Capitulo 12

1716 Words
Al cabo de dos semanas de sesiones, Camila empezó a sonrojarse cuando Ricardo entró en la habitación. Su semblante se suavizó y volvió a su relación juguetona habitual a los pocos minutos de conversación, pero él notó cómo se ruborizaba, la torpeza instantánea que la invadió brevemente. Inés planteó que el mero hecho de verle podría estar empezando a provocar un cosquilleo en los pezones de su hija, aunque ella no entendiera del todo lo que eso significaba o por qué estaba ocurriendo. A Ricardo le gustó la idea, aunque no había forma de saberlo con certeza. La única certeza que tenía era que no podía aflojar la presión. Hoy, Camila estaba en la mesa del salón, con papel cuadriculado extendido a su alrededor, dándole golpecitos a una calculadora. Era una genia de las matemáticas, pero esto parecía preocuparla incluso a ella. —Tienes mucha tarea—, dice Ricardo, que vuelve de la cocina con una cerveza. —Cuando yo tenía tu edad, no usábamos calculadoras. Era sencillo. —Ojalá siguiera así—, refunfuñó. Ricardo bebió un trago de su botella, la dejó sobre una mesita auxiliar y se acercó a Camila para darle un fuerte abrazo de costado. —¿Quieres tomarte un descanso rápido para relajarte?—, tamborileó con los dedos en el brazo de ella, insinuando lo que podían hacer en el tiempo libre. Aún no habían faltado ni un solo día, y Camila solía sacar el tema antes de que Ricardo tuviera la oportunidad de hacerlo. Ella negó con la cabeza. —No, tengo que terminar esto. No creo que pueda tener sesión esta noche. Se habían acostumbrado a llamarlas sesiones,. Ricardo asintió y se agachó por encima del hombro de Camila para agarrarle el pecho izquierdo a través de la ropa. —¡Papi!—, chilló. —No es lo ideal, pero podemos hacerlo así—. Deslizó ambas manos en su top, donde su habitual falta de sujetador significaba que al instante tenía sus dedos en las almohadillas adolescentes de su hija. Masajeando la suave carne, notó que sus pezones ya estaban erectos, y los hizo rodar entre el pulgar y el índice. ¿Se debía a que la memoria muscular asociaba el tacto de su padre con el hecho de que ya estuvieran erectos? La idea provocó un cosquilleo en Ricardo. —Papi, no puedo concentrarme así. —Ah, qué pena. Le quitó las manos de los pechos y volvió a coger la cerveza. —Podemos, um, tener nuestra sesión después de que termine, incluso si es un poco tarde, si quieres. —Eso suena muy bien, cariño. Trago en mano, se dirigió al sofá frente a Camila. Había elegido deliberadamente aquel par de pantalones cortos para la ocasión, y se aseguró de modificar su paso para que, al girar sobre sus talones para desplomarse en el sofá, su pesada polla y sus pelotas asomaran por uno de los agujeros de la pierna. Su hija no se dio cuenta, al principio, así que él se sentó con las piernas cómodamente abiertas y disfrutó del aire fresco en su polla hasta que oyó un jadeo femenino. —Papi—. Oír su voz cuando él estaba así hizo que su suave polla se crispara. —Has tenido un... un desliz. Ricardo miró su cerveza, aún de pie y medio llena, antes de bajar la vista entre sus piernas. —¿Te refieres a esto? ¿Qué pasa? —¡¿Qué quieres decir?! ¡Tu... cosa está colgando! —Vamos, tienes dieciséis años, Camila—, dijo Ricardo, empleando su tono paternal. Usa tus palabras. Fuera hace mucho calor. En mi tierra natal, es normal darle a tu pene un poco de espacio para respirar cuando estás en casa. No puedo explicarte qué se siente, pero si tuvieras esto, verías por qué. Esto hizo reflexionar a Camila. Había intentado aprender de las costumbres de su padre, pero prefería oír hablar a su padre y soñar despierta a investigar de verdad. Hasta donde ella sabía, esto era completamente cierto. —Nunca lo has hecho antes—, dijo un poco insegura. No cerca de ti. Pero estoy muy orgulloso de lo mucho que te interesa mis costumbres y de lo mucho que te esfuerzas en tus clases. Manejas nuestras sesiones como un profesional. Puedo decir que eres lo suficientemente madura para ver que no hay nada... s****l en los cuerpos humanos. La gente es tan mojigata en que no estaba seguro de que lo entendieras hasta ahora—. Camila lo procesó y golpeó el escritorio con el bolígrafo. Ricardo se quitó la tela de los calzoncillos. Pero si te molesta, entonces... —No—. dijo ella rápidamente. —No me molesta. Son sólo... cuerpos, como dijiste. Ricardo sonrió y se estiró con un gemido. —Gracias, mi cielo. No te imaginas qué alivio. Ella le devolvió la sonrisa y volvió a sus deberes. Ricardo se enorgullecía de controlar sus genitales. Experimentado, hacía tiempo que había aprendido a mantener sus erecciones bajo control, para mejorar la preparación de un encuentro o evitar escenas incómodas durante sus casi constantes fantasías diarias. Pero ésta era una ocasión especial. Aunque permaneció blando