4 SIN MIEDO

1253 Words
-Esto me parece muy apresurado- Ignoré a Likia mientras intentaba convencer a mi padre. -Hace un momento parecías muy interesada en agregar información sobre la chica Posgrov- destacó el alemán-¿Qué cambió, Likia? -Señor, sí, pero ¿Y qué si la chica no viene en el avión?¿Si es el padre o sus hombres armados? Podría volverse una masacre. -¿Tienes miedo acaso?- intervine haciendo que me mirara. -Disculpe pero estoy hablando con mi jefe- señaló y di dos pasos en su dirección hablando literalmente frente a ella. -Y yo estoy hablando contigo, porque no quiero gente aterrada en el maldito grupo porque por tu ineptitud a la hora de decidir si quieres o no formar parte de algo podría uno o varios perder la vida y es un riesgo que no pretendo pasar por algo tan insignificante como lo eres tú- Ella me empujó por ambos hombros y aunque no hice más que arrastrarme un poco me abalancé sobre ella, si no es por mi padre que se puso en medio dándome la espalda le habría enseñado lo que es bueno a esa pretenciosa heredera de Drácula.  -Estás demasiado fuera de lugar, Likia- dijo mi padre con severidad- Y Xariann tiene razón, no vas a la misión. -¡Señor, soy capaz!- reclamó ella alzando la voz. Mi padre ni siquiera le respondió, sólo le lanzó “La mirada”. Esa misma que me lanzaba a mi o a mis hermanos cuando hacíamos algo mal y quería que lo reconociéramos por nuestra cuenta. Likia se dio la vuelta y salió furiosa del lugar. Más le valía no cruzarse en mi camino porque no contaría con la misma suerte de nuevo. Mi padre se giró mirándome con la misma cara pero estaba claro que eso no funcionaba conmigo. -¿Qué?- pregunté arqueando una ceja. -No quiero peleas, Xari- su tono era bajo pero serio- Quiero que demuestres tu fortaleza mental, no que decaigas como si estuviese tratando con una jodida niñata. No me hagas mandarte a casa. Fruncí el ceño pero no repliqué como hacía de costumbre. Me quedé callada aunque mordiendo mi lengua, él se giró dirigiendose al grupo- Likia no irá con nosotros y debemos ajustarnos. Esta es una misión sorpresa porque no sabemos realmente con qué nos enfrentaremos y espero que todos estén listos para disparar si el enemigo se cruza en su camino o en el de sus compañeros- miró a todos y puse las manos a mis espaldas- Son una familia, tienen una unión especial, recuerdenlo. Sientanlo. Y regresen sanos y completos. Todos asintieron en silencio y se encargaron de limpiar su uniforme o preparar sus armas. Los chicos eran callados y seguros de sí mismo y me gustaba la pulcritud de todos. No tenía necesidad de estar sobre ellos y tampoco de prepararme, estaba lista para la acción. -¿Irás?- le pregunté y me dio una cara de pocos amigos mientras limpiaba bruscamente su revólver Colt Anaconda. -¿Tú qué crees?- replicó y frunció el ceño al verme dos veces- ¿Dónde está tu chaleco?- blanqueé los ojos. -No pienso usarlo, me vuelve lenta- expliqué con simpleza sacando mi CZ75B de la parte trasera de mi cintura. -Y un cuerno que no lo usarás- reclamó lanzando el paño al suelo- Ve por esa mierda sino no te montarás en la camioneta, Xariann, y hablo en serio. -Papá--- Señaló mi cara y resoplé. Primera regla: No éramos familia ahí para evitar el que pensaran en algún tipo de favoritismo. -Sabes bien que debes usarlo, no me arriesgaré a perderte en la primera misión. -Lo sé, sé que me necesitas para esto. -No es sólo por esta mierda, Xariann- frunció el ceño- Eres mi hija. No puedo darme el lujo de perderte, no eres una más, nadie podría reemplazarte, cariño- miraba a mis ojos y sentí mi corazón doler- Ahora por favor ve por el chaleco que todos usaran el suyo, ¿Bien? -¿Incluso tú?-repliqué y sonrió un poco. -Sí, pequeña demonio. Incluso yo- suspiré y asentí caminando con mi arma en la mano hacia el área de uniformes.  Marcia se colocaba con dificultad el chaleco antibalas y la ayudé. -Gracias- murmuró aliviada mientras tomaba el mío. Me lo puse sin necesitar ayuda- Oye, no tomes personal lo de Likia. -Me da igual, no la considero mi amiga- dejé en claro- Mientras respete su posición, estaremos bien. -Sí, es sólo que ella pensaba ser la segunda al mando y el que tú entraras la sacó de órbita- se encogió de hombros- Es una pesada pero por dentro es una tonta niña mimada. -Sigue siendo una desubicada para mí- admití con simpleza. -Muy bien, muchachos, a las camionetas- papá me miró y en silencio aprobó el hecho de que estuviese segura. Tomé uno y se lo tendí. Se lo puso delante mío y asentí aliviada- Vamos, salimos en cinco minutos, chicas. No hay tiempo que perder, suban a las camionetas de una vez- me apresuró y Marcia caminó a mi lado con paso apretado. El puto chaleco pesaba más que mi conciencia. No subí con mi padre y eso me chocó un poco pero no sentía miedo alguno, sino más bien preocupación por su seguridad. Si algo le ocurría, mamá nunca se recuperaría. Ya lo vivió una vez y tenía claro que su temor era una pesada cruz que llevaba a cuestas todo el tiempo aún teniéndolo de nuevo en sus manos. Avanzamos en dirección al disimulado edificio. Desde lejos nadie diría que en él hay una pista clandestina y era esa pista la que debíamos vigilar. No subiríamos, era muy arriesgado y tampoco teníamos aún su ubicación como tal. Por lo tanto esperaríamos a la dichosa chica rusa en el estacionamiento. En distintos puntos cardinales y comunicándonos con radios para evitar ser descubiertos, todos usábamos atuendos negros y pasamontañas ocultando nuestra identidad de las cámaras.  -¿Qué dijo el hombre del tío André?- pregunté por radio a mi padre y no tardó en responder. -El auto es fácil de reconocer: Todo rosa- retuve una sonrisa- Tenías razón: La chica viene en el avión. -Lo imaginé. -Señor- habló Kevin- ¿Tenemos las rutas?¿Sigue en marcha el plan de abordar el estacionamiento? -Hasta ahora no tenemos respuesta de eso, chicos, así que sí. Vamos por lo seguro- mordí mis labios y seguí viendo el camino. Estábamos a unos veinte minutos del edificio y al avión le faltaban exactamente veintidós para aterrizar. Íbamos a contrarreloj y no sé si sería yo la única angustiada. El chófer aceleró y no pude más que sentirme aliviada al ver que habíamos tomado cinco minutos a nuestro favor. Ese corto tiempo nos serviría de mucho. -Ya lo saben, muchachos- les dije a todos los que iban en mi camioneta- Unidos, callados y discretos. No se dejen atrapar ni dejen que atrapen a ninguno- miré a cada uno- Tiren a matar y usen los silenciadores. Todos asintieron y ajustaron dicha pieza a sus semiautomáticas. Yo hice lo mismo y respiré hondo al escuchar a mi padre en la radio. -Llegamos, vayan bajando y acomodándose en sus puntos, muchachos. Tenemos un minuto para estar en nuestros lugares- Las puertas se abrieron y como un auto de payaso unas ocho personas bajaron, el chófer quedó en su sitio y yo bajé del asiento del copiloto con mi .38 en la mano y la pistola PB que el tío André me regaló hacía un año más o menos.
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