El llamado Max la tomó del brazo y la sacó de allí, llamó a dos más y la subió a una Van con vidrios polarizados. Veinte minutos más tarde, entraron a una enorme casa en el sector sur de la ciudad. ―Aquí se quedará, no haga ninguna tontería ―le ordenó el hombre. ―¿Qué podría hacer? ―Nada ―contestó con ironía y salió. Soledad miró todo en derredor, se asomó a la ventana, estaba en un segundo piso. Miró el lugar. Reconoció el sector. Sabía que no sería tan difícil irse si lograba escabullirse. El problema era bajar. Abrió la ventana y salió. El techo era firme, tal como lo predijo, y se deslizó hasta caer en el césped. Por lo menos, no había perdido su buen estado físico, claro, difícil perderlo si iba al gimnasio casi todos los días y seguía practicando. Corrió para alejarse de a