La puerta de la habitación de Camila crujió al abrirse y entró Ricardo.
Ella iba a clase de gimnasia los sábados por la mañana y él decidió despertarla un poco antes para ver cómo estaba. No habían hablado desde que le azotó la noche anterior.
Inusualmente para ella, Camila llevaba bragas y un camisón ligero en la cama. Se le había subido, dejando al descubierto su ropa interior: un par blanco con un bonito lazo de lunares por encima del monte. Eran como los que sus padres habían intentado que se pusiera cuando era pequeña y que encontraban por la casa cuando ella se negaba en ponérselos. Ricardo no pudo resistirse a intentar despertarla acariciando suavemente su cálido coño con el dedo corazón, jugueteando alrededor de su clítoris.
Ella se revolvió con un gemido gutural. Sería muy fácil arrancarle la ropa interior y meterle la polla, pero a él le gustaba ir más despacio, ver cómo reaccionaba ella... y, además, en sus momentos más sobrios, aún dudaba de si realmente sería capaz de quitarle la virginidad cuando las cosas llegaran a su punto álgido. Lo deseaba. Era adicto a la perversión y cada día que pasaba estaba más seguro de que quería follársela. Pero esa vocecita en el fondo de su cabeza a veces todavía le molestaba.
Suavemente, se subió a su cama, mirando por un momento la pequeña y frágil figura de su hija bajo su poderoso cuerpo, antes de plantarle un beso en el cuello. Volvió a besarla y luego abrió los labios para chupar su pálido cuello, hasta que por fin despertó de su sueño.
—Hm... eso hace cosquillas, papi—, murmuró ella, y ese nombre le hizo sentir un cosquilleo en la polla igual que la noche anterior.
—Buenos días, mi cielo—, le dijo levantándose sobre las palmas de las manos. Se preguntó si mirarle así estimulaba alguna parte ancestral de su cerebro, pensando que estaba a punto de ser follada. —Quería ver cómo te sentías. ¿Estás dolorida?
—Un poco, pero casi se me ha pasado.
—Déjame ver.
Ella le miró insegura, pero se bajó las bragas. Ricardo se acercó a los pies de la cama para inspeccionar entre las piernas de su hija. En las últimas semanas había visto mucho más de su precioso coño que en los años anteriores, pero rara vez podía observarlo desde este ángulo. Sus labios estaban ligeramente rojos, pero no mostraban ninguna hinchazón. Era sólo su bonito coño hinchado y depilado, que ocultaba un pequeño clítoris y desembocaba en un culo perfecto. Ansiaba meter la cara entre sus muslos y decidió que lo haría pronto.
—Asintió y se levantó. Se ve muy bien, cariño. Quería asegurarme, ya que nunca antes te habíamos azotado esa parte. Espero que sepas que tu madre y yo sólo estamos preocupados. Queremos que veas lo serio que es, así que tenía que dolerte más.
—Entiendo—. Camila se puso de pie también, frotándose el sueño de los ojos. —Y lo que dije iba en serio. No te decepcionaré.
—¿Amigos?— Le puso una mano en la mejilla.
Sonrió. —Por supuesto, tonto.
Ricardo apretó sus labios contra los de ella en su habitual casto beso familiar, pero cuando su rostro se apartó ligeramente y Camila empezó a hablar, él aprovechó para lamerle la resbaladiza lengua rosada y capturar su boca en un abrazo más profundo.
Saboreó plenamente los labios de su pequeña por primera vez, y fue como si hubiera estado esperando hacerlo toda su vida. Se había enamorado de ella a primera vista, la había criado, vestido y alimentado con esmero y, ahora, dejaba que su gran lengua explorara el interior de su dulce boca, y ella le devolvía el lametón tímidamente.
Se sentía tan natural como el agua de lluvia.
Aunque podría haberse pasado el resto de la mañana besándose con su preciosa niña, Ricardo se apartó de mala gana y sonrió como si no hubiera pasado nada. Camila respiró con más fuerza, con las mejillas tan rojas como su coño abofeteado.