durante una buena docena de minutos, empezó a perder el control sobre su libido. El mero hecho de estar en una habitación con su hija, con su gorda polla y sus pelotas descansando en el sofá al aire libre, era cada vez más excitante cuanto más tiempo pasaba. Revisando sus correos electrónicos de trabajo en su tableta, sorprendió a Camila echando miradas furtivas a su polla cada vez que pensaba que él no estaba mirando, y cada una de estas miradas encubiertas era como un golpe a su polla cada vez más dura. La fascinación de su hija por su carne lo ponía cachondo a más no poder. Al poco tiempo, estaba empalmado y palpitante. Ricardo no le prestó atención y se dedicó a revisar las noticias. —U-um—, tartamudeó Camila. —Papi. Miró hacia abajo y soltó una risita. Tenía la polla tiesa apoyada en el muslo, tan inclinada que estaba a medio enterrar bajo la pernera de los calzoncillos. Ricardo la sacó despreocupadamente a la luz, donde golpeó contra su piel, apuntando directamente a su hija. —No te preocupes, cariño—, dijo, sin preocupación. Como te he dicho, hace calor y estoy muy relajado, he bebido un poco. Esto pasa cuando los hombres se sienten bien, y yo me siento muy bien. Bajará pronto. Camila sintió un visible alivio, aunque aún parecía nerviosa. Ricardo no era capaz de volver completamente a la flaccidez, no cuando los ojos de su hija no dejaban de comprobar el estado de su polla, pero ella parecía satisfecha de que él dijera la verdad cuando se quedó a medias, lo suficiente como para no dudar en preguntar por el masaje del día una vez terminados sus deberes de matemáticas. *** Se alegró de que la camilla ocultara la parte inferior de su cuerpo, porque su pene se puso a veinte centímetros en cuanto puso las manos sobre los suaves meloncitos de su hija. Camila permanecía con los ojos cerrados, con la respiración entrecortada escapando de sus labios carnosos mientras su padre amasaba y estrujaba a placer. Cuando cambió de posición para estimularla desde abajo, apartó la toalla por completo sin que ella pareciera darse cuenta. Ver su cuerpo en exhibición hizo que el liquido rezumara de su polla, goteando sobre el suelo de mármol a través de la pernera de sus calzoncillos. Cuando fue a untarse las manos con más aceite, en la base de la mesa, aprovechó para contemplar el coño hinchado. Era como un melocotón partido e igual de jugoso, con un mechón de vello oscuro y velludo que le crecía hacia atrás. Se afeitaba el coño. La idea hizo que se le pusiera dura. Estaba tan relajada, casi dormida, y hoy habían hecho grandes progresos. Le daría un último empujón. Ricardo le levantó una pierna y le frotó la pantorrilla. —Las matemáticas te estaban estresando, ¿eh? ¿Qué tal un poco de alivio? La risita de Camila se convirtió en un bostezo, antes de murmurar: —Suena bien. Acabó rápido con la parte inferior de sus piernas y luego fue subiendo por sus muslos delgados, cubriendo cada uno con una mano y presionando hacia arriba con un movimiento lento y constante, hasta que sus pulgares chocaron con los labios del coño de su hija. Hacía sólo unas semanas, había sido uno de los millones de padres que comentaban ociosamente el crecimiento de las tetas y el culo de su hija, que se dejaban llevar por estas observaciones cuando se masturbaban. Ahora, estaba tocando a su amada donde ningún otro hombre lo había hecho. Era surrealista. Exhalando con fuerza, le pasó suavemente los pulgares por la raja, separando su joven coño lo suficiente como para ver un destello del interior rosa nacarado, rozando su pequeño clítoris justo antes de quitarle las manos de encima. —Muy bien, es hora de que te duches y te vayas a la cama—, dijo, dirigiéndose al lavabo para quitarse el aceite de las manos. Camila lo miró con cierto desconcierto, preguntándose si se había imaginado el roce contra sus partes íntimas, o qué otra cosa podría haber sido. Él estaba actuando como de costumbre, y no había dicho nada, no había intentado nada más. Lo más probable es que sólo fuera un desliz. Ricardo miró hacia el lavabo para ocultar su erección, sabiendo que tendría que bajarla, pero no pudo resistirse a una última excitación. El aceite de masaje no tenía perfume. Levantó despreocupadamente un pulgar como para rascarse la nariz y aspiró el embriagador aroma del coño virgen de su hija. Se alegró de que Camila se fuera a bañar a su cuarto de baño privado, porque incluso el leve olor de su feminidad bastó para que la polla de Ricardo se mantuviera rígida. Aquella noche, relató el día a Inés mientras ella bombeaba su necesitado pene, y acabó descargando su lujuria contenida destrozando su experimentado agujero. —No lo olvides—, le dijo su mujer, mientras él seguía dentro de ella, —es como en los negocios. No hay que aflojar.
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