Franco sonrió a Katherine, nervioso. Katherine le devolvió la sonrisa. Estaría bien hacer algo juntos, por una vez.
Después de la comida del día anterior, sin saber qué hacer y aún conmocionada por el ambiente del crucero, había asistido con Susana y Johana a un taller en una de las salas de conferencias del barco. La charla resultó ser todo lo contrario de lo que ella esperaba: un seminario realmente útil sobre cómo mejorar la comunicación, con soluciones y consejos prácticos. Se centraba mucho en las relaciones paterno-filiales, por razones obvias, pero era algo que ella podía ver en un entorno normal. Lo mejor de todo es que era divertido.
Aplicando uno de los consejos que había escuchado el día anterior, Katherine invitó a su padre a asistir a la clase del día siguiente, que, según le habían dicho, sería más instructiva que la anterior: Vínculo Práctico. Sabía que Johana y su padre asistirían, y quizá también algunas de las demás.
El camino desde el comedor después del desayuno hasta la zona de conferencias fue ligeramente tenso. Con el amanecer del tercer día, las barreras empezaban a bajar rápidamente. Mientras comían sus tostadas, Katherine y Franco hicieron un esfuerzo concertado para no mirar a la mesa vecina, donde una hija hablaba con su padre mientras las manos de éste levantaban el dobladillo de su vestido para amasarle el muslo, presionándole el coño a través de las bragas.
—¿Estás segura de que no hay nada malo en esto, Kathy?— preguntó Franco, mientras tomaban asiento cerca de la parte delantera del escenario.
—Es como te dije, papá. Lo de ayer estuvo muy bien. No todo puede girar en torno al sexo—, dijo, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma. Franco asintió y trató de parecer seguro de sí mismo, pero en el aire se palpaba una tensión tácita.
—¡Buenos días, Katherine!
Johana se acercó con su padre a cuestas, un tipo joven y en forma, con una barba cuidadosamente cuidada y una sonrisa pícara.
—Ese es mi padre—, dijo Johana.
—Juan.
—Franco.
Los hombres se estrecharon la mano y Juan tomó la de Katherine para una versión más suave del saludo.
—Katherine. Johana me habló de una chica nueva— Le guiñó un ojo. —Tiene razón: eres un bombón.
—Hola—. Franco le lanzó una mirada penetrante. —Tranquilo, colega.
—No pasa nada— -dijo Juan con una sonrisa, soltando a Katherine y llevándose las manos al pecho en señal de rendición. —Tienes una hija preciosa, eso es todo. Además, yo ya he hablado.
Pasó un brazo por los hombros de Johana y tiró de ella para darle un beso en los labios. Franco asintió con la cabeza y Katherine pudo ver un ligero tono rosado en sus mejillas. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, aún podía avergonzarse de un beso casto de un segundo. Katherine no pudo evitar sonreír.
La oradora subió al estrado y todos tomaron asiento. Katherine se sorprendió al ver que se trataba de Marcela, la mujer de unos 40 años que había almorzado con el grupo el día anterior.
—No sabía que iba a dar la charla—, murmuró Katherine a Johana, a su lado.
—Es una terapeuta muy famosa—, respondió Johana. —Es genial.
Y resultó que realmente lo era. Marcela expuso hábilmente los escollos habituales de las relaciones padre-hija... relaciones normales, gracias. Sentimientos y situaciones que Katherine reconocía en sí misma. Vergüenza, frustración por ser tratada como una niña y, aunque no quería admitirlo, celos por las novias de Franco, miedo a ser dejada de lado u olvidada por completo. Sintió que su padre se relajaba a su lado.
Al cabo de unos treinta minutos, Marcela repasó una lista de acciones que padres e hijas podían emprender para fortalecer su vínculo, explicando cómo pasar tiempo juntos, estar separados... todo tenía ramificaciones más profundas de lo que parecía.
—No hay soluciones fáciles—, concluye Marcela. Acababa de darles una lista de cosas que podían hacer para superar los baches en el camino, y utilizó su puntero láser para marcar varios puntos: pasar tiempo juntos, pasar tiempo separados, aprender un nuevo hobby juntos... sonrió al público. —¿Por qué no pasamos a la parte práctica del taller?
El público aplaudió y Katherine no pudo hacer otra cosa que mirar cómo un hombre al que había visto por aquí y por allá subía al escenario llevando a una joven atada como si fuera un equipaje.