—Prepararé el desayuno—, dijo, dirigiéndose a la puerta. —Prepárate, ¿de acuerdo?
***
—¡Papá!
Camila le miró fijamente desde el asiento del copiloto. Ricardo mantuvo la vista en la carretera, pero le lanzó una rápida mirada de reojo. Tenía una mano en el volante, atravesando el tráfico limitado, y la otra sujetaba su polla flácida donde acababa de sacársela de los vaqueros.
—¿Qué?
—¡Entiendo que lo hagas en casa, pero estamos fuera!
—Estamos en mi coche, y los cristales están tintados. Lo hago siempre que conduzco solo—.
¿En serio?
—No sabes lo que sienten los hombres cuando están limitados. Cuando eres grande, es una faena hasta que puedes llegar a un lugar privado y dejarlo todo al aire. Tienes que masajearlo mejor.
Para demostrarlo, se cogió la polla con la mano y la acarició de arriba abajo, moviendo el prepucio sobre la punta, hasta que estuvo a media asta. Lo dijo con tanta seguridad, con tanta naturalidad, que Camila no discutió a pesar de lo absurdo que era. Hablaron de sus progresos en gimnasia e incluso de política, y tal vez eso la ayudó a creer que realmente no era s****l. En cualquier caso, así fue como Ricardo pudo irse tranquilamente en el coche con su hija sentada a su lado, como si eso no tuviera nada de malo.
***
Se alegró de que Camila se pusiera las pilas, porque con la mejora de sus notas podrían seguir con su ritual nocturno.
Ricardo empezó masajeando diligentemente sus pequeñas tetas, —estimulando el flujo sanguíneo—, pero eso se había convertido en realidad en un preludio del acontecimiento principal, que consistía en chuparle los pezones.
Se preguntó cómo había podido esperar tanto tiempo para posar sus labios en los pechos de su hija. Lamiendo, chupando, mordisqueando, tirando del pezón con la succión, soltándolo y observando cómo la teta volvía a su sitio... casi entraba en trance. Y cuando terminó, lo remató frotando el resto de su creciente cuerpo, explorando cada centímetro.
Pero eso se estaba volviendo rancio. Fácil. Y necesitaba seguir moviéndose, no darle tiempo a cuestionar las cosas.
Así que, en medio del masaje de aquella noche, sus manos resbaladizas se detuvieron en el montículo de Camila y se dedicó a palpar la zona con un tacto decididamente clínico. Camila, que normalmente estaba perdida en el placer y ajena al mundo, parpadeó y miró a su padre.
—¿Todo bien, papá?
—Oh, sí, seguro que no es nada, pero...
—¿Qué?
—Hay un pequeño problema que podrías haber heredado por parte de tu madre. No es nada serio, o... bueno, no es nada relacionado con tu salud...
—¿Qué pasa?— Ricardo sintió una punzada en el estómago por preocuparla. Pero era un salto tan grande que tenía que ir muy lejos.
—Es un poco embarazoso. Preferiría comprobarlo antes de decírtelo. ¿Podrías abrir tu conchita para mí, cariño?
Sintió que se le salía el prepucio de la polla con sólo decirle esas palabras a su propia hija, y volvió a sentirlo cuando ella hizo lo que él le decía sin vacilar, preparada por haberle dejado inspeccionar sus partes íntimas hacía sólo unos días. Levantó las piernas y separó los labios hinchados.
Su intención había sido sólo mirar, pero la situación y el espectáculo le habían hechizado. Absurdamente, le pasó el dedo índice por el clítoris, por la resbaladiza piel rosada, y cuando llegó al tentador orificio de su v****a, el tembloroso agarre de Camila se deslizó, engullendo la yema del dedo de su padre en su apretado coño. La suave y caliente humedad fue como una descarga eléctrica. Ansiaba meter el dedo más adentro, tocarla donde nunca la habían tocado.
