«Nunca esperé, en realidad, que fuera a venir» se dijo a sí mis-ma. Y, sin embargo, se sentía muy cercana a las lágrimas. Le había costado mucho trabajo convencer a su padre de que se vistiera de manera correcta esa mañana, de que se afeitara y se mostrara más o menos respetable, sentado en su estudio, con su pie, que sufría de gota, recién vendado y apoyado en un banquillo. Había lanzado juramentos y maldiciones contra ella, pero, en uno de sus repentinos y frecuentes cambios de humor, se mostró arrepentido y se disculpó por su conducta. —Soy un mal padre para ti, Karina— dijo—, y tienes razón al decir que ya muy poca gente decente viene a esta casa. Si Droxford quiere visitarme, debería mostrarme agradecido. Te prometo que me portaré bien, pero dame un trago… no puedo enfrentarme a é