Raúl no supo cómo condujo desde la clínica hasta su apartamento que quedaba el norte de la ciudad. Al momento de llegar abrió la puerta con la mayor rapidez que pudo y corrió al baño de servicio y comenzó a vomitar. Le costó demasiado conducir y aguantar aquella necesidad tan apremiante de vomitar. Con el estómago hecho un revoltijo le produjo arcadas durante todo el camino haciéndolo detener en más de una ocasión. Sudoroso y tembloroso, agachado en la taza del baño seguía devolviendo todo lo que no tenía en el estómago. Cada arcada lo estremecía dejándolo con cierta debilidad y un ligero malestar en todo el cuerpo. —¡Qué asco! — exclamó. Los malestares afloraron con más fuerza y no se hicieron esperar, su piel pálida, fría y sudorosa lo amenazaban con derrumbarlo en el suelo del b