CAPÍTULO IIEL Conde de Droxford condujo su faetón hacia el sendero de la entrada y miró hacia delante donde había vivido en esa gran mansión donde Vanburgh, el arquitecto encargado de su reconstrucción, había convertido la Casa Droxford en una de las mansiones privadas más grandes de Inglaterra. —¡No hay ninguna residencia más bella en todo el reino!— había exclamado el Rey Jorge III en su primera visita. Para el conde, aquella colosal casa con sus lagos, jardines y parques era parte de sí mismo. Estaba muy orgulloso de su propiedad y la consideraba una herencia que debía disfrutar y mejorar, antes de pasarla a sus hijos y a sus nietos. Todas las generaciones de Droxford, desde el primer conde, que había recibido su título después de la batalla de Agincourt, habían contribuido a la riqu