Las tiras de cuerda le apretaban las tetas hasta hacerlas perfectamente turgentes y se clavaban en la piel joven y bronceada del vientre y los muslos. Gemía con cada paso de su padre, y cuando éste la puso en el suelo, Katherine vio que era por el gancho de acero que salía de su culo. Un extremo, en la parte baja de la espalda, tenía un lazo alrededor del cual se enrollaban las cuerdas, y el otro desaparecía en su culo, donde cada movimiento que ella o su padre hacían provocaba que la herramienta se moviera en su interior. Su coño brillaba de lujuria.
—A Víctor y Ana les resultó muy útil una presentación mía anterior—, dijo Marcela sin perder un segundo. ¿No es cierto?
La chica, Ana, asintió con la cabeza, respirando con dificultad. Víctor sonrió amablemente. Katherine podía ver claramente la gruesa silueta de su dura polla abriendo las aberturas de sus pantalones.
—Como dijo Marcela, realmente nos pareció importante empezar un nuevo hobby juntos, y ambos teníamos interés en el shibari...
¿Eso es un tipo de bondage? interrumpió Marcela.
—Sí—, asintió Víctor. Es algo con lo que congeniamos enseguida, porque podemos disfrutarlo juntos, solos, y también con otras personas. A veces, Ana tiene muchas ganas, pero yo ya no soy tan joven como antes...
Soltó una risita burlona e hizo algunos ajustes en las ataduras de su hija, que estaba tumbada de espaldas, pero aún totalmente sujeta, con las piernas abiertas hacia el público. El color rosado de su coño estaba a la vista, con los labios temblorosos de excitación y los dos agujeros expuestos, uno de los cuales seguía engullendo el gancho de acero inoxidable.
—... y puede ser un poco malcriada -lo cual es culpa mía, lo sé-, así que me gusta ponerla en —descanso— mientras termino de trabajar o descanso un poco, pero le doy un juguete para que no se aburra.
Marcela sacó un elegante consolador de cristal de detrás del atril y se lo pasó a Víctor, que lo deslizó con delicadeza en las manos de Ana. Sin vacilar, ella lo agarró con fuerza y se lo metió entero en el coño, gimiendo.
Limitada por sus ataduras, hizo todo lo posible por encontrar más estímulo meciendo las caderas en cada pequeño empujón, con ondas de cuerpo entero que ondulaban y hacían que sus pechos turgentes se agitaran constantemente.
La voz de Víctor se desvaneció en la conciencia de Katherine, que se dio cuenta de que se había quedado paralizada al ver la masturbación pública de Ana. Aún no había visto nada tan explícito, no lo esperaba como parte de esta clase...
Miró a Johana, con urgencia, queriendo preguntarle qué estaba pasando.
Pero Johana no podía hablar. Su padre le chupaba la lengua, le lamía los labios, absorbiendo todos los pequeños sonidos de placer que su hija maullaba. Las uñas pintadas de Johana se clavaban en su musculoso antebrazo, saboreando el deslizamiento de sus bocas juntas. Estaban en su propio mundo.
Más allá, Katherine podía ver a otras parejas besándose y acariciándose. No quería mirar hacia otro lado y arriesgarse a hacer contacto visual con su padre. ¿Qué pensaría Franco?
¿Imaginaba que le había traído a un... espectáculo s****l a propósito?
Sin saber adónde mirar, dirigió su atención hacia el escenario y oyó el zumbido antes de comprender lo que estaba ocurriendo.
Ana había sido recolocada de nuevo, forzada en una especie de tabla por las cuerdas que la ataban a una anilla que colgaba del techo y el gancho que levantaba sus caderas. Víctor sostenía una varita en el coño chorreante de su hija, masajeándola zumbante en los labios hinchados y el clítoris oculto mientras hablaba. Tenía que hablar alto y claro para que le oyeran por encima de los sonidos mezclados del juguete y los jadeos de placer de Ana.
—Si tenemos que quitarnos las ganas rápido, o estoy cansado pero ella me pone su mejor mala cara, la ayudaré así. —¿No es así, cariño?
Ana asintió, débilmente, mordiéndose con fuerza el labio inferior. Dejó escapar su gemido más fuerte y sucio hasta el momento cuando su padre empujó con fuerza la varita contra su coño, obligándola a mecerse adelante y atrás sobre el gancho que le follaba el culo.
—Es una chica muy inteligente—, dijo Víctor, con una mirada de disculpa al público. —Se convierte en una puta hambrienta cuando está así.
—¿Tienes que hacerla llegar al orgasmo después de cada sesión de cuerdas? preguntó Marcela.
Víctor se rio. Sobre todo si hacemos una sesión de fotos o una demostración con otras personas. No saben que soy su padre -apretó el talón de la palma de la mano contra su entrepierna, frotando su sólida erección-, —pero hay un elemento artístico ahí que no funciona si ella está intentando chupármela todo el rato.
