«¡Casarse!
Es para lo que nacemos nosotras las estaquéense. Somos criadas para convertirnos en esposas sumisas y atender a nuestros esposos a temprana edad, aunque después de muchas décadas el estado de Estaquía hizo varias reformas en la cuales prohibió los matrimonios de menores de edad y entre otras cosas más. Pero eso no quita que, si perteneces a una familia tradicional no seas arrojada a los brazos de un hombre desconocido, que simplemente eligieron para que sea tu esposo, por conveniencia familiar.
Solo contaba con dieciocho años de edad cuando mis padres me arrojaron a los brazos de él, una edad apropiada para contraer matrimonio, así era para ellos, pero no para mí, no para alguien que tenía sueños, que quería una vida diferente a solo ser una esposa, y tener hijos. No digo que no quisiera realizar todo eso, pero lo quería para un futuro, para cuando hubiera logrado mis metas.
¿Pero de que metas hablo?, si nosotras, las mujeres de este pueblo no podemos tener metas mucho menos cumplirlas, no digo país porque se que hay muchas familias modernas que dejaron esos hábitos de tratar a la mujer como algo que solo sirve, para ama de casa y más nada.
Me casé apenas cumplido los dieciocho años, no conocía a mi esposo, era alguien de la ciudad que solo vendría el día que me tomaría por su esposa, cuando ese día llegó, cuando lo vi pensé que había sido afortunada en ser su prometida, ya que muchas otras chicas son lanzadas a hombres súper mayores, muchas veces le doblegan en edad y, sobre todo son horrorosos.
Él no era así, era alto, guapo, con un cuerpo tonificado, se reflejaba bajo la tela de su traje y sobre todo tenía unos ojos muy lindos, ¿pero de que le servía todo eso?, ¿de que valía ser bello y millonario si por dentro tenía el alma negra? Más negra que la misma noche.
Mi más grande miedo era tener que ser la tercera o cuarta esposa de hombres que a pesar de que el gobierno prohibió tener más de una esposa, ellos seguían implementándolos, al menos en ese pueblo era así. No sé regían a las leyes del gobierno, continuaron con su tradición como si ellos fueran los que gobernaran.
Me casé con Kerem Duman, un hombre de veintiséis años, ocho años mayor a mi, pero eso no era lo malo en él, lo malo era su machismo que lo llevó a cometer la peor locura de su vida, que me golpeara y abusara cada vez que se le daba la gana no era nada comparado con lo que hizo, aquí vamos, a mis tristes recuerdos…
Puedo decir que fue lindo los primeros días, para ser exactos un mes, si, porque incluso ese día cumplíamos un mes de casados. Kerem salió de casa como todos los días, yo lo esperé con la cena lista para celebrar nuestro primer mes juntos, estaba tan emocionada que miraba cada segundo por la ventana a ver si llegaba, cuando lo vi arreglé mi vestido y corrí a la puerta para recibirlo como lo que era, una esposa amorosa, y esa noche llegó muy tomado, demasiado diría yo, creo que en realidad estaba drogado. El caso es que, fue la primera vez que me levantó la mano dejándome totalmente aturdida. Me quedé en Shock, mí cuerpo entero tembló ante el descontrol de ese hombre, parecía tener el diablo dentro. Fui golpeada como si fuera un objeto, no digo animal porque hasta ellos no son golpeado de la forma en que mi esposo lo hizo. Kerem me arrastró de los cabellos por todo el pasillo hasta llevarme a la cama, ahí fui abusada, ultrajada de la peor forma, por ese hombre que decía amarme, adorarme y ser la luz de su vida, aquel que prometió protegerme y cuidarme ante nuestro Dios, y mis familiares y los suyos, me trató de la forma más horrible que se puede tratar a una mujer.
¿Acaso así se cuidaba a una esposa?
¿Eso era amar para él?
Porque cuando estaba de lo más cariñoso solía decir que me amaba, que yo era su vida y pedía que nunca le fallara porque se volvería loco. No le fallé, que yo recordara no le había fallado, ¿por qué se volvió loco?, ¿por qué se descontroló de esa forma?, ¡no entendía!, ¡que de mal había hecho!
A mis dieciocho años viví en carne propia lo que era un abuso s****l, y sentí los golpes más fuertes que un hombre me había podido dar, porque para ser sincera mi padre jamás me levantó la mano, siempre su voz era elevada pero nunca tuvo que usar la fuerza para que mis hermanos y yo obedeciéramos.
Después que ese hombre que se decía ser mi esposo me tomara como se le diera la gana, envolví una sábana en mi delgado cuerpo, me senté y como pude me dirigí al baño, ahí dentro lloré evitando que se hiciera más fuerte, no quería que se levantara y volviera a tomarme de esa forma. No entendía la necesidad de hacerlo, si yo era su esposa, podíamos haberlo hecho como siempre y sin necesidad de usar la fuerza de esa forma tan aberrante.
Al día siguiente, cuando despertó se mostró sorprendido por la forma en que se encontraba mi rostro, y gran parte de mis brazos, y eso que no podía ver mis piernas y la parte que cubría mi blusa en la espalda y senos. Cuando tomó en cuenta que había sido él, el protagonista de mis moretones se acercó, levanté ambas manos dejándola en frente como cubriéndome, había quedado traumada y sentía tanto miedo de que volviera a retomar lo que dejó anoche. Sin embargo, me abrazó y se disculpó, en serio se escuchaba sincero, y la estúpida creyó pensando que esa sería la única y la última vez.
No obstante, esto se volvió a repetir sin número de veces, quería escapar, quería huir, pero no sabía dónde, ni cómo, vivía en una ciudad que no conocía.
Él me había sacado del pueblo, me había traído a una enorme ciudad en la cual poco salía. Pasé tres meses viviendo un infierno con ese hombre, y cuando había decidido escapar descubrí que estaba embarazada, llevaba un hijo en el vientre, y con eso mis planes se vieron arruinados, porque yo no pensaba volver a mi pueblo, no iba arriesgarme que mis padres me devolvieran a él y a mi regreso la cosa fuera peor. Yo sola podía sustentarme, incluso pasar hambre y frío, pero embarazada, no podía arriesgarme que mi bebé naciera enfermizo.
La mujer que me atendió en el desmayo que tuve se lo dijo, le contó sobre mi embarazo y él se mostró feliz, se puso cariñoso por varios días, si, hasta que volvió a beber. Cuando ese hombre tomaba se volvía un monstruo, era irreconocible, él, se transformaba, llegué a despreciarlo tanto, aborrecerlo cómo en mi vida había odiado a alguien.
Esa noche, Kerem asesinó a mi hijo, me golpeó tanto que lo terminé perdiendo, y lo más triste es que nadie hizo nada para sacarme de casa y llevarme al hospital, aunque supliqué, rogué que me ayudaran a salvar a mi hijo, nadie lo hizo, solo me acomodaron en la cama y llamaron a la misma mujer de siempre, una doctora, si es que se le puede llamar doctora a una persona que es testigo de los golpes que recibía cada quince días y no hacía nada para ayudarme, ella era igual que todas las que trabajaban en esta casa, unas malditas cobardes.
Esa semana, Kerem se fue de viaje, no sé por cuanto tiempo, pero aproveché cada día de su ausencia para planificar un escape»