—Sí, me di cuenta al verlo correr. Pero jamás lo hubiera imaginado a primera vista.
—Yo sí lo hice— contestó Karina sin jactancia, sonriendo con timidez—. Y cuando Nat me mostró en un campo cercano cómo corría, deseé comprarlo. Pregunté a Nat cuánto quería por él. Me dijo que calculaba su valor en ciento cincuenta libras, pero que en una feria como aquella se consideraría muy afortunado si obtenía noventa por él.
—¿Y qué le dijiste?— preguntó el conde con curiosidad.
—Le dije que le daría doscientas libras— contestó Karina—, con una condición.
—¿Y cuál fue esa condición?— preguntó Freddy Farrington.
—Que él y su hijo Jim continuaran entrenando a Merlin. Los dos hombres se miraron y estallaron en carcajadas.
—¿Qué tiene eso de gracioso?— preguntó Karina, mirando a ambos.
—¡De verdad