Ricardo retiró el dedo y utilizó todo su decoro para hablar sin esfuerzo, afectando a una incómoda vergüenza: —Ya me lo imaginaba. Tienes un clítoris muy pequeño, como tu madre.
—¿Qué significa eso?— preguntó Camila con voz preocupada.
—Como he dicho, no es un problema médico, pero...— suspiró y miró al suelo. —Hace que sea difícil obtener, uh, placer a veces, cuando estás con alguien que amas. Lo siento, es un poco raro hablar de esto.
—Está bien. Quiero saber. ¿Qué hizo mamá?
—Ella también lo descubrió cuando tenía más o menos tu edad, y el médico le dio una especie de... bomba. Dijo que era un poco brusco y que siempre le dolía durante días. Pero cuando consiguió un novio que podía... ya sabes... dijo que funcionaba igual de bien, y que era mucho más cómodo—. Se aclaró la garganta. —¿Quieres que pida la bomba?
Camila se sonrojaba, los dedos de los pies se retorcían torpemente y las manos se revolvían en la toalla que llevaba debajo. —Si me pone sensible ahí abajo, me preocupa cómo afectará a mi rendimiento en el gimnasio... pero no quiero perderme nada cuando sea mayor...
—¿Tienes un novio que podría...?
—Sabes que no, papá, se los habría dicho a ti y a mamá.
Así fue. Ricardo le puso una mano en la rodilla y la miró a los ojos. —Te he cuidado desde que eras pequeña, cariño. He hecho todo lo que he podido, y haré todo lo que pueda. Si quieres... Puedo ayudarte con esto, como lo he hecho con tu pecho.
Casi podía oír sus corazones en el pesado silencio que siguió. Cuando Camila se limitó a asentir, en silencio, casi se corrió donde estaba.
Ricardo la tumbó de nuevo en la camilla acolchada, se acercó al extremo y le rodeó los muslos con los brazos para atraerla hacia sí. Su aroma era embriagador, su coño se estremecía cuando él se acercaba a el. Después de lamerle la rajita con su ancha lengua, se metió en la boca el clítoris de su hija.
Camila jadeó, pero no dijo nada, sometiéndose de buen grado a las ansiosas lamidas de su padre. Ricardo estaba en el paraíso. Lamía el dulce coño de su hijita como si se estuviera aprendiendo de memoria cada detalle, concentrándose en chupar su duro botón, pero permitiéndose a menudo saborear entre aquellos labios inferiores, deleitándose con el sabor único de su niña y el adictivo aroma de su excitación.
Al poco rato, Camila estaba follando la cara de su padre con movimientos cada vez más erráticos, sus ruidos se convertían en desesperados quejidos, hasta que de repente se puso rígida y estalló en temblores de todo el cuerpo, Ricardo amamantando su pequeño clítoris mientras ella disfrutaba de su primer orgasmo.
Cuando ya sólo temblaba un poco, Ricardo apartó la cara del coño de su hija y disimuló hábilmente el tono lujurioso de su voz: —¿Estás bien, cariño? Estás temblando.
—Yo... no lo sé. Creo que sí—. Se pasó una mano por la frente cubierta de sudor. —¿Me das un poco de agua, papá?
Ricardo sonrió. —Por supuesto, mi cielo.
Ella no se dio cuenta de la flacidez de su paso mientras recorría la habitación con la erección más potente de su vida.
***
Ricardo llevaba unos días chupando el clítoris de su hija cuando decidió darle un día libre. Al fin y al cabo, aún era joven y prepararla para ser una ninfa obsesionada con el sexo era agotador. En lugar de la sesión, iban a pasar una tarde tranquila en familia, los tres, viendo la televisión.
Inés y Camila ya estaban en el salón cuando él llegó del trabajo, Camila descansaba con la cabeza en el regazo de su madre, leyendo. Ricardo besó a su mujer y acarició el pelo de su hija.
—¿Cómo están mis chicas favoritas?
—Bastante bien—, sonrió Camila.