—Ya está—, Marcela vuelve a mirar al público con una sonrisa de confianza. Empezar una nueva afición juntos es una forma estupenda de conocerse mejor el uno al otro y a ustedes mismos. Ha enriquecido sus vidas, ¿verdad?
—Sí—, Víctor retiró la varita y silenció a Ana con una palmada en el culo cuando se quejó por la falta de estimulación. —Ha abierto todo un mundo nuevo.
Empezó a manipular de nuevo las cuerdas de su hija mientras Marcela se explayaba sobre otras técnicas, pero el trance de Katherine se vio interrumpido por el jadeo que se oyó a su lado. Miró a Johana, la fuente del ruido.
La pequeña y cuidada mano de Johana se deslizaba arriba y abajo por la bamboleante polla de su padre, que había sacado por la bragueta del pantalón. En su elegante agarre, la gruesa polla de Juan parecía aún más grande, incluso aterradora. Él, a su vez, había subido el vestido de su hija para meter sus gruesos dedos en las bragas de Johana. Katherine pudo ver cómo su mano se movía bajo el algodón, pellizcando y frotando el clítoris de Johana, masajeando su coño. Padre e hija observaban el escenario, estimulándose mutuamente con práctica facilidad. Los muslos de Johana se cerraban en torno a la mano de Juan y ella se mecía en su palma con jadeos silenciosos, fija en Víctor y Ana.
Katherine estaba aprensiva. Podía ver algo en su visión periférica. Era muy, muy consciente de la presencia de su padre, del calor de sus hombros contra los suyos. Miró hacia delante.
Ana estaba suspendida en el aire. Un arnés le apretaba los pechos por arriba y por abajo, forzándolos a sobresalir, y las cuerdas se conectaban a un nudo que le ataba las muñecas a la espalda. Unas cuerdas unían el nudo al lazo del techo y le ataban las rodillas para mantenerlas elevadas y abiertas, exponiendo su empapado y sonrojado coño al mundo. Su padre estaba tumbado en un escritorio, metiéndosela por el culo sin ningún pudor, y ella no pudo hacer otra cosa que gritar, con los ojos en blanco.
—... también es un buen ejercicio—, dijo Víctor. Agarró ligeramente a su hija por las piernas, ajustando de dónde colgaba, y Katherine vio el escalofrío que sacudió su cuerpo.
—Mi coño, papá—, jadeó, —¡Quiero correrme! Méteme el dedo, papá, por favor.
—Y no tienes que lidiar con el peso extra si tu chica es un poco más pesada.
Ana gimió y chilló cuando su padre la agarró por las caderas y la empaló con toda la longitud de su polla. Entonces, empezó a follarle el culo a toda velocidad, encorvándose y golpeándola hasta llegar a lo más profundo. Katherine observó el martilleo de su polla en el interior de Ana, su culo dilatado parecía aferrarse a su gruesa polla cuando él se retiró.
—La estamos entrenando para los orgasmos anales—, gruñó, —pero es un trabajo en progreso, a menos que yo haga... esto...
Con un estremecimiento, la sujetó en su regazo y giró las caderas, clavándose para bombear su carga tan profundamente dentro de su pequeña como pudo. El rostro de Ana se congeló en un grito mudo, enrojecido y brillante de sudor, mientras el semen que chorreaba en su interior provocaba su propio orgasmo. Marcela hizo un gesto a alguien a un lado del escenario, que rápidamente se lio con las cuerdas atadas firmemente al suelo para bajar a Ana sobre el escritorio.
Víctor permaneció dentro de ella mientras descendía, pasándole las manos por el cuerpo con movimientos relajantes. Parecía a punto de desmayarse, pensó Katherine, pero parecía contenta. Cuando Ana estuvo tumbada, Víctor sacó suavemente la polla reblandecida de su hija. El perlado esperma goteaba de su dilatado culo.
Marcela sonrió al público.
—Con esto terminamos la clase de hoy. ¿Qué tal un aplauso para mis asistentes?
Los aplausos sacaron a Katherine de su trance, parpadeó y miró a su alrededor. Varias parejas seguían demasiado ocupadas acariciándose como para aplaudir, pero los que habían terminado o no habían empezado aplaudían con entusiasmo, incluidos Johana y Juan. Johana tenía las bragas bajadas por las rodillas, el coño y el interior de los muslos mojados, mientras que Juan se había vuelto a meter la polla en los pantalones, aunque las braguetas seguían desabrochadas.
