo y ella tenía algo muy importante para decirle. Solo esperaba que llegara el momento ideal. —Sí. Tengo muchas razones para seguir adelante— la miraba y besaba los labios hinchados por la pasión. Ella lo miraba con ternura y amor. —Este fin de semana te voy a dar un regalo— dijo ella algo misteriosa. Él la miro a los ojos y sonrió. —Después que vengas sin ropa— rio al verla enojada. —Siempre pensando en el sexo— exclamo ella fingiendo estar enojada. Lo empujo y casi a arrastra lo saco del consultorio— lárgate que tengo que trabajar. Él la beso para despedirse. —Raúl, no vuelvas a faltarme a una cita— le anunció muy seria. —Jamás mi amor— la volvió a besar— ¡Te amo Íngrid! —¡De verdad no me puedes acompañar? Las mejillas de ella se sonrojaron por aquella petición. —Yo también te amo— le sonrió – y no logre conseguir el permiso para cambiar de pabellón— mintió. —Bueno entonces me voy— él se despidió y comenzó a caminar por el pasillo. Ella lo vio partir. Desde donde se encontraba lo vio ingresar al ascensor para comenzar su tratamiento con la quimioterapia. Suspiro y limpio una lagrima. No podía acompañarlo y ahora su corazón se partía en dos. Su mano acaricio el vientre y con lágrimas en su rostro sonrió. —¡Yo te voy a dar un motivo para que vivas! — limpio sus lágrimas— ¡Sé que lucharas con más fuerzas cuando lo sepas!          
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