—Está adelantando los deberes de la semana que viene—, dijo Inés. —Lo has estado haciendo muy bien, cariño.
—No esperaba menos— -respondió Ricardo. La mano que recorría el fino cabello de Camila bajó por el cuello, pasó por el pecho y apartó el tirante de la blusa para poder acariciarle el pezón con el pulgar.
—Van muy bien, ¿verdad?—, le dijo a su mujer, que asintió con la cabeza.
—Las chicas en clase se van a poner celosas—, comenta.
—No lo sé—, soltó Camila, antes de morderse el labio. Su pezón estaba tieso y orgulloso. —Pero me gusta su aspecto.
—Eso es lo que realmente importa, cariño—. Ricardo se sentó a su lado. —Es normal sentirse un poco sensible. Hemos trabajado mucho, así que es importante tomarse descansos. Tu pecho lo está llevando muy bien. ¿Qué tal abajo?
Camila miró a su madre, que se limitó a sonreír alentadora. Si a Inés no le parecía rara la pregunta -o, mejor dicho, todo el proyecto del masaje y la succión-, entonces no podía serlo, ¿verdad?
—Es más difícil de comprobar—, dijo Camila, sentándose y dejando su libro a un lado. —Creo que me encuentro bien.
—Me gustaría asegurarme, si te parece bien. No puedo saber cuánto progresas cuando te chupo el clítoris, nena. Se hincha.
La acercó, le bajó los pantalones de yoga y la colocó entre sus piernas. Por supuesto, no llevaba ropa interior, como una auténtica zorra. Ricardo la rodeó por el medio con un brazo en un acogedor abrazo y frotó suavemente con el dedo corazón su pequeño nódulo amoroso. Camila tragó saliva con un quejido, pero ninguno de los dos lo notó.
—No parece mucho más grande—, dijo Ricardo. —Déjame ver qué pasa dentro.
Antes de que ella pudiera preguntarle a qué se refería, le pasó la yema del dedo entre los pliegues para mojarla bien y deslizó el dedo corazón en el coño de su hija.
Camila jadeó, agarrando el muslo de Ricardo, y miró a su madre alarmada y confusa. Inés se limitó a sonreír, mirando cómo su marido le metía el dedo a su hija.
—El clítoris es mucho más grande de lo que parece—, explica. No puedes medir bien su tamaño a menos que también lo palpe por dentro.
Camila asintió, jadeante, mientras su padre acariciaba las sensibles paredes de su v****a, bombeando dentro y fuera, amasando su teta derecha con la otra mano como para calmarla. Cuando sintió que estaba lo bastante mojada y se había hartado de provocarla, Ricardo salió de su coño con un ligero chirrido y le besó el cuello lleno de cosquillas. Eran caricias de amante, aunque ella aún no lo sabía.
—Parece más grande, mi cielo—, mintió murmurándole al oído. —Pronto se te notará por fuera.
—Gracias, papá—, suspiró.
Con una palmada en el hombro, Ricardo la apartó de él y se quitó el pantalón, preparándose para una cómoda velada con la polla a la vista.
Camila miró de él a su madre, y la total ausencia de comentarios por parte de Inés reforzó su convicción de que aquello estaba bien, era normal. Como si hubiera intuido los pensamientos de su hija, Inés habló, llena de orgullo:
—Me alegro mucho de que entiendas que los cuerpos son naturales y normales, cariño. Ha sido un soplo de aire fresco para tu padre.
Camila le sonrió. —Aún estoy aprendiendo, pero también estoy contenta.
—Es como cuando eras pequeña, antes de que tuviéramos que preocuparnos de que la gente se lo tomara todo a mal. Incluso solías jugar con el pene de tu padre, como si fuera un juguete—.
—¿Qué?— exclamó Camila. Ricardo se limitó a mirar, curioso por saber adónde quería llegar su mujer con aquel invento.