Mirando a su otro lado, vio la mano de su padre temblando sobre el reposabrazos. Le sorprendió que no se hubiera ido, y le sorprendió que ella tampoco se hubiera ido, pero había algo en el ambiente y en lo que había sucedido en el escenario que la había hechizado por completo. Era como si estuviera recuperando la plena conciencia, sentido a sentido. Mientras sentía que su coño palpitaba de intensa lujuria, notó que la polla de Franco se agitaba en sus pantalones, y apartó la mirada, intentando no pensar en lo grande que parecía.
Cuando salieron de la sala de conferencias, Franco y Katherine no fueron capaces de establecer contacto visual. Incluso hablar era complicado. ¿Qué podían decirse? ¿Tenían que justificar el no haberse ido? Pero ninguno de los dos había hecho ademán de levantarse. No había nadie a quien culpar. Nada que distrajera del hecho de que padre e hija acababan de asistir en primera fila a sexo en público, rodeados de hombres y chicas que se masturbaban abiertamente.
¿Qué podían decir?
—¡Ha sido genial! exclamó Johana. Se agarró al brazo de Juan, casi saltando hacia su amiga. ¿No es así?
—Uh—, fue todo lo que Katherine pudo decir. Juan se echó a reír.
—Parecen conmocionados—. Le dio una palmada en la espalda a Franco, haciéndole tropezar hacia delante. —Voy a llevar a este hombre al bar a tomar una puta copa. Ustedes diviértanse, ¿Ok?
—Adiós—, arrulló Johana.
Compartieron un rápido beso de despedida, extrañamente casto después de lo que acababa de ocurrir, y Juan se marchó con un brazo alrededor de Franco, que aún no había dicho nada. Katherine no podía imaginar cómo compartirían la cama más tarde. Tendría que volver rápido a la habitación y dormirse, o fingir que lo hacía, antes de que él volviera y se sintiera incómoda.
Mejor no hablar de ello. El espectáculo que habían presenciado, los cosquilleos que persistían entre sus piernas, o la polla temblorosa de Franco.
Marcela salió de la habitación con una sonrisa en la cara. —Gracias por esperarme, chicas. ¿Cómo he estado?
—Increíble—, dijo Johana. Muchas gracias por los consejos. A veces sigo teniendo problemas con papá, porque no se toma las cosas lo bastante en serio...
—Lo sé. Te estaba mirando durante la charla. Será mejor que se prepare para el viernes.
—¿Viernes?— preguntó Katherine, automáticamente. El último día del crucero.
Johana asintió. No pudo contener una sonrisa, sonrojada de placer. —¡Nos vamos a casar!
Cuando Katherine pensaba que ya nada podía impresionarla, alguien de por aquí siempre encontraba la manera de subir la vara. Se quedó literalmente con la boca abierta, con las cejas casi a la altura del pelo. Había tantas cosas que preguntar que se anulaban unas a otras. Marcela sonrió y le dio una palmada en el hombro.
—Johana te lo explicará— dijo. —Ojalá pudiera quedarme, pero tengo que ver a mi padre.
—¿También estás aquí con tu padre?— Tenía que ser bastante mayor que la mayoría de los hombres a bordo.
Marcela asintió. —A la gente le encanta acercarse y hacerle preguntas. Este año no quiere intervenir. Normalmente, le gusta venir a los seminarios para ver si estoy haciendo un buen trabajo, y todavía no ha recibido ninguna queja. Él los dirigía antes de que yo me hiciera cargo.
—¿Solía...?¿Cuánto tiempo lleva este crucero?
En lugar de responder, Marcela se limitó a sonreír, con un brillo en los ojos que hizo que a Katherine se le acelerara el corazón. Las raíces de estos viajes parecían profundizarse cada vez más, involucrar a más y más gente. ¿Cuántos hombres poderosos se follaban a sus hijas?
Mientras acompañaba a Johana por los pasillos hasta la piscina para tomar una copa, Katherine meditaba sobre esta inquietante pregunta, escuchando sólo a medias mientras ella parloteaba sobre los preparativos de la boda. Sin embargo, un fragmento concreto del monólogo de Johana despertó su curiosidad:
—... y como me he estado reservando para el matrimonio...
—Espera, ¿Reservarte? Pero vi lo que tú y Juan estaban... haciendo
Johana soltó una risita. —Hay otras formas de intimar además del sexo. Quiero que mi primera vez con mi papá sea muy especial, ¿sabes? Y me muero de ganas. Desde que nos dimos cuenta de que nos queríamos así...
Y Katherine escuchaba, tratando de entender esos extraños códigos morales, mientras Johana hablaba efusivamente del día que puso al límite su relación con Juan.