CAPÍTULO IIIKARINA subió al carruaje que llevaba esperándola más de un cuarto de hora. No había podido salir antes, por muchas cosas que tenía de atender, en la casa en el último momento.
Mientras descendía la escalinata, contempló con admiración la pareja de bayos, uno exactamente igual al otro, que tiraba del elegante y modernísimo landó de Su Señoría.
Hubiera querido poder conducirlo ella misma, en lugar de ir sentada en el mullido interior del carruaje, con sus puertas decoradas con el escudo de armas del Conde.
Entonces, con una sonrisa, pensó lo asombrado que se habría mostrado el conde si ella hubiera llegado a la boda conduciendo el carruaje, con el cochero y su ayudante sentados en el interior.
Consideraba, sin embargo, que no era el tipo de broma que él celebraría. Por otra p