—Quiero decir, la textura te llamaba la atención. Por supuesto que querías tocarla—. Sin fanfarria, tomó la polla de su marido en la mano, demostrando cómo se movía. Era la clásica Inés, un desafío inesperado para Ricardo: ¿podría permanecer blando mientras su mujer le acariciaba los genitales delante de su hija? Con gran esfuerzo, consiguió engrosarse y alargarse ligeramente, sin excitarse demasiado. Inés le guiñó un ojo y miró a Camila. —Inténtalo.
Con una abrumadora sensación de surrealismo, Ricardo vio cómo Camila alargaba tímidamente la mano y le ponía la suya sobre la polla, probando la firmeza del tronco y moviendo los huevos, que se le contraían, e incluso rozándole ligeramente la entrepierna. Era diez veces más difícil resistirse que a las caricias de su esposa, y tuvo que concentrarse por completo para evitar ponerse rígido ante su tímido agarre.
—Me siento un poco rara—, dijo Camila. Para los oídos de Ricardo, su voz tenía un tono ronco y lujurioso. —Es tan suave, sedoso y blandito.
—Y las pelotas también se sienten totalmente diferentes—, añadió Inés.
—Sí—. Camila soltó una risita y le dio una palmadita en el tronco como diciendo —buen trabajo—. Tenía las mejillas sonrojadas y se colocó nerviosamente un mechón de pelo detrás de la oreja. —¿He hecho algo así contigo, mamá?
—Te gustaba jugar a ser mi niña—. Se bajó la parte superior del vestido, dejando al descubierto sus impresionantes pechos. —Aún lo eres, por supuesto. Pero querías mamar como cuando eras pequeña. ¿Quieres volver a intentarlo?
Con menos vacilación, esta vez, Camila se sentó junto a Inés y le tocó uno de los pechos con un pequeño suspiro. —Son tan grandes, tan suaves—. Su boca se fue acercando cada vez más y, antes de que se diera cuenta, Ricardo la vio agarrar el pezón de su madre y mamar apasionadamente de su teta.
Recordaba haberla visto hacerlo cuando era muy pequeña, y sentirse lleno de todo el amor del mundo. Ahora, ver a su atractiva hija ya crecida humedecer el coño de su esposa con su lengua y sus labios en sus pechos le excitaba sobremanera. Camila soltó el pezón de su madre con un chasquido y apoyó la frente en el pecho de Inés, con la respiración entrecortada.
—¿Estás bien, cariño?— preguntó Inés, jugando con el pelo de Camila.
—Sí, me siento un poco... mareada—, murmuró Camila. Ricardo la vio retorcerse en el asiento, frotándose los muslos. Se levantó y se dirigió con cautela a las escaleras que llevaban a los dormitorios. —Lo siento, mamá, lo siento, papá. Creo que tengo que tumbarme un poco.
—Por supuesto, cariño—, dijo Ricardo.
—Duerme bien—, dijo Inés.
Menos mal que Camila no se giró antes de salir, porque habría visto la polla de su padre dura como una roca y goteando semen como un grifo. Se retorcía en su agarre, pidiendo atención.
—Se va a hacer el coño un lío pensando en lo que acaba de pasar—, gimió Ricardo, sacando más jugo de su polla. —Eres una zorra astuta.
—No creo que sea justo que te diviertas tú solo—, sonrió Inés. Se quitó el vestido y se frotó el coño empapado, contemplando la masturbación de su marido.— Has estado comiéndole el coño a nuestra hija y haciendo que te mire la polla. Ya era hora de que la probara.
—No creo que pueda aguantar mucho más. Tengo tantas ganas de follármela.
Inés medio gimió, medio rio, encantada. —¿Sí? ¿Has superado tus pequeños complejos?
—Ya no puedo oírlos. Quiero corromperla. Yo... Dios, quiero follármela, quiero dejarla embarazada. Dios, ¡imagina a nuestra hija con mi bebé dentro de ella!
—Hmm... no tienes que esperar. ¿Recuerdas lo que dije al principio?
La sonrisa de Ricardo era como la de un lobo.
—Toma lo que es tuyo.